NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


viernes, octubre 26, 2012

salmo del día comentado,


Sábado 27 de Octubre de 2012

SALMO 121

La ciudad santa de Jerusalén
.

1¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
2Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

3Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
4Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
5en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

6Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
7haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».

8Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
9Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.


(del DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día )

COMENTARIO AL SALMO 121

Es uno de los «cánticos graduales» o «canciones de las subidas», que entonaban los peregrinos israelitas cuando llegaban a Jerusalén y a su Templo.
Saludo a Jerusalén. Deteniéndose ante las puertas de la ciudad santa, los peregrinos le dirigen un saludo: salôm («paz»), jugando con la etimología popular de Jerusalén: «ciudad de paz».
La paz deseada formaba parte de las esperanzas mesiánicas.
El amor a la santa Sión es uno de los rasgos característicos de la piedad judía. Jerusalén, sólidamente restaurada (Ne 2,17), es el símbolo de la unidad del pueblo elegido y figura de la unidad de la Iglesia.
La ciudad santa es signo visible de los beneficios divinos y prenda de las promesas mesiánicas.
El poeta, lleno de entusiasmo al contemplar la Jerusalén restaurada, pide para ella toda suerte de bendiciones.
En nombre de los peregrinos entona un himno de alabanza a la ciudad santa, cuyo mayor timbre de gloria es la presencia de Yahvé en su santuario.
«Alegría por llegar a la ciudad santa, Jerusalén, después de una larga peregrinación, para pedir por su paz. Ahora Jerusalén es la Iglesia, pero ella es Iglesia peregrina, de camino hacia la "ciudad de Dios viviente, la Jerusalén celestial" (Hb 12,22)» (J. Esquerda Bifet).]

* * *

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

Saludo a la ciudad santa de Jerusalén

1. Es uno de los más hermosos y apasionados cánticos de las subidas. Se trata del salmo 121, una celebración viva y comunitaria en Jerusalén, la ciudad santa hacia la que suben los peregrinos.

Al inicio, se funden dos momentos vividos por el fiel:
el del día en que aceptó la invitación a «ir a la casa del Señor» (v. 1)
y el de la gozosa llegada a los «umbrales» de Jerusalén (cf. v. 2).
Sus pies ya pisan, por fin, la tierra santa y amada. Precisamente entonces sus labios se abren para elevar un canto de fiesta en honor de Sión, considerada en su profundo significado espiritual.

2. Jerusalén, «ciudad bien compacta» (v. 3), símbolo de seguridad y estabilidad, es el corazón de la unidad de las doce tribus de Israel, que convergen hacia ella como centro de su fe y de su culto.
A ella suben «a celebrar el nombre del Señor» (v. 4) en el lugar que la «ley de Israel» (Dt 12,13-14; 16,16) estableció como único santuario legítimo y perfecto.

En Jerusalén hay otra realidad importante, que es también signo de la presencia de Dios en Israel:
son «los tribunales de justicia en el palacio de David» (Sal 121,5); es decir, en ella gobierna la dinastía davídica, expresión de la acción divina en la historia, que desembocaría en el Mesías (cf. 2 S 7,8-16).

3. Se habla de «los tribunales de justicia en el palacio de David» (v. 5) porque el rey era también el juez supremo.
Jerusalén, capital política, era también la sede judicial más alta, donde se resolvían en última instancia las controversias:
Al salir de Sión, los peregrinos judíos volvían a sus aldeas más justos y pacificados.

El Salmo ha trazado un retrato ideal de la ciudad santa en su función religiosa y social, mostrando que la religión bíblica no es abstracta ni intimista, sino que es fermento de justicia y solidaridad.
Tras la comunión con Dios viene necesariamente la comunión de los hermanos entre sí.

4. Llegamos ahora a la invocación final (cf. vv. 6-9).
Toda ella está marcada por la palabra hebrea shalom, «paz», tradicionalmente considerada como parte del nombre mismo de la ciudad santa: Jerushalajim, interpretada como «ciudad de la paz».

Shalom alude a la paz mesiánica, que entraña alegría, prosperidad, bien, abundancia.
En la despedida que el peregrino dirige al templo, a la «casa del Señor, nuestro Dios», además de la paz se añade el «bien»: «te deseo todo bien» (v. 9).
Así, anticipadamente, se tiene el saludo franciscano: «¡Paz y bien!».
Todos tenemos algo de espíritu franciscano.
Es un deseo de bendición sobre los fieles que aman la ciudad santa, sobre su realidad física de muros y palacios, en los que late la vida de un pueblo, y sobre todos los hermanos y los amigos.
De este modo, Jerusalén se transformará en un hogar de armonía y paz.

5. Concluyamos nuestra meditación sobre el salmo 121 con la reflexión de uno de los Santos Padres, para los cuales la Jerusalén antigua era signo de otra Jerusalén, también «fundada como ciudad bien compacta».
Esta ciudad -recuerda san Gregorio Magno en sus Homilías sobre Ezequiel- «ya tiene aquí un gran edificio en las costumbres de los santos.
En un edificio una piedra soporta la otra, porque se pone una piedra sobre otra, y la que soporta a otra es a su vez soportada por otra.
Del mismo modo, exactamente así, en la santa Iglesia cada uno soporta al otro y es soportado por el otro.
Los más cercanos se sostienen mutuamente, para que por ellos se eleve el edificio de la caridad.
Por eso san Pablo recomienda: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Ga 6,2). Subrayando la fuerza de esta ley, dice: "La caridad es la ley en su plenitud" (Rm 13,10).
Si yo no me esfuerzo por aceptaros a vosotros tal como sois, y vosotros no os esforzáis por aceptarme tal como soy, no puede construirse el edificio de la caridad entre nosotros, que también estamos unidos por amor recíproco y paciente».
Y, para completar la imagen, no conviene olvidar que «hay un cimiento que soporta todo el peso del edificio, y es nuestro Redentor; él solo nos soporta a todos tal como somos.
De él dice el Apóstol: "Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1 Co 3,11).
El cimiento soporta las piedras, y las piedras no lo soportan a él; es decir, nuestro Redentor soporta el peso de todas nuestras culpas, pero en él no hubo ninguna culpa que sea necesario soportar» (2,1,5: Opere di Gregorio Magno, III/2, Roma 1993, pp. 27.29).

Así, el gran Papa san Gregorio nos explica lo que significa el Salmo en concreto para la práctica de nuestra vida.
Nos dice que debemos ser en la Iglesia de hoy una verdadera Jerusalén, es decir, un lugar de paz, «soportándonos los unos a los otros» tal como somos; «soportándonos mutuamente» con la gozosa certeza de que el Señor nos «soporta» a todos.
Así crece la Iglesia como una verdadera Jerusalén, un lugar de paz.
Pero también queremos orar por la ciudad de Jerusalén, para que sea cada vez más un lugar de encuentro entre las religiones y los pueblos; para que sea realmente un lugar de paz.

[Texto de la Audiencia general del Miércoles 12 de octubre de 2005]



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Bienvenido amig@, gracias por tu comentario