NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


viernes, abril 25, 2025

«Dichosos los que no han visto y han creído»

«Dichosos los que no han visto y han creído»



Los discípulos que formaban el círculo más cercano a Jesús creyeron en él hasta el punto de dejarlo todo por seguirle. Convivieron largo tiempo con él, escucharon mil veces su doctrina, pero llegaron al pie de la cruz convencidos de que seguían al Mesías davídico que iba a unir al pueblo, derrocar al gobierno corrupto de Herodes, expulsar a los romanos, devolverle a Israel su antiguo esplendor y someter a sus vecinos al culto a Yahvé en el Templo de Jerusalén…

Aquella fe murió en la cruz y fue definitivamente enterrada en el sepulcro vacío. De sus cenizas nació la fe definitiva; no en el Mesías triunfante, sino en el crucificado; una fe que ni siquiera pudieron imaginar antes de aquel asombroso proceso de conversión al que hemos denominado experiencia pascual. Vimos en el texto del pasado domingo que fue el “discípulo amado” el primero en creer al ver el sepulcro vacío… «Entró también el otro discípulo, vio y creyó»... En el evangelio de hoy la conversión se extiende a todo el grupo y se expresa de forma brillante en boca de Tomás: «Señor mío y Dios mío». Jesús no era el que ellos habían esperado, sino algo mucho mejor

Aquellos hombres y mujeres habían sido testigos de su bautismo, de su caminar por tierras de Galilea enseñando y curando, de sus parábolas, de su enfrentamiento con la autoridades judías, de su pasión, de su muerte… y a partir de entonces fueron testigos de Jesús resucitado y dedicaron su vida a dar testimonio de él para que otros creyesen. A muchos los mataron por ello. La fe de toda la Iglesia, nuestra propia fe, se basa en la de aquellos testigos; y quizá no tanto por la información que nos transmitieron, sino porque su manera fértil y contagiosa de vivir al estilo de Jesús fue su mejor testimonio; el que en definitiva dio lugar al seguimiento de Jesús hasta nuestros días.

Nosotros hemos creído en Jesús «sin haber visto» y nos sentimos dichosos por ello, pero corremos el mismo riesgo que sus discípulos: que tratemos de amoldarlo a nuestra mentalidad, nuestra ideología o nuestros deseos, y que en realidad creamos en un mito estéril creado por nuestra mente a nuestra medida…

¿Cómo saberlo?

Pues la mejor forma es preguntarnos si nuestra fe en Jesús cambia o no cambia nuestra vida; si nos lleva a compadecer y compartir, a trabajar por la paz y la justicia, si nos hace más veraces, si nos mueve a perdonar, si nos libra de la esclavitud del dinero… y, en definitiva, si vivimos abrazados a la misión de proclamar la buena Noticia con nuestro modo de vivir; si nuestra vida es testimonio.

«Ustedes son  la sal de la Tierra, pero si la sal se vuelve insípida ¿con qué se la salará? No sirve más que para tirarla fuera… Ustedes son la luz del mundo… No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín…»


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