¿Qué debemos hacer primero los cristianos ante la injusticia?
Anhelar justicia es propio de cristianos según Jesús (Mateo 5.6). Y no cualquier anhelo, sino anhelarla con el dolor del hambre y la incomodidad de la sed.
Así que el cristiano no simplemente “puede” anhelar justicia, sino debe hacerlo. No en el sentido de una simplona obediencia externa a un mandato, sino porque forma parte de su esencia, de su carácter transformado por la gracia de Dios.
Hasta aquí todos de acuerdo. Pero ¿qué hacer cuando la injusticia se siente tan insoportable que no podemos evitar que la ira brote de nuestro corazón? En Leipzig y Berlín 1989, Ayotzinapa 2014, Venezuela 2024 – aunque en contextos y por razones muy distintas – el clamor por justicia se hace sentir y no siempre de la mejor manera. ¿Cómo actuar como creyentes en contextos donde hay un clamor general? ¿Qué hacer cuando la injusticia se ha vuelto dolorosa como el hambre e incómoda como la sed?
Dios en Su Palabra nos habla bastante sobre la injusticia y ciertamente hay mucho que los cristianos podemos y debemos hacer. Pero aquí sólo quisiera concentrarme en lo primero que debemos hacer y explicar por qué. Me refiero a orar. Así, tal cual: Orar ante la injusticia. Orar la rabia. Orar el dolor. Orar la furia contenida bajo el yugo de la opresión. De eso justamente se tratan los llamados “salmos imprecatorios” como podemos leer en Salmo 137.8-9, Salmo 3.7 ó Salmo 109.6-15 y otros similares.
Como nota preliminar podemos destacar que salmos como los recién mencionados nos demuestran que sólo desde un menosprecio hacia el carácter Santo de Dios y usando versículos sacados de contexto alguien podría usar la Biblia para defender la idea que “el cristiano no puede estar enojado” o que “el creyente jamás debería sentir ira ante la injusticia”. Pocos malos entendidos acerca del cristianismo son tan populares como este. El cristiano ciertamente ama la santidad y anhela ser santo como Dios es Santo, así que sentir ira contra la injusticia es perfectamente acorde con la ética cristiana; al mismo tiempo, sin embargo, buscar venganza por los propios medios es igualmente contradictorio con esa misma ética.
Pero la pregunta que quisiera abordar ahora es ¿por qué dedicarse a orar mientras las calles arden? ¿No sería eso una especie de pasividad ante la injusticia? ¿Orar no sería sinónimo de meditar y volverse inactivo, contemplativo y “zen” justamente cuando más se requiere actuar?
Primero que todo debemos orar ante la injusticia por una razón bien sencilla: orar es apelar al Rey Absoluto y Eterno, esto es a la autoridad máxima. Así que orar es actuar, no es pasividad. Cuando aquellos a quienes Dios soberanamente les ha dado poder, influencia y riquezas para servir al prójimo, en vez de ser bendición están siendo maldición a causa de su egoísmo, ambición y codicia, entonces llegó el momento de apelar al que está por sobre ellos y denunciarlos ante el Señor suyo y nuestro, quien les entregó generosamente esos bienes y privilegios para servir al prójimo y contribuir al Shalom de una comunidad. Cuando la opresión y tiranía se instalan en una comunidad, llegó la hora para el cristiano de clamar ante el Rey Soberano: Cristo el Señor. Reaccionar con violencia propia y espíritu de venganza humana es un camino coherente para quienes no creen que hay un Señor que es Rey de pobres y ricos por igual. En caso de tener una cosmovisión atea, nada más consistente que buscar mecanismos de manipulación política o de violencia en las calles para echar abajo al gobernante injusto o dañar el patrimonio del impío próspero. Pero para los cristianos, ese no es el camino: Cristo ya es Señor. Él reina y espera que sus hijos clamen a Él.
Hemos recordado el Martirio de las hermanas Maryknoll, Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y Jean Donovan, asesinadas por militares salvadoreños en diciembre de 1980. Las religiosas trabajaban en las comunidades pobres como Chalatenango.
Las hermanas Maryknoll se dedicaban a dirigir grupos de estudios bíblicos en Chalatenango, transporte de alimentos, medicinas, y a veces de niños heridos, a un lugar seguro; formación de líderes, dar fuerza a la gente para que en los 29 cantones se hicieran comuniones, confirmaciones y organizar los grupos de alfabetización o reparto de comida a los más pobres.
Según relatos de quienes conocieron a las religiosas, Jean Donovan, formada como misionera a través de un programa Maryknoll, observó que en ese momento Chalatenango se encontraba en una guerra civil absoluta, unas semanas antes de morir, habló de querer irse de El Salvador, pero se sintió incapaz de hacerlo por los niños, que eran las pobres víctimas maltratadas en ese conflicto.
El 2 de diciembre de 1980 Jean y Dorothy fueron al aeropuerto de San Salvador para esperar la llegada de las dos Hermanas de Maryknoll, que regresaban de una asamblea regional de la Congregación, cerca de las 10 de la noche, la camioneta pasaba por una zona bastante aislada y fue allí donde miembros de la Guardia Nacional salvadoreña interceptaron la camioneta y la hicieron detener.
Las cuatro misioneras fueron violadas, luego apuñalados hasta la muerte y arrojados a un pozo cerca del camino. Los cuerpos fueron encontrados a la mañana siguiente. La principal hipótesis del asesinato es que los altos miembros de la junta militar habían ordenado al ejército siguieran a las cuatro misioneras, porque su trabajo con los pobres fue visto con gran sospecha, ayudándoles a organizarse para luchar contra el régimen dictatorial.
En muchos lugares de toda Latinoamérica y el Caribe se les recuerda con profunda gratitud y se presentan los rostros de las hermanas Maryknoll, quienes con su integridad, virtudes y compromiso evangélico gritaron y denunciaron al mundo las injusticias y crímenes de los militares, aunque este Testimonio Cristiano les costara la vida.
Jaime Escobar M. / Director de revista ‘Reflexión y Liberación’
Cuando nos acercamos a un sínodo sobre la nueva Evangelización, conviene tener en cuenta la importancia laicos, ELLOS SON LA IGLESIA, TAMBIÉN. Ellos están llamados a participar, según su propia condición de ciudadanos y cristianos, en la nueva Evangelización. Para eso requieren una adecuada formación.
Respecto a los valores morales perennes, que la Iglesia propone como claves para la felicidad y el progreso, «en la medida que algunas tendencias culturales actuales contienen elementos que podrían restringir la proclamación de esas verdades, sea constriñéndolas en los límites de una racionalidad meramente científica, o suprimiéndolas en el nombre del poder político o la regla de la mayoría (esas tendencias), representan una amenaza no sólo para la fe cristiana, sino también para la humanidad misma y para la verdad profunda acerca de nuestro ser y vocación últimos, nuestra relación con Dios».
la Iglesia juega un papel decisivo al oponerse a esas «tendencias culturales que, sobre la base de un individualismo extremo, intentan proponer nociones de libertad separadas de la verdad moral». Subraya el Papa actual que «nuestra tradición no habla desde la fe ciega, sino desde una perspectiva racional que vincula nuestro compromiso por la edificación de una sociedad justa, humana y próspera, con nuestra definitiva certeza de que el cosmos posee una lógica interior accesible al razonamiento humano». Por eso la ley natural no es una amenaza a la libertad, sino más bien un «lenguaje» que nos capacita para entendernos a nosotros mismos y la verdad de nuestro bien (diríamos, como un potente ipad que nos permite contemplar y leer, en su contexto, las maravillas de los seres que nos rodean y a nosotros mismos). De esta manera la enseñanza moral no es un mensaje de constricción sino de liberación, y la base para edificar un futuro seguro.
Libertad de los laicos en las cuestiones opinables
En efecto. Todo ello es muy oportuno en el actual momento de debate ético sobre las cuestiones fundamentales que afectan a las personas y a la sociedad. El camino para todos sólo puede ser el respeto a la ley natural, que precisamente por ser natural está abierta a la verdad trascendente, y no cerrada en las realidades meramente empíricas y en las decisiones voluntaristas. Por otra parte, cabe recordar la libertad de los fieles laicos a la hora de mantener sus opiniones como ciudadanos: pueden tomar, y de hecho lo hacen, opciones diversas en los temas políticos, sociales y culturales, siempre que no estén en contra del lenguaje que la naturaleza imprime en la creación. Es claro que los fieles laicos no representan oficialmente a la Iglesia, por lo que ni sus opiniones ni sus actuaciones han de ser tomadas por las «opiniones de la Iglesia» o actuaciones de la Iglesia institucional. Los laicos hacen presente el misterio de la Iglesia en la sociedad civil, pero esto no les priva de su libertad en las cuestiones opinables, y no implica una uniformidad de pareceres o caminos concretos entre los católicos, tampoco por tanto entre los que se dedican a la política.
Con este transfondo que sin duda tiene presente, Benedicto XVI considera imperativo que los católicos se opongan al «secularismo radical» que amenaza los ámbitos político y cultural. Particularmente, dice, deben oponerse a los intentos de limitar la libertad religiosa, por ejemplo negando el derecho a la objeción de conciencia por parte de personas o instituciones respecto a la cooperación con prácticas intrínsecamente malas; o también intentado «reducir la libertad religiosa a una mera libertad de culto sin garantizar el respeto a la libertad de conciencia».
Laicos, política y nueva evangelización
El Papa declara la necesidad de la formación de fieles laicos dotados de un «fuerte sentido crítico» frente a estos aspectos de la cultura dominante relacionados con un «secularismo reductivo». Y señala que la preparación de líderes laicos comprometidos y la presentación de una convincente articulación de la visión cristiana del hombre y la sociedad, aparece como una tarea primordial.
La formación de los laicos para la política, debe considerarse como «un componente esencial de la nueva evangelización». Por tanto ha de «configurar el enfoque y las metas de los programas catequéticos en todos los niveles»
Conviene tomar nota de esta llamada de atención para la formación de los laicos, que implica a toda la comunidad cristiana, comenzando por sus pastores. Éstos deben impulsar, en efecto, una educación que prepare a todos, en concreto, para los desafíos éticos de nuestro tiempo.
