NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


Participación Política del Cristiano y Democracia - Kristauaren parte-hartze politikoa eta demokrazia

 Hacer política


 En la Biblia hay asuntos centrales, hay otros derivados de esos asuntos centrales, hay asuntos periféricos circunstanciales, y hay asuntos que si bien hacen parte del texto, son detalles accidentales que sería un error tomar por sí solos como un importantísimo tema revelado. La alianza, la liberación, la justicia, el derecho, la sociedad igualitaria en oportunidades y recursos, la paz que surge de lo anterior, y la visión del hombre como ser que se realiza cuando hace posible todas esas propuestas para los otros y para sí mismo, son temas centrales de la divina revelación recogida y expresada en los libros de la Biblia. El asunto central de toda la Escritura es que la vida de los seres humanos debe ser digna y qué tipo de comunidad puede hacer que eso sea posible. 
 
Los acontecimientos fundamentales de los dos testamentos: Éxodo de Israel y Pasión de Jesús de Nazaret, son decisivos para entender la propuesta de dios y la necesaria decisión de cada persona y cada pueblo respecto a esa propuesta. Se trata de liberarnos de toda tiranía y de nunca convertirnos en la tiranía de nadie más. Se trata de amar hasta dar la vida y saber que ese amor es capaz de rehacer toda la historia y completar la creación entera. Se trata de confiar en que el dios de la historia nunca desperdicia su bondad ni fracasa cuando la ponemos en marcha. Se trata de una buena noticia que irradia vida y esperanza en todos los que padecen la injusticia y la marginación. ¡Ojalá los creyentes hicieran política con la Biblia!
 
 Los asuntos que se derivan de esos temas centrales son principalmente éticos y espirituales, sin que se tenga una distancia radical entre esas dos dimensiones. Para el pueblo hebreo de la biblia la espiritualidad es una ética y toda ética es una forma de ser espiritual. Lo que cada persona ha de definir como principios existenciales que hagan posible vivir como pueblo de hermanos, los cambios de mentalidad para no obedecer a una cultura de la distancia y la acumulación sino una de la cercanía y la solidaridad, son apuestas morales que se desprenden de esa opción fundamental que es la Alianza, el Reinado de dios. Vivir de cierta manera es la auténtica forma de expresar la fe. Los profetas del Antiguo Testamento y las recopilaciones de las enseñanzas de Jesús en el Nuevo así lo evidencian. Lo personal de la biblia está siempre orientado a lo comunitario.
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Hemos recordado el Martirio de las hermanas Maryknoll, Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan, asesinadas por militares salvadoreños en diciembre de 1980. Las religiosas trabajaban en las comunidades pobres como Chalatenango.

Las hermanas Maryknoll se dedicaban a dirigir grupos de estudios bíblicos en Chalatenango, transporte de alimentos, medicinas, y a veces de niños heridos, a un lugar seguro; formación de líderes, dar fuerza a la gente para que en los 29 cantones se hicieran comuniones, confirmaciones y organizar los grupos de alfabetización o reparto de comida a los más pobres.

Según relatos de quienes conocieron a las religiosas, Jean Donovan, formada como misionera a través de un programa Maryknoll, observó que en ese momento Chalatenango se encontraba en una guerra civil absoluta, unas semanas antes de morir, habló de querer irse de El Salvador, pero se sintió incapaz de hacerlo por los niños, que eran las pobres víctimas maltratadas en ese conflicto.

El 2 de diciembre de 1980 Jean y Dorothy fueron al aeropuerto de San Salvador para esperar la llegada de las dos Hermanas de Maryknoll, que regresaban de una asamblea regional de la Congregación, cerca de las 10 de la noche, la camioneta pasaba por una zona bastante aislada y fue allí donde miembros de la Guardia Nacional salvadoreña interceptaron la camioneta y la hicieron detener.

Las cuatro misioneras fueron violadas, luego apuñalados hasta la muerte y arrojados a un pozo cerca del camino. Los cuerpos fueron encontrados a la mañana siguiente. La principal hipótesis del asesinato es que los altos miembros de la junta militar habían ordenado al ejército siguieran a las cuatro misioneras, porque su trabajo con los pobres fue visto con gran sospecha, ayudándoles a organizarse para luchar contra el régimen dictatorial.

En muchos lugares de toda Latinoamérica y el Caribe se les recuerda con profunda gratitud y se presentan los rostros de las hermanas Maryknoll, quienes con su integridad, virtudes y compromiso evangélico gritaron y denunciaron al mundo las injusticias y crímenes de los militares, aunque este Testimonio Cristiano les costara la vida.

Jaime Escobar M. / Director de revista ‘Reflexión y Liberación’

 
 
 Debemos los cristianos participar en política? | EL MONTONERO
EL CRISTIANO Y SU FORMACIÓN POLÍTICA

Cuando nos acercamos a un sínodo sobre la nueva Evangelización, conviene tener en cuenta la importancia laicos, ELLOS SON LA IGLESIA, TAMBIÉN. Ellos están llamados a participar, según su propia condición de ciudadanos y cristianos, en la nueva Evangelización. Para eso requieren una adecuada formación.

Respecto a los valores morales perennes, que la Iglesia propone como claves para la felicidad y el progreso, «en la medida que algunas tendencias culturales actuales contienen elementos que podrían restringir la proclamación de esas verdades, sea constriñéndolas en los límites de una racionalidad meramente científica, o suprimiéndolas en el nombre del poder político o la regla de la mayoría (esas tendencias), representan una amenaza no sólo para la fe cristiana, sino también para la humanidad misma y para la verdad profunda acerca de nuestro ser y vocación últimos, nuestra relación con Dios».

la Iglesia juega un papel decisivo al oponerse a esas «tendencias culturales que, sobre la base de un individualismo extremo, intentan proponer nociones de libertad separadas de la verdad moral». Subraya el Papa actual que «nuestra tradición no habla desde la fe ciega, sino desde una perspectiva racional que vincula nuestro compromiso por la edificación de una sociedad justa, humana y próspera, con nuestra definitiva certeza de que el cosmos posee una lógica interior accesible al razonamiento humano». Por eso la ley natural no es una amenaza a la libertad, sino más bien un «lenguaje» que nos capacita para entendernos a nosotros mismos y la verdad de nuestro bien (diríamos, como un potente ipad que nos permite contemplar y leer, en su contexto, las maravillas de los seres que nos rodean y a nosotros mismos). De esta manera la enseñanza moral no es un mensaje de constricción sino de liberación, y la base para edificar un futuro seguro.
El testimonio de la Iglesia es por naturaleza público, y propone argumentos racionales en la plaza pública. La legítima separación entre Iglesia y Estado no debe significar que la Iglesia permanezca en silencio ante determinados temas, o que el Estado no pueda dialogar con las voces de creyentes comprometidos en la determinación de valores que configurarán el futuro de la nación.
Libertad de los laicos en las cuestiones opinables

En efecto. Todo ello es muy oportuno en el actual momento de debate ético sobre las cuestiones fundamentales que afectan a las personas y a la sociedad. El camino para todos sólo puede ser el respeto a la ley natural, que precisamente por ser natural está abierta a la verdad trascendente, y no cerrada en las realidades meramente empíricas y en las decisiones voluntaristas. Por otra parte, cabe recordar la libertad de los fieles laicos a la hora de mantener sus opiniones como ciudadanos: pueden tomar, y de hecho lo hacen, opciones diversas en los temas políticos, sociales y culturales, siempre que no estén en contra del lenguaje que la naturaleza imprime en la creación. Es claro que los fieles laicos no representan oficialmente a la Iglesia, por lo que ni sus opiniones ni sus actuaciones han de ser tomadas por las «opiniones de la Iglesia» o actuaciones de la Iglesia institucional. Los laicos hacen presente el misterio de la Iglesia en la sociedad civil, pero esto no les priva de su libertad en las cuestiones opinables, y no implica una uniformidad de pareceres o caminos concretos entre los católicos, tampoco por tanto entre los que se dedican a la política.

Con este transfondo que sin duda tiene presente, Benedicto XVI considera imperativo que los católicos se opongan al «secularismo radical» que amenaza los ámbitos político y cultural. Particularmente, dice, deben oponerse a los intentos de limitar la libertad religiosa, por ejemplo negando el derecho a la objeción de conciencia por parte de personas o instituciones respecto a la cooperación con prácticas intrínsecamente malas; o también intentado «reducir la libertad religiosa a una mera libertad de culto sin garantizar el respeto a la libertad de conciencia».
Laicos, política y nueva evangelización

El Papa declara la necesidad de la formación de fieles laicos dotados de un «fuerte sentido crítico» frente a estos aspectos de la cultura dominante relacionados con un «secularismo reductivo». Y señala que la preparación de líderes laicos comprometidos y la presentación de una convincente articulación de la visión cristiana del hombre y la sociedad, aparece como una tarea primordial.

La formación de los laicos para la política, debe considerarse como «un componente esencial de la nueva evangelización». Por tanto ha de «configurar el enfoque y las metas de los programas catequéticos en todos los niveles»
 
La formación de los laicos, especialmente los que se dedican a la política, en lo que se refiere a los grandes temas morales de nuestro tiempo: «el respeto por el don divino de la vida, la protección de la dignidad humana y la promoción de los derechos humanos auténticos». Teniendo en cuenta la libertad en lo temporal y el respeto a una justa autonomía de la esfera secular, subraya que «no hay ningún ámbito de los asuntos humanos que pueda ser retraído del Creador y su dominio.

Conviene tomar nota de esta llamada de atención para la formación de los laicos, que implica a toda la comunidad cristiana, comenzando por sus pastores. Éstos deben impulsar, en efecto, una educación que prepare a todos, en concreto, para los desafíos éticos de nuestro tiempo.

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 corrupción y corruptos

Si nos limitamos a explicar el significado lingüístico de estos términos, tropezamos en seguida con una dificultad inesperada: resulta casi imposible encontrar, en un diccionario, la definición adecuada que corresponda a las conductas y al hecho social de la “corrupción”, tal como todo el mundo habla de ella. Y tal como la estamos viviendo. Las ciencias sociales llegan, casi siempre, con retraso. Primero se producen los hechos. Luego, cuando esos hechos se analizan, se les encuentra la adecuada definición. Es lo que está sucediendo ahora.

En efecto, en las últimas décadas, se ha generalizado el fenómeno social de la corrupción, que preocupa, indigna e irrita cada día más y más a la mayoría de los ciudadanos. No es posible, como es lógico, analizar (aquí y a fondo) este asunto tan grave y de tan graves consecuencias. Sobre todo, si pensamos que se trata de un estado de cosas en el que entran en jugo la política, la economía, el derecho, la moral, la religión, la educación y tantos otros factores, imposibles de analizar y desentrañar hasta el fondo.
Por eso, en esta breve reflexión, me limitaré a destacar un hecho que, según creo, es capital para que nos demos cuenta de lo que realmente está pasando. Me explico.

Por supuesto, que hay corrupción porque hay corruptos. Pero, con decir eso, nos quedamos a medio camino. Porque la corrupción no es solamente la suma de los corruptos, tal como se suele entender el calificativo de “corrupto”. Tenemos tanta corrupción porque tenemos unas instituciones sociales (derecho, economía, política, educación, religión…) que no están ni pensadas, ni preparadas, para remediar (y menos, evitar) un fenómeno como el que estamos sufriendo.

Pero no solo esto. Lo más grave, que está ocurriendo, es que nos quejamos de los gobernantes corruptos, pero el hecho es que la mayoría de los ciudadanos los siguen votando. Con lo que, sin darnos cuenta, lo que la mayoría estamos diciendo es: “siga Ud robando, que yo le seguiré votando”. Lo cual quiere decir que, en el fondo, corruptos somos todos. Unos, por acción; otros, por permisión, y casi todos, por omisión.

Concluyo: desde el momento en que el propio interés y la propia ganancia es el valor dominante en la sociedad, se hace inevitable que se haya generalizado el criterio según el cual, aquí el que “no se aprovecha”, es que es tonto. Así, ¿qué podemos esperar?

 Por José María Castillo

 

 

 LOS CRISTIANOS Y LOS DERECHOS HUMANOS

 Ciertamente que la temática acerca de los DDHH es una cuestión que nos llega muy profundamente a quienes sentimos que la dignidad humana es un valor no negociable. Ellos se han convertido en un desafío y en un clamor para todos los hombres que aspiran a vivir en un mundo digno del hombre. Por una parte, llena de esperanza el ver cómo la humanidad ha crecido en torno a los DDHH. En muchos países hay una frondosa legislación que impide la tortura, el suplicio, la mutilación y toda otra actividad que vaya contra dichos derechos. 

No sólo se prohíbe actuar contra ellos, sino que se busca fomentarlos. Por todo ello, tenemos una bibliografía abundante en torno a ellos; surgen instancias a favor de los DDHH a nivel nacional e internacional; ella ocupa un lugar destacado en la educación y en los medios de comunicación social.

 Más allá de estas trabas, entendemos que los DDHH son centrales para la efectiva humanización del hombre. De este modo, los DDHH deben ser la expresión de los esfuerzos por la justicia y dignificación en las relaciones humanas. Por nuestra parte, como cristianos, entendemos que la lucha a favor de los DDHH concretiza el mandato del amor al prójimo. 

Por tanto, esta no es una temática secundaria, sino que aparece como un punto central del mensaje evangélico. Además, esta cuestión, por ser común a todos los hombres de buena voluntad, nos permite trabajar mancomunadamente con diversos sectores de la sociedad. Para las Iglesias cristianas, el trabajo a favor de los DDHH es un signo de los tiempos donde se juega la fidelidad a Dios y a la humanidad. Es un kairós, es decir, un tiempo crucial. Desentenderse de esta realidad, implicaría una infidelidad al Dios de Jesucristo que exige de sus discípulos un impostergable profetismo

Europa sigue siendo cristiana? Entrevista a Olivier Roy | Nueva Sociedad

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¿Qué idea tienen los ciudadanos, especialmente los jóvenes, de la política? La impresión de que la política es un dominio de la corrupción ¿no ha provocado en ellos un desinterés casi generalizado? ¿No se ve la política como una tarea que oscila entre la mera búsqueda del poder, de los “votos”, y la navegación en el mar de las tensiones y los particularismos, y que termina por agotar las energías de cualquiera?

Y sin embargo no cabe, especialmente para los cristianos, desentenderse de la política. Lo ha subrayado una vez más Benedicto XVI el viernes 21 de mayo ante el Pontificio Consejo para los Laicos.

Los fieles laicos son Iglesia en el mundo, haciendo el mundo. Contribuyen al progreso y al desarrollo cultural y social de los pueblos con su competencia profesional, su vida familiar, sus relaciones de amistad y de cultura, etc. Su vida misma se convierte en expresión de fe, en ofrenda agradable a Dios y en servicio a todas las personas.

Esto es posible porque los fieles laicos, como todos los cristianos desde el bautismo, participan del sacerdocio de Cristo bajo la modalidad del “sacerdocio común”. Todos los cristianos –en palabras de Benedicto XVI– están llamados a “ser testigos de Cristo en toda la concreción y el espesor de sus vidas, en todas sus actividades y ambientes”.

A los laicos –añadía– les corresponde “mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, que la fe permite leer de una forma nueva y profunda la realidad y transformarla; que la esperanza cristiana alarga el horizonte limitado del hombre y le proyecta hacia la verdadera altitud de su ser, hacia Dios; que la caridad en la verdad es la fuerza más eficaz capaz de cambiar el mundo”. Esto es, han de mostrar cómo las virtudes teologales pueden transformar la vida personal y la vida del mundo.

