Este 5 de septiembre se celebró por
primera vez, luego de su canonización, la fiesta dedicada a Santa Teresa de Calcuta.
La madre Teresa, como se le conoce mundialmente, fundó en 1950 la congregación
de las Misioneras de la Caridad y se dedicó a atender a pobres, enfermos,
huérfanos y moribundos. Por su labor humanitaria, que se extendió a todos los
continentes, recibió en 1979 el premio Nobel de la Paz. En la misa de
canonización, el papa Francisco recordó que la nueva santa “ha sido una
generosa dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de
los más pobres y en defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la
abandonada y descartada”. Su primera reacción ante el sufrimiento humano,
explicó el papa, fue la misericordia, que para ella “era la sal que daba sabor
a cada obra suya, y la luz que iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni
siquiera lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento”. Y en una referencia a
la dimensión profética de la madre Teresa, Francisco comentó que ella “ha hecho
sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas
ante los crímenes de la pobreza creada por ellos”.
En el libro Desde la razón del
mundo, donde se recogen pensamientos, anécdotas y oraciones de la madre
Teresa, se condensa su ejemplo de vida, guiada y animada por la actitud
compasiva. Una actitud que, como ha señalado el papa, no es una simple ayuda
que se presta en un momento determinado, sino una vocación vital a la caridad,
con la que se sirve a Cristo para crecer cada día en el amor. Veamos, en
palabras de santa Teresa de Calcuta, cómo se fundamenta y proyecta esta vocación.
Al proclamar la necesidad del modo de ser
compasivo, afirma:
No usemos bombas y armas para dominar el mundo; usemos el amor y la
compasión […] Irradiemos la paz de Dios y su luz, extingamos el odio y el amor
al poder en el mundo y en los corazones de todos los hombres […]. Dios ama al
mundo a través de ti y de mí. ¿Somos este amor y esa compasión? Cristo vino
para ser la compasión de su Padre.
Para explicar su opción por los pobres y
los últimos, relata la siguiente anécdota:
En un seminario de Bangalore, una monja me dijo alguna vez: “Madre Teresa,
está mimando excesivamente a los pobres al darles las cosas gratuitamente.
Están perdiendo su dignidad humana”. Cuando todos callaron, dije con serenidad:
“Nadie nos mima tanto como el propio Dios […] Continuamente respiramos y
vivimos de un oxígeno que no pagamos. Qué sucedería si Dios dijera: ‘Si
trabajan cuatro horas, tendrán sol durante dos horas’. ¿Cuántos de nosotros
sobreviviríamos?” […] Les dije también: “Hay muchas congregaciones que miman a
los ricos; es bueno tener una congregación en nombre de los pobres, para mimar
a los pobres”.
Y sus súplicas a Dios en medio de tanto
sufrimiento estaban orientadas a vencer la indiferencia y a descubrir a Jesús
en todos los rostros de los pobres y desgraciados de la historia. Así rezaba:
Oh Jesús, tú que sufres, concédeme que el día de hoy y todos los días pueda
verte en la persona de tus enfermos y que, al ofrecerles mis cuidados, pueda
servirte. Concédeme que, aun cuando estés oculto bajo la ingrata apariencia de
la ira, del crimen o de la locura, pueda reconocerte y decir: “Jesús, tu que
sufres, qué dulce es servirte”. Concédeme, Señor, esta visión de fe, y mi labor
nunca será monótona.
Frente a la indiferencia y el
individualismo, es claro que el mundo (y la Iglesia) tienen necesidad de signos
concretos de solidaridad. En este contexto de indolencia y en el año jubilar de
la misericordia, se propone el ejemplo de Teresa de Calcuta, considerada una
incansable cultivadora de compasión que con su vida enseñó que no hay
alternativa a la caridad, porque esa es la vocación de los discípulos de
Cristo. Y ese llamado fundamental tiene como principio y fundamento la vida y
mensaje de Jesús de Nazaret. Él fue el primero en vivir totalmente desde la
compasión.

Los Evangelios reiteran que en la raíz de
su actividad curadora e inspirando toda su actuación con los enfermos está
siempre su amor compasivo. Jesús se acerca a los que sufren, alivia su dolor,
toca a los leprosos, libera a los poseídos por espíritus malignos, los rescata
de la marginación y los devuelve a la convivencia. Es incapaz de pasar de largo
si ve a alguien sufriendo. Lo suyo no solo es predicar, sino responder a las
necesidades y dolencias de las personas. Por eso, quien vive guiado por el
espíritu de Jesús sabe captar las necesidades de los demás y responder a ellas.
De ahí que se afirme que la caridad cristiana es ante todo la respuesta a una
necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser
saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos, los prisioneros
visitados.
Santa Teresa de Calcuta es considerada una
ejemplar seguidora del modo de ser compasivo de Jesús. A causa de su misión
realizada en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales,
es reconocida como testimonio elocuente de la cercanía de Dios a los más pobres
entre los pobres. Finalmente, el papa ha recordado a los devotos de Madre
Teresa que su principal desafío no es hacerle culto a la nueva santa de la
Iglesia, sino “imitar su ardor apostólico”, es decir, realizar “esa revolución
de la ternura iniciada por Jesucristo con su amor de predilección a los
pequeños”.
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