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corrupción y corruptos
Si nos limitamos a explicar el significado lingüístico de estos términos, tropezamos en seguida con una dificultad inesperada: resulta casi imposible encontrar, en un diccionario, la definición adecuada que corresponda a las conductas y al hecho social de la “corrupción”, tal como todo el mundo habla de ella. Y tal como la estamos viviendo. Las ciencias sociales llegan, casi siempre, con retraso. Primero se producen los hechos. Luego, cuando esos hechos se analizan, se les encuentra la adecuada definición. Es lo que está sucediendo ahora.
En efecto, en las últimas décadas, se ha generalizado el fenómeno social de la corrupción,
que preocupa, indigna e irrita cada día más y más a la mayoría de los
ciudadanos. No es posible, como es lógico, analizar (aquí y a fondo)
este asunto tan grave y de tan graves consecuencias. Sobre todo, si
pensamos que se trata de un estado de cosas en el que entran en jugo la
política, la economía, el derecho, la moral, la religión, la educación y
tantos otros factores, imposibles de analizar y desentrañar hasta el
fondo.
Por eso, en esta breve reflexión, me limitaré a destacar un hecho que,
según creo, es capital para que nos demos cuenta de lo que realmente
está pasando. Me explico.
Por supuesto, que hay corrupción porque hay corruptos. Pero, con decir eso, nos quedamos a medio camino. Porque la corrupción no es solamente la suma de los corruptos, tal como se suele entender el calificativo de “corrupto”. Tenemos tanta corrupción porque tenemos unas instituciones sociales (derecho, economía, política, educación, religión…) que no están ni pensadas, ni preparadas, para remediar (y menos, evitar) un fenómeno como el que estamos sufriendo.
Pero no solo esto. Lo más grave, que está ocurriendo, es que nos quejamos de los gobernantes corruptos, pero el hecho es que la mayoría de los ciudadanos los siguen votando. Con lo que, sin darnos cuenta, lo que la mayoría estamos diciendo es: “siga Ud robando, que yo le seguiré votando”. Lo cual quiere decir que, en el fondo, corruptos somos todos. Unos, por acción; otros, por permisión, y casi todos, por omisión.
Concluyo: desde el momento en que el propio interés y la propia ganancia es el valor dominante en la sociedad, se hace inevitable que se haya generalizado el criterio según el cual, aquí el que “no se aprovecha”, es que es tonto. Así, ¿qué podemos esperar?
Por José María Castillo
LOS CRISTIANOS Y LOS DERECHOS HUMANOS
Ciertamente que la temática acerca de los DDHH es una cuestión que nos llega muy profundamente a quienes sentimos que la dignidad humana es un valor no negociable. Ellos se han convertido en un desafío y en un clamor para todos los hombres que aspiran a vivir en un mundo digno del hombre. Por una parte, llena de esperanza el ver cómo la humanidad ha crecido en torno a los DDHH. En muchos países hay una frondosa legislación que impide la tortura, el suplicio, la mutilación y toda otra actividad que vaya contra dichos derechos.
No sólo se prohíbe actuar contra ellos, sino que se busca fomentarlos. Por todo ello, tenemos una bibliografía abundante en torno a ellos; surgen instancias a favor de los DDHH a nivel nacional e internacional; ella ocupa un lugar destacado en la educación y en los medios de comunicación social.
Más allá de estas trabas, entendemos que los DDHH son centrales para la efectiva humanización del hombre. De este modo, los DDHH deben ser la expresión de los esfuerzos por la justicia y dignificación en las relaciones humanas. Por nuestra parte, como cristianos, entendemos que la lucha a favor de los DDHH concretiza el mandato del amor al prójimo.
Por tanto, esta no es una temática secundaria, sino que aparece como un punto central del mensaje evangélico. Además, esta cuestión, por ser común a todos los hombres de buena voluntad, nos permite trabajar mancomunadamente con diversos sectores de la sociedad. Para las Iglesias cristianas, el trabajo a favor de los DDHH es un signo de los tiempos donde se juega la fidelidad a Dios y a la humanidad. Es un kairós, es decir, un tiempo crucial. Desentenderse de esta realidad, implicaría una infidelidad al Dios de Jesucristo que exige de sus discípulos un impostergable profetismo
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¿Qué idea tienen los ciudadanos, especialmente los jóvenes, de la política? La impresión de que la política es un dominio de la corrupción ¿no ha provocado en ellos un desinterés casi generalizado? ¿No se ve la política como una tarea que oscila entre la mera búsqueda del poder, de los “votos”, y la navegación en el mar de las tensiones y los particularismos, y que termina por agotar las energías de cualquiera?
Y sin embargo no cabe, especialmente para los cristianos, desentenderse de la política. Lo ha subrayado una vez más Benedicto XVI el viernes 21 de mayo ante el Pontificio Consejo para los Laicos.
Los fieles laicos son Iglesia en el mundo, haciendo el mundo. Contribuyen al progreso y al desarrollo cultural y social de los pueblos con su competencia profesional, su vida familiar, sus relaciones de amistad y de cultura, etc. Su vida misma se convierte en expresión de fe, en ofrenda agradable a Dios y en servicio a todas las personas.
Esto es posible porque los fieles laicos, como todos los cristianos desde el bautismo, participan del sacerdocio de Cristo bajo la modalidad del “sacerdocio común”. Todos los cristianos –en palabras de Benedicto XVI– están llamados a “ser testigos de Cristo en toda la concreción y el espesor de sus vidas, en todas sus actividades y ambientes”.
A los laicos –añadía– les corresponde “mostrar concretamente en la vida personal y familiar, en la vida social, cultural y política, que la fe permite leer de una forma nueva y profunda la realidad y transformarla; que la esperanza cristiana alarga el horizonte limitado del hombre y le proyecta hacia la verdadera altitud de su ser, hacia Dios; que la caridad en la verdad es la fuerza más eficaz capaz de cambiar el mundo”. Esto es, han de mostrar cómo las virtudes teologales pueden transformar la vida personal y la vida del mundo.
De este modo testimoniarán “que el Evangelio es garantía de libertad y mensaje de liberación; que los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia – como la dignidad de la persona humana, la subsidiariedad y la solidaridad – son de gran actualidad y valor para la promoción de nuevas vías de desarrollo al servicio de todo el hombre y de todos los hombres”.
Todo un programa para la misión de los laicos. En concreto lo realizan al “participar activamente en la vida política, de modo siempre coherente con las enseñanzas de la Iglesia” y con un ideal de servicio al bien común: “compartiendo razones bien fundadas y grandes ideales en la dialéctica democrática y en la búsqueda de un amplio consenso con todos aquellos a quienes importa la defensa de la vida y de la libertad, la custodia de la verdad y del bien de la familia, la solidaridad con los necesitados y la búsqueda necesaria del bien común”.
Pero no lo lograrán sin seguir de cerca la clara orientación de Benedicto XVI: “Los cristianos no buscan la hegemonía política o cultural”. Para el cristiano la política es un servicio, un ejercicio de caridad o de amor. Para hacer posible que los cristianos –hombres y mujeres– de hoy y de mañana se comprometan con esta tarea, se requiere que las comunidades cristianas sean ante todo escuelas de identidad cristiana, de testimonio y de servicio al bien común (¿lo son, comenzando por las familias?). Esto hará que “la inteligencia de la fe” se convierta en “inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación”.
Sólo así habrá cristianos con una “auténtica sabiduría política”, necesaria para afrontar el ambiente actual, que Benedicto XVI caracteriza como impregnado por el relativismo cultural y el individualismo utilitarista y hedonista.
Esa sabiduría política se distingue por la competencia profesional y la apertura a la verdad y al diálogo: “Ser exigentes en lo que se refiere a la propia competencia; servirse críticamente de las investigaciones de las ciencias humanas; afrontar la realidad en todos sus aspectos, yendo más allá de todo reduccionismo ideológico o pretensión utópica; mostrarse abiertos a todo verdadero diálogo y colaboración, teniendo presente que la política es también un complejo arte de equilibrio entre ideales e intereses”. En línea con su primera encíclica –de la que todo esto es un desarrollo–, el Papa convoca, también desde la política, a una verdadera “revolución del amor”.
Es la hora de trabajar por esta revolución. La Iglesia no está para servirse a sí misma sino al mundo. Los sacerdotes están para servir a los fieles y éstos a todas las personas. No se trata –acabamos de leer– de buscar un triunfo político o cultural por sí mismo, el triunfo de los cristianos frente al resto. Se trata de coherencia.
Por tanto, cabe preguntarse: la formación que se imparte en las comunidades cristianas ¿está de acuerdo, efectivamente, con la enseñanza de la Iglesia, tanto en los aspectos de la fe como en la moral? ¿Se enseña a los fieles que la fe incide en el contexto social y lleva a la preocupación por los más débiles? ¿Está la Doctrina social de la Iglesia en la primera línea, como consecuencia de la oración y de la participación en los sacramentos? ¿Se presentan, sobre todo a los jóvenes, ideales altos de santidad y apostolado, y al mismo tiempo se cultiva en ellos la sensibilidad por las tareas sociales, culturales y políticas, que son oportunidades para servir?
Ramiro Pellitero
Fronteras
No queremos pertenecer al mundo de las fronteras hechas de murallas.
Dónde está la frontera entre la pobreza y la riqueza, entre la verdad y la mentira,
entre el amor y el odio, entre el mar y la tierra.
Dónde está la frontera que separa a los hombres, la que tantos persiguen,
la de los pájaros que migran en libertad, la de quienes trazaron las fronteras.
Cuando no haya fronteras entre nosotros, volaremos en libertad siempre
siguiendo la utopía de nuestros sueños.
Decirles que la tierra no es de ellos, que la gente no es de ellos, que
-incluso- las piedras necesitan ser libres.
Decirles que quien niega será negado por la ternura de tantas voces
acalladas y sedientas.
Nada vive para siempre, ni siquiera tus problemas.
¿Alguna vez has escuchado la frase “La Iglesia no debería opinar sobre esos temas”? Vamos a ver cómo entiende la Doctrina Social de la Iglesia la relación entre la Iglesia y la comunidad política.
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EL COMPROMISO POLITICO.