De este modo testimoniarán “que el Evangelio es garantía de libertad y mensaje de liberación; que los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia – como la dignidad de la persona humana, la subsidiariedad y la solidaridad – son de gran actualidad y valor para la promoción de nuevas vías de desarrollo al servicio de todo el hombre y de todos los hombres”.

Todo un programa para la misión de los laicos. En concreto lo realizan al “participar activamente en la vida política, de modo siempre coherente con las enseñanzas de la Iglesia” y con un ideal de servicio al bien común: “compartiendo razones bien fundadas y grandes ideales en la dialéctica democrática y en la búsqueda de un amplio consenso con todos aquellos a quienes importa la defensa de la vida y de la libertad, la custodia de la verdad y del bien de la familia, la solidaridad con los necesitados y la búsqueda necesaria del bien común”.

Pero no lo lograrán sin seguir de cerca la clara orientación de Benedicto XVI: “Los cristianos no buscan la hegemonía política o cultural”. Para el cristiano la política es un servicio, un ejercicio de caridad o de amor. Para hacer posible que los cristianos –hombres y mujeres– de hoy y de mañana se comprometan con esta tarea, se requiere que las comunidades cristianas sean ante todo escuelas de identidad cristiana, de testimonio y de servicio al bien común (¿lo son, comenzando por las familias?). Esto hará que “la inteligencia de la fe” se convierta en “inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación”.

Sólo así habrá cristianos con una “auténtica sabiduría política”, necesaria para afrontar el ambiente actual, que Benedicto XVI caracteriza como impregnado por el relativismo cultural y el individualismo utilitarista y hedonista.

Esa sabiduría política se distingue por la competencia profesional y la apertura a la verdad y al diálogo: “Ser exigentes en lo que se refiere a la propia competencia; servirse críticamente de las investigaciones de las ciencias humanas; afrontar la realidad en todos sus aspectos, yendo más allá de todo reduccionismo ideológico o pretensión utópica; mostrarse abiertos a todo verdadero diálogo y colaboración, teniendo presente que la política es también un complejo arte de equilibrio entre ideales e intereses”. En línea con su primera encíclica –de la que todo esto es un desarrollo–, el Papa convoca, también desde la política, a una verdadera “revolución del amor”.

Es la hora de trabajar por esta revolución. La Iglesia no está para servirse a sí misma sino al mundo. Los sacerdotes están para servir a los fieles y éstos a todas las personas. No se trata –acabamos de leer– de buscar un triunfo político o cultural por sí mismo, el triunfo de los cristianos frente al resto. Se trata de coherencia.

Por tanto, cabe preguntarse: la formación que se imparte en las comunidades cristianas ¿está de acuerdo, efectivamente, con la enseñanza de la Iglesia, tanto en los aspectos de la fe como en la moral? ¿Se enseña a los fieles que la fe incide en el contexto social y lleva a la preocupación por los más débiles? ¿Está la Doctrina social de la Iglesia en la primera línea, como consecuencia de la oración y de la participación en los sacramentos? ¿Se presentan, sobre todo a los jóvenes, ideales altos de santidad y apostolado, y al mismo tiempo se cultiva en ellos la sensibilidad por las tareas sociales, culturales y políticas, que son oportunidades para servir?

Ramiro Pellitero

 Cristianos en política

 

 

Fronteras 

No queremos pertenecer al mundo de las fronteras hechas de murallas.
Dónde está la frontera entre la pobreza y la riqueza, entre la verdad y la mentira,
entre el amor y el odio, entre el mar y la tierra.
Dónde está la frontera que separa a los hombres, la que tantos persiguen,
la de los pájaros que migran en libertad, la de quienes trazaron las fronteras.
Cuando no haya fronteras entre nosotros, volaremos en libertad siempre
siguiendo la utopía de nuestros sueños.
Decirles que la tierra no es de ellos, que la gente no es de ellos, que
-incluso- las piedras necesitan ser libres.
Decirles que quien niega será negado por la ternura de tantas voces
acalladas y sedientas.
Nada vive para siempre, ni siquiera tus problemas.

(Alí Salem Iselmu, poeta saharaui nacido en 1970
 Así se ven las fronteras del mundo desde el aire y desde la tierra



  ¿Alguna vez has escuchado la frase “La Iglesia no debería opinar sobre esos temas”? Vamos a ver cómo entiende la Doctrina Social de la Iglesia la relación entre la Iglesia y la comunidad política.

                               



 

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 EL COMPROMISO POLITICO.
El cristiano debe vivir su fe comprometido con el pueblo y su historia, compromiso que incluye la dimensión política de ese caminar. Ahora centraremos nuestra reflexión en la importancia y las características de este compromiso, a través de elementos que señalen las lineas principales de este compromiso, sin pretender agotar el tema, que siempre es más vasto y exige constantes revisiones y nuevas profundizaciones.
El Catecismo de la Iglesia Católica, al tratar sobre la vocación de los laicos nos señala que:
“La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas
y económicas” 29
Los criterios para la participación política de los cristianos, son señalados sumariamente por el Catecismo de la Iglesia Católica: 2242 El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política.

 "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21). "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5,29):
Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica (GS 74,5).
29 Catecismo de la Iglesia católica 899.-
 

2243 La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes: 

(1) en caso de violaciones ciertas, graves y
prolongadas de los derechos fundamentales; 

(2) después de haber agotado todos los otros recursos;
(3) sin provocar desórdenes peores; 

(4) que haya esperanza fundada de éxito; (5) si es imposible prever razonablemente soluciones mejores.


"Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho...El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos" (CDF, instr. "Donum vitae" 103.104).


2442 No corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la actividad política y en
la organización de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocación de los fieles laicos, que actúan por su propia iniciativa con sus conciudadanos. La acción social puede implicar una pluralidad de vías concretas. Deberá atender siempre al bien común y ajustarse al mensaje
evangélico y a la enseñanza de la Iglesia. Pertenece a los fieles laicos "animar, con su compromiso cristiano, las realidades y, en ellas, procurar ser testigos y operadores de paz y de justicia" (SRS 47;cf 42).

                              El compromiso político de los cristianos – Unas semillitas









 

 

 

 

DINIEL Y SOMOZA SON LA MISMA COSA

Las protestas en Nicaragua han erosionado la alianza entre el gobierno, el gran empresariado y las iglesias. Entretanto, la represión alentada por Daniel Ortega y Rosario Murillo aumenta y las elecciones de noviembre de 2021 están lejos de ser competitivas. Las fuerzas contrarias al régimen se encuentran disgregadas y las detenciones de potenciales candidatos se han vuelto cotidianas.

Tomás Borge fue un guerrillero fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y miembro de su dirección nacional durante el gobierno que siguió a la Revolución Nicaragüense (1979-1990). Antes de su muerte en 2012, y tras el retorno del FSLN al poder por la vía electoral seis años antes, dijo sobre la política del país centroamericano: «Todo puede pasar aquí, menos que el Frente Sandinista pierda el poder (…) Me es inconcebible la posibilidad del retorno de la derecha en este país. Yo le decía a Daniel Ortega: 'hombre, podemos pagar cualquier precio, digan lo que digan, lo único que no podemos es perder el poder'. Digan lo que digan, hagamos lo que tenemos que hacer, el precio más elevado sería perder el poder. Habrá Frente Sandinista hoy, mañana y siempre».

La entrevista ayuda a entender dos cosas. Primero, la naturaleza del régimen de Ortega desde 2007, que se ha empeñado en cooptar (y cuando fuese necesario, desmantelar) las instituciones democráticas del país, y que también se ha dispuesto a vaciar el contenido ideológico del FSLN, abandonando la promesa de redistribución de la riqueza y de progresismo social con el fin de tomar y preservar el poder. En otras palabras, Ortega ha preferido convertir al FSLN en una fuerza de derecha antes que permitir el retorno de «la derecha». Durante más de una década, esta mentalidad ha permitido que la familia Ortega -él es presidente y su esposa Rosario Murillo, la vicepresidenta- construyera un fuerte consenso autoritario en Nicaragua, con el apoyo tácito de los antiguos enemigos «contrarrevolucionarios» de los años 80. 

Pero en 2018 una explosión de indignación popular –así como la sangrienta represión posterior– pulverizó el consenso autoritario y desequilibró al régimen. En segundo lugar, las palabras del comandante Borge ayudan a explicar por qué, a pesar del enorme deterioro socioeconómico y aislamiento internacional que acompañó el estallido de 2018, es probable que Ortega y Murillo se perpetúen en el poder este año. Bajo su mandato, el gobierno de Nicaragua ha desarrollado una especial voluntad y capacidad represiva, en proporciones que no hemos visto en América Latina desde la caída de las dictaduras anticomunistas de los años 60 y 70. 

Desde la crisis de 2018, muchas cosas han cambiado en Nicaragua, pero otras permanecen igual. Es imposible saber si a corto plazo se generarán renovadas condiciones para otro estallido social aunque, como nos demuestra la historia, las dictaduras dinásticas siempre terminan desembocando en un callejón sin salida.

Nicaragua: ¡Que se vaya Daniel! | Periodistas en Español

 

 

 LOS CRISTIANOS
Y SU COMPROMISO POLITICO

 “¿No son los laicos los llamados, en virtud de su vocación en la Iglesia, a dar su aporte
en las dimensiones políticas, económicas, y estar eficazmente presentes en la tutela y
promoción de los derechos humanos?”
(Juan Pablo II, Conferencia de Puebla, Discurso Inaugural)

 La pregunta por la participación política de los cristianos laicos ha dejado de estar de moda en las comunidades cristianas. Estamos lejos de los grandes debates que al respecto se realizaban dentro de la Iglesia durante los años 70 a 80, y es que esos debates estuvieron marcados por la urgencia de una voz que hablara por el pueblo, dentro de un sistema de regímenes totalitarios en América latina. 

Hoy, con la mayoría de los países de América Latina bajo democracias formales, no parece tan urgente la acción política de la Iglesia en su totalidad, y en particular de los laicos. En cierta medida, nos hemos vuelto sobre nosotros mismos, hacia los problemas internos, dando la sensación que el interés cristiano por la política respondía solamente a una necesidad de momento y
no a una exigencia esencial del cristianismo.
 

A pesar de esta impresión, la pregunta por el compromiso político de los cristianos sigue estando vigente. El mundo, y especialmente América Latina, están viviendo múltiples procesos de transformación que requieren del aporte de los cristianos, no sólo en el plano de la asistencia social o lo sacramental, sino también en lo político, lo social, lo económico, lo cultural, etc. 

A manera de introducción, partimos con una definición de la política, que nos permitirá entender más claramente a qué nos referimos con “compromiso político”. Luego abordaremos el tema que nos ocupa desde tres orientaciones fundamentales. Primero, La experiencia bíblica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, sobre la relación entre los creyentes y la política, sus exigencias y sus límites. 

En segundo lugar, algunos elementos teológicos que fundamentan la
presencia de los cristianos, particularmente de los laicos, en el mundo político, y en tercer lugar, algunos aspectos importantes sobre cómo vivir este compromiso político, que es parte fundamental del mensaje de Jesús y, por lo tanto de nuestra misión como cristianos.

 El compromiso político de los cristianos – Unas semillitas

 

 

La doctrina social como participación política de la Iglesia

José Manuel Rodríguez Canales

DOCTOR EN CIENCIAS SOCIALES POR LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTA MARÍA DE AREQUIPA, Perú

Para comprender la lógica y el tipo de participación de la Iglesia en política es necesario en primer lugar darle una mirada a la doctrina que la fundamenta. La Encarnación del Verbo divide la historia humana en un antes y un después porque, desde ese momento, Dios se hace hombre y asume la condición humana con todas sus características y consecuencias, menos el pecado precisamente porque el pecado es la negación de la humanidad.

Al hacerlo, Jesucristo asume todo lo humano y lo eleva a la posibilidad de participar del Amor de Dios en la Trinidad a través de la Iglesia que si bien es una realidad espiritual es también una institución humana que participa de la sociedad. La política como “arte del buen gobierno” y del bien común es un aspecto inherente a la naturaleza social del hombre que según el cristianismo que se plasma en la doctrina social de la Iglesia cuyos principios son: la persona humana y la relación persona-sociedad, el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad de los que se desprenden la concepción orgánica de la vida social, la participación y el destino universal de los bienes.

El principio de la relación persona-sociedad se funda en que, por naturaleza, la persona es social, es decir ya desde su origen el hombre aparece como aquél que necesita de los demás y que es necesitado por los demás. El planteamiento de la vida en sociedad propia de los pensadores ilustrados, que concebían lo social como un aspecto externo pero inevitable que por ello daba lugar a un contrato, está en la antípoda del pensamiento de la Iglesia sobre los fundamentos de la vida social que se insertan en la naturaleza humana.

La relación persona-sociedad se orienta a un bien que supera los bienes particulares o individuales para alcanzar al cuerpo social porque el bien es común en sí mismo. Así, es posible que muchas veces se sacrifiquen bienes individuales buscando ese bien que sirve a todos porque es superior y humaniza de manera plena. No se trata de la supresión de la individualidad y la personalidad sino de la expresión de lo personal en el servicio a los demás.

Este bien común se concreta en los principios básicos de la solidaridad y la subsidiaridad. La solidaridad es la disposición a la ayuda generosa del hermano más necesitado del cual nos hacemos cargo, mientras que la subsidiariedad es el principio por el cual se determina que el cuerpo social más grande no debe nunca suprimir o asfixiar las iniciativas del más pequeño. Se aplica especialmente al Estado frente al cual los cuerpos intermedios como sindicatos, gremios, la familia, clubes, universidades y otras instituciones se constituyen como el ámbito de agrupación personalizada y humanizante de la vida social


Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano 


1. La política, cita inexcusable con Dios en la historia.

El compromiso político del laicado está sobrado de argumentos que lo justifiquen. Tanto la teología política como, más específicamente, la del laicado se han encargado de suministrarlos. El pensamiento cristiano tiene «razones» para afirmar que el laicado en su conjunto se encuentra convocado por el Espíritu en el mundo de la política como lugar inexcusable de su cita con Dios en la historia.

Pero, además, contamos con la «propuesta práctica» que los movimientos apostólicos, a pesar de sus muchas limitaciones, posibilitaron entre nosotros en tiempos mucho más adversos y peligrosos que los actuales. Una tradición que supo concentrar la tensión escatológica del compromiso cristiano en el «ya sí» de la «consecratio mundi», típicamente laical. Ellos nos han transmitido algo más que ideas sobre la militancia política. Su legado consiste, sobre todo, en un «modo de estar en la realidad» política que supo conjugar «realismo» militante, «coherencia moral» personal, talante «profético y utopía» cristiana.

Sin embargo, el laicado actual tiene enormes dificultades para poner en práctica aquellas razones y recrear esa tradición que se le ha entregado, garantizando así una práctica política con Espíritu. Sigue sin contestar a la invitación que en plena dictadura franquista hacía A.C. Comín a los católicos españoles. Se trataba de salir «fuera del Templo y de los templos subsidiarios construidos por la institución» -o por uno mismo añadiré yo ahora- y caminar historia adentro1 parece hacerse activamente presente, justamente «allí donde parece más difícil y hostil hacerlo», en la arena de los asuntos públicos, con el fin de servir a la liberación de los hijos de Dios.

