NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


domingo, noviembre 04, 2012

salmo del día comentado,


Salmo del día comentado

Lunes 5 de Noviembre de 2012

Salmo 131 (130)


Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
2 sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

3 Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.



Con espíritu de infancia el alma en paz se abandona a Dios, sin inquietud ni ambición.
La misma confianza filial se pide a todo el pueblo de Dios (v. 3).
Humillado ante Dios, el salmista confía en Él e invita a Israel a la misma confianza.
De un modo delicadísimo se exalta el espíritu de «infancia espiritual».
En todo se ve la providencia divina y por eso nada turba al alma.
«Confianza filial en Dios.
Afrontamos la vida con realismo, porque Dios nuestro Padre nos sale al encuentro a través de personas, acontecimientos y cosas.
No hay que buscarle en otro sitio fuera de la realidad tal como es.
Es la actitud filial de humildad y de mansedumbre, a la que nos invita Cristo (Mt 11,29).
Es la infancia espiritual o el hacerse como niños (Mt 18,3)»
(J. Esquerda Bifet).]

* * * *** *** ***
Confiar en Dios como un niño en brazos de su madre

1. Hemos escuchado sólo pocas palabras, cerca de treinta en el original hebreo del salmo 130.
Sin embargo, son palabras intensas, que desarrollan un tema muy frecuente en toda la literatura religiosa: la infancia espiritual.
De modo espontáneo el pensamiento se dirige inmediatamente a santa Teresa de Lisieux, a su «caminito», a su «permanecer pequeña» para «estar entre los brazos de Jesús»

En efecto, en el centro del Salmo resalta la imagen de una madre con su hijo, signo del amor tierno y materno de Dios, como ya lo había presentado el profeta Oseas: «Cuando Israel era niño, yo lo amé (...).
Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer» (Os 11,1.4).

2. El Salmo comienza con la descripción de la actitud antitética a la de la infancia, la cual es consciente de su fragilidad, pero confía en la ayuda de los demás.
En cambio, el Salmo habla de la ambición del corazón, la altanería de los ojos y «las grandezas y los prodigios» (cf. Sal 130,1).
Es la representación de la persona soberbia, descrita con términos hebreos que indican «altanería» y «exaltación», la actitud arrogante de quien mira a los demás con aires de superioridad, considerándolos inferiores a él.

La gran tentación del soberbio, que quiere ser como Dios, árbitro del bien y del mal (cf. Gn 3,5), es firmemente rechazada por el orante, que opta por la confianza humilde y espontánea en el único Señor.

3. Así, se pasa a la inolvidable imagen del niño y de la madre.
El texto original hebreo no habla de un niño recién nacido, sino más bien de un «niño destetado» (Sal 130,2). Ahora bien, es sabido que en el antiguo Próximo Oriente el destete oficial se realizaba alrededor de los tres años y se celebraba con una fiesta (cf. Gn 21,8; 1 S 1,20-23; 2 M 7,27).

El niño al que alude el salmista está vinculado a su madre por una relación ya más personal e íntima y, por tanto, no por el mero contacto físico y la necesidad de alimento.
Se trata de un vínculo más consciente, aunque siempre inmediato y espontáneo.
Esta es la parábola ideal de la verdadera «infancia» del espíritu, que no se abandona a Dios de modo ciego y automático, sino sereno y responsable.

4. En este punto, la profesión de confianza del orante se extiende a toda la comunidad: «Espere Israel en el Señor ahora y por siempre» (Sal 130,3).
Ahora la esperanza brota en todo el pueblo, que recibe de Dios seguridad, vida y paz, y se mantiene en el presente y en el futuro, «ahora y por siempre».

Es fácil continuar la oración utilizando otras frases del Salterio inspiradas en la misma confianza en Dios: «Desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios» (Sal 21,11).
«Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá» (Sal 26,10).
«Tú, Dios mío, eres mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías» (Sal 70,5-6).

5. Como hemos visto, a la confianza humilde se contrapone la soberbia.
Un escritor cristiano de los siglos IV y V, Juan Casiano, advierte a los fieles de la gravedad de este vicio, que «destruye todas las virtudes en su conjunto y no sólo ataca a los mediocres y a los débiles, sino principalmente a los que han logrado cargos de responsabilidad con el uso de la fuerza».

Y prosigue: «Por este motivo el bienaventurado David custodia con tanta circunspección su corazón, hasta el punto de que se atreve a proclamar ante Aquel a quien ciertamente no se ocultaban los secretos de su conciencia: "Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad". (...)

Y, sin embargo, conociendo bien cuán difícil es también para los perfectos esa custodia, no presume de apoyarse únicamente en sus fuerzas, sino que suplica con oraciones al Señor que le ayude a evitar los dardos del enemigo y a no ser herido: "Que el pie del orgullo no me alcance" (Sal 35,12)»

De modo análogo, un antiguo texto anónimo de los Padres del desierto nos ha transmitido esta declaración, que se hace eco del Salmo 130:
«No he superado nunca mi rango para subir más arriba, ni me he turbado jamás en caso de humillación, porque todos mis pensamientos se reducían a pedir al Señor que me despojara del hombre viejo»

[Texto de la Audiencia general del Miércoles 10 de agosto de 2005]

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