El cristiano debe vivir su fe comprometido con el pueblo y su historia, compromiso que incluye la dimensión política de ese caminar. Ahora centraremos nuestra reflexión en la importancia y las características de este compromiso, a través de elementos que señalen las lineas principales de este compromiso, sin pretender agotar el tema, que siempre es más vasto y exige constantes revisiones y nuevas profundizaciones.
El Catecismo de la Iglesia Católica, al tratar sobre la vocación de los laicos nos señala que:
“La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas
y económicas” 29
Los criterios para la participación política de los cristianos, son señalados sumariamente por el Catecismo de la Iglesia Católica: 2242 El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política.
"Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21). "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5,29):
Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica (GS 74,5).
29 Catecismo de la Iglesia católica 899.-
2243 La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes:
(1) en caso de violaciones ciertas, graves y
prolongadas de los derechos fundamentales;
(2) después de haber agotado todos los otros recursos;
(3) sin provocar desórdenes peores;
(4) que haya esperanza fundada de éxito; (5) si es imposible prever razonablemente soluciones mejores.
"Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho...El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos" (CDF, instr. "Donum vitae" 103.104).
2442 No corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la actividad política y en
la organización de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocación de los fieles laicos, que actúan por su propia iniciativa con sus conciudadanos. La acción social puede implicar una pluralidad de vías concretas. Deberá atender siempre al bien común y ajustarse al mensaje
evangélico y a la enseñanza de la Iglesia. Pertenece a los fieles laicos "animar, con su compromiso cristiano, las realidades y, en ellas, procurar ser testigos y operadores de paz y de justicia" (SRS 47;cf 42).
DINIEL Y SOMOZA SON LA MISMA COSA
Las protestas en Nicaragua han erosionado la alianza entre el gobierno,
el gran empresariado y las iglesias. Entretanto, la represión alentada
por Daniel Ortega y Rosario Murillo aumenta y las elecciones de
noviembre de 2021 están lejos de ser competitivas. Las fuerzas
contrarias al régimen se encuentran disgregadas y las detenciones de
potenciales candidatos se han vuelto cotidianas.
El cristiano debe vivir su fe comprometido con el pueblo y su historia, compromiso que incluye la dimensión política de ese caminar. Ahora centraremos nuestra reflexión en la importancia y las características de este compromiso, a través de elementos que señalen las lineas principales de este compromiso, sin pretender agotar el tema, que siempre es más vasto y exige constantes revisiones y nuevas profundizaciones.
El Catecismo de la Iglesia Católica, al tratar sobre la vocación de los laicos nos señala que:
“La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas
y económicas” 29
Los criterios para la participación política de los cristianos, son señalados sumariamente por el Catecismo de la Iglesia Católica: 2242 El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la comunidad política.
Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica (GS 74,5).
29 Catecismo de la Iglesia católica 899.-
prolongadas de los derechos fundamentales;
(3) sin provocar desórdenes peores;
"Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho...El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos" (CDF, instr. "Donum vitae" 103.104).
2442 No corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la actividad política y en
la organización de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocación de los fieles laicos, que actúan por su propia iniciativa con sus conciudadanos. La acción social puede implicar una pluralidad de vías concretas. Deberá atender siempre al bien común y ajustarse al mensaje
evangélico y a la enseñanza de la Iglesia. Pertenece a los fieles laicos "animar, con su compromiso cristiano, las realidades y, en ellas, procurar ser testigos y operadores de paz y de justicia" (SRS 47;cf 42).
Tomás Borge fue un guerrillero fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y miembro de su dirección nacional durante el gobierno que siguió a la Revolución Nicaragüense (1979-1990). Antes de su muerte en 2012, y tras el retorno del FSLN al poder por la vía electoral seis años antes, dijo sobre la política del país centroamericano: «Todo puede pasar aquí, menos que el Frente Sandinista pierda el poder (…) Me es inconcebible la posibilidad del retorno de la derecha en este país. Yo le decía a Daniel Ortega: 'hombre, podemos pagar cualquier precio, digan lo que digan, lo único que no podemos es perder el poder'. Digan lo que digan, hagamos lo que tenemos que hacer, el precio más elevado sería perder el poder. Habrá Frente Sandinista hoy, mañana y siempre».
La entrevista ayuda a entender dos cosas. Primero, la naturaleza del régimen de Ortega desde 2007, que se ha empeñado en cooptar (y cuando fuese necesario, desmantelar) las instituciones democráticas del país, y que también se ha dispuesto a vaciar el contenido ideológico del FSLN, abandonando la promesa de redistribución de la riqueza y de progresismo social con el fin de tomar y preservar el poder. En otras palabras, Ortega ha preferido convertir al FSLN en una fuerza de derecha antes que permitir el retorno de «la derecha». Durante más de una década, esta mentalidad ha permitido que la familia Ortega -él es presidente y su esposa Rosario Murillo, la vicepresidenta- construyera un fuerte consenso autoritario en Nicaragua, con el apoyo tácito de los antiguos enemigos «contrarrevolucionarios» de los años 80.
Pero en 2018 una explosión de indignación popular –así como la sangrienta represión posterior– pulverizó el consenso autoritario y desequilibró al régimen. En segundo lugar, las palabras del comandante Borge ayudan a explicar por qué, a pesar del enorme deterioro socioeconómico y aislamiento internacional que acompañó el estallido de 2018, es probable que Ortega y Murillo se perpetúen en el poder este año. Bajo su mandato, el gobierno de Nicaragua ha desarrollado una especial voluntad y capacidad represiva, en proporciones que no hemos visto en América Latina desde la caída de las dictaduras anticomunistas de los años 60 y 70.
LOS CRISTIANOS
Y SU COMPROMISO POLITICO
“¿No son los laicos los llamados, en virtud de su vocación en la Iglesia, a dar su aporte
en las dimensiones políticas, económicas, y estar eficazmente presentes en la tutela y
promoción de los derechos humanos?”
(Juan Pablo II, Conferencia de Puebla, Discurso Inaugural)
La pregunta por la participación política de los cristianos laicos ha dejado de estar de moda en las comunidades cristianas. Estamos lejos de los grandes debates que al respecto se realizaban dentro de la Iglesia durante los años 70 a 80, y es que esos debates estuvieron marcados por la urgencia de una voz que hablara por el pueblo, dentro de un sistema de regímenes totalitarios en América latina.
Hoy, con la mayoría de los países de América Latina bajo democracias formales, no parece tan urgente la acción política de la Iglesia en su totalidad, y en particular de los laicos. En cierta medida, nos hemos vuelto sobre nosotros mismos, hacia los problemas internos, dando la sensación que el interés cristiano por la política respondía solamente a una necesidad de momento y
no a una exigencia esencial del cristianismo.
A pesar de esta impresión, la pregunta por el compromiso político de los cristianos sigue estando vigente. El mundo, y especialmente América Latina, están viviendo múltiples procesos de transformación que requieren del aporte de los cristianos, no sólo en el plano de la asistencia social o lo sacramental, sino también en lo político, lo social, lo económico, lo cultural, etc.
A manera de introducción, partimos con una definición de la política, que nos permitirá entender más claramente a qué nos referimos con “compromiso político”. Luego abordaremos el tema que nos ocupa desde tres orientaciones fundamentales. Primero, La experiencia bíblica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, sobre la relación entre los creyentes y la política, sus exigencias y sus límites.
En segundo lugar, algunos elementos teológicos que fundamentan la
presencia de los cristianos, particularmente de los laicos, en el mundo político, y en tercer lugar, algunos aspectos importantes sobre cómo vivir este compromiso político, que es parte fundamental del mensaje de Jesús y, por lo tanto de nuestra misión como cristianos.
La doctrina social como participación política de la Iglesia
Y SU COMPROMISO POLITICO
en las dimensiones políticas, económicas, y estar eficazmente presentes en la tutela y
promoción de los derechos humanos?”
(Juan Pablo II, Conferencia de Puebla, Discurso Inaugural)
no a una exigencia esencial del cristianismo.
presencia de los cristianos, particularmente de los laicos, en el mundo político, y en tercer lugar, algunos aspectos importantes sobre cómo vivir este compromiso político, que es parte fundamental del mensaje de Jesús y, por lo tanto de nuestra misión como cristianos.
José Manuel Rodríguez Canales
DOCTOR EN CIENCIAS SOCIALES POR LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTA MARÍA DE AREQUIPA, Perú
Para comprender la lógica y el tipo de participación de la Iglesia en política es necesario en primer lugar darle una mirada a la doctrina que la fundamenta. La Encarnación del Verbo divide la historia humana en un antes y un después porque, desde ese momento, Dios se hace hombre y asume la condición humana con todas sus características y consecuencias, menos el pecado precisamente porque el pecado es la negación de la humanidad.
Al hacerlo, Jesucristo asume todo lo humano y lo eleva a la posibilidad de participar del Amor de Dios en la Trinidad a través de la Iglesia que si bien es una realidad espiritual es también una institución humana que participa de la sociedad. La política como “arte del buen gobierno” y del bien común es un aspecto inherente a la naturaleza social del hombre que según el cristianismo que se plasma en la doctrina social de la Iglesia cuyos principios son: la persona humana y la relación persona-sociedad, el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad de los que se desprenden la concepción orgánica de la vida social, la participación y el destino universal de los bienes.
El principio de la relación persona-sociedad se funda en que, por naturaleza, la persona es social, es decir ya desde su origen el hombre aparece como aquél que necesita de los demás y que es necesitado por los demás. El planteamiento de la vida en sociedad propia de los pensadores ilustrados, que concebían lo social como un aspecto externo pero inevitable que por ello daba lugar a un contrato, está en la antípoda del pensamiento de la Iglesia sobre los fundamentos de la vida social que se insertan en la naturaleza humana.
La relación persona-sociedad se orienta a un bien que supera los bienes particulares o individuales para alcanzar al cuerpo social porque el bien es común en sí mismo. Así, es posible que muchas veces se sacrifiquen bienes individuales buscando ese bien que sirve a todos porque es superior y humaniza de manera plena. No se trata de la supresión de la individualidad y la personalidad sino de la expresión de lo personal en el servicio a los demás.