En general, el laicado carece de «motivaciones espirituales» para el compromiso político, porque no ha sido jamás iniciado en la política como práxis mística. Esta ausencia de mistagogía y pedagogía para el compromiso, como experiencia espiritual, explica el panorama con que nos encontramos.

a) «El crónico absentismo político de los laicos»

Tradicionalmente, los católicos han contemplado el «toro» de la cosa política desde la «barrera» de los intereses privados. Durante demasiado tiempo, su participación se realizó «por procurador»: la iglesia-institución lidiaba en su nombre semejantes asuntos. La cuadrilla de laicos, presentes en el «ruedo» de los asuntos públicos, se ocupaba de las tareas subalternas y echaba una mano a quienes invariablemente eran los protagonistas de la faena: los obispos.

A partir del concilio, la teoría sobre las que se sustentaba esta praxis política cambió, pero los comportamientos no registraron novedades dignas de reseñar. Generalmente, los laicos han seguido practicando el absentismo político. Como explicación a semejante abdición ciudadana y a tanta excedencia voluntaria del tajo del compromiso bautismal de la política y a las enormes resistencias que la trama de intereses creados por él ofrece a cualquier tratamiento capaz de regenerar su ecosistema y de recuperar sus condiciones de habitabilidad.

No se puede negar que esta desafección política, ya crónica, se ha visto incentivada últimamente por la notoriedad de la miseria y de los aspectos más sórdidos de la democracia (la corrupción, la «partitocracia», las intrigas, etc.). El espectáculo político, está provocando una serie de sentimientos negativos (indiferencia, desprecio y rechazo) que de manera creciente se van apoderando del ciudadano normal y ordinario y, obviamente, también de los cristianos. Pero en la mayoría de los casos el recurso al estado comatoso de la política sólo es una coartada exculpatoria de unas prácticas cristianas que giran exclusivamente en torno a los tres polos de interés de una sociedad tan fuertemente privatizada como la nuestra: la familia, el trabajo y el consumo. Sólo se trata de una estrategia encubridora de las razones reales de ese abandono masivo.

No es ésta la ocasión para referirme a todas ellas, pero sí al déficit de espiritualidad que sufre un laicado que mayoritariamente percibe el espacio político como un medio ajeno, extraño e incluso hostil a la vivencia de su fe.

Si, sepásmolo o no, vivimos de política y estamos sumergidos en ella como en el aire que respiramos2 , y si hablar de espiritualidad cristiana no es sólo hablar de una «parte» de la vida, sino de «toda» la vida3 , entonces todo comportamiento que ignore la vida política, «pase» de ella o le niegue prácticamente su pertinencia para el despliegue de la vocación laical, estará dando lugar a un cristianismo alineado en su espiritualidad y rebelde a la llamada del Señor, aunque se autoestime sostenido por una singular experiencia interior del Espíritu y viva intensamente involucrado en actividades supuestamente más espirituales que las políticas. Nos encontramos ante una de las versiones más repetidas del «espiritualismo» y de la «fuga mundi».

b) «El abandono del compromiso político»

Un desencanto inclemente parece envolver al sistema democrático. Asistimos a la insistente demanda de su transformación, radicalización, profundización o renovación...; pero el sistema sigue atrapado por la fuerza de los viejos modales y procedimientos. Crece la impresión de que se quiere cambiar, pero «políticamente» no se puede. Lo deseable e incluso lo necesario se ve constantemente amenazado por el imperio de lo dominante. El pragmatismo conservador y su obediencia ciega a lo posible lastra habitualmente la praxis política y social. Este conjunto de cosas genera una sensación de destemple que acusan singularmente algunas organizaciones laicales de marcada vocación socio-política. Todavía en tiempos muy recientes, sus militantes estaban «enganchados» a la política y entusiasmados con sus posibilidades de futuro.

La constatación de lo resistente que es la realidad a dejarse transformar y de la insuficiencia, limitación e irracionalidad de los medios democráticos esta provocando una nueva desbandada entre ese laicado potencialmente militante en los ámbitos políticos. Se «pasa» de los partidos y de los sindicatos, que son las herramientas clásicas de la acción transformadora, y se emprende una «huida»: en el mejor de los casos, hacia el mundo de las ONG y del asociacionismo; en el peor, hacia el exilio interior y/o los «espacios siderales» de las místicas de «ojos cerrados».

Se trata de una reciente y postmoderna versión de la «fuga mundi». Narra historias y comportamientos de cristianos románticos, voluntaristas y con enormes sentimientos de solidaridad y justicia, pero muy poco operativos en orden a la construcción real de una sociedad más justa. Sin más pertrechos que sus «sueños de papel» (mojado además, como consecuencia de «lo que está cayendo»), e instalados en un tiempo inexistente -un pasado añorado o un futuro imaginario-, terminan por franquear a las propuestas neoconservadoras el acceso al presente.

La desproporción entre los costos del compromiso y la entidad de sus resultados, la corrupción de los partidos o su falta de democracia interna, el corporativismo de los sindicatos, la desvertebración de los movimientos sociales alternativos... suelen ser algunos de sus argumentos habituales. Sin embargo, las biografías personales y grupales responden a una trama diferente. Se suele empezar por amar más las propias ideas sobre la realidad que la realidad misma; se continúa invirtiendo todo el capital afectivo en imaginar las metas y dejando la determinación del camino y el aquilatamiento de sus costos en manos de la razón pragmática; y se termina instalándose, aburrido y cansado, en la sección de asuntos propios o compensándose de tanto desencanto con «la plusvalía» que genera una sabia administración de la utopía racional. El resultado final es siempre el mismo: la realidad queda abandonada a la suerte, y la fe condenada a la irrelevancia y la infecundidad perpetuas. El impulso mesiánico del cristianismo se desvanece, y los pobres de la tierra se quedan sin el amparo histórico de Dios.

La baja intensidad de la energía espiritual impide soportar y superar las resistencias que la realidad política ofrece a todo impulso realmente democratizador, y se deja de contribuir a taladrar el espesor de su miseria y tratar de recrearla reformulando sus objetivos y renovando sus medios.

c) «La confesionalidad política»

Muy frecuentemente, las minorías laicales que participan en la política terminan convirtiendo su adscripción y su credo políticos en instancias de sentido que compiten con su credo religioso y con su pertenencia eclesial. Todos conocemos a católicos cuya militancia en un partido político ha llegado a ser una referencia de sentido más global que su propia fe. Sin ella les resultaría del todo imposible encontrar sentido a su vivir diario. Los conflictos planteados por la doble identidad siempre se decantan en favor de la obediencia al partido; y, puestos en la tisura de elegir, la balanza se inclinaría del lado de la afiliación política (el PSOE, el PNV, el PP, IU o CIU), en detrimento de la eclesial.

La privatización de la espiritualidad y el confesionalismo de la actividad política son las alteraciones que dan lugar a semejantes comportamientos anómalos.

2. Una espiritualidad para tiempos de desencanto político

La repuesta del laicado a la convocatoria divina en la política necesita ser iniciada y acompañada. Se hace preciso «saborear», no simplemente saber, las claves fundamentales de la espiritualidad cristiana. Solamente así los tan bienintencionados como genéricos deseos de fidelidad vocacional se materializarán y concretarán en el compromiso político en estos tiempos de desencanto político.

 

 

 

IGLESIA Y COMUNIDAD POLÍTICA

 

 

 

 

 SALGAN A LAS PERIFERIAS, ESTÁN LLENAS DE SOLEDAD Y DE HERIDAS

El Papa Francisco recibió  a la organización francesa Lazare que se ocupa de los pobres y las personas sin hogar con motivo de sus diez años de vida.

El aniversario fue celebrado con el pontífice que les pronunció un discurso en el que señaló que "en un ambiente lleno de indiferencia y egoísmo, ustedes nos hacen comprender que los valores de la vida auténtica se encuentran en acoger las diferencias y respetar la dignidad humana".

Un público de tono familiar, marcado por testimonios de vidas con diferentes orígenes, pero unidos por el deseo de renacer, en un diálogo improvisado con el pontífice que agradeció reiteradamente el trabajo realizado por esta asociación que desde hace una década se ocupa de los pobres y los sin techo acogiéndolos en apartamentos 'solidarios' junto a jóvenes de distintas edades.

En el Aula Pablo VI -desde un escenario instalado a pocos metros de sus invitados-, el pontífice alentó la misión de la asociación, especialmente la de ir "a las afueras, que a menudo están llenas de soledad, tristeza, heridas internas y pérdida de las ganas de vivir”.

Francisco agradeció a los trabajadores y voluntarios de Lazare "por la hermosa experiencia que están viviendo en la convivencia y fraternidad que viven todos los días"

"Tienen la oportunidad de ser, no solo por para ti mismo, pero también para el mundo, un escaparate de la amistad social que todos estamos llamados a vivir”, les dijo el pontífice.

En un ambiente lleno de indiferencia, individualismo y egoísmo, ustedes -subrayó el Papa- nos hacen comprender que los valores de la vida auténtica se encuentran en acoger las diferencias, respetar la dignidad humana, escuchar, cuidar y servir a las personas.

"Sólo cultivando este tipo de relación haremos posible una amistad social inclusiva y una fraternidad abierta a todos", destacó Francisco.

Luego se dirige a los pobres, los enfermos, los sin techo, que son acogidos a diario por la asociación. A ellos la invitación a no desanimarse.

“En la sociedad uno puede sentirse aislado, rechazado y sufrir exclusión. Pero no se rindan. Adelante, cultivando en el corazón la esperanza de la alegría contagiosa”.

Tu testimonio de vida nos recuerda que los pobres son verdaderos evangelizadores porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a participar de la felicidad del Señor y de su Reino.

El Papa recuerda que los pobres tienen "un lugar especial" en el corazón de Dios: "Aunque el mundo te mire desde arriba, eres preciosa, cuentas mucho a los ojos del Señor". Francisco insiste: “Dios los ama, ustedes son sus privilegiados. Así que no se dejen robar la alegría de vivir y ayudar a los demás a vivir”.

De ahí una nueva invitación a "permanecer firmes en sus convicciones y en su fe", pero también a "ir más allá" de la misión normal desarrollada en la última década:

“Difunde el fuego del amor que calienta los corazones fríos y áridos. No te conformes con una vida de amistad y convivencia entre los miembros de tu asociación, ve más allá. Atrévete a apostar por el amor libremente dado y recibido”, animó el papa Francisco a los miembros de Lazare.






SOCIEDAD CIVIL Y ESTADO

Suele entenderse la política en la actualidad como aquella actividad que compete a los órganos del Estado, particularmente al poder constituyente y legislativo, por una parte, y a los órganos de gobierno, por otra. Como en el contexto de sociedades democráticas o en vías de democratización tales órganos contemplan la elección popular de sus integrantes, la preocupación política se extiende a los partidos políticos y a los sistemas electorales en que ellos están involucrados, al financiamiento de las campañas y a la libertad de prensa y de expresión que dan legitimidad al conjunto del procedimiento. Dado que el elector es individual y las decisiones políticas son vinculantes para todos, se suele conceptualizar la vida política como la relación entre el individuo y el Estado, como si entre ambos no existiese ninguna mediación intermedia, distinta a la que representan los propios partidos políticos como formas de canalización de las preferencias de la población hacia los diferentes candidatos en competencia. Por razones que no es el caso analizar aquí, los grupos que forman la sociedad civil no son considerados actores políticos importantes y se los sitúa antes en la esfera privada que en la pública.

Esta preponderancia de una visión simultáneamente estatista e individualista sobre la política surge de la idea de que la soberanía, aunque reside genéricamente en la nación o, si el concepto se considera ya obsoleto, en los electores, se transfiere a los órganos del Estado de tal suerte que, una vez elegidos los titulares de las diversas funciones, ellos ejercen una suerte de monopolio del poder sobre el espacio público, con los contrabalances y equilibrios que las constituciones disponen y, desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, con respeto y sujeción a los derechos personales reconocidos por el ordenamiento jurídico. Sin embargo, podría afirmarse que fue justamente contra esta concepción de la soberanía que surgió la Doctrina Social de la Iglesia. Sostiene Héctor Aguer:

"Ella no nace tanto de la compasión que despertó la situación de los trabajadores como resultado de la industrialización y del conflicto correspondiente entre capital y trabajo, sino más bien de la necesidad de la Iglesia de defender sus asociaciones y particularmente, sus escuelas, de la pretensión del Estado de ser la única persona jurídica de derecho público, considerando a todas las personas naturales y demás personas jurídicas como súbditos".

La consecuencia de esta interpretación, como él mismo señala, sería que todos los grupos de personas que forman parte de la sociedad civil, no podrían aspirar a otro status jurídico que el resultante de contratos entre individuos privados, a menos que el propio Estado les "conceda" un status jurídico distinto. Aunque tal concepción tiene un origen preciso en la Revolución Francesa, se extendió a varios otros países y sus ecos llegan realmente hasta nuestros días si se observa la discusión pública en varios países o la interpretación jurídica del principio de subsidiariedad en varios Estados.

Ejemplos emblemáticos de ello son la legislación y la política respecto al matrimonio y a la familia, los que son considerados crecientemente como una mera realidad de hecho o como una asociación contractual entre privados, como también la consideración de la escuela como un mero prestador de servicios educacionales que pueden recibir subvención del Estado cuando se considera que es demasiado gravoso que éste los preste por sí mismo y prefiere externalizarlos, pero se guarda el derecho de definir la curricula escolar nacional, de realizar las pruebas relativas al rendimiento escolar o de exigir una acreditación externa a los establecimientos educacionales. La tendencia de la sociedad actual a organizar todas sus actividades en sistemas funcionales orientados a la obtención de resultados y evaluados por su productividad y rendimiento tiende a desconocer la realidad de las sociedades y grupos humanos intermedios, especialmente, el aporte que ellos realizan al bien común con su propia sociabilidad.

Juan Pablo II acuñó la expresión "subjetividad de la sociedad", para definir la contribución que hacen los grupos de personas y asociaciones intermedias al bien común de la sociedad y al desarrollo de su cultura. Con ello pareciera que quería indicar que la referencia indispensable que la sociedad debe prestar a la dignidad de la persona humana no sólo se expresa en términos individuales, sino también en la experiencia de sociabilidad comunional que realiza la vocación de los seres humanos a ser personas, comenzando ciertamente por las familias. También habló de la necesidad de desarrollar una auténtica "ecología humana" o "ecología social" para preservar la dignidad y la calidad de la vida de la sociedad en el contexto de la solidaridad intergeneracional que da sustentabilidad al desarrollo social en el mediano y largo plazo. Es decir, se trata de aspectos esenciales de la responsabilidad política para la construcción de un orden justo y que atañen no sólo a los actores políticos propiamente tales, sino que a la sociedad en su conjunto.

El actual proceso de globalización, que ha puesto de manifiesto que los vínculos sociales trascienden las fronteras jurisdiccionales de los Estados, ha contribuido también a mostrar la importancia creciente de la sociedad civil y de sus organizaciones en la búsqueda del bien común y de la paz social. Aunque el nombre con que se les designa actualmente, "tercer sector", para diferenciarlas del sector público y del sector privado, no parece el más afortunado, puesto que nada dice del valor moral que representa su propia experiencia de sociabilidad, existe, sin embargo, la conciencia de que estas organizaciones no gubernamentales y sin fines de lucro tienen un lugar insustituible en la gobernabilidad de la sociedad y en la más justa distribución de los bienes y de las oportunidades para el desarrollo de los diferentes sectores sociales. Y aunque ellas mismas operan con gran eficiencia, su renuncia al lucro y la incorporación del trabajo voluntario no remunerado recuerdan a la sociedad que la eficiencia no puede constituirse en el valor supremo de la vida social, sino que debe subordinarse al valor más alto de la dignidad humana y del orden justo que ella reclama. El gran desafío de la política pareciera ser, a este respecto, que deje de ser autorreferente en cuanto a la conquista y mantención del poder político para ponerse al servicio de las personas y de aquellas asociaciones que contribuyen a su perfección.

