NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


domingo, diciembre 10, 2017

2da semana de Adviento

“Y un niño los pastoreará”
La esperanza que nos llega a través de un niño recién nacido


Isaías, uno de los grandes personajes del Adviento, junto con María y Juan Bautista. Isaías que es el profeta que en el Antiguo Testamento anuncia que al final de los tiempos Dios enviará un Mesías que restaurará todas las cosas.

La esperanza de que Dios restaurará las cosas se comprende como el nacimiento de una realidad totalmente nueva. Y es este Dios el que promete estar en medio de su Pueblo. Esto significa el nombre Emmanuel: Dios-con-nosotros; Dios-en-medio-nuestro; Dios-compañero-nuestro.

“El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado. Has multiplicado su júbilo has aumentado su alegría; se alegran en tu presencia con la alegría de la cosecha como se regocijan los que se reparten el botín […] Porque un niño no ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder, y su nombre es Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz” (Is 9,1-2.5).


Este poema, de celebración y liberación, refleja las promesas y la alegría con la llegada del Mesías que, lejos de presentarse como un hombre poderoso, armado hasta los dientes y que siembra la guerra y la muerte, aparece – paradójicamente – en la imagen de un niño que nació y que con su nacimiento llenó de luz a un pueblo que vivía a oscuras. Dios, cuando llega a nuestras vidas, borra las tinieblas y las sombras que nos rodean. Su presencia, misteriosa y tierna, nos llena de una luz nueva y resplandeciente. En el Adviento y en la Navidad, Dios se nos presenta como un niño que nace, y que nace llorando, que nace para darnos la esperanza en que un nuevo tiempo ha llegado para todos nosotros.

Vemos un contraste, en este caso, entre  las estructuras de opresión, injusticia, muerte, marginación y la luz del Príncipe de la Paz y del Dios que es consejero y defensor de las viudas, los huérfanos y de los niños. En Adviento, la esperanza nos invita a movilizar nuestra vida para luchar contra la injusticia social, el abuso del poder y de la amenaza ecológica. El nacimiento del niño que iluminó al mundo, representa un acontecimiento cósmico, ecológico, político y social. Dios que nace no representa un momento más en la historia del mundo, sino que marca una forma nueva de ver la vida y de estar en el mundo. Vemos en la esperanza del Adviento y de la Navidad la conmovedora ironía del plan divino  ni espadas, ni alianzas, ni las liberaciones ansiadas. Se trata del mero nacimiento de un niño. Pero un niño que es un regalo espacial de Dios para los creyentes oprimidos,  el remedio a tanta tiniebla y opresión es un niño, regalo de Yahvé, que antes de nacer ya es señal de liberación.

“Saldrá un brote del tronco de Jesé, un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor […] Será la justicia la correa de su cintura. Habitará el lobo junto al cordero, la pantera se echará junto al cabrito, el ternero y el leoncillo comerán juntos y un niño pequeño los pastoreará” (Is 11,1-2a.6).


Esta última imagen, viene a derribar una racionalidad adultocéntrica. El futuro Mesías – que es Jesús – es imaginado como un brote, un retoño, un niño que convive con las criaturas del mundo animal. Y es tan llamativo que criaturas tan dispares como el ternero y el león puedan convivir juntos y no hacerse daño. Estamos, pues, en la perspectiva del mundo nuevo que ha sido reconciliado gracias al niño pastor. Hay, en el nacimiento del niño, una renovación del espacio de convivencia. Hay una ética y una justicia nueva y liberadora. Por ello Isaías dice que la justicia será su cinturón. La justicia amarra, sujeta y sustenta las prácticas del Mesías.


El niño pastor nos invita a dar espacio a la santidad de la niñez, a tener prácticas de cuidado y de responsabilidad con la infancia. Dios, en el Mesías niño, dignifica la infancia y nos invita a ser como niños para entrar al Misterio de la Navidad. Cada niño reclama nuestro amor porque podemos reconocer a Dios en sus rostros. La esperanza del Adviento nos mueve a pensar que Dios se ha hecho un niño para que aprendamos de su humildad. En Adviento y en las dinámicas de su esperanza, hemos de aprender a jugar, a bailar y a cantar tras los sonidos de la música del Dios que aparece como señal, como luz y como pastor. Dios canta en nuestra historia en el rostro de un pequeño. Las metáforas nos abren al Misterio del Dios en la historia y nos permiten pensar otra manera de vivir nuestra espiritualidad. Es, finalmente una invitación a maravillarnos por lo nuevo. 

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