Este bien común se concreta en los principios básicos de la solidaridad y la subsidiaridad. La solidaridad es la disposición a la ayuda generosa del hermano más necesitado del cual nos hacemos cargo, mientras que la subsidiariedad es el principio por el cual se determina que el cuerpo social más grande no debe nunca suprimir o asfixiar las iniciativas del más pequeño. Se aplica especialmente al Estado frente al cual los cuerpos intermedios como sindicatos, gremios, la familia, clubes, universidades y otras instituciones se constituyen como el ámbito de agrupación personalizada y humanizante de la vida social
Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano
1. La política, cita inexcusable con Dios en la historia.
El compromiso político del laicado está sobrado de argumentos que lo justifiquen. Tanto la teología política como, más específicamente, la del laicado se han encargado de suministrarlos. El pensamiento cristiano tiene «razones» para afirmar que el laicado en su conjunto se encuentra convocado por el Espíritu en el mundo de la política como lugar inexcusable de su cita con Dios en la historia.
Pero, además, contamos con la «propuesta práctica» que los movimientos apostólicos, a pesar de sus muchas limitaciones, posibilitaron entre nosotros en tiempos mucho más adversos y peligrosos que los actuales. Una tradición que supo concentrar la tensión escatológica del compromiso cristiano en el «ya sí» de la «consecratio mundi», típicamente laical. Ellos nos han transmitido algo más que ideas sobre la militancia política. Su legado consiste, sobre todo, en un «modo de estar en la realidad» política que supo conjugar «realismo» militante, «coherencia moral» personal, talante «profético y utopía» cristiana.
Sin embargo, el laicado actual tiene enormes dificultades para poner en práctica aquellas razones y recrear esa tradición que se le ha entregado, garantizando así una práctica política con Espíritu. Sigue sin contestar a la invitación que en plena dictadura franquista hacía A.C. Comín a los católicos españoles. Se trataba de salir «fuera del Templo y de los templos subsidiarios construidos por la institución» -o por uno mismo añadiré yo ahora- y caminar historia adentro1 parece hacerse activamente presente, justamente «allí donde parece más difícil y hostil hacerlo», en la arena de los asuntos públicos, con el fin de servir a la liberación de los hijos de Dios.
En general, el laicado carece de «motivaciones espirituales» para el compromiso político, porque no ha sido jamás iniciado en la política como práxis mística. Esta ausencia de mistagogía y pedagogía para el compromiso, como experiencia espiritual, explica el panorama con que nos encontramos.
a) «El crónico absentismo político de los laicos»
Tradicionalmente, los católicos han contemplado el «toro» de la cosa política desde la «barrera» de los intereses privados. Durante demasiado tiempo, su participación se realizó «por procurador»: la iglesia-institución lidiaba en su nombre semejantes asuntos. La cuadrilla de laicos, presentes en el «ruedo» de los asuntos públicos, se ocupaba de las tareas subalternas y echaba una mano a quienes invariablemente eran los protagonistas de la faena: los obispos.
A partir del concilio, la teoría sobre las que se sustentaba esta praxis política cambió, pero los comportamientos no registraron novedades dignas de reseñar. Generalmente, los laicos han seguido practicando el absentismo político. Como explicación a semejante abdición ciudadana y a tanta excedencia voluntaria del tajo del compromiso bautismal de la política y a las enormes resistencias que la trama de intereses creados por él ofrece a cualquier tratamiento capaz de regenerar su ecosistema y de recuperar sus condiciones de habitabilidad.
No se puede negar que esta desafección política, ya crónica, se ha visto incentivada últimamente por la notoriedad de la miseria y de los aspectos más sórdidos de la democracia (la corrupción, la «partitocracia», las intrigas, etc.). El espectáculo político, está provocando una serie de sentimientos negativos (indiferencia, desprecio y rechazo) que de manera creciente se van apoderando del ciudadano normal y ordinario y, obviamente, también de los cristianos. Pero en la mayoría de los casos el recurso al estado comatoso de la política sólo es una coartada exculpatoria de unas prácticas cristianas que giran exclusivamente en torno a los tres polos de interés de una sociedad tan fuertemente privatizada como la nuestra: la familia, el trabajo y el consumo. Sólo se trata de una estrategia encubridora de las razones reales de ese abandono masivo.
No es ésta la ocasión para referirme a todas ellas, pero sí al déficit de espiritualidad que sufre un laicado que mayoritariamente percibe el espacio político como un medio ajeno, extraño e incluso hostil a la vivencia de su fe.
Si, sepásmolo o no, vivimos de política y estamos sumergidos en ella como en el aire que respiramos2 , y si hablar de espiritualidad cristiana no es sólo hablar de una «parte» de la vida, sino de «toda» la vida3 , entonces todo comportamiento que ignore la vida política, «pase» de ella o le niegue prácticamente su pertinencia para el despliegue de la vocación laical, estará dando lugar a un cristianismo alineado en su espiritualidad y rebelde a la llamada del Señor, aunque se autoestime sostenido por una singular experiencia interior del Espíritu y viva intensamente involucrado en actividades supuestamente más espirituales que las políticas. Nos encontramos ante una de las versiones más repetidas del «espiritualismo» y de la «fuga mundi».
b) «El abandono del compromiso político»
Un desencanto inclemente parece envolver al sistema democrático. Asistimos a la insistente demanda de su transformación, radicalización, profundización o renovación...; pero el sistema sigue atrapado por la fuerza de los viejos modales y procedimientos. Crece la impresión de que se quiere cambiar, pero «políticamente» no se puede. Lo deseable e incluso lo necesario se ve constantemente amenazado por el imperio de lo dominante. El pragmatismo conservador y su obediencia ciega a lo posible lastra habitualmente la praxis política y social. Este conjunto de cosas genera una sensación de destemple que acusan singularmente algunas organizaciones laicales de marcada vocación socio-política. Todavía en tiempos muy recientes, sus militantes estaban «enganchados» a la política y entusiasmados con sus posibilidades de futuro.
La constatación de lo resistente que es la realidad a dejarse transformar y de la insuficiencia, limitación e irracionalidad de los medios democráticos esta provocando una nueva desbandada entre ese laicado potencialmente militante en los ámbitos políticos. Se «pasa» de los partidos y de los sindicatos, que son las herramientas clásicas de la acción transformadora, y se emprende una «huida»: en el mejor de los casos, hacia el mundo de las ONG y del asociacionismo; en el peor, hacia el exilio interior y/o los «espacios siderales» de las místicas de «ojos cerrados».
Se trata de una reciente y postmoderna versión de la «fuga mundi». Narra historias y comportamientos de cristianos románticos, voluntaristas y con enormes sentimientos de solidaridad y justicia, pero muy poco operativos en orden a la construcción real de una sociedad más justa. Sin más pertrechos que sus «sueños de papel» (mojado además, como consecuencia de «lo que está cayendo»), e instalados en un tiempo inexistente -un pasado añorado o un futuro imaginario-, terminan por franquear a las propuestas neoconservadoras el acceso al presente.
La desproporción entre los costos del compromiso y la entidad de sus resultados, la corrupción de los partidos o su falta de democracia interna, el corporativismo de los sindicatos, la desvertebración de los movimientos sociales alternativos... suelen ser algunos de sus argumentos habituales. Sin embargo, las biografías personales y grupales responden a una trama diferente. Se suele empezar por amar más las propias ideas sobre la realidad que la realidad misma; se continúa invirtiendo todo el capital afectivo en imaginar las metas y dejando la determinación del camino y el aquilatamiento de sus costos en manos de la razón pragmática; y se termina instalándose, aburrido y cansado, en la sección de asuntos propios o compensándose de tanto desencanto con «la plusvalía» que genera una sabia administración de la utopía racional. El resultado final es siempre el mismo: la realidad queda abandonada a la suerte, y la fe condenada a la irrelevancia y la infecundidad perpetuas. El impulso mesiánico del cristianismo se desvanece, y los pobres de la tierra se quedan sin el amparo histórico de Dios.
La baja intensidad de la energía espiritual impide soportar y superar las resistencias que la realidad política ofrece a todo impulso realmente democratizador, y se deja de contribuir a taladrar el espesor de su miseria y tratar de recrearla reformulando sus objetivos y renovando sus medios.
c) «La confesionalidad política»
Muy frecuentemente, las minorías laicales que participan en la política terminan convirtiendo su adscripción y su credo políticos en instancias de sentido que compiten con su credo religioso y con su pertenencia eclesial. Todos conocemos a católicos cuya militancia en un partido político ha llegado a ser una referencia de sentido más global que su propia fe. Sin ella les resultaría del todo imposible encontrar sentido a su vivir diario. Los conflictos planteados por la doble identidad siempre se decantan en favor de la obediencia al partido; y, puestos en la tisura de elegir, la balanza se inclinaría del lado de la afiliación política (el PSOE, el PNV, el PP, IU o CIU), en detrimento de la eclesial.
La privatización de la espiritualidad y el confesionalismo de la actividad política son las alteraciones que dan lugar a semejantes comportamientos anómalos.
2. Una espiritualidad para tiempos de desencanto político
La repuesta del laicado a la convocatoria divina en la política necesita ser iniciada y acompañada. Se hace preciso «saborear», no simplemente saber, las claves fundamentales de la espiritualidad cristiana. Solamente así los tan bienintencionados como genéricos deseos de fidelidad vocacional se materializarán y concretarán en el compromiso político en estos tiempos de desencanto político.
IGLESIA Y COMUNIDAD POLÍTICA
SALGAN A LAS PERIFERIAS, ESTÁN LLENAS DE SOLEDAD Y DE HERIDAS
El Papa Francisco
recibió a la organización francesa
Lazare que se ocupa de los pobres y las personas sin hogar con motivo de sus
diez años de vida.
El
aniversario fue celebrado con el pontífice que les pronunció un discurso en el
que señaló que "en un ambiente lleno de indiferencia y egoísmo, ustedes
nos hacen comprender que los valores de la vida auténtica se encuentran en
acoger las diferencias y respetar la dignidad humana".
Un público
de tono familiar, marcado por testimonios de vidas con diferentes orígenes,
pero unidos por el deseo de renacer, en un diálogo improvisado con el pontífice
que agradeció reiteradamente el trabajo realizado por esta asociación que desde
hace una década se ocupa de los pobres y los sin techo acogiéndolos en
apartamentos 'solidarios' junto a jóvenes de distintas edades.