 

 

 

CAPÍTULO SEGUNDO

MISIÓN DE LA IGLESIA Y DOCTRINA SOCIAL

I. EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL

Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio

62 Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales. No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad —el hombre como destinatario del anuncio evangélico—, sino de fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio.78 Cuidar del hombre significa, por tanto, para la Iglesia, velar también por la sociedad en su solicitud misionera y salvífica. La convivencia social a menudo determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación. Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el camino primero y fundamental de la Iglesia ».79

63 Con su doctrina social, la Iglesia se hace cargo del anuncio que el Señor le ha confiado. Actualiza en los acontecimientos históricos el mensaje de liberación y redención de Cristo, el Evangelio del Reino. La Iglesia, anunciando el Evangelio, « enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina ».80

En cuanto Evangelio que resuena mediante la Iglesia en el hoy del hombre,81 la doctrina social es palabra que libera. Esto significa que posee la eficacia de verdad y de gracia del Espíritu de Dios, que penetra los corazones, disponiéndolos a cultivar pensamientos y proyectos de amor, de justicia, de libertad y de paz. Evangelizar el ámbito social significa infundir en el corazón de los hombres la carga de significado y de liberación del Evangelio, para promover así una sociedad a medida del hombre en cuanto que es a medida de Cristo: es construir una ciudad del hombre más humana porque es más conforme al Reino de Dios.

64 La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella. La redención realizada por Cristo y confiada a la misión salvífica de la Iglesia es ciertamente de orden sobrenatural. Esta dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación.82 Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, de tal manera que nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido, asumido y elevado. « En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre (cf. Gn 1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el vínculo original con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. En efecto, “tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo (Jn 3,16)”. Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo ha quedado unido de nuevo (cf. Rm 5,12-21) ».83

65 La Redención comienza con la Encarnación, con la que el Hijo de Dios asume todo lo humano, excepto el pecado, según la solidaridad instituida por la divina Sabiduría creadora, y todo lo alcanza en su don de Amor redentor. El hombre recibe este Amor en la totalidad de su ser: corporal y espiritual, en relación solidaria con los demás. Todo el hombre —no un alma separada o un ser cerrado en su individualidad, sino la persona y la sociedad de las personas— está implicado en la economía salvífica del Evangelio. Portadora del mensaje de Encarnación y de Redención del Evangelio, la Iglesia no puede recorrer otra vía: con su doctrina social y con la acción eficaz que de ella deriva, no sólo no diluye su rostro y su misión, sino que es fiel a Cristo y se revela a los hombres como « sacramento universal de salvación ».84 Lo cual es particularmente cierto en una época como la nuestra, caracterizada por una creciente interdependencia y por una mundialización de las cuestiones sociales.

c) Doctrina social, evangelización y promoción humana

66 La doctrina social es parte integrante del ministerio de evangelización de la Iglesia. Todo lo que atañe a la comunidad de los hombres —situaciones y problemas relacionados con la justicia, la liberación, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz—, no es ajeno a la evangelización; ésta no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre.85 Entre evangelización y promoción humana existen vínculos profundos: « Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? ».86

67 La doctrina social « tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización » 87 y se desarrolla en el encuentro siempre renovado entre el mensaje evangélico y la historia humana. Por eso, esta doctrina es un camino peculiar para el ejercicio del ministerio de la Palabra y de la función profética de la Iglesia.88 « En efecto, para la Iglesia enseñar y difundir la doctrina social pertenece a su misión evangelizadora y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador ».89 No estamos en presencia de un interés o de una acción marginal, que se añade a la misión de la Iglesia, sino en el corazón mismo de su ministerialidad: con la doctrina social, la Iglesia « anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo ».90 Es éste un ministerio que procede, no sólo del anuncio, sino también del testimonio.

68 La Iglesia no se hace cargo de la vida en sociedad bajo todos sus aspectos, sino con su competencia propia, que es la del anuncio de Cristo Redentor: 91 « La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina ».92 Esto quiere decir que la Iglesia, con su doctrina social, no entra en cuestiones técnicas y no instituye ni propone sistemas o modelos de organización social: 93 ello no corresponde a la misión que Cristo le ha confiado. La Iglesia tiene la competencia que le viene del Evangelio: del mensaje de liberación del hombre anunciado y testimoniado por el Hijo de Dios hecho hombre.

 

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Aportaciones del cristianismo para una política de igualdad, justicia. fraternidad y paz

1. Organizar la sociedad desde los últimos
Tener como criterio de organización sociopolítica y de educación el criterio de que todos los hombres son hermanos y, si hermanos, hay que luchar para que las relaciones sean de igualdad y desaparezcan los obstáculos que más la imposibilitan: el dinero y el poder.

Hay que establecer como prioridad que tantos y tantos como se encuentran en la miseria y exclusión (los últimos) sean los primeros, de modo que sea desde las carencias de sus derechos y necesidades como comience a organizarse la sociedad. Si Jesús llama a los pobres bienaventurados es porque les asegura que su situación va a cambiar y para ello es preciso crear un movimiento que sea capaz de lograrlo, devolviéndoles la dignidad y la esperanza. Hay que dar la primacía de los últimos: El cristianismo originario se enfrenta al reinado del dinero y del poder como mecanismo de dominación e introduce una pasión en la historia: que los últimos dejen de serlo, que se adopten comportamientos y se organicen políticas y economías que les den la primacía para construir una sociedad sin últimos ni primeros o, al menos, con la menor desigualdad entre los seres humanos convocados a ser hermanos.

2. Combatir las causas de la desigualdad
De acuerdo con esta pasión por los últimos, tener sensibilidad y criterio para saber detectar dónde se encuentran en nuestro mundo las causas y mecanismos que producen los primeros y mayores problemas de desigualdad e injusticia.

3. Convertir la pasión por los últimos en fuerza moral y voluntad coleciva movilizadoras
Crear una voluntad colectiva que sea capaz de anteponer las necesidades de los últimos y que articule políticas y comportamientos sociales solidarios, con la consiguiente adopción de esfuerzos y renuncias comunes. Si la pasión por los últimos se convierte en idea y fuerza moral movilizadora, tendremos entonces la posibilidad de políticas internacionales de solidaridad, de democracia económica, de asunción de la pobreza evangélica, llegando a crear nuevos sujetos sociales, con una nueva escala de valores antropológicos y una nueva finalidad para la vida personal y colectiva.
4. Sentir como propio el dolor de los oprimidos
Hacer propia la cultura del samaritano ante el prójimo necesitado: sentir como propio el dolor de los oprimidos, aproximarse a ellos y liberarlos.

Sin este compromiso, toda la religiosidad es falsa:
El cristianismo originario presenta unos valores de fondo que vistos en su conjunto configuran un determinado espíritu o fuerza socio-vital muy importante. La primacía de los últimos, la pasión por su liberación, la crítica de las riquezas, la cercanía a las víctimas de la explotación, el anhelo por construir la fraternidad desde la justicia y más allá de éste, la apuesta por un estilo de vida centrado en la desposesión y comunión de bienes, la unión entre el cambio de la interioridad del hombre y la transformación de la historia, etc. son propuestas vitales muy valiosas.
 

Benjamín Forcano: Ha sido director de la revista"Misión Abierta"durante trece años, pertenece a la actual directiva de la revista"Éxodo", dirige la editorial Nueva Utopía y es miembro de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII.

 

 

 

Ética y política. Escrito por Macaón

 

 “Estrépito de explosiones, de crujidos, de gemidos, de gritos, de címbalos entrechocados que amenazan romperse, deprisa, cada vez más deprisa…” (Th. Mann, “La montaña mágica”). La guerra, las guerras. ¿Qué nos empuja a ella? Algunos científicos, como el prestigioso y premiado biólogo evolucionista R. Dawkins, establece que todo ser vivo posee genes egoístas y genes empáticos. Son los genes egoístas, generadores de conflictos, los que consiguen que evolucione la especie, que la sociedad avance. Algo así creían los nazis. En una película sobre la guerra de Secesión, en mitad de una batalla, dos confederados se refugian en una trinchera atestada de cadáveres.

¿Para qué luchamos? exclama uno con amargura, estamos matando y muriendo para que salven sus cosechas los grandes propietarios. Yo lucho por el honor de mi tierra, dice el otro. Justicia y patria, o ética y política, todo muy diluido. Desde Vietnam hasta las guerras del Golfo, muchos soldados y civiles americanos se hacían parecidas preguntas: ¿qué hacemos aquí tan lejos de nuestras casas? Por la justicia humana y divina, por el orden mundial, por el orgullo de la patria. Respondían con ambigüedad los políticos. Casi nadie hablaba de los oscuros intereses por los que mataban y morían. 

En 1913, a meses del comienzo de la primera guerra mundial, el demócrata estadounidense Wilson se presenta a presidente con la promesa de no participar en la contienda europea. Ganó las elecciones. Poco después envió sus ejércitos a la guerra. Ética y política. El cielo se ha vuelto negro, el sol se ha apagado en el humo de los hornos crematorios. Pero estos crímenes sin precedentes en la historia del universo, fueron cometidos en nombre del bien, del progreso de la humanidad. En las banderolas nazis puede leerse “Gott mit uns” (Dios está con nosotros).  

En política, todo impulso de masas, se nutre del nacionalismo, de la droga del odio, que hace que los seres humanos se enseñen los dientes a través de un parapeto. Maquiavelo no tenía ninguna duda de que era posible llegar al bien a través del mal. Incluso para Montaigne el bien público requiere que se traicione y se mienta, y considera que la política debía dejarse en manos de los ciudadanos más vigorosos, que sacrifiquen el honor y la conciencia por la salvación de sus ideales. En estas fechas nuestro país se encuentra en variadas elecciones, especie de “guerras”. Se respira corrupción, cohecho, compra de voluntades, chaqueteo. Se recurre a un populismo castizo, un populismo de bragas transparentes y transpirables, populismo arcaico con olores a boñiga. 

El sociólogo Max Weber apunta que el político en vez de ocuparse de la bondad de sus actos se ocupa sobre todo de la bondad de las consecuencias de sus actos. Su oficio consiste en usar medios perversos para conseguir fines beneficiosos. Los partidos buscan perpetuarse, que es una especie de dictadura, la suya claro. Se cuestiona la democracia. Algo que discurre entre la metafísica y la conjetura. Claro que no existe la democracia perfecta, porque lo que define a una democracia de verdad es su carácter flexible, abierto, maleable, es decir, permanentemente mejorable.




Jesús y la política.

La relación de Jesús y la situación política de su tiempo ha sido motivo de controversias y discusiones durante largos años. Existe la percepción general de que Jesús se hubiese mantenido lejano e incluso indiferente frente a los conflictos políticos de suépoca, ya que su misión revestiríaun carácter religioso y espiritual, donde lo político nadatiene que ver. 

Al respecto, es importante recordar que en la mentalidad bíblica no existe la división profunda de nuestra época entre lo político y lo religioso, el mundo de los espíritus y el de los humanos, etc. Textos como el de “dar al César lo del César y a Dios lo de Dios”(Mt. 22, 17)2se ha usado para justificar la idea de que Jesús no pretendió, ni para él ni sus seguidores, un compromiso político, sino que la indiferencia política sería la actitud más cristiana. Un análisis más profundo de los textos, permite descubrir que la actitud de Jesús es muy distinta. 

Jesús vino “para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10,10). Enuna sociedad marcada por la marginación y la exclusión social, por la dominación romana y las autoridades religiosas aliadas con ella, con grupos exaltados luchando contra el poder de Roma por la vía de las armas, con masas sociales enormemente pobres y desesperanzadas, este anuncio de Jesús implicaba el enfrentamiento con estas injusticias sociales y con los causantes de ella. Jesús es heredero de la tradición de los profetas, que proclama que Dios actúa a favor del pobre y oprimido, que no permanece ausente de la historia del pueblo, sino que vela injusticia y actúa a favor del pobre y contra el opresor. Por ello, Jesús comprende sumisión de Mesías como el anuncio de una nueva realidad, basado en la justicia y la libertad, llamado en la tradición de los profetas “El Reino de Dios”, Reino que Jesús proclama como ya llegado, es decir, como tarea que comienza, como sociedad por construir. 

La misión de Jesús es religiosa, lo que conlleva un inevitable compromiso político. Comienza su misión proclamando el “año de gracia” donde las deudas eran perdonadas, los presos liberados y las tierras volvían a sus primeros dueños (cf. Lc. 4, 18-19)3, una de lastres tentaciones del desierto es claramente una tentación a usar y abusar del poder político:Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada y se lado y a quien quiera. Si me adoras toda será tuya” (Lc. 4, 6-7). Jesús asumirá su misión como un rey de paz, evitando la violencia y el atropello, de hecho, se mostrará lejano a los intentos armados de trasformación. Su método es lento, pausado, pasa por la conciencia y una actitud ética y comprometida, y no por usar los mismos métodos del opresor. 

Jesús durante su vida, entendió su propia misión como la del mesías, el Hijo de David, el verdadero heredero del trono de David y que había de devolver la libertad al pueblo y gobernar con justicia y rectitud. A pesar de ello, Jesús rechaza claramente la posibilidad de ser nombrado rey (cf. Jn. 6, 15), buscando con ello hacer comprender al pueblo que la transformación de la sociedad no depende de nombrar un hombre para quelos dirija, sino en ser protagonistas de esa transformación, asumiendo la responsabilidad de luchar por la justicia y la paz, llegando hasta sus últimas consecuencias. Es el mesías, el rey, y por eso caminará primero el camino de la consecuencia, hasta la cruz, suplicio que estaba reservado a los rebeldes contra el imperio, a los agitadores y que tenía un objetivo ejemplarizador y atemorizante4. Antes de cambiar las estructuras, es necesario cambiar la mentalidad, y eso es lo que Jesús realiza a través de su vida, crear un pueblo nuevo, fiel y justo, solidario y participativo. Sólo así podrá construirse una sociedad justa, según Dios. La primera actitud política de Jesús, es la solidaridad con los marginados y excluidos del sistema, tanto del Imperio como de los líderes religiosos. 

La actitud de Jesús de solidaridad no es sólo un acto bueno o de consecuencia personal. Es signo del Reino nuevo que ya empieza, y señal que debe ser seguida por todo el pueblo. Es gesto, denuncia. Podemos señalar las siguientes actitudes políticas de Jesús:

-Solidaridad con los excluidosy marginados.

·Con los inmorales. Pecadores y prostitutas (cf. Mc. 2,15; Lc. 7,37-50; Jn. 8, 2-11; Mt. 21, 31-32).

·Con los herejes. Paganos y samaritanos (cf. Lc. 7, 2-10; 17, 16; Mc. 7, 24-30;Jn. 4, 7-42).

·Con los impuros.Leprosos y posesos (cf. Mt. 8, 2-4; Lc. 11, 14-22; 17, 12-14;Mc. 1, 25-26).

·Con los marginados.Mujeres, niños, ancianos. (cf. Mc. 1, 32; Mt. 8, 17; 19, 13-14; Lc. 8, 2s.).

·Con los que colaboran con el imperio. Cobradores de impuestos y soldados (cf.Lc. 18, 9-14; 19, 1-10).

·Con los pobres. El pueblo campesino y los pobres sin poder. (cf. Mt. 5, 3; Lc. 6,20-24; Mt. 11, 25-26).

