El más grande misterio
de la vida, de la nuestra, es sin duda, el dolor. No enlazan bien el verbo amar
de un Dios creador bondadoso con el verbo sufrir de tantos, de demasiados, de
muchos. Es en este rincón, definitivo y radical, donde se puede oír levemente
el latido de la esperanza cristiana de la vida o el quejido desgarrador de la
ausencia densa de un dios que dice amar y que parece que no ama. No hay, me
parece, un mejor contexto para hablar de la esperanza que el dolor. Ser adultos
en la fe supone hacer tuyo el grito del sufriente —el del mismo Nazareno
crucificado, y el grito propio y el del otro— y examinar hasta que sangren las
manos, ¡¿dónde está Dios?!... y a dónde va a dar el grito final de Aquel que
confió en su Abbá, en su Dios. ¿Cómo hablar de Dios en medio del dolor? ¿Cómo
decirle al que sufre “Dios te ama”? ¿cómo presidir una eucaristía en medio del
vacío?¿A quién eleva su plegaria el que llora en medio de la oscuridad? Preguntas
como estas, hirientes desde siempre y para siempre, mueven esta reflexión. Porque nada, me parece, ni nadie —nunca—
debería decir que el dolor tiene sentido. Porque no lo tiene. No puede tenerlo
—ni debe— porque hemos sido creados para la vida, no para la muerte: El Dios de
Jesucristo no quiere la muerte. Lo que nos salva no es el dolor mismo de la
cruz, sino el Amor haciéndose dolor y muerte en el madero. Pero, ni Dios quiere
el sufrir, ni el sufrir en sí tiene sentido. Y, sin embargo... sufrimos. ¿Qué
hacer, entonces? ¿Callar? Sí. Casi: susurrar que en el Nazareno crucificado hay
una tenue luz que permite atravesar el dolor con el corazón igualmente adolorido,
pero confiando. El dolor en el mundo no lo manda Dios, el sufrimiento es fruto
del egoísmo, de la avaricia de nosotros, lo que nos hace ver la vida en medio
del horror es La solidaridad.

La solidaridad es el
apoyo desinteresado que se hace hacia una persona, grupo de personas e incluso
causas sociales y que se realiza motivado por un sentimiento de amor, amistad,
lealtad, muchas personas se muestran solidarias con otras debido a que se sienten
identificados y de alguna manera entablan un vínculo emocional muy fuerte y
esto salva en medio del dolor, los no solidarios mueren antes, mueren en cada
momento en sus lamentaciones. Los estadounidenses Peter Reed y Derek
Coleman y el eslovaco Marek Adamik trabajan en un hospital de campaña situado
en la única carretera que permite a los civiles huir de los combates. Los tres trabajan para una pequeña ong
con sede en Eslovaquia, Academy of Emergency Medicine (AEM), Las
instalaciones son precarias, con menos de diez camas de campaña, dos
ambulancias y algunas cajas de material médico. El martes el primer
herido en llegar fue una niña con pijama rosa que tenía una herida de metralla
en la pierna derecha. Cuando cae la noche, Peter, Derek y Marek comparten
con los socorristas sirios, una casa abandonada donde intentan dormir a pesar
del ruido de las explosiones y las ráfagas de armas. Para olvidar un rato
"el rostro de los pacientes" Peter mira películas en su ordenador.
Una cosa hermosa es que dos sirios, pudiendo huir se han quedado para ayudar
como “enfermeros,” claro sin conocimiento, pudiendo huir preferí ayudar, uno es
cristiano y el otro musulman. Aquí, muchos donan sangre y nos dicen, es mejor
donarla así que perderla regada en el suelo gracias a una bomba, y nos reímos.
Aquí si estamos 5 extranjeros ayudando hay diez turcos o sirios que te ayudan.
El que te ayuda a traducir al árabe es un refugiado que en medio de su dolor
sabe dar lo que puede y te dice que haciendo eso le ayuda en su tristeza. Aquí
viene gente pobre de Kirikhan, un pueblo turco que queda a media hora y te trae
comida y te invita a sus casas a ducharte bien o descansar del dolor. Hay muchas
madres como Hala, una mujer que llegó al campo con su marido Sabri, tienen tres
hijos, y durante el día está con tres niños huérfanos, y nos ha dicho que estos
niños necesitan para superar su tristeza el amor de una familia, una flia que
perdió todo menos el amor de ser familia. Hay tres adolescentes sirios: Sahid,
Sabri, Youssef dos musulmanes y un cristiano, se han apuntado como voluntarios
a llevar y dar comida a los ancianos, son terremotos, en medio de sus dolores
ríen ayudando, y ninguno pertenece a una ONG

Esta generosa respuesta de ciudadanos refugiados al drama de
otros refugiados, aunque no sea decisiva para revertir la angustiosa situación
que viven quienes han debido dejar sus países acuciados por la guerra o el
hambre, es un espejo moral en el que deberían mirarse unas
élites políticas que han fracasado clamorosamente a la hora de (no) afrontar
una situación espantosa, impensable.
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