En el Aula
Pablo VI -desde un escenario instalado a pocos metros de sus invitados-, el
pontífice alentó la misión de la asociación, especialmente la de ir "a las
afueras, que a menudo están llenas de soledad, tristeza, heridas internas y pérdida
de las ganas de vivir”.
Francisco
agradeció a los trabajadores y voluntarios de Lazare "por la hermosa
experiencia que están viviendo en la convivencia y fraternidad que viven todos
los días"
"Tienen
la oportunidad de ser, no solo por para ti mismo, pero también para el mundo,
un escaparate de la amistad social que todos estamos llamados a vivir”, les
dijo el pontífice.
En un
ambiente lleno de indiferencia, individualismo y egoísmo, ustedes -subrayó el
Papa- nos hacen comprender que los valores de la vida auténtica se encuentran
en acoger las diferencias, respetar la dignidad humana, escuchar, cuidar y
servir a las personas.
"Sólo
cultivando este tipo de relación haremos posible una amistad social inclusiva y
una fraternidad abierta a todos", destacó Francisco.
Luego se
dirige a los pobres, los enfermos, los sin techo, que son acogidos a diario por
la asociación. A ellos la invitación a no desanimarse.
“En la
sociedad uno puede sentirse aislado, rechazado y sufrir exclusión. Pero no se
rindan. Adelante, cultivando en el corazón la esperanza de la alegría
contagiosa”.
Tu
testimonio de vida nos recuerda que los pobres son verdaderos evangelizadores
porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a participar de la
felicidad del Señor y de su Reino.
El Papa
recuerda que los pobres tienen "un lugar especial" en el corazón de
Dios: "Aunque el mundo te mire desde arriba, eres preciosa, cuentas mucho
a los ojos del Señor". Francisco insiste: “Dios los ama, ustedes son sus
privilegiados. Así que no se dejen robar la alegría de vivir y ayudar a los
demás a vivir”.
De ahí una
nueva invitación a "permanecer firmes en sus convicciones y en su
fe", pero también a "ir más allá" de la misión normal
desarrollada en la última década:
“Difunde el
fuego del amor que calienta los corazones fríos y áridos. No te conformes con
una vida de amistad y convivencia entre los miembros de tu asociación, ve más
allá. Atrévete a apostar por el amor libremente dado y recibido”, animó el papa
Francisco a los miembros de Lazare.
SOCIEDAD CIVIL Y ESTADO
Suele entenderse la política en la actualidad como aquella actividad que compete a los órganos del Estado, particularmente al poder constituyente y legislativo, por una parte, y a los órganos de gobierno, por otra. Como en el contexto de sociedades democráticas o en vías de democratización tales órganos contemplan la elección popular de sus integrantes, la preocupación política se extiende a los partidos políticos y a los sistemas electorales en que ellos están involucrados, al financiamiento de las campañas y a la libertad de prensa y de expresión que dan legitimidad al conjunto del procedimiento. Dado que el elector es individual y las decisiones políticas son vinculantes para todos, se suele conceptualizar la vida política como la relación entre el individuo y el Estado, como si entre ambos no existiese ninguna mediación intermedia, distinta a la que representan los propios partidos políticos como formas de canalización de las preferencias de la población hacia los diferentes candidatos en competencia. Por razones que no es el caso analizar aquí, los grupos que forman la sociedad civil no son considerados actores políticos importantes y se los sitúa antes en la esfera privada que en la pública.
Esta preponderancia de una visión simultáneamente estatista e individualista sobre la política surge de la idea de que la soberanía, aunque reside genéricamente en la nación o, si el concepto se considera ya obsoleto, en los electores, se transfiere a los órganos del Estado de tal suerte que, una vez elegidos los titulares de las diversas funciones, ellos ejercen una suerte de monopolio del poder sobre el espacio público, con los contrabalances y equilibrios que las constituciones disponen y, desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, con respeto y sujeción a los derechos personales reconocidos por el ordenamiento jurídico. Sin embargo, podría afirmarse que fue justamente contra esta concepción de la soberanía que surgió la Doctrina Social de la Iglesia. Sostiene Héctor Aguer:
La consecuencia de esta interpretación, como él mismo señala, sería que todos los grupos de personas que forman parte de la sociedad civil, no podrían aspirar a otro status jurídico que el resultante de contratos entre individuos privados, a menos que el propio Estado les "conceda" un status jurídico distinto. Aunque tal concepción tiene un origen preciso en la Revolución Francesa, se extendió a varios otros países y sus ecos llegan realmente hasta nuestros días si se observa la discusión pública en varios países o la interpretación jurídica del principio de subsidiariedad en varios Estados.
Ejemplos emblemáticos de ello son la legislación y la política respecto al matrimonio y a la familia, los que son considerados crecientemente como una mera realidad de hecho o como una asociación contractual entre privados, como también la consideración de la escuela como un mero prestador de servicios educacionales que pueden recibir subvención del Estado cuando se considera que es demasiado gravoso que éste los preste por sí mismo y prefiere externalizarlos, pero se guarda el derecho de definir la curricula escolar nacional, de realizar las pruebas relativas al rendimiento escolar o de exigir una acreditación externa a los establecimientos educacionales. La tendencia de la sociedad actual a organizar todas sus actividades en sistemas funcionales orientados a la obtención de resultados y evaluados por su productividad y rendimiento tiende a desconocer la realidad de las sociedades y grupos humanos intermedios, especialmente, el aporte que ellos realizan al bien común con su propia sociabilidad.
Juan Pablo II acuñó la expresión "subjetividad de la sociedad", para definir la contribución que hacen los grupos de personas y asociaciones intermedias al bien común de la sociedad y al desarrollo de su cultura. Con ello pareciera que quería indicar que la referencia indispensable que la sociedad debe prestar a la dignidad de la persona humana no sólo se expresa en términos individuales, sino también en la experiencia de sociabilidad comunional que realiza la vocación de los seres humanos a ser personas, comenzando ciertamente por las familias. También habló de la necesidad de desarrollar una auténtica "ecología humana" o "ecología social" para preservar la dignidad y la calidad de la vida de la sociedad en el contexto de la solidaridad intergeneracional que da sustentabilidad al desarrollo social en el mediano y largo plazo. Es decir, se trata de aspectos esenciales de la responsabilidad política para la construcción de un orden justo y que atañen no sólo a los actores políticos propiamente tales, sino que a la sociedad en su conjunto.
El actual proceso de globalización, que ha puesto de manifiesto que los vínculos sociales trascienden las fronteras jurisdiccionales de los Estados, ha contribuido también a mostrar la importancia creciente de la sociedad civil y de sus organizaciones en la búsqueda del bien común y de la paz social. Aunque el nombre con que se les designa actualmente, "tercer sector", para diferenciarlas del sector público y del sector privado, no parece el más afortunado, puesto que nada dice del valor moral que representa su propia experiencia de sociabilidad, existe, sin embargo, la conciencia de que estas organizaciones no gubernamentales y sin fines de lucro tienen un lugar insustituible en la gobernabilidad de la sociedad y en la más justa distribución de los bienes y de las oportunidades para el desarrollo de los diferentes sectores sociales. Y aunque ellas mismas operan con gran eficiencia, su renuncia al lucro y la incorporación del trabajo voluntario no remunerado recuerdan a la sociedad que la eficiencia no puede constituirse en el valor supremo de la vida social, sino que debe subordinarse al valor más alto de la dignidad humana y del orden justo que ella reclama. El gran desafío de la política pareciera ser, a este respecto, que deje de ser autorreferente en cuanto a la conquista y mantención del poder político para ponerse al servicio de las personas y de aquellas asociaciones que contribuyen a su perfección.
MISIÓN DE LA IGLESIA Y DOCTRINA SOCIAL
I. EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL
Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio
62 Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales. No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad —el hombre como destinatario del anuncio evangélico—, sino de fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio.78 Cuidar del hombre significa, por tanto, para la Iglesia, velar también por la sociedad en su solicitud misionera y salvífica. La convivencia social a menudo determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación. Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el camino primero y fundamental de la Iglesia ».79
63 Con su doctrina social, la Iglesia se hace cargo del anuncio que el Señor le ha confiado. Actualiza en los acontecimientos históricos el mensaje de liberación y redención de Cristo, el Evangelio del Reino. La Iglesia, anunciando el Evangelio, « enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina ».80
En cuanto Evangelio que resuena mediante la Iglesia en el hoy del hombre,81 la doctrina social es palabra que libera. Esto significa que posee la eficacia de verdad y de gracia del Espíritu de Dios, que penetra los corazones, disponiéndolos a cultivar pensamientos y proyectos de amor, de justicia, de libertad y de paz. Evangelizar el ámbito social significa infundir en el corazón de los hombres la carga de significado y de liberación del Evangelio, para promover así una sociedad a medida del hombre en cuanto que es a medida de Cristo: es construir una ciudad del hombre más humana porque es más conforme al Reino de Dios.
64 La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella. La redención realizada por Cristo y confiada a la misión salvífica de la Iglesia es ciertamente de orden sobrenatural. Esta dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación.82 Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, de tal manera que nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido, asumido y elevado. « En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre (cf. Gn 1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el vínculo original con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. En efecto, “tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo (Jn 3,16)”. Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo ha quedado unido de nuevo (cf. Rm 5,12-21) ».83
65 La Redención comienza con la Encarnación, con la que el Hijo de Dios asume todo lo humano, excepto el pecado, según la solidaridad instituida por la divina Sabiduría creadora, y todo lo alcanza en su don de Amor redentor. El hombre recibe este Amor en la totalidad de su ser: corporal y espiritual, en relación solidaria con los demás. Todo el hombre —no un alma separada o un ser cerrado en su individualidad, sino la persona y la sociedad de las personas— está implicado en la economía salvífica del Evangelio. Portadora del mensaje de Encarnación y de Redención del Evangelio, la Iglesia no puede recorrer otra vía: con su doctrina social y con la acción eficaz que de ella deriva, no sólo no diluye su rostro y su misión, sino que es fiel a Cristo y se revela a los hombres como « sacramento universal de salvación ».84 Lo cual es particularmente cierto en una época como la nuestra, caracterizada por una creciente interdependencia y por una mundialización de las cuestiones sociales.
c) Doctrina social, evangelización y promoción humana
66 La doctrina social es parte integrante del ministerio de evangelización de la Iglesia. Todo lo que atañe a la comunidad de los hombres —situaciones y problemas relacionados con la justicia, la liberación, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz—, no es ajeno a la evangelización; ésta no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre.85 Entre evangelización y promoción humana existen vínculos profundos: « Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? ».86
67 La doctrina social « tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización » 87 y se desarrolla en el encuentro siempre renovado entre el mensaje evangélico y la historia humana. Por eso, esta doctrina es un camino peculiar para el ejercicio del ministerio de la Palabra y de la función profética de la Iglesia.88 « En efecto, para la Iglesia enseñar y difundir la doctrina social pertenece a su misión evangelizadora y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador ».89 No estamos en presencia de un interés o de una acción marginal, que se añade a la misión de la Iglesia, sino en el corazón mismo de su ministerialidad: con la doctrina social, la Iglesia « anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo ».90 Es éste un ministerio que procede, no sólo del anuncio, sino también del testimonio.