 

CRISTOLOGÍA Y LUCHA POR LA JUSTICIA

1.- Para las primeras generaciones cristianas, la plena y total humanidad de Jesús era el fundamento de la solidaridad. Y la plena divinidad de Jesús era fundamento de nuestra libertad.
Si Dios no asumió plenamente la miseria humana («nuestra misma carne»), nace de ahí un cristianismo que no se preocupa de los miserables de la tierra. Así lo escribía Ignacio de Antioquía a comienzos del siglo II, en carta a la Iglesia de Esmirna: «esas herejías no se preocupan de la solidaridad, ni del huérfano, ni del atribulado ni de si uno pasa hambre o no». Por eso «son contrarias al sentir del mismo Dios». Algo parecido enseña la primera carta de Juan.

Pero si Jesús no es plenamente Hijo de Dios, nosotros no hemos recibido un espíritu de hijos, por el que podemos llamar a Dios Padre (Abbá); y nuestra filiación tiene sólo un sentido lato: no hemos pasado verdaderamente de siervos a Hijos y seguimos estando bajo la ley. El historiador de la Iglesia Sócrates explica cómo aquellos judíos que querían ser cristianos negando la divinidad de Jesús, «maldecían a Pablo y le llamaban apóstata por enseñar que Jesús nos liberó de la ley». Efectivamente, la filiación divina de Jesús supone para Pablo nuestra libertad que brota de nuestra dignidad de hijos.

2.- Éste era el primer significado de la fe en la encarnación. Más tarde, cuando el cristianismo fue inculturándose en el mundo griego, esa pregunta por el significado cedió terreno ante la otra pregunta más griega: ¿cómo afirmar a la vez que alguien es plenamente humano y plenamente divino? Es una pregunta comprensible porque todos somos seres racionales, pero debería ser una pregunta secundaria: porque, para la Biblia, la pregunta por el cómo es secundaria respecto a la pregunta por el qué. El significado es más importante que el funcionamiento.
3.- La inculturación en el pensar griego hipotecó al cristianismo en este punto: haber dado más importancia a la pregunta por el cómo, llevó a la cristología dognática a dos olvidos importantes. El primero cabe en una frase de Tertuliano que recogió el Vaticano II, precisamente al tratar de la tarea de la Iglesia en el mundo: «por la encarnación el Hijo de Dios se unió de alguna manera con todos los hombres» (GS 22). Una idea muy repetida por los Padres de la Iglesia que no tenían miedo de comparar a Jesús con la «matriz» por donde entra la semilla de Dios en la humanidad y por donde nace el nuevo ser humano.

El segundo olvido es el anonadamiento de Dios en su unión con Jesús: Dios no se hizo hombre como «tendría derecho a serlo» según su dignidad, sino renunciando a su divinidad «tomando una imagen de siervo, presentándose como uno tantos y actuando como un hombre cualquiera» (Fil 2, 7ss).

En resumen: que Dios haya asumido toda la miseria humana fundamenta la solidaridad cristiana y la lucha por la justicia: la teología de la liberación enseña que el tema de los pobres no es un tema simplemente ético sino una cuestión cristológica. Y que Dios no se relacione con nosotros como Poder sino desde la debilidad del amor (que no tiene más poder que la oferta de sí) es el fundamento de nuestra dignidad y nuestra libertad.

4.- Pasando de Jesús a nosotros: libertad y solidaridad son los dos auténticos pilares de una forma de ser hombres nueva y más auténtica, en la que deberíamos sobresalir los cristianos. Una libertad que no sea libertad para el amor, acaba degenerando en ese liberalismo económico que confunde libertad con egoísmo y sólo se sostiene a base de violencia y guerras. Pero una solidaridad sin libertad degenera en dictaduras (que nunca son del proletariado sino de un grupo de privilegiados) que falsifican todo lo humano: porque sólo es auténticamente bueno aquello que brota de la libertad y no de la imposición.

5.- Es inevitable reconocer que los últimos siglos del cristianismo falsificaron mucho esa cristología. Una Iglesia que no practique hasta el máximo la solidaridad y no respete la libertad hasta lo más hondo, dará siempre una imagen falsa de Dios que, como reconoció Vaticano II, es una de las causas del ateísmo moderno. Ese ateísmo anticristiano creyó posible encontrar el cielo en la tierra si prescindía de Dios y, al final, se está encontrando sin cielo y sin tierra. Y ya no atisba más solución que la que profetizó la lucidez de A. Camus: «imaginarse a Sísifo dichoso».


EL COMPROMISO POLITICO DEL CRISTIANO 

Autor: P. Umberto M. Marsich  De nacimiento Esloveno, de nacionalidad Italiana y de corazón Mexicano.

 Habiendo superado la contraposición fe y política, los cristianos comprometidos advierten la necesidad de una nueva legitimación de su quehacer político que retorne a las mismas raíces del mensaje cristiano, reasignando a la política calidad y confianza. La política debe ser el complemento y, en cierto sentido, la anticipación del deber cristiano de la caridad. Construir la sociedad resulta también un deber que nace de la profesión de la fe y un medio para testimoniarla.

 La fe cristiana, de hecho, no tiene sentido auténtico si no es vivida dentro de la lógica de la Encarnación. Es una fe llamada a hacerse historia en un sentido concreto y específico y, de este hacerse historia, la acción política será su dimensión insustituible. La específica contribución de los cristianos en la política debemos encontrarla en su competencia, preparación, entrega generosa, fuerte espiritualidad evangélica, honestidad y coherencia, más que en los criterios de fe. Serán, éstas, las características que otorgarán dignidad y nobleza al quehacer político de nuestros laicos comprometidos. No es casualidad que la Iglesia venere, entre sus santos, a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de su generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos recordamos a santo Tomás Moro, proclamado patrono de los gobernantes y políticos. Supo, en efecto, testimoniar hasta el martirio la “inalienable dignidad de la conciencia” (Juan Pablo II).

Los obispos de Chihuahua, en marzo del año 1986, dirigiendo la exhortación pastoral “Coherencia cristiana en la política” a los católicos, que militaban en los partidos políticos, destacaban la actividad política como meritoria y también llena de riesgos para la conciencia cristiana. En el mismo tiempo proclamaban el derecho que tiene la Iglesia de iluminar, con la luz de la fe, el campo de la realidad política en contra de ciertas corrientes ideológicas que tienden a reducir la vivencia de la fe al ámbito privado de la vida individual y familiar. Justamente, apelaban al derecho, que la Iglesia tiene, para dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, si lo exigen los derechos fundamentales de la persona (GS. 76).

Si lo político pertenece a todo ser humano, el empeño partidista, según la Iglesia, debe ser propio también de cada laico católico, el cual deberá ejercer su legítima libertad de elegir, entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la ley moral natural, aquella que, según el propio criterio, se conforma mejor a las exigencias del bien común. También, deberá evitar cualquier forma de idolatría del partido y deberá resistirse a la tentación de la corrupción: “Ustedes- escriben los obispos chihuahuenses- deben ser la conciencia crítica de su partido, aunque esta postura suponga para ustedes graves consecuencias” .

El laico, por vocación, está llamado a ser testigo de Cristo en un mundo que hay que transformar e humanizar como El hizo. Corresponde a los laicos tratar de implantar el Reino de Dios, gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. “Los laicos- continúan los obispos- son llamados por Dios a la construcción del mundo desde dentro, a modo de fermento... Tienen la tarea de sanear las estructuras y los ambientes del mundo”. En calidad de pastores, los obispos manifiestan la conciencia de que no es fácil vivir los valores de la fe, encarnándolos en el campo de la política, sin embargo, siguen invitando a los laicos para que ejerzan su militancia política y partidista, en el marco de una profunda espiritualidad que incluya oración, sacramentos, comunión eucarística, acercamiento a la Palabra de Dios y conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia.




Cristianos en democracia

Frente al régimen anciano de la monarquía absoluta surgieron regímenes,  o formas organizativas del Estado, basados en el gobierno del pueblo a través de representantes, con separación de los tres grandes poderes públicos (legislativo, judicial y ejecutivo; le suena esto porque, aquí y ahora, casi solamente tenemos el último) como garantía de libertad y freno de abusos. Se daba primacía a la ley para regular la actividad judicial y ejecutiva. Había reconocimiento de derechos y libertades y un sistema de recursos para la defensa de ciudadanos ante posibles abusos de la Administración Pública. El Estado, como forma organizativa de la comunidad política, tiene también como fin procurar el bien común de los ciudadanos. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de Derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona. Hay, pues, un recto orden democrático que debe ser respetado. Es correcto afirmar que la democracia es el gobierno de la mayoría, pero respetando a las minorías. Un riesgo importante que acecha a la democracia es su alianza con el relativismo ético.

El compromiso del cristiano en el mundo, en dos mil años de historia, se ha expresado de diferentes modos. Uno de ellos es el de la participación en la acción política. Así, tenemos el ejemplo de santo Tomás Moro, proclamado patrón de los gobernantes y políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la «inalienable dignidad de la conciencia»; aún sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda y, sin abandonar «la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones» que lo distinguía, afirmó con su vida y su muerte que «el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral». El ahora recordado Concilio Vaticano II nos decía que los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política, o sea, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común, que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etcétera.



En el congreso Católicos y vida pública, el filósofo Robert Spaemann decía que el Estado moderno se refiere a la verdad siempre sólo indirectamente, y directamente sólo a las convicciones sobre la verdad. Pues la verdad en cuanto tal es intolerante. Si algo es verdadero, lo contrario no puede ser también verdadero. En la democracia, los cristianos son obedientes, mientras no se les pida algo que contradiga los mandamientos de Dios. Pero, en la democracia, los creyentes, como los no creyentes, no son sólo súbditos, sino también ciudadanos y, como ciudadanos, parte del sujeto de la soberanía. No sólo están sometidos a las leyes, sino que son corresponsables de las leyes. No se pueden contentar con no hacer nada injusto, pues son corresponsables de la injusticia que permita el legislador, ya que son parte del legislador y, en una democracia, deben incluso esforzarse por ser la parte mayor posible. Es verdad que la autoridad en la democracia está en la mayoría, pero también es verdad que, tras las experiencias de las dictaduras elegidas democráticamente, las democracias occidentales aprendieron a reconocer derechos fundamentales, cuya vigencia no proviene de una decisión mayoritaria, sino que, al revés, limita la voluntad de la mayoría. En opinión de los defensores liberales de una sociedad secular, los derechos fundamentales, como todo derecho, provienen de la voluntad asociada de hombres. Si tal fuera el caso, estos derechos tendrían que poder ser abolidos. Y si ello está excluido por la Constitución, estaríamos ante una dictadura de los muertos, que codificaron estos derechos sobre los vivos. Pero si estos derechos le corresponden al hombre independientemente de su voluntad, entonces tienen que ser de origen divino. Quien no cree en Dios tendrá que considerarlos una ficción, quizá una ficción útil; o incluso necesaria. En todo caso, no se opondrá en modo alguno a una referencia a Dios en la Constitución de su país y de Europa.

Para Spaemann, la democracia presupone una cierta medida de homogeneidad cultural; pero estas costumbres tienen que enraizarse a su vez en una homogeneidad fundamental de todos los hombres, una homogeneidad de la naturaleza humana y de lo que los griegos llamaban justo según la naturaleza. Una cooperación política pacífica entre cristianos sobre esta base. Creyente y no creyentes se diferencian en que los no creyentes tienen una fundamentación débil para aquello para lo que los creyentes tienen una fundamentación fuerte. Pero, como dice Habermas, los hombres irreligiosos que resisten a la objetivación científica y técnica tendrían que estar contentos si los creyentes tienen para esta misma resistencia fundamentos más fuertes que los no creyentes o los agnósticos.

 


En la encíclica Redemptoris missio se nos dice que la Iglesia no impone nada, sólo propone, y no impondría aunque pudiese. La fe verdadera es necesariamente un acto de libertad. Si no conseguimos entender esto, hemos de temer que no conseguimos entender lo que Juan Pablo II llamaba «el principio que inspira la doctrina social de la Iglesia». Y si nosotros, que somos Iglesia, no estamos haciendo esto, la culpa no es de la democracia liberal, sino de nosotros mismos. Benedicto XVI nos recordaba que la Iglesia Católica debe ayudar a los políticos cristianos a tomar conciencia de su identidad cristiana y de los valores morales universales. Así mismo, es de gran importancia que se tenga una justa visión de las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia, y es necesario que se haga una clara distinción entre las acciones que los fieles realizan en su propio nombre y las acciones que cumplen en nombre de la Iglesia en comunión con sus pastores. Se hace necesario que busquemos sinceramente la verdad y promover y defender, con medios lícitos, las verdades morales sobre la vida social, la justicia, la libertad, el respeto a la vida y todos los demás derechos de la persona.

AGUSTÍN VILLANUEVA


La imposible neutralidad política

Se sigue oyendo decir que Jesús fue apolítico, ya que se negó a ser rey o mesías político. Es señal de que seguimos reduciendo política a “política de partido”… En realidad, cada acto y cada palabra de Jesús tuvo repercusiones políticas, pues influyó en la vida social de las personas que le rodeaban. Si no hubiera sido así, resultaría imposible explicar su muerte de cruz

Afirmaciones como las anteriores son posibles porque hay quien sigue creyendo –unas veces con indudable ingenuidad, otras por intereses mucho más oscuros- que es posible la neutralidad política. No es que sea bueno o malo ser neutral en política, sencillamente es imposible. Cuando trabajamos, jugamos, hablamos, educamos… estamos haciendo, lo sepamos o no, opciones sociales y políticas, porque no vivimos en la estratosfera, sino aquí y ahora. El que se declara apolítico está apoyando sin saberlo una opción política muy concreta: la del satus quo, la de dejar las cosas como están… Tampoco hay acción pastoral sin repercusiones políticas: ¿Cuáles favorecemos nosotros, sabiéndolo o no, en nuestro compromiso…?

 

Así pues, el proclamarse apolítico, queriéndose lavar la manos como hiciera Pilato, no elimina la repercusión política de nuestras actuaciones. Y no está de más recordar el famoso gesto del procurador romano, porque precisamente el no querer mancharse las manos es la principal motivación de esa pretendida (pero imposible) neutralidad o apoliticismo (recordemos aquí el famoso análisis de Jean Paul Sartre sobre la mala conciencia de la práctica política en Las manos sucias). Nunca deberíamos olvidar la conocida parábola de Raoul Follereau, el conocido apóstol de los leprosos, que concluía que Dios no quiere que nos presentemos ante él al final de nuestra vida con las manos limpias si eso implica que estén vacías

Cristianismo y política – DiverGente

Opciones irrenunciables del compromiso socio-político cristiano

Así pues, el cristiano – a nivel personal y comunitario- debe ser alguien con un serio compromiso socio-político, que es “la opción, motivada e informada por la fe, que se expresa en una práctica o acción social que busca incidir en el nivel estructural de la realidad para lograr su transformación y así contribuir a configurar una sociedad más justamente configurada, en la que todos los seres humanos puedan ser respetados en su dignidad y adquirir la condición de sujetos que les es propia” (Julio Lois). Entre los valores de humanización que deben guiar al cristiano en su compromiso político no todo es igual de urgente. Si la gloria de Dios es que el hombre viva (S. Ireneo de Lyon), es especialmente urgente favorecer la vida de los millones de personas que mueren cada año en el mundo a causa de la injusticia y la pobreza. En el fondo, las opciones irrenunciables de la acción social y política de los cristianos vienen marcadas en el capítulo 25 del evangelio de Mateo: porque tuve hambre, tuve sed, estuve enfermo, fui forastero, estuve preso…

Sobre los modos

A la hora de concretar dicha opción –que fue la de Jesús- las comunidades cristianas deben ser fieles al deseo formulado en Gaudium et Spes de estar al servicio de la humanidad, sin imposiciones de otros tiempos, y renunciando a modelos que han dañado la libertad del evangelio, como la confesionalidad de los estados, porque “las ideas no se imponen, sino que se proponen” (Juan Pablo II a los jóvenes en Madrid, 3 de mayo de 2003). Así hay que traducir hoy las palabras de Jesús (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”), no como apoliticismo, sino sabiendo respetar la autonomía legítima de las realidades terrenas (cf. GS).

