NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


jueves, noviembre 08, 2012

salmo del día comentado,

 
Salmo del día comentado

Viernes, 9 de Noviembre de 2012

Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán

SALMO 45
Dios, refugio y fortaleza de su pueblo


2Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

3Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

4Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

5El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

6Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

7Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

8El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

9Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

10Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

11«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra».

12El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.


El salmista centra desde el principio el nervio de su confianza. Es Dios, refugio y fortaleza (v. 2).                                             Si la Ciudad Santa o el Templo pueden generar falsas seguridades, el salmista destaca una vez más dónde está la certeza de su confianza: en Dios que socorre (vv. 5-7).                                                                                                                                  Su certeza se formaliza en el estribillo en que se alaba al «Dios-con-nosotros».
En un principio fue tan sólo un signo de su presencia y asistencial (Is 7);                                                                                 sólo cuando el Espíritu vino sobre María, en su carne floreció la «Presencia» de Dios.                                                              El «Dios-con-nosotros» puso su tienda en nuestro campamento.                                                                                                  A este gesto de amor corresponde en el creyente la «co-habitación» con la Palabra; y a su dinamismo salvífico, la docilidad subjetiva.                                                                                                                                                                               Sólo así los creyentes veremos los nuevos cielos y la tierra nueva, donde el «Dios-con-nosotros» será nuestro Dios. Cantemos nuestra confianza en el Emmanuel.


Sal. 46 (45). Con nosotros está Dios, el Señor.
Él ha hecho obras sorprendentes por nosotros, pues su amor hacia nosotros le llevó a rescatarnos del pecado y de la muerte mediante su propia entrega.
Él es el que nos santifica para convertirnos en una digna morada para Él, pues quiere habitar en nosotros como en un templo.

Por eso nosotros le hemos de permitir que nos transforme de pecadores en justos, de tal forma que en adelante llevemos una vida digna, conforme a la gracia que de Él hemos recibido.
Mientras vayamos como peregrinos por este mundo, continuaremos sujetos a una diversidad de tentaciones que querrán apartarnos del camino correcto, o hacernos rebeldes para Dios.

Por eso hemos de poner nuestra vida y toda nuestra confianza en el Señor que, como nuestro Padre, vela siempre por sus hijos, y nos libra de todo mal.
No busquemos en Dios sólo nuestro refugio, sino que también busquemos la fortaleza necesaria para permanecerle fieles, y para dar testimonio de nuestra fe con una vida íntegra




Señor Dios nuestro, poderoso defensor en el peligro, Tú que has derrotado a la muerte en la carne de tu Hijo, rompe ahora el arco, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos y haz que cuantos estamos animados por el Espíritu, honremos con la conducta el nombre de hermanos que llevamos, y de este modo colaboremos en la batalla decisiva de la paz. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Dios Padre nuestro, que por la fuerza del Espíritu hiciste germinar en el seno de María tu sublime Presencia, y en la carne de Jesús eres el Dios-con-nosotros; teniéndote en medio de nosotros no vacilamos, porque Tú nos conduces a la nueva Ciudad, donde serás para siempre nuestro Dios. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

El correr de las acequias alegra tu Ciudad, Dios nuestro, con el gozoso nombre de «Padre» que te tributamos los cristianos; concede a cuantos han nacido del agua y del Espíritu, que de tal suerte se gloríen en tu poder regenerador, que ya ahora gusten los frutos de la vida y un día puedan ver y gozar la maravilla de la eterna transformación filial que realizas en nosotros. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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