68 La Iglesia no se hace cargo de la vida en sociedad bajo todos sus aspectos, sino con su competencia propia, que es la del anuncio de Cristo Redentor: 91 « La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina ».92 Esto quiere decir que la Iglesia, con su doctrina social, no entra en cuestiones técnicas y no instituye ni propone sistemas o modelos de organización social: 93 ello no corresponde a la misión que Cristo le ha confiado. La Iglesia tiene la competencia que le viene del Evangelio: del mensaje de liberación del hombre anunciado y testimoniado por el Hijo de Dios hecho hombre.
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Aportaciones del cristianismo para una política de igualdad, justicia. fraternidad y paz
1. Organizar la sociedad desde los últimos
Tener como criterio de organización sociopolítica y de educación el
criterio de que todos los hombres son hermanos y, si hermanos, hay que
luchar para que las relaciones sean de igualdad y desaparezcan los
obstáculos que más la imposibilitan: el dinero y el poder.
Hay que establecer como prioridad que tantos y tantos como se encuentran en la miseria y exclusión (los últimos) sean los primeros, de modo que sea desde las carencias de sus derechos y necesidades como comience a organizarse la sociedad. Si Jesús llama a los pobres bienaventurados es porque les asegura que su situación va a cambiar y para ello es preciso crear un movimiento que sea capaz de lograrlo, devolviéndoles la dignidad y la esperanza. Hay que dar la primacía de los últimos: El cristianismo originario se enfrenta al reinado del dinero y del poder como mecanismo de dominación e introduce una pasión en la historia: que los últimos dejen de serlo, que se adopten comportamientos y se organicen políticas y economías que les den la primacía para construir una sociedad sin últimos ni primeros o, al menos, con la menor desigualdad entre los seres humanos convocados a ser hermanos.
2. Combatir las causas de la desigualdad
De acuerdo con esta pasión por los últimos, tener sensibilidad y
criterio para saber detectar dónde se encuentran en nuestro mundo las
causas y mecanismos que producen los primeros y mayores problemas de
desigualdad e injusticia.
3. Convertir la pasión por los últimos en fuerza moral y voluntad coleciva movilizadoras
Crear una voluntad colectiva que sea capaz de anteponer las necesidades
de los últimos y que articule políticas y comportamientos sociales
solidarios, con la consiguiente adopción de esfuerzos y renuncias
comunes. Si la pasión por los últimos se convierte en idea y fuerza
moral movilizadora, tendremos entonces la posibilidad de políticas
internacionales de solidaridad, de democracia económica, de asunción de
la pobreza evangélica, llegando a crear nuevos sujetos sociales, con una
nueva escala de valores antropológicos y una nueva finalidad para la
vida personal y colectiva.
4. Sentir como propio el dolor de los oprimidos
Hacer propia la cultura del samaritano ante el prójimo necesitado:
sentir como propio el dolor de los oprimidos, aproximarse a ellos y
liberarlos.
El cristianismo originario presenta unos valores de fondo que vistos en su conjunto configuran un determinado espíritu o fuerza socio-vital muy importante. La primacía de los últimos, la pasión por su liberación, la crítica de las riquezas, la cercanía a las víctimas de la explotación, el anhelo por construir la fraternidad desde la justicia y más allá de éste, la apuesta por un estilo de vida centrado en la desposesión y comunión de bienes, la unión entre el cambio de la interioridad del hombre y la transformación de la historia, etc. son propuestas vitales muy valiosas.
Benjamín Forcano: Ha sido director de la revista"Misión Abierta"durante trece años, pertenece a la actual directiva de la revista"Éxodo", dirige la editorial Nueva Utopía y es miembro de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII.
Ética y política. Escrito por Macaón
“Estrépito de explosiones, de crujidos, de gemidos, de gritos, de címbalos entrechocados que amenazan romperse, deprisa, cada vez más deprisa…” (Th. Mann, “La montaña mágica”). La guerra, las guerras. ¿Qué nos empuja a ella? Algunos científicos, como el prestigioso y premiado biólogo evolucionista R. Dawkins, establece que todo ser vivo posee genes egoístas y genes empáticos. Son los genes egoístas, generadores de conflictos, los que consiguen que evolucione la especie, que la sociedad avance. Algo así creían los nazis. En una película sobre la guerra de Secesión, en mitad de una batalla, dos confederados se refugian en una trinchera atestada de cadáveres.
¿Para qué luchamos? exclama uno con amargura, estamos matando y muriendo para que salven sus cosechas los grandes propietarios. Yo lucho por el honor de mi tierra, dice el otro. Justicia y patria, o ética y política, todo muy diluido. Desde Vietnam hasta las guerras del Golfo, muchos soldados y civiles americanos se hacían parecidas preguntas: ¿qué hacemos aquí tan lejos de nuestras casas? Por la justicia humana y divina, por el orden mundial, por el orgullo de la patria. Respondían con ambigüedad los políticos. Casi nadie hablaba de los oscuros intereses por los que mataban y morían.
En 1913, a meses del comienzo de la primera guerra mundial, el demócrata estadounidense Wilson se presenta a presidente con la promesa de no participar en la contienda europea. Ganó las elecciones. Poco después envió sus ejércitos a la guerra. Ética y política. El cielo se ha vuelto negro, el sol se ha apagado en el humo de los hornos crematorios. Pero estos crímenes sin precedentes en la historia del universo, fueron cometidos en nombre del bien, del progreso de la humanidad. En las banderolas nazis puede leerse “Gott mit uns” (Dios está con nosotros).
En política, todo impulso de masas, se nutre del nacionalismo, de la droga del odio, que hace que los seres humanos se enseñen los dientes a través de un parapeto. Maquiavelo no tenía ninguna duda de que era posible llegar al bien a través del mal. Incluso para Montaigne el bien público requiere que se traicione y se mienta, y considera que la política debía dejarse en manos de los ciudadanos más vigorosos, que sacrifiquen el honor y la conciencia por la salvación de sus ideales. En estas fechas nuestro país se encuentra en variadas elecciones, especie de “guerras”. Se respira corrupción, cohecho, compra de voluntades, chaqueteo. Se recurre a un populismo castizo, un populismo de bragas transparentes y transpirables, populismo arcaico con olores a boñiga.
El sociólogo Max Weber apunta que el político en vez de ocuparse de la bondad de sus actos se ocupa sobre todo de la bondad de las consecuencias de sus actos. Su oficio consiste en usar medios perversos para conseguir fines beneficiosos. Los partidos buscan perpetuarse, que es una especie de dictadura, la suya claro. Se cuestiona la democracia. Algo que discurre entre la metafísica y la conjetura. Claro que no existe la democracia perfecta, porque lo que define a una democracia de verdad es su carácter flexible, abierto, maleable, es decir, permanentemente mejorable.
Jesús y la política.
La relación de Jesús y la situación política de su tiempo ha sido motivo de controversias y discusiones durante largos años. Existe la percepción general de que Jesús se hubiese mantenido lejano e incluso indiferente frente a los conflictos políticos de suépoca, ya que su misión revestiríaun carácter religioso y espiritual, donde lo político nadatiene que ver.
Al respecto, es importante recordar que en la mentalidad bíblica no existe la división profunda de nuestra época entre lo político y lo religioso, el mundo de los espíritus y el de los humanos, etc. Textos como el de “dar al César lo del César y a Dios lo de Dios”(Mt. 22, 17)2se ha usado para justificar la idea de que Jesús no pretendió, ni para él ni sus seguidores, un compromiso político, sino que la indiferencia política sería la actitud más cristiana. Un análisis más profundo de los textos, permite descubrir que la actitud de Jesús es muy distinta.
Jesús vino “para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10,10). Enuna sociedad marcada por la marginación y la exclusión social, por la dominación romana y las autoridades religiosas aliadas con ella, con grupos exaltados luchando contra el poder de Roma por la vía de las armas, con masas sociales enormemente pobres y desesperanzadas, este anuncio de Jesús implicaba el enfrentamiento con estas injusticias sociales y con los causantes de ella. Jesús es heredero de la tradición de los profetas, que proclama que Dios actúa a favor del pobre y oprimido, que no permanece ausente de la historia del pueblo, sino que vela injusticia y actúa a favor del pobre y contra el opresor. Por ello, Jesús comprende sumisión de Mesías como el anuncio de una nueva realidad, basado en la justicia y la libertad, llamado en la tradición de los profetas “El Reino de Dios”, Reino que Jesús proclama como ya llegado, es decir, como tarea que comienza, como sociedad por construir.
La misión de Jesús es religiosa, lo que conlleva un inevitable compromiso político. Comienza su misión proclamando el “año de gracia” donde las deudas eran perdonadas, los presos liberados y las tierras volvían a sus primeros dueños (cf. Lc. 4, 18-19)3, una de lastres tentaciones del desierto es claramente una tentación a usar y abusar del poder político:“Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada y se lado y a quien quiera. Si me adoras toda será tuya” (Lc. 4, 6-7). Jesús asumirá su misión como un rey de paz, evitando la violencia y el atropello, de hecho, se mostrará lejano a los intentos armados de trasformación. Su método es lento, pausado, pasa por la conciencia y una actitud ética y comprometida, y no por usar los mismos métodos del opresor.