IGLESIA, ESPIRITUALIDAD Y POLÍTICA

Ello supone trabajar por poner las instituciones políticas al servicio de las personas. Educar a la comunidad en la participación social y política entendidos como servicio a su comunidad es, pues, tarea fundamental de la pastoral  presente y futura. Un compromiso abierto siempre al resto de la humanidad, como recordó el Papa en Madrid al invitar a los jóvenes a construir “una Europa decidida a aunar sus esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad entre los pueblos”.

“Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional de la policía, de los cuarteles: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante la orden de matar que de un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios que cese la represión”. 

San Monseñor Romero


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COMENTARIOS SOBRE EL FO0NDO MONETARIO INTERNACIONAL
Noam Chomsky (Lingüista, filósofo, politólogo y activista estadounidense)


Aunque el orden mundial está impregnado por continuidades marcadas a través de largos períodos, ha habido cambios importantes durante los últimos 25 años. Uno de ellos es la rápida expansión del control de las corporaciones transnacionales (CTNs) sobre la economía internacional, en relación con el cambio de la producción al sector de bajos ingresos, con frecuencia marcada por una alta represión. El comercio mundial se está volviendo cada vez más en una forma de negociaciones intraempresariales de administración central, dentro de un sistema de mercantilismo corporativo, lo cual realmente no significa comercio. El gran aumento de un capital sin reglamentar y de carácter altamente móvil y especulativo contribuye aún más a un orden global que se caracteriza por ingresos bajos, crecimiento bajo, ganancias elevadas, desempleo masivo, inseguridad, y controles represivos.

Estos factores van estableciendo la función de servicio de los tradicionales dominios occidentales y, también, están internacionalizando el patrón tercermundista de marcada polarización, donde las islas de gran riqueza y privilegio flotan en un mar de miseria. Las ricas sociedades industriales también se están dirigiendo hacia este patrón, y con E.E.U.U. y el Reino Unido a la cabeza. Mientras la riqueza se concentra en manos de unos pocos, los sueldos bajan, una gran parte de la población se queda superflua - es decir, que no sirve para producir ganancias y por eso carece de derechos. Las políticas sociales solo están diseñadas para reforzar estas tendencias, sobre todo los llamados "acuerdos de libre comercio", que en la realidad son acuerdos de los derechos de los inversionistas junto a una mezcla de liberalización y proteccionismo para incrementar el poder de los CTNs.

El fin de la Guerra Fría ha acelerado la profundización de estas tendencias, devolviendo una gran parte de Europa Oriental a su posición tradicional de zona de servicio tercermundista: el Este provee los recursos, los mercados, las oportunidades de inversión, mano de obra barata y otros servicios semejantes al poder privado del Oeste. En gran parte se puede entender la Guerra Fría como "un conflicto entre el Norte y el Sur", único en su escala, pero, de otra manera, un ejemplo típico de como los poderes hegemónicos reaccionan al intento de las zonas de servicio para buscar una ruta independiente. Hoy día, la historia de América Latina también aporta muchos ejemplos.

Experto: El FMI como instrumento de influencia de EE.UU. sobre ...

Una tendencia paralela es la erosión de una democracia significativa mientras el poder de tomar decisiones se reduce aún más al grupo del poder privado inexplicable y absolutista. Como ocurrió en el pasado, ahora que los CTNs dominan cada vez más la economía mundial, las estructuras gubernamentales se unen a los centros de poder. La principal revista mundial de negocios, el ÇFinancial TimesÈ de Londres, describe con acierto un creciente "gobierno mundial de facto" con sus propias instituciones: el FMI, el Banco Mundial, el G-7, el TLC (al cual ya podemos incluir en la nueva Organización de Comercio Mundial), y otras organizaciones similares. Estas instituciones se dedican principalmente a los intereses de los centros del verdadero poder - los CTNs que dominan finanzas y otros servicios, la manufactura, los medios de comunicación, etc. Una gran ventaja del gobierno mundial de facto es que funciona en secreto, marginalizando a las instituciones parlamentarias, y muchas veces las atropella bajo las condiciones de "libre comercio". Los sectores poderosos y privilegiados siempre han desde luego buscado disminuir las estructuras democráticas, para dejarlas vacías y poder ratificar públicamente las decisiones que toma el poder privado y las instituciones que le sirven. El gobierno mundial de facto que ahora se está formando tiene un potencial enorme en la toma de decisiones, y puede contribuir de manera eficaz a la creación de un orden internacional que sirva solamente a los intereses de los sectores limitados de poder privado y de privilegio, dejando la mayoría de la población en subordinación, controlada por el miedo o de algún otro modo.

Una tendencia paralela en la esfera de ideología es agudizar el concepto tradicional de doble filo; el del "mercado libre", donde para los débiles existe la disciplina del mercado, mientras para los fuertes hay protección del estado y subsidios públicos. Las clases educadas están contribuyendo de una manera importante al sufrimiento y la opresión - como lo hicieran tantas veces en el pasado, aunque ahora a veces con nuevos métodos. Uno de ellos es según su interpretación de la revolución bolchevique, "socialista", a pesar de que fue claramente una contrarrevolución que eliminó rápidamente todas las estructuras socialistas de la período revolucionario; consejos de fábrica, "Soviets", etc. Lo anterior fue obvio para los intelectuales marxistas principales (Rosa Luxembourg, Anton Pannekoek, etc.), para los libertarios de la izquierda (Kropotkin y casi todos los socialistas libertarios [anarquistas]), y los socialistas independientes como Bertrand Russell. De hecho, Lenin y Trotsky aclararon el tema cuando pidieron la movilización del pueblo ruso como "ejército de obreros" subordinado a los dirigentes vanguardistas, quienes los impulsarían hacia la industrialización por métodos estatales capitalistas. Más adelante, este sistema adoptó los nombres "socialista" y "democrático" por motivos de propaganda. Por supuesto la propaganda occidental rechazó el nombre de "democrático" mientras que recibió con entusiasmo el de "socialista" para la tiranía con el fin de difamar el socialismo y debilitar el trabajo de los pobres y obreros en su lucha por la libertad, la justicia y un control democrático. Los "intelectuales radicales" aceptaron este sistema de forma abrumadora; vieron en el patrón leninista la oportunidad de conseguir el poder para ellos mismos. Ahora se unen con otros propagandistas occidentales para anunciar "el derrocamiento del socialismo" (es decir, tiranía anti-socialista), y "la victoria del capitalismo" (es decir, el sistema occidental de poder estatal que asegura subsidios públicos con ganancias privadas). Si no hay liberación dentro de la esfera de ideología, no hay que esperar más progreso hacia la justicia y la libertad.


Las luchas que nos quedan por delante son duras, y exigen una solidaridad internacional sin precedente. Las consecuencias que resultarán de no enfrentarse a estas luchas serán graves. En una conferencia de dirección jesuita que tuvo lugar hace poco en San Salvador, describieron los efectos de la "mundialización" en Centroamérica como "un pillaje más devastador que el que su pueblo sufrió hace 500 años con la conquista y la colonización". La observación se aplica a una gran parte del mundo, ahora que las sociedades ricas también incluyen sectores crecientes.


Los Secretos del Poder: El dinero es lo primero – REVISTA CORRIENTES



LA REALIDAD QUE NO SE VE


Miriam Feu. 
Hay una realidad que ves y otra que es“. Nos lo dice el VIII Informe sobre exclusión y desarrollo social que elabora la Fundación FOESSA cada cinco años a nivel estatal y autonómico, y que por primera vez se ha presentado con un informe específico de la Diócesis de Barcelona.

El informe nos anima a quitarnos las gafas que no nos permiten ver la realidad tal y como es: caminando por una calle podemos ver personas desahuciadas o con dificultades para acceder a una vivienda digna, personas que tienen un trabajo precario que no les permite llegar a fin de mes, mujeres de origen migrante que deben trabajar dos horas más al día para cobrar lo mismo que un hombre, o personas que no votan porque piensan que la política les da la espalda. Y es que hay una parte de nuestra sociedad que se está quedando atrás y que no puede participar con normalidad. La exclusión social se produce cuando las personas están separadas, se quedan al margen o son expulsadas de la sociedad por una falta de derechos, de recursos o de capacidades básicas. 

Casi una de cada cuatro personas de la Diócesis de Barcelona (646.000 personas) se encuentran en situación de exclusión social, un proceso que se genera por la acumulación de dificultades en varias dimensiones. Es decir, el concepto de exclusión pretende ir más allá de la dimensión puramente económica de la pobreza, e incluye también dimensiones de ciudadanía (vivienda, salud, educación, participación política) y de relaciones sociales. Por ello, con el fin de iniciar procesos de inclusión de las personas, no es suficiente proporcionar una ayuda económica, sino que hay que trabajar en todas las dimensiones afectadas por el proceso de exclusión.
Una red de asociaciones cuenta a 941 personas que duermen en las ...

En cuanto a las principales problemáticas sociales, la exclusión residencial y la precariedad laboral son los dos motores principales de la exclusión en nuestra diócesis que afectan a prácticamente la mitad de las personas en esta situación. Cabe destacar también la importancia del eje relacional, y cómo las problemáticas del aislamiento social o del conflicto social afectan al 15% de la población. Una problemática que hay que mencionar también es la exclusión política, que afecta al 19% de la población. Aquí se considera, por un lado, la exclusión política extrema, es decir, de las personas que no tienen derecho a voto (en torno a 408.000 en la Diócesis de Barcelona), y por otro, las personas que no participan en las elecciones por falta de interés o que no participan en ninguna entidad ciudadana (127.000). 
Vota por nadie, nadie cumple sus promesas, nadie escucha tus ...

Hay que poner el foco en este último grupo de personas. De hecho, nos alerta de que las personas en situación de mayor vulnerabilidad son las que menos están participando en los procesos de toma de decisiones, lo que nos debería hacer cuestionar la calidad de nuestra democracia (porque se establece un círculo vicioso entre las personas con más vulnerabilidad y con unas necesidades claras que no se están poniendo en las agendas políticas y que, por tanto, no obtendrán respuesta…). Desde otro punto de vista, la crisis de nuestro modelo de participación (sólo el 17% de las personas de nuestra sociedad tiene una participación cívico-política activa) nos alerta del valor del individualismo que impera en nuestra sociedad ante la defensa del interés colectivo. Cada vez nos encontramos más desvinculados unos de otros, por lo que el sentido de comunidad va perdiendo valor.

En palabras de Teresa Montagut, las incertezas que generan la situación actual de precariedad y de falta de futuro hacen perder las seguridades. Porque las certezas que teníamos hasta ahora que si uno trabajaba tenía ingresos suficientes para sostener a la familia, que si uno estudiaba tenía garantizado el ascensor social, que la familia era una red de seguridad…, se han perdido: hoy las familias, los diferentes modelos familiares que tenemos son modelos familiares más libres, sí, pero más inseguros, más inestables, más frágiles, que tampoco pueden hacer la función para la que la institución familiar había estado funcionando durante muchos años.

Y la transición social hacia ese futuro, que no sabemos cuál es, está llevando una trayectoria que es muy preocupante. Tenemos todavía unas políticas, viejas políticas, para tratar viejos problemas que no son los problemas que hoy han aparecido. Y aquí nos encontramos ante un desfase importante.

Ante esto hay que recuperar un estado del bienestar que se adapte a la sociedad actual. Hay que apostar por un sistema redistributivo fuerte. Hay que recuperar también la revinculación y el papel fundamental de todo lo comunitario. Y tenemos que hacerlo con la dosis justa de indignación que no nos deje pasar las injusticias, unida a la esperanza que nos haga actuar y responsabilizarnos.



ESPERANZADOS EN UN PRESENTE COMPLEJO, Pedro Pierre

En todas partes las situaciones se presentan como complicadas. Es que estamos en un cambio de civilización, en la construcción de una nueva cultura, una nueva convivencia, una nueva ciudadanía global. De ahí la confusión general, diría... "normal". 
En Europa mucho descontrol y en España... ya ves. En América Trump, Maduro,Bolzonaro se parecen a “burros, con plata” (¡Perdón a los burros!), diabólicos. En África muchas masacres y migraciones. En Asia bastante inestabilidad. Por todas partes está la globalización neoliberal que todo lo quiere controlar y que lo trastorna y destruye todo. Y por otro un socialismo trasnochado, gobiernos ricos con pueblos enpobrecidos. Al mismo tiempo hay realidades que mueren, otras no quieren morir y muchas otras que nacen. El desafío de cada uno de nosotros es discernir las que nacen y estar de ese lado, para no ser ‘muertos en vida’.
Creo que debemos aprender a pensar y actuar de manera más sencilla y, con mucha humildad y tranquilidad, ir a lo esencial. Es momento de esperanza. La vida y el amor que habitan el universo no se detienen y avanzan con nuevos rostros, con nosotros si así lo queremos o sin nosotros si caminamos equivocadamente. Todo eso es una invitación a mirar el mundo y las religiones con ojos esperanzados.
En la sociedad, crece la violencia de las grandes potencias dominadoras que se sienten acorraladas como nunca antes. Quieren seguir controlando tanto el saqueo indiscriminado de las materias primas como las protestas de los pueblos que las poseen y no se la quieren dejar quitar sin más. La violencia de las multinacionales y de sus Estados es tanto mayor a medida que la conciencia, la resistencia y las alternativas de los pueblos avanzan y sacuden todos estos imperios. En el pasado, los conflictos eran localizados. Ahora son globales y tienen repercusiones en todas partes. De ahí las migraciones masivas, la organización de la miseria, la destrucción de países, el creciente robo de materias primas, la pasividad cómplice de los países que vienen cómodamente, la angustia de las generaciones más jóvenes...
En las Iglesias y las religiones la crisis también es grande. Tal vez las que mejor resisten son las religiones ancestrales. En la Iglesia católica, la crisis es particularmente catastrófica. Hace 55 años, un Concilio, o sea, una reunión de obispos de todos los países católicos, fue convocado en Roma para actualizar la Iglesia católica, siendo dicha reunión su máxima autoridad. Se abrió puertas y ventanas para desempolvar las conciencias dormidas y las estructuras obsoletas. Esto no fue el gusto de una mayoría de obispos y cardenales, como también de los papas Juan Pablo 2° y Benedicto 16, que buscaron volver al ‘pasado maravilloso de la Edad Media’. Frente a las grandes tensiones internas, el papa Benedicto ‘botó la toalla’. Se eligió al papa Francisco para reformar la Curia romana y encausar la Iglesia según la vida y el testimonio de Jesús: volver a lo único absoluto, tal como lo fue confirmando el papa Pablo 6°, es decir, trabajar a la implantación, por una parte, de la fraternidad y de la justicia en el planeta y, por la otra, el respeto a la naturaleza: Jesús llamó esta tarea ‘el Reino’. A eso se está empeñando el papa Francisco a pesar de las muchas resistencias y oposiciones tanto internas de los grupos tradicionalistas como externas de los gobiernos neoliberales y sus transnacionales. Aunque se h quedado en hablar y...na
Es tiempo de discernir todas las iniciativas que nacen por todas partes, en particular desde los pobres organizados que defienden la vida, la naturaleza, la fraternidad y la justicia, con un horizonte de trascendencia. En América Latina, los Pueblos indígenas con su cosmovisión y la Iglesia de los pobres con su teología de la liberación van por este camino.
Individualmente debemos integrar grupos humanos, asociaciones, organizaciones sociales, movimientos políticos que se enrumban por estos objetivos. O nos perderemos en el individualismo mortífero, el consumismo deshumanizador y la complicidad perversa con el neoliberalismo capitalista y socialista. 
Se trata de vivir sencilla y fraternalmente para no aumentar la destrucción de la naturaleza y de ponerse del lado de las víctimas de todo tipo para compartir sus anhelos y sus luchas.
Estamos en un momento de opciones decisivas y esperanzadoras si avanzamos hacia una 'nueva Tierra' y una Humanidad reconciliada. Esto no se hace sin sufrimiento: es, según san Pablo, “el parto de la humanidad que gime de dolor”. Es el camino que nos enseñan la “paciente impaciencia” de los humildes y el coraje de las y los que quieren vivir en plenitud, pero todos ‘en comunidad’.

