NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


domingo, octubre 21, 2012

salmo del día comentado,


SALMO 32

Himno al poder y a la providencia de Dios

1Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.

2Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
3cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones:

4que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
5él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

6La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
7encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.

8Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
9porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó, y surgió.

10El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
11pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.

12Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.

13El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres;
14desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
15él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.

16No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza,
17nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salva.

18Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
19para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

20Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
21con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.

22Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.


Una nueva intervención divina, portadora de salvación para su Pueblo, origina un estruendoso cántico nuevo.
Atrás quedan las acciones del pasado, pero la experiencia que generaron no ha enmudecido.
En definitiva, tras los numerosos motivos de este salmo, palpita una convicción, un axioma teológico: la solicitud de Yahwéh.
Al conjuro de esta convicción lo antiguo adquiere una luz más intensa.
La creación, la historia de las naciones, la íntima historia personal y el valor de las potencias opositoras desfilan en esta oración, que termina exponiendo la esperanza de los «justos».
Queremos recurrir a la solicitud divina tan patente y latente simultáneamente.

Invitación a la alabanza: «Aclamad, justos... los vítores con bordones» (vv. 1-3).
Celebración de la Palabra de Dios: «Que la Palabra del Señor... él lo mandó y surgió» (vv. 4-9).
 Celebración del consejo divino: «El Señor deshace... se escogió como heredad» (vv. 10-12 ).
Reflexión sobre el poder judicial divino: «El Señor mira... comprende de todas sus acciones» (vv. 13-15).
Reflexión sobre la verdadera ayuda y salvación: «No vence el rey... en tiempo de hambre» (vv. 16-19).
Conclusión: «Nosotros aguardamos... como lo esperamos de ti» (vv. 20-22).


Por medio de la Palabra se hizo todo

Nos parece imposible que un pueblo derrotado, como el que subyace en el primer relato de la creación (Gn 1,1-4) y posiblemente en este salmo, se obstine en su esperanza. Pero, ¡ahí está el mundo! Es fruto de la Palabra de Dios.
¡Ahí están las cualidades que adornan y describen esa Palabra! Es sincera, leal, amante de la justicia y del derecho; es misericordiosa.

Si es la Palabra que acampó entre nosotros, llena de gracia y de verdad, por medio de la cual se hizo todo cuanto existe (Jn 1), comprendemos la esperanza incluso de los derrotados. En la Palabra, efectivamente, está la Vida.
Aun cuando le quisieron quitar la vida, Jesús «entregó su Espíritu»: llamó al ser una nueva creación, ahora inmortal, al soplar sobre los creyentes y comunicarles el Espíritu:
¿Quién puede sentirse derrotado, si la Palabra viva de Dios lo sostiene en todo?
Nosotros aguardamos al Señor porque confiamos plenamente en Él.

«Mis planes se realizarán»

Las naciones se ufanan y confían en su aparato bélico y económico. Con esta fuerza estudian sus planes y los ponen en práctica.
Pero su plan fracasará porque Dios no está con ellas. Son humanas, no divinas; y sus caballos son carne, y no espíritu. Sólo permanece eternamente la fuerza de Aquel que dijo: «Los cielos y la tierra pasarán, pero mi Palabra no pasará» (Mt 24,35).
Él es el plan de Dios oculto en otro tiempo, ahora manifestado.
Es un plan de salvación y no de destrucción. Comenzó a realizarse en un pueblo «que El se escogió como heredad» -un pueblo dichoso- y ahora se extiende a toda la humanidad, a la creación entera.
Todo está llamado a tener una sola cabeza: Cristo.
 Lenta, pero progresivamente, la Iglesia se va preparando para las bodas definitivas con el Cordero.
¡Dichoso el pueblo regido por tal Señor! ¡Dichosa la Iglesia!, porque los planes de Dios se realizarán.

Esperamos tu misericordia

El Creador de los corazones es el Señor y el juez de los hombres.
Para unos es una mirada protectora; para otros, amenazadora.
Los primeros se han entregado al Señor, los otros confían en sí mismos. Pero un mismo Señor juzga a unos y a otros.
Ante el conocedor de nuestras intenciones afirmamos nuestra debilidad y su fortaleza, y esperamos que nuestras vidas sean liberadas de la muerte -la suprema debilidad- por su infinita misericordia.
Esperamos «al Salvador y Señor nuestro Jesucristo, que reformará el cuerpo de nuestra vileza conforme a su Cuerpo glorioso» (Fil 3,20-21).
Aclamamos a Dios, en nuestra alabanza matutina, porque ya ahora viene como salvador: «¡Ven, Señor, Jesús!» (Ap 17).


Motivo de alabanza es la confianza ilimitada en el poder conquistador de Dios, porque su «plan subsiste por siempre y los proyectos de su corazón de edad en edad».
Tenemos la certeza de que nuestro servicio a la causa del progresivo reinado de Dios tiene futuro y no es una ilusoria utopía.
La certeza no nace de nuestro prestigio social, de nuestras obras o empresas, de nuestras cualidades humanas, de nuestro número o de nuestras técnicas: «No vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza... ni por su gran ejército se salva».
La certeza brota de la seguridad de que Dios ha puesto sus ojos en nuestra pobre comunidad, reanimándonos en nuestra escasez, alegrándonos en nuestras penas, auxiliándonos en las situaciones desesperadas: «Dichosa la comunidad cuyo Dios es el Señor».-- [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]

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