Jesús durante su vida, entendió su propia misión como la del mesías, el Hijo de David, el verdadero heredero del trono de David y que había de devolver la libertad al pueblo y gobernar con justicia y rectitud. A pesar de ello, Jesús rechaza claramente la posibilidad de ser nombrado rey (cf. Jn. 6, 15), buscando con ello hacer comprender al pueblo que la transformación de la sociedad no depende de nombrar un hombre para quelos dirija, sino en ser protagonistas de esa transformación, asumiendo la responsabilidad de luchar por la justicia y la paz, llegando hasta sus últimas consecuencias. Es el mesías, el rey, y por eso caminará primero el camino de la consecuencia, hasta la cruz, suplicio que estaba reservado a los rebeldes contra el imperio, a los agitadores y que tenía un objetivo ejemplarizador y atemorizante4. Antes de cambiar las estructuras, es necesario cambiar la mentalidad, y eso es lo que Jesús realiza a través de su vida, crear un pueblo nuevo, fiel y justo, solidario y participativo. Sólo así podrá construirse una sociedad justa, según Dios. La primera actitud política de Jesús, es la solidaridad con los marginados y excluidos del sistema, tanto del Imperio como de los líderes religiosos.
La actitud de Jesús de solidaridad no es sólo un acto bueno o de consecuencia personal. Es signo del Reino nuevo que ya empieza, y señal que debe ser seguida por todo el pueblo. Es gesto, denuncia. Podemos señalar las siguientes actitudes políticas de Jesús:
-Solidaridad con los excluidosy marginados.
·Con los inmorales. Pecadores y prostitutas (cf. Mc. 2,15; Lc. 7,37-50; Jn. 8, 2-11; Mt. 21, 31-32).
·Con los herejes. Paganos y samaritanos (cf. Lc. 7, 2-10; 17, 16; Mc. 7, 24-30;Jn. 4, 7-42).
·Con los impuros.Leprosos y posesos (cf. Mt. 8, 2-4; Lc. 11, 14-22; 17, 12-14;Mc. 1, 25-26).
·Con los marginados.Mujeres, niños, ancianos. (cf. Mc. 1, 32; Mt. 8, 17; 19, 13-14; Lc. 8, 2s.).
·Con los que colaboran con el imperio. Cobradores de impuestos y soldados (cf.Lc. 18, 9-14; 19, 1-10).
·Con los pobres. El pueblo campesino y los pobres sin poder. (cf. Mt. 5, 3; Lc. 6,20-24; Mt. 11, 25-26).
CRISTOLOGÍA Y LUCHA POR LA JUSTICIA
1.- Para las primeras generaciones cristianas, la plena y total humanidad de Jesús era el fundamento de la solidaridad. Y la plena divinidad de Jesús era fundamento de nuestra libertad.Si Dios no asumió plenamente la miseria humana («nuestra misma carne»), nace de ahí un cristianismo que no se preocupa de los miserables de la tierra. Así lo escribía Ignacio de Antioquía a comienzos del siglo II, en carta a la Iglesia de Esmirna: «esas herejías no se preocupan de la solidaridad, ni del huérfano, ni del atribulado ni de si uno pasa hambre o no». Por eso «son contrarias al sentir del mismo Dios». Algo parecido enseña la primera carta de Juan.
Pero si Jesús no es plenamente Hijo de Dios, nosotros no hemos recibido un espíritu de hijos, por el que podemos llamar a Dios Padre (Abbá); y nuestra filiación tiene sólo un sentido lato: no hemos pasado verdaderamente de siervos a Hijos y seguimos estando bajo la ley. El historiador de la Iglesia Sócrates explica cómo aquellos judíos que querían ser cristianos negando la divinidad de Jesús, «maldecían a Pablo y le llamaban apóstata por enseñar que Jesús nos liberó de la ley». Efectivamente, la filiación divina de Jesús supone para Pablo nuestra libertad que brota de nuestra dignidad de hijos.
2.- Éste era el primer significado de la fe en la encarnación. Más tarde, cuando el cristianismo fue inculturándose en el mundo griego, esa pregunta por el significado cedió terreno ante la otra pregunta más griega: ¿cómo afirmar a la vez que alguien es plenamente humano y plenamente divino? Es una pregunta comprensible porque todos somos seres racionales, pero debería ser una pregunta secundaria: porque, para la Biblia, la pregunta por el cómo es secundaria respecto a la pregunta por el qué. El significado es más importante que el funcionamiento.3.- La inculturación en el pensar griego hipotecó al cristianismo en este punto: haber dado más importancia a la pregunta por el cómo, llevó a la cristología dognática a dos olvidos importantes. El primero cabe en una frase de Tertuliano que recogió el Vaticano II, precisamente al tratar de la tarea de la Iglesia en el mundo: «por la encarnación el Hijo de Dios se unió de alguna manera con todos los hombres» (GS 22). Una idea muy repetida por los Padres de la Iglesia que no tenían miedo de comparar a Jesús con la «matriz» por donde entra la semilla de Dios en la humanidad y por donde nace el nuevo ser humano.
El segundo olvido es el anonadamiento de Dios en su unión con Jesús: Dios no se hizo hombre como «tendría derecho a serlo» según su dignidad, sino renunciando a su divinidad «tomando una imagen de siervo, presentándose como uno tantos y actuando como un hombre cualquiera» (Fil 2, 7ss).
En resumen: que Dios haya asumido toda la miseria humana fundamenta la solidaridad cristiana y la lucha por la justicia: la teología de la liberación enseña que el tema de los pobres no es un tema simplemente ético sino una cuestión cristológica. Y que Dios no se relacione con nosotros como Poder sino desde la debilidad del amor (que no tiene más poder que la oferta de sí) es el fundamento de nuestra dignidad y nuestra libertad.
4.- Pasando de Jesús a nosotros: libertad y solidaridad son los dos auténticos pilares de una forma de ser hombres nueva y más auténtica, en la que deberíamos sobresalir los cristianos. Una libertad que no sea libertad para el amor, acaba degenerando en ese liberalismo económico que confunde libertad con egoísmo y sólo se sostiene a base de violencia y guerras. Pero una solidaridad sin libertad degenera en dictaduras (que nunca son del proletariado sino de un grupo de privilegiados) que falsifican todo lo humano: porque sólo es auténticamente bueno aquello que brota de la libertad y no de la imposición.
5.- Es inevitable reconocer que los últimos siglos del cristianismo falsificaron mucho esa cristología. Una Iglesia que no practique hasta el máximo la solidaridad y no respete la libertad hasta lo más hondo, dará siempre una imagen falsa de Dios que, como reconoció Vaticano II, es una de las causas del ateísmo moderno. Ese ateísmo anticristiano creyó posible encontrar el cielo en la tierra si prescindía de Dios y, al final, se está encontrando sin cielo y sin tierra. Y ya no atisba más solución que la que profetizó la lucidez de A. Camus: «imaginarse a Sísifo dichoso».
EL COMPROMISO POLITICO DEL CRISTIANO
Autor: P. Umberto M. Marsich De nacimiento Esloveno, de nacionalidad
Italiana y de corazón Mexicano.
Habiendo superado la
contraposición fe y política, los cristianos comprometidos advierten la
necesidad de una nueva legitimación de su quehacer político que retorne a las
mismas raíces del mensaje cristiano, reasignando a la política calidad y
confianza. La política debe ser el complemento y, en cierto sentido, la
anticipación del deber cristiano de la caridad. Construir la sociedad resulta
también un deber que nace de la profesión de la fe y un medio para testimoniarla.
La fe cristiana, de
hecho, no tiene sentido auténtico si no es vivida dentro de la lógica de la
Encarnación. Es una fe llamada a hacerse historia en un sentido concreto y
específico y, de este hacerse historia, la acción política será su dimensión insustituible.
La específica contribución de los cristianos en la política debemos encontrarla
en su competencia, preparación, entrega generosa, fuerte espiritualidad
evangélica, honestidad y coherencia, más que en los criterios de fe. Serán,
éstas, las características que otorgarán dignidad y nobleza al quehacer
político de nuestros laicos comprometidos. No es casualidad que la Iglesia
venere, entre sus santos, a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios
a través de su generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno.
Entre ellos recordamos a santo Tomás Moro, proclamado patrono de los
gobernantes y políticos. Supo, en efecto, testimoniar hasta el martirio la
“inalienable dignidad de la conciencia” (Juan Pablo II).
Los obispos de Chihuahua, en marzo del año 1986, dirigiendo
la exhortación pastoral “Coherencia cristiana en la política” a los católicos,
que militaban en los partidos políticos, destacaban la actividad política como
meritoria y también llena de riesgos para la conciencia cristiana. En el mismo
tiempo proclamaban el derecho que tiene la Iglesia de iluminar, con la luz de
la fe, el campo de la realidad política en contra de ciertas corrientes
ideológicas que tienden a reducir la vivencia de la fe al ámbito privado de la
vida individual y familiar. Justamente, apelaban al derecho, que la Iglesia
tiene, para dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden
político, si lo exigen los derechos fundamentales de la persona (GS. 76).
Si lo político pertenece a todo ser humano, el empeño
partidista, según la Iglesia, debe ser propio también de cada laico católico,
el cual deberá ejercer su legítima libertad de elegir, entre las opiniones
políticas compatibles con la fe y la ley moral natural, aquella que, según el
propio criterio, se conforma mejor a las exigencias del bien común. También,
deberá evitar cualquier forma de idolatría del partido y deberá resistirse a la
tentación de la corrupción: “Ustedes- escriben los obispos chihuahuenses- deben
ser la conciencia crítica de su partido, aunque esta postura suponga para ustedes
graves consecuencias” .
El laico, por vocación, está llamado a ser testigo de
Cristo en un mundo que hay que transformar e humanizar como El hizo.
Corresponde a los laicos tratar de implantar el Reino de Dios, gestionando los
asuntos temporales y ordenándolos según Dios. “Los laicos- continúan los
obispos- son llamados por Dios a la construcción del mundo desde dentro, a modo
de fermento... Tienen la tarea de sanear las estructuras y los ambientes del
mundo”. En calidad de pastores, los obispos manifiestan la conciencia de que no
es fácil vivir los valores de la fe, encarnándolos en el campo de la política,
sin embargo, siguen invitando a los laicos para que ejerzan su militancia
política y partidista, en el marco de una profunda espiritualidad que incluya
oración, sacramentos, comunión eucarística, acercamiento a la Palabra de Dios y
conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia.
