El Precursor sabe que Jesús, el Mesías, está presente; este conocimiento se convierte en heraldo de novedad. Su palabra, como la de los antiguos profetas, ilumina la noche, calienta las tinieblas, rasga la oscuridad y se transforma en luz que ilumina, fuego que calienta, día que permanece. La Iglesia debe situarse, en el mundo, como depositaria de la fuerza de la fe que no es imposición ni superioridad sino semilla de mostaza que debe germinar, grano de levadura que debe fermentar. Una Iglesia humilde y fuerte en su misión será en el mundo, un mundo muchas veces arrogante y presuntuoso pero con frecuencia deseoso y en espera de la verdad, una presencia que recoge la alegría del encuentro con el Señor que, tras la espera, se producirá y realizará en todos los tiempos.
En el segundo domingo de adviento, se nos presenta un gran profeta: Juan Bautista. No tiene pelos en la lengua a la hora de anunciar el Reino de Dios y denunciar actitudes contrarias al Reino. Es el que despierta conciencias, el que abre los ojos, el que prepara el camino del Señor, el que desbroza el terreno para una buena siembra; por eso es el precursor.
El Bautista nos apremia a cambiar de vida, a una conversión continua, a preparar el camino del Señor. No es una tarea sencilla esto de la conversión. Es cambiar de dirección, orientarse hacia Dios. Es cambiar el corazón, pero también las actitudes. Es un cambio no sólo de chapa y pintura, sino también de motor. La conversión se verifica con los hechos, la conducta, las relaciones con los demás basadas en la justicia, el amor y la solidaridad, que se encargarán de demostrar si es verdadera o falsa. Pero la conversión no es para los demás. Todos pensamos en cambiar el mundo, pero pocos pensamos en cambiarnos primero a nosotros mismos.
Juan habla con su testimonio. No es sólo palabra, es una vida hecha palabra. En los profetas habla la voz, pero sobre todo habla la vida. Me llama la atención la forma de vivir de Juan. Nos enseña a vivir en austeridad en medio de una sociedad que nos atrapa en el consumo, y más en estas fechas. El testimonio de vida es lo que da valor a nuestras palabras.
En la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, se nos recuerda que ella es la creyente que mejor supo esperar. María abre su corazón a la fuerza de Dios y permite que se hagan realidad las esperanzas de los profetas. Es modelo de apertura a Dios y modelo de espera gozosa del Señor que viene. La visita del ángel a María me habla de la visita que Dios me hace. También yo puedo pronunciar una palabra de disponibilidad: "Haz lo que quieras de mí. Puedes contar conmigo".María es la mejor colaboradora de Dios en su sueño de instaurar una nueva humanidad. Acogió y cumplió la Palabra con todas sus consecuencias.
ALGUNAS PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:
1. El desierto es el espacio de la escucha para dejarse guiar por Dios ¿Qué momentos vamos a dedicar en la familia, en la comunidad, en el grupo, para leer detenidamente la Palabra de Dios?
2. Juan Bautista es la voz que invita a la conversión. ¿En qué forma concreta yo también puedo ser esa voz para los demás? ¿Qué me pide el Señor que haga durante este tiempo?
3. Frente a la sociedad de consumo que nos ofrece lo fácil y nos propone todos los artículos que nos dan bienestar, ¿Cómo voy a vivir la invitación que se me hace en este tiempo de adviento a la austeridad y a la moderación?
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