PAGAR LOS PLATOS ROTOS

No supimos reaccionar como sociedad para que la salida de la crisis -si es que llegamos a salir nunca- fuera por la vía de la redistribución y no por la del aumento de la desigualdad. Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pero esta vez no nos podemos permitir que nos pase lo mismo.
Si algo hemos aprendido las entidades sociales y ciudadanas en la última década, es la importancia capital de entender bien y hacer pedagogía sobre la bondad de los impuestos. Deben ser defendidos con uñas y dientes como la última posibilidad de una vida social compartida, donde nadie quede al margen. Son la tabla de salvación de un estado del bienestar aún por acabar de construir. España tiene una presión fiscal más de 6 puntos por debajo de la media de la zona Euro. Y muchos deberes pendientes en su sistema impositivo: unos beneficios fiscales desorbitados de los que se aprovechan especialmente las rentas más altas, un impuesto de sociedades en caída libre por el dumping fiscal de países vecinos, una competencia desleal entre autonomías en cuanto al impuesto de patrimonio y sucesiones, y una economía sumergida desmesurada.
Colombia. Plan Nacional de la Desigualdad del gobierno - Resumen ...
Además de los deberes no hechos hasta ahora, el momento de crisis económica excepcional que estamos viviendo nos obliga también a valorar medidas extraordinarias que nos permitan financiar el necesario apoyo a familias, pequeñas empresas y autónomos, no por la vía de más endeudamiento en condiciones draconianas sino por la de la solidaridad y la justicia fiscal.
En esta línea, la Plataforma por una Fiscalidad Justa acaba de proponer 15 paquetes de medidas que deberían permitir levantar hasta 34.301 millones de euros abordando las reformas fiscales pertinentes y apostando de forma valiente por pedir un mayor esfuerzo a quien más tiene. Ahora no se trata de poner parches, sino de aprovechar el momento en que la ciudadanía puede entender mejor que nunca la necesidad de unos buenos impuestos. Lo que se propone no es revolucionario, sino que pone el énfasis en las actuales injusticias de nuestro sistema fiscal y en lo que ha sido posible hacer en otros momentos históricos de crisis global. Los miembros de la Comisión para la reconstrucción social y económica del Congreso harían bien en leerlo.
Ahora que hemos comprendido la importancia de los servicios públicos y el daño que los recortes han hecho a una atención sanitaria que ha respondido de manera ejemplar, ahora que vemos como el mundo educativo necesita recursos para que nuestros niños no queden abandonados solos ante un ordenador con mala conexión wifi, ahora que conocemos la realidad de cientos de miles de familias que se encuentran sin ningún ingreso en casa para los próximos meses, ¿alguien se atreverá a decir que no se puede mejorar la progresividad del IRPF?, ¿o se escandalizará por la implementación de una CovidTax a nivel europeo que grave los patrimonios de más de un millón de euros en tan sólo un 1%?, ¿o por un impuesto que grave las ganancias extraordinarias generadas en estado de alarma o la especulación de quien se ha enriquecido con la volatilidad financiera de los últimos dos meses? 
Necesitamos más valentía y coordinación que nunca. Se lo debemos a cajeras, transportistas, enfermeras, riders, veladoras de ancianos…, y tantos otros colectivos que han visto como su poder adquisitivo caía año tras año en la última década y ahora han sido el último dique de contención de un modelo social y económico que hacía aguas.
No nos engañemos, sabemos que de esta crisis saldremos todos más pobres y vendrán tiempos muy duros, pero si algo no podemos permitir es que salgamos de nuevo más desiguales.
Reformas en una sociedad desigual | Digalo ahi Digital






HACIA DÓNDE VA LA DEMOCRACIA

La Democracia en crisis
Cuando pensamos «hacia dónde va la democracia», nos viene de inmediato a la cabeza la crisis de sus instituciones tradicionales. Es decir, la crisis de los partidos, de los estados tal como los conocemos y de los actores tradicionales de la transformación social como han sido, por ejemplo, los sindicatos. Pero la crisis es mucho más profunda y afecta también a multitud de instituciones pequeñas. Las causas de esta crisis son múltiples:
 – Una dinámica institucional que ha favorecido un tipo de carrera profesional política y un desarrollo de estructuras organizativas altamente burocratizadas y vinculadas a la gestión y al control del poder institucional.
– Una desafección y un creciente desinterés por la política de mucha gente con vocación de transformación social y de servicio público, que ha redirigido su trabajo y dedicación hacia otros espacios y organizaciones, diferentes de las tradicionales.
 – Una dinámica social y cultural muy individualista, interesada y hedonista; que ha pensado que todo esto de “los asuntos públicos” era una cuestión de políticos y que lo que teníamos que hacer cada uno de nosotros era vivir la vida, nuestra familia, nuestros pequeños proyectos…

Pero eso no basta: hace falta analizar por un lado qué dinámicas globales de las estructuras y de las instituciones están dando lugar a la crisis del sistema democrático, y por otro, identificar qué dinámicas (personales y grupales) contribuyen a profundizar en esta crisis o aspiran a superarla.

Democratizar la democracia

Repensar y reinventar aquello que tenemos
·         Instituciones: del desprestigio a la reinvención
La mayoría de los ciudadanos piensan que las instituciones políticas que tenemos, tal como funcionan en la actualidad, no nos representan. Por una parte, porque han cogido una dinámica de desconexión con la ciudadanía, se han burocratizado y se han alejado de las luchas sociales. Y por otra, porque hacen política al dictado de las decisiones de unos “mercados” que imponen no sólo objetivos macroeconómicos, como la reducción del déficit, sino también qué medidas concretas (recortes y más recortes) han de tomarse para conseguir estos objetivos. Todo esto pone de manifiesto la impotencia de nuestras instituciones.

No tenemos mecanismos políticos para controlar el funcionamiento global del capitalismo financiero, pero lo peor de todo es que tampoco parece que haya demasiada voluntad de tenerlos. Y crece la duda de si esta falta de voluntad política se debe a la falta de visión o es debida a una clase política que está más pendiente de lo que dicen las agencias de rating que de lo que necesitan realmente los ciudadanos. Urge reinventar estas instituciones para que puedan hacer frente a los nuevos retos. Una reinvención que las vuelva a conectar con la ciudadanía y que les otorgue capacidad de control sobre la economía.

·         Actores: diversidad, red y nuevos espacios
La cuestión de los nuevos actores políticos nos puede orientar en esta reinvención. Cuando surgió el 15M se le acusó injustamente de no hacer propuestas concretas cuando su valor, más que en las propuestas, residía en recordar algo desgraciadamente olvidado: que la legitimidad política radica en la ciudadanía y que los ciudadanos ejercen esta ciudadanía cuando ejercen su capacidad crítica y de presión política. Por eso, el gran reto que el algunos movimientos plantean a los partidos políticos, no es que incluyan alguna de sus propuestas en sus programas, sino que cambien la forma de gestionar su funcionamiento interno, que replanteen su función pública y la manera como la ejercen en la actualidad.

Es evidente, que los actores políticos tradicionales no volverán a ser “hegemónicos”, ni van a liderar en exclusividad la acción política. Habrá que contar en el futuro con los diferentes movimientos, entidades, organizaciones, asambleas de barrio, ONGs, cooperativas de consumo… para una acción conjunta, para una acción en red. Se ha acabado la idea de que la política la hacen los partidos políticos y el partido que no lo entienda así tiene poco futuro.

·         Ciudadanos en un mundo global

Surgen, pues, nuevos espacios de debate político, de generación de propuestas. Todos estos espacios deberán estar interconectados, a través de una manera diferente de trabajar. El gran reto es que por una parte las instituciones democráticas tradicionales, con sus actores políticos, sean capaces de transitar hacia el reconocimiento de esa pérdida de exclusividad, y por otra, que la ciudadanía movilizada a través de los movimientos sociales reconozca la necesidad de contar con las instituciones para generar transformación social. Sería una ingenuidad histórica pensar que podemos construir la nueva democracia del siglo XXI haciendo una especie de tabula rasa.

Reflexiones sobre la democracia - Opinión - Elentrerios.com




Sucedió hace 500 años
En diciembre de 1510, una pequeña comunidad de frailes dominicos desembarca en la isla caribeña de La Española (hoy territorio de República Dominicana y Haití). Es una comunidad pobre y que quiere anunciar la Palabra desde su contexto de inserción en la realidad de la conquista española: desde hacía 19 años los habitantes de las llamadas Indias occidentales padecían la explotación y malos tratos, porque los conquistadores sólo buscaban oro y hacerse ricos con la sangre de los indios a los que trataban como animales.
La comunidad analiza los hechos, examina a la luz del evangelio la inhumana opresión que sufren los indígenas, se pone de parte de ellos y consciente de la gravedad de la situación decide denunciarla públicamente ante los conquistadores y notables españoles, entre los cuales estaba el almirante Diego de Colón, el hijo de Cristóbal Colón. Entre todos los miembros de la comunidad elaboran el sermón que encargan pronunciar a fray Antonio de Montesinos, buen predicador. Escogen la fecha del Cuarto domingo de Adviento y toman como punto de partida la frase de Juan Bautista: “Yo soy la voz del que clama en el desierto”.
El texto de este profético discurso pronunciado el 21 de diciembre de 1511, lo conocemos gracias a Bartolomé de Las Casas, entonces cura encomendero, presente en el templo:
“Esta voz, dijo él, dice que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéís en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tantas infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos de sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y criador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen o no quieren la fe de Cristo” (1).
El impacto del sermón fue grande, “los dejó atónitos, a muchos como fuera de sentido, a otros más empedernidos y algunos como compungidos, pero a ninguno, a lo que yo entendí, convertido”, anota el cronista. Diego Colón y los notables salieron indignados y decidieron reprender al predicador por aquella doctrina nueva y escandalosa que iba contra el rey, que era quien autorizaba a los conquistadores el tener indios en las encomiendas a su servicio. Exigían una pública retractación.
También Bartolomé de Las Casas se indignó con aquel sermón que atacaba directamente su situación de encomendero. Sólo años más tarde, reflexionando sobre textos del Eclesiástico (4,1-6; 34,18-22) que afirman que Yahvé no acepta las ofrendas manchadas con sangre, Las Casas cambió de rumbo, ingresó en la Orden dominicana y nombrado obispo de Chiapas, se convirtió en el gran defensor de los indígenas.
Al domingo siguiente, Montesinos subió de nuevo al pulpito y en lugar de retractarse dijo que en adelante no confesarían a los españoles, ni les darían la absolución, y recalcó que podían quejarse ante quien quisieran, pero ellos seguirían predicando el evangelio.
Esta denuncia profética naturalmente es conflictiva no sólo para la Corona sino también para la Iglesia. Toda denuncia profética tiene un precio a pagar. Lo mismo le pasó a Jesús de Nazaret cuando proclamó su programa mesiánico de evangelizar a los pobres en la sinagoga de Nazaret: le quisieron despeñar (Lc 4,16-30).
En realidad, como afirma Gustavo Gutiérrez, tanto Diego Colón como el rey no se equivocaron en su juicio, pues se dieron cuenta de que el grito de Montesinos no sólo cuestionaba el modo cómo se trataba a los indios sino que atacaba de raíz la misma conquista y el injusto sistema colonial hispánico. De este sermón de Montesinos de 1511 ahora se cumplen 500 años.
Pero el grito de Montesinos. aunque fue el primer grito libertario en América Latina, no fue el único. Puebla no los recuerda en un texto conocido:
“Intrépidos luchadores por la justicia, evangelizadores de la paz como Antonio de Montesinos, Bartolomé de Las Casas, Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroga, Juan del Valle, Julián Garcés, José de Anchieta, Manuel Nóbrega y tantos otros que defendieron a los indios ante los conquistadores y encomenderos, incluso hasta la muerte, como el Obispo Antonio Valdivielso, demuestran con la evidencia de los hechos, cómo la Iglesia promueve la dignidad y la libertad del hombre latinoamericano” .
Líneas de fuerza del sermón de Montesinos
Quizás lo que llama la atención es que Montesinos comience arguyendo a partir de lo que hoy llamaríamos los derechos humanos: “¿con qué derecho y justicia” ”¿con qué autoridad” “¿cómo los tenéis tan opresos y fatigados?” “¿estos no son hombres?” “¿no tienen ánimas racionales?”. Sin duda la escuela dominica de Salamanca de la que provenían, donde había grandes pensadores tomistas como Soto y Vitoria, influyó en esta visión antropológica primordial. Antes de invocar valores evangélicos, acuden al sentido humano, a la humanidad, a la honestidad con lo real, al respeto a las personas humanas, a un mínimo de sentido de compasión ante el sufrimiento ajeno. La cuestión sobre Dios es ante todo una cuestión sobre la realidad.
Esto supone que la comunidad dominica tenía una cercanía al mundo de los indígenas, que le llevaba a mirar la historia desde abajo, desde su reverso, desde los que sufren sus consecuencias, lo cual les llevó a asumir lo que hoy se llama la opción por los pobres. Antes que los intereses y pretendidos derechos de los conquistadores, está el sufrimiento de los indios.
Montesinos comienza haciendo memoria de estos sufrimientos, memoria de la pasión del pueblo. Los colonizadores han agredido violentamente al tener, al saber y al ser de los indígenas, ha sido un contexto de injusta invasión y no sólo de un territorio y sus recursos, sino de las más secretas identidades; violación y negación de visiones del cosmos y sabidurías de vida, secretos e iniciativas. No es posible permanecer impasibles ni neutrales ante el sufrimiento, no pueden pasar de largo, como el sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-35). En el sufrimiento de los indios contemplan y experimentan el sufrimiento del Señor (Mt 25,31-45).
A partir de aquí brota la denuncia de la ideología de la conquista que teóricamente se justifica para poder evangelizar a estos pueblos, pero que en realidad se ha convertido en “sacar y adquirir oro cada día” y por esto “los matáis”. Forma parte de este engaño, de este sueño letárgico en el que están dormidos, el que no se preocupen en absoluto del bien espiritual de los indios, de su evangelización, bautismo, celebración del domingo y fiestas...
Sólo después se invoca un principio cristiano, la obligación de amarlos como a ellos mismos, una máxima evangélica que seguramente los conquistadores conocían de su tradición cultural cristiana.
Actualidad del sermón de Montesinos
Han pasado 500 años, el contexto histórico, cultural, económico y político de América Latina ha cambiado. Pero desde el mundo sigue llegando al cielo el clamor de indígenas, africanos, de los campesinos, de las mujeres, de los mineros, de los niños, de los ancianos que piden justicia, dignidad, salud, trabajo, educación, libertad, respeto a sus culturas, el derecho a la tierra y al territorio, el poder “vivir bien”, una vida digna de seres humanos.
Ya no es el imperio hispano-luso, son las multinacionales, las estructuras económicas, los intereses del mercado, los nuevos poderes mundiales, los que crean diferencias abismales entre los ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres, que ahora son masas desechables, insignificantes, despreciables, efectos colaterales de una economía tremendamente injusta, pero que se considera políticamente correcta . A los nuevos conquistadores no les mueve el sufrimiento de los pueblos, ni el destrozo de la ecología, ni el avasallamiento de las culturas.
También han surgido en estos últimos años voces proféticas, verdaderos defensores, como Proaño, Méndez Arceo, Laguna, Samuel Ruiz, Helder Cámara, Lorscheider, Pironio, Teresa de Calcuta, Silva Henríquez, Martin Luther king, Romero, Nelson Mandela, Angelelli…, Sacerdotes y la vida religiosa inserta entre los pobres También ha habido reacciones del imperio de turno, ha habido mártires en todos los sectores de la Iglesia, desde obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas a campesinos, catequistas, indígenas, mujeres y niños, gentes.. Los sucesores de Fernando el Católico, el “sistema” no admite críticas ni cuestionamientos, nunca perdona ni olvida. La pasión de Jesús sigue presente y actual en el pueblo sufriente, en “los crucificados de la historia”.
El sermón de Montesinos sigue siendo actual para la sociedad y la Iglesia de hoy.
Algo nuevo está naciendo
La historia nunca se repite, el contexto político, social y eclesial ha cambiado profundamente, no sólo desde tiempos de Montesinos sino también desde el final del siglo XX. Bastan algunas pinceladas impresionistas.
Emerge en el mundo globalizado de hoy una gran crisis económica, energética, ecológica y civilizatoria. Ha caído el muro de Berlín, pero también han caído las torres gemelas de Nueva York. El modelo económico actual naufraga, a pesar de sus continuas reflotaciones. Los desastres ecológicos son señales de alerta roja..
A nivel eclesial después del carácter claramente restauracionista de los últimos pontificados y a pesar de grandes concentraciones masivas religiosas y de los show mediáticos que parecen insinuar que nada pasa, la barca de Pedro se zarandea en una crisis que desde el tiempo de la Reforma no se había visto. La cristiandad ha explotado aunque su agonía sea lenta. Jóvenes y mujeres abandonan silenciosamente la Iglesia. En medio de esta caótica situación mundial y eclesial, en medio de esta crisis, en esta noche oscura, hay signos apocalípticos de que algo nuevo está naciendo, hay nuevos sujetos emergentes en la sociedad y en la Iglesia: jóvenes, pobres, indígenas y África, Asia, mujeres. Se escucha el grito de que “otro mundo es posible”, también de que “otra Iglesia es posible”.
Como en los orígenes de la creación, en medio de la noche y del caos reinante, el Espíritu genera vida (Gn 1,2) y hace nacer un mundo nuevo, diferente. Este caos anuncia dolores de parto de la creación (Rm 8,20), El Espíritu del Señor está activo, estos signos de muerte son preludio de resurrección, la piedra del sepulcro comienza a removerse, las mujeres son las primeras en darse cuenta y en creer en la resurrección .

