¿Y SI RECUPERÁSEMOS LA CORRECCIÓN FRATERNA?
Jose Maria Segura ·
Vivimos tiempos tensos. Tensiones en Bielorrusia donde la
multitud ciudadana (sobre todo las mujeres) se ha lanzado a la calle a pedir
unas nuevas elecciones y que son detenidas, encerradas, amenazadas…; ciudadanos
afrodescendientes asesinados por los cuerpos de seguridad en Estados Unidos;
vidas acampadas en Moria que solo son noticia porque su “campamento” arde
dejando a miles de refugiados expuestos en las calles; cientos de
supervivientes de la “ruta del Atlántico” agolpados en muelles y carpas en las
Canarias…
No es mal momento para recuperar las palabras de un sabio,
un líder de los derechos civiles, pero sobre todo un hombre de Dios y profeta,
un “niño de Dios” que “era negro y hermoso” y que tuvo una visión: «La
humanidad está llamada a caminar hacia una ‘comunidad del amor’ porque la
alternativa es el caos».
“Hemos heredado una gran casa, una gran ‘casa del mundo’ en
la que tenemos que vivir juntos -blancos y negros, orientales y occidentales,
gentiles y judíos, católicos y protestantes, musulmanes e hindúes- una familia
indebidamente separada en la cultura de las ideas y los intereses que, porque
nunca más podremos vivir separados, debe aprender de alguna manera a vivir con
los demás en paz… Todos los
habitantes del globo son ahora vecinos» (Martin Luther King, Where do we go
from here chaos or community, pág. 617).
Percibir el mundo como casa compartida es percibir al otro
como alguien con quien existe cierta ligazón y con quien tengo algo en común,
de donde nace cierta corresponsabilidad. Aun cuando no me importase el otro,
puedo deducir que en su bienestar se juega algo del mío, en la medida en que
convivimos. Aprender a vivir con los demás como quien comparte espacios y
recursos supone aprender a autolimitarse para que el otro sea, a llegar a
acuerdos, a pactar límites, a negociar y a ceder. En definitiva, a “corregir” y
“ser corregido”.
A la tradición cristiana no le basta con convivir, sube el
listón, nos llama a un ejercicio de mirar por el bien del otro, a ejercitarnos
en la “corrección fraterna”. En el Testamento Cristiano el objetivo esencial de
esta “corrección” es “salvar a tu hermano”. El bien de la comunidad es el de
sus integrantes: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a
solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a
otro o a otros dos” (Mateo 18, 15-17).
San Pablo en Ga 6,1-5 le recuerda a su comunidad que para
corregir hay que hacerlo “con modestia”.
Es delicado ayudar al prójimo “corrigiendo” y hacerlo con la
palabra y el gesto oportuno. San Ignacio nos invita a ponernos en la posición
del prójimo y a cuidar quién dice qué y cómo se dice de manera que cumpla el
objetivo que es ayudar a que el prójimo “enmiende”.
Necesitamos ejercitarnos en la corrección fraterna porque sí
somos guardianes de nuestros hermanas/os (como el papa Francisco nos recuerda
continuamente). Somos co-herederos de la promesa de Vida y por tanto
corresponsables de esa humanidad que se ahoga en el estrecho, o que es
traficada, esclavizada, abusada…, o que vive autoengañada, perdida… Somos
corresponsables porque somos seres capaces de relación. Si buceamos en nuestras
vidas, en lo que nos constituye como personas, en lo que nos define, en lo que
últimamente nos abre a Dios y a su amor que salva, ¿podemos narrarlo en
singular?, ¿puede alguien decirse en su verdad sin decir nosotros?
Permítanme esta anécdota personal. Una tarde fui a una
iglesia buscando rezar en silencio. Había rosario antes de la celebración.
Vaya. Yo quería silencio. Bueno. Poco a poco del «Ufff» pasé a ser acompañado
por el rezo. La comunidad rezaba el rosario, también por mí (no propiamente
conmigo que estaba a otra cosa). La oración de la comunidad me envolvía. Su
rosario llevaba mi rezo. Como esas motos que sacan a los surferos a alta mar.
¿Me “corregía” el Señor a su manera? El evangelio era el de la parábola de “un
rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados” y que termina con esta
advertencia: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no
perdona de corazón a su hermano”. Es una invitación al perdón del perdonado, a
la generosidad que nace del agradecimiento, a la gratitud del agraciado…, a no
desentendernos de nuestros hermanos. Me quedé con una intuición que compartió
el sacerdote: “No le pidamos a Dios lo que no estemos dispuestos a dar al
prójimo”. Ese amor recibido (que siempre es gratuito), el perdón entregado (que
siempre es un don), es lo que anima la corrección fraterna. Como le importamos
a Alguien a mí me importas. No soy indiferente a lo que te pase por amor, por
agradecimiento… y en último término porque no puedo: ¿o es mi salvación
independiente de la de mi prójimo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenido amig@, gracias por tu comentario