NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


martes, noviembre 13, 2012

orar siempre,


A DIOS ORANDO

Y CON ABBÁ CONVERSANDO

Miércoles, 14 de Noviembre de 2012



La oración es comunicación directa con el mismísimo Dios.
Doménico Cieri Estrada

La oración debería ser la llave del día y el cerrojo de la noche.
Thomas Fuller

La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre.
San Agustín

Antes de postrarte en oración, lanza de ti cuando puede embarazar el vuelo de tu espíritu.
Thomas De Kempis


 
¡Buenos días, Señor!
Que este saludo sea como la síntesis de una entrega real que debe acrecentarse con los años.

¡Buenos días, Señor!
Con inmensa gratitud en cada amanecer díganlo todos los que te quieren.



Invocación al Espíritu Santo

Por ti nuestro enemigo desterrado,
gocemos de paz santa duradera,
y siendo nuestro guía en la carrera,
todo daño evitemos y pecado.

Por ti al eterno Padre conozcamos,
y al Hijo, soberano omnipotente,
y a ti, Espíritu, de ambos procedente
con viva fe y amor siempre creamos.


Evangelio según san Lucas (17, 11-19)

En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea.
Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían:

“¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!”

Al verlos, Jesús les dijo:

Vayan a presentarse a los sacerdotes”.

Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies
de Jesús y le dio las gracias.
Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús:

¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve?
¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”

Después le dijo al samaritano:
Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.



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¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

Sanación y salvación son presentadas frecuentemente como realidades sinónimas.
El relato del evangelio de hoy nos pone en guardia contra los equívocos de esa identificación.
Las sociedades antiguas tenían en gran aprecio la salud y la belleza corporal.
Salud y belleza eran sinónimo de bienestar, y el bienestar era sinónimo de salvación.
Jesús hace un gesto sublime con leprosos, que eran mortalmente despreciados.
La sanación de Jesús les restaura la salud y el Templo certifica el resultado mediante una ofrenda. El samaritano, extranjero, es el único que retorna, se reconoce en deuda con Jesús y no con el Templo que nunca lo ha reconocido.
El samaritano reconoce que la salud no se identifica con la salvación y que la única deuda que tiene es la de la gratitud.
Con esta actitud reconoce que no sólo ha sanado su cuerpo, sino que ha restaurado su espíritu, es decir, ha entrado en el nuevo orden que es la salvación.

Hay que buscar la recuperación del alejado, y no “sacralizar” lo que tiene explicación natural.
Los marginados publicanos no están “fuera de la ley” por una fatalidad; y la lepra no tiene ningún origen sobrenatural, sino que es una enfermedad más.
Jesús sabe que los leprosos son víctimas de una doble desgracia: a su dolor físico y el injusto rechazo social y religioso; y ambas cosas quiere Jesús que queden superadas.
Por eso su acción no es una mera curación física: los envía al sacerdote para que levante acta de su curación y queden reintegrados en la comunidad cultual de Israel.

Jesús derriba muros y crea vida en comunión.
Según el cuarto evangelio, la misión de Jesús tiene por objeto “que tengamos vida y la tengamos abundante” (cf. Jn 10,10).
Por tanto, el auténtico seguidor de Jesús tiene que ser un creador y distribuidor de vida, destructor de barreras y aliviador de dolores, activo inconformista con todo tipo de sufrimiento y de división.

Nuestro evangelista añade todavía un rasgo llamativo: de los diez leprosos curados, sólo el samaritano da gloria a Dios y se postra agradecido ante Jesús.
Era el doblemente excluido, por leproso y por heterodoxo o hereje.
Jesús enseña a no juzgar ni condenar, y a que nadie considere la bondad como patrimonio suyo y de los de su bando.
También en el corazón de “los otros” se aloja frecuentemente una exquisita sensibilidad, incluso a veces superior a la de “los de siempre”.



Y no sé decirte nada.
Rodeado por todas partes,
como una isla,
como una roca solitaria en la mar.

La marea crece,
sube y sube
hasta arriba y cubre la roca.
La erosiona por debajo y la traspasa.

La rodea y abraza por todas partes,
por arriba y por abajo,
por los lados.

Siento tu presencia que me envuelve
me empapa
y me llena.

Estoy metido en Ti.
Siento tu amor
que me toma en las olas de sus brazos,
me cubre de caricias
y me ama.
Y no me dice nada.

Y no sé decirte nada...



CONTIGO SIEMPRE, ABBÁ

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