NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


sábado, septiembre 19, 2015

¿Son nuestros hermanos?



¿Éstos no son seres humanos, hermanos y hermanas nuestros?
Mientras seguíamos inquietos las fluctuaciones del Ibex o las incertidumbres de la Bolsa de Shangai, discutíamos míseramente sobre cuotas de inmigrantes, las justas para cubrir nuestras necesidades económicas o lavar nuestra conciencia, o exhibíamos frívolamente la capacidad de Gigas de nuestro último Smartphone, la imagen de este niño sirio de tres años, solo, desamparado, muerto en una playa turca, nos ha encogido el corazón. No lo podemos mirar, pero ¿cómo dejar de mirarlo? Sus pequeños ojos apagados nos miran y nos reflejan. Su sangre helada, como la de Abel, nos grita desde el fondo del mar y de la tierra: “¿Dónde está tu hermano?”.
Se llama Aylán Kurdi. Mira esa foto: Aylán cuelga de los brazos de un policía turco, como colgaba el crucificado, después de haber “entregado el espíritu”, el aliento vital; cuelga con sus pequeños pies calzado y sus pequeñas manos desnudas, como Jesús en brazos de María en todas las Pietàs vivas del mundo. Caído, inerte, mudo. Talitha kum (“levántate, niña”), dijo Jesús en arameo, la lengua de Siria por entonces, a una niña muerta. Levántate, Aylán. ¿Pero cómo te levantarás, si nosotros no te levantamos?
 
En otra foto, yace en la playa boca abajo, mientras una pequeña ola lo acaricia suavemente, como si quisiera enjugar en su cara las últimas lágrimas de su trágico viaje. Como si el mar nos dijera: “Ahí tenéis al niño, nacido del agua, ahogado en el agua. Nadie lo ha salvado como al pequeño Moisés, el liberador. Os lo devuelvo para que vuestra conciencia despierte. ¿Cómo habéis convertido estas aguas en un mar de lágrimas de niños, de madres, de hombres desesperados?”.
Aylán, varado en la orilla del mar, de la vida, de la historia humana, es una imagen sobrecogedora de nuestra humanidad varada. Es testigo del naufragio de nuestra civilización, con sus imperios de ayer y de hoy, con sus desbaratados Estados parapetados en fronteras, todas ellas artificiales, con sus Naciones Unidas sujetas al derecho de veto de los más poderosos, con su economía especulativa, asesina, destinada al beneficio de unos pocos, con su política sometida a los poderes financieros, ¡qué horror del planeta. Esta humanidad naufraga. O la salvamos entre todos o todos nos hundiremos.
Aylán es un trágico retrato del desajuste del mundo en que vivimos, uno de cuyos focos más dramáticos es el Medio Oriente, con su feroz guerra civil entre sunnitas y chiítas, con su increíble fanatismo, con sus brutales dictaduras, con su desalmado Estado Islámico enemigo del Islam y de la paz, de la humanidad. ¿Cómo es posible que tantos musulmanes, árabes o no, lo apoyen o consientan o callen? Pero Occidente no es inocente. ¿Quién se repartió el Oriente Medio después de la I Guerra Mundial hace cien años? ¿Quién ha hecho fracasar, desde entonces, desde Irán hasta Egipto, las frágiles democracias laicas nacientes? ¿Quién apoyó las dictaduras más crueles de esos países? ¿Quién se apoderó de sus inmensos pozos petrolíferos? ¿Quién ha humillado y maltratado a sus hermanos, nuestros hermanos palestinos, ignorando cínicamente los mandatos de las Naciones Unidas? ¿Quién impulsó el nacimiento y financió el desarrollo primero de Al Qaeda y luego del Estado Islámico hasta que se les fueron de las manos? Otro mundo,  es necesario.
Aylán nos pone a cada uno en nuestro lugar y ante nuestra responsabilidad. Pregonamos la ciudadanía universal. Presumimos de Derechos Humanos, y no sin razón: Pero no nos engañemos. El primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos reza: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Desde el fondo de su profético silencio mortal, Aylán nos grita: “Europa, no mentirás. Europa, no cierres tus puertas, vuelve a la parábola del Buen Samaritano”.
Aylán significa “halo de luz” en turco, y “roble” en hebreo, lengua pariente del arameo (o siríaco) y del árabe. No sé, ni me importa, cuál es el origen concreto del nombre. Aylán es un icono de luz, una semilla de vida más fuerte que el roble. Y germina, revive y brilla en los movimientos sociales, parroquias, cristianos y no cristianos gupos de acogida de inmigrantes, testigos benditos de la esperanza.

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