No me veo muy capaz de sintetizar el pontificado de
Francisco, estos doce años que llegan a su fin. No me cabe duda de que va a
haber estos días balances hasta la extenuación. Análisis eclesiológicos,
teológicos y humanos. Citas de sus encíclicas y de los Sínodos que ha
convocado. Homenajes, críticas, algunas desde el afecto y desgraciadamente
también otras despiadadas, aunque se disfracen de fidelidad a la verdad. No
pretendo tampoco ser objetivo. Cuando se trata de alguien querido, la
objetividad no basta. Y creo que para todo católico el Papa, de algún modo, lo
es; es más que el máximo responsable de una institución, un líder o una figura
en una jerarquía. Es alguien que mezcla lo paterno, es el maestro en el que uno
confía, y es también quien con su vida apunta de manera especial a Jesús, a
través de una cadena de nombres que conducen hasta aquel pescador que un día
echó las redes fiándose de la palabra del Maestro. Sus palabras fueron
inspiradoras, claras y exigentes, pero ciertas, y al oírlas o leerlas, uno
sentía que venían de un amigo en el Señor.
Su falta me hace sentir, primero, gratitud. Por lo mucho que
deja. Porque ha removido seguridades, ha frenado inercias y ha hablado con
palabras que para tantos resultaron fuente de consuelo. Porque ha hablado
también con gestos concretos, en sus viajes a los márgenes, en sus caricias a
los excluidos, en sus opciones por los intocables y en su cercanía a los más
pobres. Porque ha puesto las bases para que, al menos, se pueda hablar de
algunas cuestiones en las que los católicos necesitamos seguir buscando la
Verdad -que es Jesucristo siempre- pero aterrizada hoy. Porque ha alentado la
misericordia primero, y la esperanza después. Y ambas son muy necesarias en
este tiempo implacable y derrotado. Porque ha sido profético en su clamor por
la paz. Porque supo permanecer sereno ante ataques furiosos y risueño ante la
tormenta. Un hombre de Esperanza.
También siento tristeza. No porque muera. Eso llega al final
de vidas bien vividas. La suya lo ha sido. Y la muerte es antesala de la
resurrección. Tampoco es tristeza por las críticas. Esas son legítimas y
algunas de ellas pueden ser válidas.. Creo que su reivindicación del cuidado de
la casa común llegó demasiado pronto para ser entendida, pero quizás demasiado
tarde ya para que cambiemos la dinámica de una creación atormentada. Y su grito
a favor de la acogida a tantas personas que se sienten fuera de la Iglesia
llegó demasiado tarde para sanar algunas heridas, pero demasiado pronto para
quienes aún tienen el corazón de piedra y son incapaces de comprender aquello
de «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra».
Una vez me llamó por mi cumpleaños. Una llamada preciosa, que recordaré siempre
con cariño. Entre otras cosas, me decía:
“Sigue a Jesús, sigue amando y de manera especial a los pobres”
Francisco, con la
eternidad y con Dios. Acá seguiremos nosotros, con la vida, y en tantas
batallas pendientes, en esta Iglesia en la que cabemos todas, todos.
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