Para hacer este mundo más habitable en el 2017 es necesario, en primer lugar, sentirse otro y desde el otro poder compartir su situación. Sentirse otro con el otro es pensar cómo deben sentirse las víctimas de la explotación laboral, penser que como el empleado que tengo, cómo deben sentirse los campesinos-peones en los monocultivos de extensión igual o mayor que algunos países para que los consumidores del tengamos productos exóticos a precios asequibles. Es sentirse excluido del mercado de trabajo por tener más de una determinada edad, o un color de piel distinto, o un sexo que no es el masculino.
Nos dicen que es imposible cambiar, que el mundo se ha hecho tan complejo y sus problemas tan estructurales que es imposible cambiarlo desde la ciudadanía. Nos cuentan que ni siquiera las cumbres de altos funcionarios y jefes de Estado, ni siquiera los organismos multilaterales bajo paraguas de la ONU son capaces de ponerle remedio a la pobreza, a la miseria y a la degradación del medioambiente.
Y sin embargo y a pesar de todo, es posible transformar el mundo desde lo chiquito y cotidiano. A veces dejamos de pagarle al que cuida a mi familiar por que se ausento por otras necesidades urgentes del trabajo, diciéndomelo, y esos 10, 12… euros que le quito a esa familia que les tocó salir de su país luego la gasto en chuches o en adornos de navidad. No colaboro con… ya que no sé a dónde va ese dinero así es mejor, dejo de colaborar. Sospecho de todos y así no puede ser.
Sin embargo, esta sed de un cambio choca una y otra vez con una misma realidad: la miseria y el egoísmo del hombre, que sólo nos llevan a la desesperación y a la desilusión. Basta ver la prensa para poder decir: ¿No tendríamos más motivos para desilusionarnos que para animarnos por la búsqueda de este mundo nuevo? Y así vemos cómo muchas personas que toman el camino de conseguir o buscar un mundo nuevo, el que acaban por seguir es el de la separación, del aislamiento, de la indiferencia. ¿Acaso la condición humana está reñida con la posibilidad de un mundo sin envidias, sin engaños, sin mentiras? ¿Dónde está este mundo? ¿Existe en alguna parte?
Cristo, en el Evangelio, nos habla de dos tipos de personas. Unos, los que se creen justos, que piensan que tienen todas las soluciones en las manos, pero que son invitados a trabajar en la viña de Dios y no van. Otros, los que caen, los que tienen debilidades y miserias, pero que se arrepienten y van. Éstos últimos, ayudados con la gracia de Dios, son los que construyen un mundo nuevo. Y son capaces de hacerlo porque han sabido encontrar el lugar donde está este mundo nuevo: en el propio corazón redimido por Cristo. Ahí está el mundo nuevo que Cristo nos da; ahí está la nueva humanidad que el Señor viene a realizar. Y lo hace de una forma muy especial a través de su Carne y su Sangre. Cristo Hombre, y al mismo tiempo Dios, se convierte para nosotros en la garantía de que ese mundo nuevo se puede construir en el corazón del ser humano.

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