En este nuevo contexto el grito de Montesinos también vuelve a resonar de nuevo: “¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado que estáis no os podéis salvar”. Es necesario cambiar de rumbo, despertarnos, tomar conciencia de que algo nuevo está naciendo (Is 43, 19), porque, hoy como ayer, el Señor quiere hacer todas las cosas nuevas (Apoc 21,5). Hoy todavía estamos en tiempo de Adviento…

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Dimensión pública de la fe cristiana

¿Debe un cristiano meterse en política o mantenerse al margen?¿Por qué el Papa condena a los que desatan una guerra…? Estas preguntas nos indican que el bimonio cristianismo y política siempre ha sido incómodo. No está de más, por tanto, intentar aclarar un poco las cosas.

La Iglesia no puede ser nunca más que su Señor: la actuación de Jesús siempre le es normativa. También –¿por qué no iba a ser así?- en este campo. Hoy nadie pone en duda que la actividad pública de Jesús se centró en el anuncio con obras y palabras del Reino de Dios. Pues bien, la salvación integral del Reino incluye la promoción social de las personas concretas y de la “sociedad”. Una comunidad cristiana que se desentienda del bien común descuidaría gravemente una parte esencial de su misión. La fe tiene una irrenunciable dimensión pública. Decir que la fe cristiana es cuestión privada de la persona y no debe influir en las opciones sociales y políticas –y hay quien lo dice…- es ignorar el evangelio y la espina dorsal de la Gaudium et Spes,( es el título de la única constitución pastoral del Concilio Vaticano II. Trata sobre «la Iglesia en el mundo contemporáneo»). que sigue siendo un brillante compendio del pensamiento cristiano sobre la vida social y política.

La imposible neutralidad
Se sigue oyendo decir que Jesús fue apolítico, ya que se negó a ser rey o mesías político. Es señal de que seguimos reduciendo política a “política de partido”…  En realidad, cada acto y cada palabra de Jesús tuvo repercusiones políticas, pues influyó en la vida social de las personas que le rodeaban. Si no hubiera sido así, resultaría imposible explicar su muerte de cruz
Afirmaciones como las anteriores son posibles porque hay quien sigue creyendo –unas veces con indudable ingenuidad, otras por intereses mucho más oscuros- que es posible la neutralidad política. No es que sea bueno o malo ser neutral en política, sencillamente es imposible. Cuando trabajamos, jugamos, hablamos, educamos… estamos haciendo, lo sepamos o no, opciones sociales y políticas, porque no vivimos en la estratosfera, sino aquí y ahora. El que se declara apolítico está apoyando sin saberlo una opción política muy concreta: la del satus quo, la de dejar las cosas como están… Tampoco hay acción pastoral sin repercusiones políticas: ¿Cuáles favorecemos nosotros, sabiéndolo o no, en nuestro compromiso educativo con jóvenes…?

Así pues, el proclamarse apolítico, queriéndose lavar la manos como hiciera Pilato, no elimina la repercusión política de nuestras actuaciones. Y no está de más recordar el famoso gesto del procurador romano, porque precisamente el no querer mancharse las manos es la principal motivación de esa pretendida (pero imposible) neutralidad o apoliticismo (recordemos aquí el famoso análisis de Jean Paul Sartre sobre la mala conciencia de la práctica política en Las manos sucias). Nunca deberíamos olvidar la conocida parábola de Raoul Follereau, el conocido apóstol de los leprosos, que concluía que Dios no quiere que nos presentemos ante él al final de nuestra vida con las manos limpias si eso implica que estén vacías…

Opciones irrenunciables del compromiso socio-político cristiano
Así pues, el cristiano – a nivel personal y comunitario- debe ser alguien con un serio compromiso socio-político, que es “la opción, motivada e informada por la fe, que se expresa en una práctica o acción social que busca incidir en el nivel estructural de la realidad para lograr su transformación y así contribuir a configurar una sociedad más justamente configurada, en la que todos los seres humanos puedan ser respetados en su dignidad y adquirir la condición de sujetos que les es propia” (Julio Lois). Entre los valores de humanización que deben guiar al cristiano en su compromiso político no todo es igual de urgente. Si la gloria de Dios es que el hombre viva (S. Ireneo de Lyon), es especialmente urgente favorecer la vida de los millones de personas que mueren cada año en el mundo a causa de la injusticia y la pobreza. En el fondo, las opciones irrenunciables de la acción social y política de los cristianos vienen marcadas en el capítulo 25 del evangelio de Mateo: porque tuve hambre, tuve sed, estuve enfermo, fui forastero, estuve preso…

Sobre los modos
A la hora de concretar dicha opción –que fue la de Jesús- las comunidades cristianas deben ser fieles al deseo formulado en Gaudium et Spes de estar al servicio de la humanidad, sin imposiciones de otros tiempos, y renunciando a modelos que han dañado la libertad del evangelio, como la confesionalidad de los estados, porque “las ideas no se imponen, sino que se proponen” (Juan Pablo II ).  Así hay que traducir hoy las palabras de Jesús (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”), no como apoliticismo, sino sabiendo respetar la autonomía legítima de las realidades terrenas (cf. GS).

Ello supone trabajar por poner las instituciones políticas al servicio de las personas y no al servicio del partido. Un compromiso abierto como recordó el Papa al invitar a los jóvenes a construir “ un mundo decidido a aunar sus esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad entre los pueblos”.  





¿ES POLÍTICA O ANTIPOLÍTICA?

Debo reconocer que muchos comportamientos políticos de nuestros representantes públicos me tienen un tanto desconcertado. No debe de ser solo a mí, porque a tenor de los últimos sondeos de opinión pública difundidos por el CIS, la llamada “clase política” aparece en el segundo nivel de preocupación de los españoles. (apartando el Coronavirus)

Entiendo que este asunto tiene que ver no solo con el ámbito de la pura política, sino también con el de la ética política, entendida ésta como el noble ejercicio de adecuar la acción política de los representantes públicos al interés genuino de sus representados, a los que se deben y sirven. Y cuando en esa relación saltan las alarmas y el representado expresa una creciente lejanía o divorcio de sus representantes, algo nos está alertando de una posible disfunción no solo política, sino también ética.

He aquí algunas muestras de lo que podríamos llamar política negativa o, si se quiere, antipolítica.

1. Infravaloración de la palabra y el debate de ideas frente al auge de los mensajes simplificados o los argumentarios enlatados. No interesa tanto el contenido de las propuestas que se discuten cuanto el formato en el que se difunden. La Red acoge por igual verdades, medias verdades y mentiras. No importa tanto el contenido de lo que se difunde sino su capacidad para generar adhesiones acríticas. Como afirma el escritor Carles Casajuana, “para muchos la viralidad se ha convertido en el valor supremo. Que una noticia sea o no cierta es secundario. Lo que cuenta es que sea retuiteada velozmente por los lectores”. En lugar de propiciar el debate, se crean burbujas informativas que llevan a los ciudadanos a reafirmarse en lo que ya piensan.

2. La emoción desplaza a la razón en el debate político. Se trata de excitar emociones antes que razones, vencer más que convencer, combatir más que debatir. El monólogo ha desplazado al diálogo. En una sociedad democrática desacralizada, el marco del debate debería ser el de la discusión racional sobre objetivos y medidas y no una apelación a la excitación emocional en la que los sentimientos operan como fuente de legitimidad. Se atribuye a la emoción una calidad moral de la que carece, en consonancia con la apreciación del escritor Pérez Viejo de que “hay que ver la política como una actividad racional y no como una teología sentimental”.

3. La exclusión, como nueva bandera. Nunca habían proliferado tanto en la historia de nuestra democracia los “cordones sanitarios”, las “líneas rojas”, los “vetos cruzados”… La política se ha vuelto dogmática, excluyente, esencialista, de trinchera… Los grupos políticos caen con facilidad en el dualismo de vivir de la aclamación interior (de los suyos) y la exclusión  (de los otros). Como afirma el sociólogo y escritor Daniel Innenarity, “se persigue el liderazgo en la propia hinchada, que premia la intransigencia, la victimización y la firmeza”, sin reparar en que “con amigos dentro y enemigos fuera no se hace casi nada en política”.

4. La cultura del pacto y el acuerdo no goza de buena salud en la actual coyuntura política. La nueva fragmentación del actual sistema de partidos invitaría a todo lo contrario, a una cultura más pactista, a hacer concesiones recíprocas, a fomentar la colaboración mutua. Sin embargo, no solo escasea el pacto, es que con frecuencia se alardea del no-pacto cuando se afirma con orgullo que “nosotros no nos hemos movido de nuestras posiciones…, son otros”. Se hace bandera del inmovilismo, se califica de “traición” cualquier concesión acordada. En lugar de gestionar el nuevo pluralismo de partidos, hemos pasado del bi-partidismo al bi-bloquismo, manteniendo la incomunicación entre los bloques y rehuyendo la transversalidad entre los mismos. En lugar de una gestión de intereses contrapuestos, con demasiada frecuencia  la política parece un escaparate para la exhibición de las peores artes de la confrontación.

Mantenerse fiel a los principios que te vinculan con tus representados es una actitud noble, pero ello no puede estar reñido con la flexibilidad y la capacidad de crear espacios para la transacción y el acuerdo. Dice Innenarity que “muchas experiencias históricas ponen de manifiesto que los partidos dan lo mejor de sí mismos cuando tienen que ponerse de acuerdo, apremiados por la necesidad de entenderse. Gobernar requiere oponentes con los que colaborar y no tanto enemigos a los que desacreditar”. Todo ello desemboca en la crispación y la polarización y cuanto más polarizada está una sociedad menos capaz es de avanzar y de propiciar transformaciones.

5. Exceso de sobreactuación. Ya sabemos que una cierta dosis de teatralidad acompaña a la escenificación de la contienda política. Sabemos que además  de gestores, los políticos son también actores. Y por ello, en la difícil tarea de convencer concurren un abanico de artes y técnicas tendentes a ganarse el favor de los ciudadanos. Comunicar bien ya es tener ganada la mitad del camino hacia la meta. Y esa obsesión por ganar a toda costa la batalla de la comunicación, explica en parte la tendencia de los políticos a sobreactuar, a enfatizar a veces hasta extremos grotescos la defensa de sus postulados. Hemos convertido la política en una campaña electoral permanente, donde las reafirmaciones en las bondades de uno contrastan con el énfasis en las maldades de los demás, proyectando una imagen degradada del combate político, más cercana a un ring de boxeo que a un ágora parlamentaria.

6. Distanciamiento entre la sociedad y sus políticos. El filósofo Spinoza ya afirmaba de manera clarividente que la democracia, que es el más “conflictual”de los regímenes políticos es, por eso, “el más natural” y el mejor. Y es que el conflicto es un ingrediente esencial de las relaciones sociales, tanto a nivel colectivo como individual. Por ello, la política debe entenderse como la adecuada  gestión de intereses contrapuestos en el espacio público. Si la gestión conduce a exacerbar y polarizar las diferencias naturales entre los grupos, la sociedad resultará más fraccionada y la brecha social y política será mayor. Y viceversa.

No pretendo contraponer una imagen angelical de los ciudadanos frente a otra diabólica de sus políticos, lo cual sería un apriorismo tan falso como peligroso, sino poner de manifiesto que los grupos sociales no son impermeables a las dinámicas de sus élites representativas. Conviene no olvidar además que con la acción política no solo se hace política, sino también pedagogía. Y convertir aquella en la exhibición del desencuentro y la confrontación choca de lleno con la ética de la responsabilidad y va en dirección opuesta a la aspiración de fomentar una sociedad más cohesionada.

Concluyo. Los rasgos descritos en esta reflexión se están instalando con demasiada naturalidad y persistencia en la política española. Y tienen efectos negativos de índole tangible, porque el bloqueo lleva a la parálisis en la acción de Gobierno con consecuencias materiales para la vida de la gente, pero también con efectos intangibles, aunque no menos reales, como la inoculación progresiva de un clima de desconfianza y desafecto hacia la acción política. Y no olvidemos que el descrédito “entre los políticos” no termina ahí, sino que es la antesala al descrédito “entre la sociedad y sus políticos”. La percepción  de buena parte de la ciudadanía, al señalar la acción de sus representantes como parte  de sus problemas más que de sus soluciones, invita con urgencia a una reflexión compartida y ojalá que a una rectificación del rumbo.
¿Es política o antipolítica?

1 comentario:

  1. Temas muy interesantes para poder debatirlos en una charla.

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