“Y un niño los pastoreará”
La esperanza que nos llega a través de un niño recién nacido
Isaías, uno de los grandes personajes del Adviento, junto con María y
Juan Bautista. Isaías que es el profeta que en el Antiguo Testamento anuncia
que al final de los tiempos Dios enviará un Mesías que restaurará todas las
cosas.
La esperanza de que Dios restaurará las cosas se comprende como el
nacimiento de una realidad totalmente nueva. Y es este Dios el que promete
estar en medio de su Pueblo. Esto significa el nombre Emmanuel:
Dios-con-nosotros; Dios-en-medio-nuestro; Dios-compañero-nuestro.
“El pueblo que caminaba en
tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una
luz les ha brillado. Has multiplicado su júbilo has aumentado su alegría; se
alegran en tu presencia con la alegría de la cosecha como se regocijan los que
se reparten el botín […] Porque un niño no ha nacido, un hijo se nos ha dado.
Sobre sus hombros descansa el poder, y su nombre es Consejero prudente, Dios
fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz” (Is 9,1-2.5).
Este poema, de celebración y liberación, refleja las promesas y la
alegría con la llegada del Mesías que, lejos de presentarse como un hombre
poderoso, armado hasta los dientes y que siembra la guerra y la muerte, aparece
– paradójicamente – en la imagen de un niño que nació y que con su nacimiento
llenó de luz a un pueblo que vivía a oscuras. Dios, cuando llega a nuestras vidas,
borra las tinieblas y las sombras que nos rodean. Su presencia, misteriosa y
tierna, nos llena de una luz nueva y resplandeciente. En el Adviento y en la
Navidad, Dios se nos presenta como un niño que nace, y que nace llorando, que
nace para darnos la esperanza en que un nuevo tiempo ha llegado para todos
nosotros.
Vemos un contraste, en este caso, entre las estructuras de opresión, injusticia,
muerte, marginación y la luz del Príncipe de la Paz y del Dios que es consejero
y defensor de las viudas, los huérfanos y de los niños. En Adviento, la
esperanza nos invita a movilizar nuestra vida para luchar contra la injusticia
social, el abuso del poder y de la amenaza ecológica. El nacimiento del niño
que iluminó al mundo, representa un acontecimiento cósmico, ecológico, político
y social. Dios que nace no representa un momento más en la historia del mundo,
sino que marca una forma nueva de ver la vida y de estar en el mundo. Vemos en
la esperanza del Adviento y de la Navidad la conmovedora ironía del plan divino
ni espadas, ni alianzas, ni las liberaciones
ansiadas. Se trata del mero nacimiento de un niño. Pero un niño que es un
regalo espacial de Dios para los creyentes oprimidos, el remedio a tanta tiniebla y opresión es un
niño, regalo de Yahvé, que antes de nacer ya es señal de liberación.
“Saldrá un brote del tronco de
Jesé, un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor
[…] Será la justicia la correa de su cintura. Habitará el lobo junto al
cordero, la pantera se echará junto al cabrito, el ternero y el leoncillo
comerán juntos y un niño pequeño los pastoreará” (Is 11,1-2a.6).
Esta última imagen, viene a derribar una racionalidad adultocéntrica. El
futuro Mesías – que es Jesús – es imaginado como un brote, un retoño, un niño
que convive con las criaturas del mundo animal. Y es tan llamativo que
criaturas tan dispares como el ternero y el león puedan convivir juntos y no
hacerse daño. Estamos, pues, en la perspectiva del mundo nuevo que ha sido
reconciliado gracias al niño pastor. Hay, en el nacimiento del niño, una
renovación del espacio de convivencia. Hay una ética y una justicia nueva y
liberadora. Por ello Isaías dice que la justicia será su cinturón. La justicia
amarra, sujeta y sustenta las prácticas del Mesías.
El niño pastor nos invita a dar espacio a la santidad de la niñez, a
tener prácticas de cuidado y de responsabilidad con la infancia. Dios, en el
Mesías niño, dignifica la infancia y nos invita a ser como niños para entrar al
Misterio de la Navidad. Cada niño reclama nuestro amor porque podemos reconocer
a Dios en sus rostros. La esperanza del Adviento nos mueve a pensar que Dios se
ha hecho un niño para que aprendamos de su humildad. En Adviento y en las
dinámicas de su esperanza, hemos de aprender a jugar, a bailar y a cantar tras
los sonidos de la música del Dios que aparece como señal, como luz y como
pastor. Dios canta en nuestra historia en el rostro de un pequeño. Las
metáforas nos abren al Misterio del Dios en la historia y nos permiten pensar
otra manera de vivir nuestra espiritualidad. Es, finalmente una invitación a
maravillarnos por lo nuevo.
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