Jesús no se presentó en la
Historia como un gran potentado, que desde las alturas de su poder ordena a
todo el mundo lo que tiene que hacer. El bajó al barro de la vida, se hizo
pequeño y conoció en carne propia lo que es el sufrimiento humano.
La Madre de Jesús, María,
era una mujer del pueblo, buena y sencilla, de corazón grande y con una inmensa
fe en Dios. Su padre adoptivo era carpintero de pueblo. Jesús, como hijo de
gente pobre, muy pronto, desde el nacimiento, conoce lo que son las privaciones
de los pobres. No tiene ni dónde nacer.
Su familia no encuentra a
nadie que los reciba en su casa. Ni tampoco hay lugar para ellos en la posada
pública. El amor le hizo compartir el nacimiento de los más pobres de este
mundo.
Jesús nació en la última
miseria: en una caballeriza. Al nacer mismo comienza a sentir en su carne el
desprecio en que se tiene a los pobres, fruto amargo del egoísmo humano.
Nos cuesta entender bien
lo que significa el hecho de que Jesús nazca tan pobremente. El es uno de los
nuestros; tomó nuestra miseria para comprendernos y ayudarnos mejor. El
ciertamente no se parecía a esas imágenes de niños blanquitos, de ojos azules,
que a veces nos gusta tener. El era un niño judío, moreno, de ojos negros, como
eran todos ellos.
Este Niño que nace es el
mismo que años más tarde ofrece su vida por nosotros en la cruz.
Lo que celebramos es al Dios bueno, que, en su
Hijo, “ha puesto su tienda en medio de nosotros”. Al
Dios, que, en su Hijo, se ha hecho próximo. Lo ha hecho en la pequeñez, en la
debilidad, en la ternura de un niño recién nacido. El lenguaje de Dios es
el lenguaje de lo pequeño, de lo débil, de lo pobre… Hoy Dios nos desarma y
desinstala. Nadie esperaba a un Dios mendigo, a un Dios frágil y pobre, a un
Dios en la dependencia más absoluta de un bebé. Ese ha sido su designio:
frágil, al socaire de los hombres para acogerlo o rechazarlo.
Celebrar la Navidad es saborear la fiesta de la
llegada de un Dios amigo y proclamar que el Misterio de Dios se manifiesta en
la debilidad, que hay esperanza para los más débiles porque Dios nace solidario
con los últimos de la sociedad.
No nace en el poder de las potencias que hacen
las guerra (Estados Unidos de América, Rusia, Arabia Saudita…) ni en la fuerza
de los dictadores (Chavistas en Venezuela, Castristas en Cuba, Bashar al-Asad
en Siria, Cabos bin Said en Omán, Robert Mugabe, Zimbabwue, Kim Jon Il en Korea
del Norte… Grupos de muerte: Boco Haram
en Africa, Estado Islámico, Al Shabaad
en Somala…. Y tantos países hipócritas que hablan de paz y venden armas.
Hagamos fiesta porque Dios se nos ha dado en el
niño de Belén. Que nadie se sienta excluido del amor de Dios. Que siga naciendo
en nuestros corazones.
La Virgen llena de Dios nos llama a nuestra
puerta porque el Niño que lleva en su seno quiere nacer en nuestra casa. Pero
¿cómo lo vamos a recibir? ¿Qué tenemos que hacer para abrirle las puertas de
nuestra casa, las puertas de nuestro corazón?
Seguimos a Jesús cuando somos capaces de abrir la
puerta para que nazca hoy en nuestra casa… en la escucha de la Palabra de Dios,
alentándonos por el Espíritu de Dios, alimentándonos con su cuerpo y con su
sangre y acogiéndolo en lo más intimo de nosotros mismos. Haciendo vida en
nuestra vida, acogiendo al necesitado, al pobre o al anciano que nos encontramos
en la calle, acompañando en la soledad al enfermo, la viuda o el emigrante.
Navidad es fiesta, es vida, es ternura, es
misterio, es derroche…de amor de abajamiento, de cercanía, de humanidad, de
historia… Navidad es alegría, la alegría del Evangelio
Feliz Navidad
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