Salmo comentado
Martes, 27 de Noviembre de 2012
Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
2 canten al Señor, bendigan su Nombre,
día tras día, proclamen su victoria.
3 Anuncien su gloria entre las naciones,
y sus maravillas entre los pueblos.
4 Porque el Señor es grande
y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
5 Los dioses de los pueblos
no son más que apariencia,
pero el Señor hizo el cielo;
6 en su presencia hay esplendor y majestad,
en su Santuario, poder y hermosura.
7 Aclamen al Señor, familias de los pueblos,
aclamen la gloria y el poder del Señor;
8 aclamen la gloria del nombre del Señor.
Entren en sus atrios trayendo una ofrenda,
9 adoren al Señor al manifestarse su santidad:
¡que toda la tierra tiemble ante él!
10 Digan entre las naciones: "¡El Señor reina!
El mundo está firme y no vacilará.
El Señor juzgará a los pueblos con rectitud".
11 Alégrese el cielo y exulte la tierra,
resuene el mar y todo lo que hay en él;
12 regocíjese el campo con todos sus frutos,
griten de gozo los árboles del bosque.
13 Griten de gozo delante del Señor,
porque él viene a gobernar la tierra:
él gobernará al mundo con justicia,
y a los pueblos con su verdad.
Nos invita con insistencia a "cantar". La palabra se repite tres veces al comienzo de las tres primeras líneas. Más adelante, por tres veces, vuelve la insistencia: "Dad gloria al Señor"... "Dad gloria al Señor"... "¡Dad pues gloria al Señor!".
Quién es el invitado a la fiesta?
Primero el pueblo de Dios, Israel. Y el nuevo Israel.
Observemos ya, que los creyentes no tienen derecho a guardar para ellos solos la "Buena Nueva de la salvación".
"Contad a los pueblos su gloria, y sus maravillas a todas las naciones".
¡La Iglesia, pueblo de alabanza a Dios, debe ser misionera, es decir, encargada de convocar a todos los hombres a la fiesta de Dios, fiesta universal, verdaderamente católica!
Pero no es solamente Israel quien debe alabar. "Todas las familias de los pueblos"... están convocadas al Templo: "¡Vosotros todos, traed vuestra ofrenda, entrad en sus atrios!"
El santuario de Dios está abierto para todos; no está reservado a los puros, a los creyentes.
¡Ya no hay privilegios! ¡Dios "viene" para todos!
En su exaltación, el autor inspirado, habiendo convocado a Israel, y toda la humanidad, convoca igualmente a la naturaleza y al cosmos. El cielo, la tierra, el mar, el campo, los árboles.
¿Para quién todo este despliegue? Para Dios.
Y el autor deja que su pluma escriba una pequeña "teodicea", una especie de letanía amorosa de "atributos" de Dios:
¡Él es "grande", "único" (los otros dioses no son nada), "creador", "espléndido", "majestuoso", "poderoso", "bello", "glorioso", "santo", "rey", "justo", "verdadero"!
Hay que recitar este salmo con los "ángeles de Navidad" que "cantaron aquella noche"
Nosotros junto con ellos cantemos también "alegría en el cielo, fiesta en la tierra"... "
¡El cielo se alegra, la tierra exulta!" "¡Gloria a Dios!" "¡Adorad a Dios!" "¡El Señor es rey!
Que nuestra oración jamás olvide esta actitud.
La adoración, el sentimiento de anonadamiento, es el fundamento de todo primer descubrimiento de Dios.
Dios es el "totalmente Otro", el trascendente, aquel que supera toda imaginación.
Y la revelación de la proximidad de Dios que se hizo "uno de nosotros", "no disminuye en nada este sentimiento de adoración: paradójicamente la infinidad de Dios brilla hasta en el exceso de amor que lo hizo nacer en un pesebre de animales".
San Gregorio Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o del 380, recoge algunas expresiones del salmo 95: "Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su encuentro.
Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre"
De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación.
Más aún, el que reina "hecho terrestre", reina precisamente en la humillación de la cruz.
Muchos antiguos leyeran el versículo 10 de este salmo con una sugestiva integración cristológica: "El Señor reina desde el árbol de la cruz".
Por esto, ya la Carta a Bernabé enseñaba que "el reino de Jesús está en el árbol de la cruz" y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque "el Señor reinó desde el árbol de la cruz"
Todo aclama al Señor, todo le canta
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