NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


viernes, junio 05, 2020

Hacia lo interior y hacia lo esencial



El coronavirus ha cogido a la humanidad a contrapié. Las preocupaciones antes de la pandemia poco tenían que ver con una crisis epidemiológica de alcance mun ­ndial. Aunque su posibilidad teórica se conociese por advertencias científicas o por representaciones cinematográfica, su carácter distópico y, en cierta manera, es ­ catológico nos han hecho reaccionar con demasiada lentitud. Es probable que la prepotencia de Occidente le haya llevado a pensar: «Esto no nos puede suceder a nosotros; las grandes infecciones y parasitosis (malaria, dengue, Chagas, Ébo ­ la…) acontecen en los países subdesarrollados». Con la misma autosuficiencia fue Goliat a luchar contra el pequeño David. El mundo entero, que pensaba que dominaba el curso de la historia, ha sido vencido por un minúsculo virus, invisible, ante el cual la nueva carrera armamentística se ha demostrado impotente.

La muerte, tan ajena a la experiencia cotidiana del autoproclamado primer mundo, ha vuelto a ser un acontecimiento cercano; incluso ha entrado dentro de la conciencia de posibilidad para mucha gente: «¿Y si enfermo?, ¿cómo reaccionará mi cuerpo?». De repente, el virus nos ha replegado hacia el interior, porque el menor contacto social (aun teniendo infinitos medios electrónicos) nos permite estar más con nosotros mismos y hacia lo esencial por ­ que de golpe se ha desplomado el consumismo. Nos hemos centrado en sobre ­ vivir y hemos tomado conciencia de los elementos esenciales de nuestra vida: la salud, las relaciones, el amor, la comida diaria… Hemos descubierto que los antiguos ídolos que aplaudíamos y venerábamos en los conciertos o en los campos de fútbol no pueden salvarnos. Ahora hemos encumbrado a los y las profesionales de la salud porque a ellos y a ellas confiamos nuestras vidas.

Diversidad y unidad de la población mundial | Slide Set
Globalmente, creo que podemos decir que nos hemos salvado como humanidad «por los pelos». No en el sentido de asegurar la continuación de la especie, sino porque, a pesar de los titubeos iniciales de algunos países, al final hemos decidido poner en el centro de nuestras preocupaciones a las personas mayores y más vulnerables. Boris Johnson podía considerar fríamente la muerte de 400.000 británicos como algo preferible a parar la economía, pero la sociedad que hubiese escogido esa opción no habría salido con vida… humana. 

Ninguna sociedad podría levantar cabeza después de vivir el trauma de dejar morir a tanta gente. Aun así, el sufrimiento ha sido terrible: el de los médicos por ver morir de cerca a tanta gente y por enfrentarse a la posibilidad de tener que priorizar a unos frente a otros en los momentos de colapso sanitario; el de las cuidadoras de ancianos, mayormente mujeres, que han tenido que afrontar el problema en condiciones de precariedad; el de los enfermos que han muerto en la soledad de los hospitales a pesar de la buena voluntad de esos «extraños seres» que por su indumentaria parecían venir de otro planeta; el de los familiares que vivían la angustia a distancia; el de las personas mayores con su miedo vital a contagiarse y sucumbir; el de las trabajadoras de los servicios esenciales, con miedo a contagiar a sus seres queridos; el de gran parte de la población, con la difícil gestión de la ansiedad; y, finalmente, el gran sufrimiento de tantos millones de personas que han perdido sus medios de subsistencia. ¡Cuán difícil va a ser superar estos sufrimientos pues no habrá un momento cercano en el que se diga que lo hemos superado! 

No habrá un «final» hasta que no se consiga una vacuna. ¡Cuán difícil es cerrar la herida por la muerte de un ser querido del que no nos hemos podido despedir y al que no hemos podido llorar en un funeral! Ahora bien, deberíamos encontrar maneras para que en los meses venideros esa solidaridad que parece manifestarse al enfrentarnos juntos a un problema común no se desvanezca, pues no olvidemos que la enorme crisis económica (tanto nacional como mundial) no va a afectarnos a todos por igual. Y nuestra sociedad solo será verdaderamente democrática y justa si asumimos de forma conjunta –y progresiva, según la capacidad económica de cada uno– los enormes costes en salud generados durante estos meses, y si somos capaces de «rescatar» a aquellas personas que han perdido todos sus ingresos. 

Con todo, para conseguirlo, es preciso que los partidos políticos estén a la altura: que busquen el bien común y no la capitalización del descontento general que producirá la pérdida de poder adquisitivo. Quizás sería hora de que Europa se tomase en serio la lucha contra esos paraísos fiscales que existen incluso dentro de la propia Unión Europea. En definitiva, es urgente que todos los partidos políticos pacten una estrategia común de larga duración para superar la crisis; de lo contrario, serán responsables de su mayor descrédito ante la opinión pública, con el consiguiente riesgo para la democracia.

Una sola humanidad – Portal Dorado

Una especie como la humana, que ocupa todo el planeta, lo explota hasta el límite y está tan interrelacionada, es vulnerable a las pandemias, pero, frente al coronavirus, hay una esperanza: que nos sintamos todos una sola humanidad desde la experiencia de la vulnerabilidad común. Todo mal puede, cristianamente, contener una bienaventuranza: el hecho de que esta pandemia no solo haya afectado a los países del sur nos ha obligado a movilizarnos con urgencia ante un problema que afecta a todos los países, razas y religiones. Muchas veces, para que alguien tenga más, otro debe tener menos; para ser el primero, alguien debe ser el segundo. Pero ante un virus planetario solo podemos ganar si le ganamos todos. Aun habiendo afectado de maneras muy distintas, es el primer mal que vivimos de manera universal.

 No son muchas las oportunidades que tiene el ser humano de afrontar un reto común en el que solo nos salvamos si nos salvamos todos.

Jaume Flaquer Cristianisme i Justícia

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