La idolatría que hace mas dañol no es el becerro de oro sino la
enemistad contra el otro. Esto lo escribió el antropólogo René Girard. A casi todos nosotros
nos gusta creer que somos maduros y de gran corazón, y que amamos a
nuestros prójimos y estamos libres de enemistad hacia otros. Pero, ¿es
esto así? pero... no amamos a nuestros enemigos. No deseamos el bien a
aquellos que nos desean el mal. No bendecimos a lo que nos maldicen. Y
no perdonamos de verdad a aquellos que matan a nuestros seres queridos.
Somos decentes, personas de buen corazón, pero... Podemos ser honrados,
podemos ser justos, pero aún no amamos como Jesús nos pidió que
hiciéramos, esto es, de modo que nuestro amor se extienda a aquellos que
nos aman y a aquellos que nos odian. Aún luchamos por desear a nuestros enemigos el bien, bueno, si luchamos

Pero para la mayoría de nosotros a quienes gusta creernos maduros, esa
batalla permanece escondida, principalmente de nosotros mismos. Tendemos
a sentir que amamos y perdonamos porque, esencialmente, somos
bienintencionados, sinceros y capaces de creer y decir todas las cosas
correctas; pero hay otra parte de nosotros que no es tan noble. El
jesuita irlandés Michael Paul Gallagher (que murió recientemente y a
quien se le echará en falta con cariño) expresa esto bien cuando escribe
“Probablemente, no odias a nadie,
pero puedes estar paralizado por negativas diarias. Los mini-prejuicios y
los juicios viscerales pueden producir una actitud de guerra no
declarada. A través de las vallas de pinchos de alambre, vuelan balas
invisibles”. Amar al otro como a uno mismo -afirma- es para la mayoría
de nosotros una imposible ascensión cuesta arriba.

Así, ¿dónde nos deja eso? ¿Repartiendo una sentencia de vida mediocre e
hipócrita? ¿Afirmando amar a nuestros enemigos pero no haciéndolo? ¿Cómo
podemos profesar ser cristianos cuando, si somos honrados, debemos
admitir que no estamos dando la medida de la prueba de fuego del
discipulado cristiano, a saber, amar y perdonar a nuestros enemigos?
Quizás no seamos tan malos como pensamos que somos. Si aún estamos
luchando, aún estamos sanos, si aun en nuestros fallos por
cumplir lo que Jesús nos pide, si estamos luchando honradamente, hay
algo de virtud. Freud dijo que no podemos amar a
nuestro prójimo como a nosotros mismos, y sin duda esto es cierto. Pero
cuando aceptamos la realidad que subyace tras el mandamiento, ese
prójimo nuestro es tan digno de amor como nosotros mismos; entonces en
nuestro verdadero intento de actuar con arreglo a la petición de Jesús,
estamos conociendo que nuestro prójimo es digno de amor aun cuando, en
este punto de nuestras vidas, seamos demasiado débiles para darlo.
Y ese es el punto: Continuando la lucha, a pesar de nuestros
fallos, por cumplir el gran mandamiento de amor que Jesús nos dio,
conocemos la dignidad inherente de nuestros enemigos, conocemos que
ellos son dignos de amor y conocemos nuestra propia negligencia. Eso es
“imperfecto”, desde luego; pero -sospecho- Tomás de Aquino diría que es
¡un punto de partida!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenido amig@, gracias por tu comentario