Sus títulos, sus relaciones sociales y su excentricidad han sido el foco de la noticia. Nos han atosigado a tópicos sobre su “libertad”, su patrimonio y su capacidad de “ponerse el mundo por montera”. Al morir la Duquesa se habla más del personaje, de la aristócrata rompedora y provocadora que de la persona, posiblemente porque pocos la conocían realmente.
Decenas de periodistas han acompañado a la Pantoja desde su casa a la prisión de Alcalá de Guadaira. Nos han mostrado las celdas, nos han informado de los menús, de los horarios, permisos que podrá tener tan ilustre tonadillera durante la temporada que pase en prisión. Se cuestiona si entra en prisión por ser la Pantoja o si es una decisión justa. Delinquiera o no, es una presa más, como otras miles que se enfrentan a diario a una realidad dura en un sistema penitenciario desconocido para la mayor parte de la ciudadanía y cuya finalidad, que es la reinserción, puede ser cuestionable.
Con 85 años la desahuciaron de su casa en el barrio madrileño de Vallecas el pasado viernes por avalar a su hijo en un préstamo. Carmen Martínez no es un “personaje”, nadie la conocía. Por eso es casi un milagro que su historia se haya colado en los periódicos. Quizá haya salido en los medios por la foto en que Andrés Kudacki ha plasmado de forma tan cruda el drama de que te quiten tu casa, y más cuando es todo lo que Carmen tenía.
Por desgracia, son muchas las historias como la de Carmen, de desahucios que no salen a la luz; muchas las historias como las de Isabel, de madres que entran en prisión; y como las de Cayetana, de abuelas que se apagan por la edad a las que sus familias recuerdan cada día. ¿Cómo evitar que nos deslumbren unos pocos personajes impidiéndonos ver la realidad de tantas personas?
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