El laico, por vocación, está llamado a ser testigo de Cristo en un mundo que hay que transformar e humanizar como El hizo. Corresponde a los laicos tratar de implantar el Reino de Dios, gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. “Los laicos- continúan los obispos- son llamados por Dios a la construcción del mundo desde dentro, a modo de fermento... Tienen la tarea de sanear las estructuras y los ambientes del mundo”. En calidad de pastores, los obispos manifiestan la conciencia de que no es fácil vivir los valores de la fe, encarnándolos en el campo de la política, sin embargo, siguen invitando a los laicos para que ejerzan su militancia política y partidista, en el marco de una profunda espiritualidad que incluya oración, sacramentos, comunión eucarística, acercamiento a la Palabra de Dios y conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia.
Cristianos en democracia
Frente al
régimen anciano de la monarquía absoluta surgieron regímenes, o formas organizativas del Estado, basados en
el gobierno del pueblo a través de representantes, con separación de los tres
grandes poderes públicos (legislativo, judicial y ejecutivo; le suena esto
porque, aquí y ahora, casi solamente tenemos el último) como garantía de
libertad y freno de abusos. Se daba primacía a la ley para regular la actividad
judicial y ejecutiva. Había reconocimiento de derechos y libertades y un
sistema de recursos para la defensa de ciudadanos ante posibles abusos de la
Administración Pública. El Estado, como forma organizativa de la comunidad
política, tiene también como fin procurar el bien común de los ciudadanos. Una
auténtica democracia es posible solamente en un Estado de Derecho y sobre la
base de una recta concepción de la persona. Hay, pues, un recto orden
democrático que debe ser respetado. Es correcto afirmar que la democracia es el
gobierno de la mayoría, pero respetando a las minorías. Un riesgo importante
que acecha a la democracia es su alianza con el relativismo ético.
El
compromiso del cristiano en el mundo, en dos mil años de historia, se ha
expresado de diferentes modos. Uno de ellos es el de la participación en la acción
política. Así, tenemos el ejemplo de santo Tomás Moro, proclamado patrón de los
gobernantes y políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la «inalienable
dignidad de la conciencia»; aún sometido a diversas formas de presión
psicológica, rechazó toda componenda y, sin abandonar «la constante fidelidad a
la autoridad y a las instituciones» que lo distinguía, afirmó con su vida y su
muerte que «el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral».
El ahora recordado Concilio Vaticano II nos decía que los fieles laicos de
ningún modo pueden abdicar de la participación en la política, o sea, en la
multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y
cultural destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común, que
comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la
paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la
justicia, la solidaridad, etcétera.
En el
congreso Católicos y vida pública, el filósofo Robert Spaemann decía que el
Estado moderno se refiere a la verdad siempre sólo indirectamente, y
directamente sólo a las convicciones sobre la verdad. Pues la verdad en cuanto
tal es intolerante. Si algo es verdadero, lo contrario no puede ser también
verdadero. En la democracia, los cristianos son obedientes, mientras no se les
pida algo que contradiga los mandamientos de Dios. Pero, en la democracia, los
creyentes, como los no creyentes, no son sólo súbditos, sino también ciudadanos
y, como ciudadanos, parte del sujeto de la soberanía. No sólo están sometidos a
las leyes, sino que son corresponsables de las leyes. No se pueden contentar
con no hacer nada injusto, pues son corresponsables de la injusticia que
permita el legislador, ya que son parte del legislador y, en una democracia,
deben incluso esforzarse por ser la parte mayor posible. Es verdad que la
autoridad en la democracia está en la mayoría, pero también es verdad que, tras
las experiencias de las dictaduras elegidas democráticamente, las democracias
occidentales aprendieron a reconocer derechos fundamentales, cuya vigencia no
proviene de una decisión mayoritaria, sino que, al revés, limita la voluntad de
la mayoría. En opinión de los defensores liberales de una sociedad secular, los
derechos fundamentales, como todo derecho, provienen de la voluntad asociada de
hombres. Si tal fuera el caso, estos derechos tendrían que poder ser abolidos.
Y si ello está excluido por la Constitución, estaríamos ante una dictadura de
los muertos, que codificaron estos derechos sobre los vivos. Pero si estos
derechos le corresponden al hombre independientemente de su voluntad, entonces
tienen que ser de origen divino. Quien no cree en Dios tendrá que considerarlos
una ficción, quizá una ficción útil; o incluso necesaria. En todo caso, no se
opondrá en modo alguno a una referencia a Dios en la Constitución de su país y
de Europa.
Para
Spaemann, la democracia presupone una cierta medida de homogeneidad cultural;
pero estas costumbres tienen que enraizarse a su vez en una homogeneidad
fundamental de todos los hombres, una homogeneidad de la naturaleza humana y de
lo que los griegos llamaban justo según la naturaleza. Una cooperación política
pacífica entre cristianos sobre esta base. Creyente y no creyentes se diferencian
en que los no creyentes tienen una fundamentación débil para aquello para lo
que los creyentes tienen una fundamentación fuerte. Pero, como dice Habermas,
los hombres irreligiosos que resisten a la objetivación científica y técnica
tendrían que estar contentos si los creyentes tienen para esta misma
resistencia fundamentos más fuertes que los no creyentes o los agnósticos.
En la
encíclica Redemptoris missio se nos dice que la Iglesia no impone nada, sólo
propone, y no impondría aunque pudiese. La fe verdadera es necesariamente un
acto de libertad. Si no conseguimos entender esto, hemos de temer que no
conseguimos entender lo que Juan Pablo II llamaba «el principio que inspira la
doctrina social de la Iglesia». Y si nosotros, que somos Iglesia, no estamos
haciendo esto, la culpa no es de la democracia liberal, sino de nosotros
mismos. Benedicto XVI nos recordaba que la Iglesia Católica debe ayudar a los
políticos cristianos a tomar conciencia de su identidad cristiana y de los
valores morales universales. Así mismo, es de gran importancia que se tenga una
justa visión de las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia, y es
necesario que se haga una clara distinción entre las acciones que los fieles
realizan en su propio nombre y las acciones que cumplen en nombre de la Iglesia
en comunión con sus pastores. Se hace necesario que busquemos sinceramente la
verdad y promover y defender, con medios lícitos, las verdades morales sobre la
vida social, la justicia, la libertad, el respeto a la vida y todos los demás
derechos de la persona.
La imposible neutralidad política
Se sigue oyendo decir que Jesús fue apolítico, ya que se negó a ser rey o mesías político. Es señal de que seguimos reduciendo política a “política de partido”… En realidad, cada acto y cada palabra de Jesús tuvo repercusiones políticas, pues influyó en la vida social de las personas que le rodeaban. Si no hubiera sido así, resultaría imposible explicar su muerte de cruz
Afirmaciones como las anteriores son posibles porque hay
quien sigue creyendo –unas veces con indudable ingenuidad, otras por intereses
mucho más oscuros- que es posible la neutralidad política. No es que sea bueno
o malo ser neutral en política, sencillamente es imposible. Cuando trabajamos,
jugamos, hablamos, educamos… estamos haciendo, lo sepamos o no, opciones
sociales y políticas, porque no vivimos en la estratosfera, sino aquí y ahora.
El que se declara apolítico está apoyando sin saberlo una opción política muy
concreta: la del satus quo, la de dejar las cosas como están… Tampoco hay
acción pastoral sin repercusiones políticas: ¿Cuáles favorecemos nosotros,
sabiéndolo o no, en nuestro compromiso…?
Así pues, el proclamarse apolítico, queriéndose lavar la manos como hiciera Pilato, no elimina la repercusión política de nuestras actuaciones. Y no está de más recordar el famoso gesto del procurador romano, porque precisamente el no querer mancharse las manos es la principal motivación de esa pretendida (pero imposible) neutralidad o apoliticismo (recordemos aquí el famoso análisis de Jean Paul Sartre sobre la mala conciencia de la práctica política en Las manos sucias). Nunca deberíamos olvidar la conocida parábola de Raoul Follereau, el conocido apóstol de los leprosos, que concluía que Dios no quiere que nos presentemos ante él al final de nuestra vida con las manos limpias si eso implica que estén vacías
Opciones irrenunciables del compromiso socio-político cristiano
Así pues, el cristiano – a nivel personal y comunitario- debe ser alguien con un serio compromiso socio-político, que es “la opción, motivada e informada por la fe, que se expresa en una práctica o acción social que busca incidir en el nivel estructural de la realidad para lograr su transformación y así contribuir a configurar una sociedad más justamente configurada, en la que todos los seres humanos puedan ser respetados en su dignidad y adquirir la condición de sujetos que les es propia” (Julio Lois). Entre los valores de humanización que deben guiar al cristiano en su compromiso político no todo es igual de urgente. Si la gloria de Dios es que el hombre viva (S. Ireneo de Lyon), es especialmente urgente favorecer la vida de los millones de personas que mueren cada año en el mundo a causa de la injusticia y la pobreza. En el fondo, las opciones irrenunciables de la acción social y política de los cristianos vienen marcadas en el capítulo 25 del evangelio de Mateo: porque tuve hambre, tuve sed, estuve enfermo, fui forastero, estuve preso…
Sobre los modos
A la hora de concretar dicha opción –que fue la de Jesús- las comunidades cristianas deben ser fieles al deseo formulado en Gaudium et Spes de estar al servicio de la humanidad, sin imposiciones de otros tiempos, y renunciando a modelos que han dañado la libertad del evangelio, como la confesionalidad de los estados, porque “las ideas no se imponen, sino que se proponen” (Juan Pablo II a los jóvenes en Madrid, 3 de mayo de 2003). Así hay que traducir hoy las palabras de Jesús (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”), no como apoliticismo, sino sabiendo respetar la autonomía legítima de las realidades terrenas (cf. GS).
Ello supone trabajar por poner las instituciones políticas al servicio de las personas. Educar a la comunidad en la participación social y política entendidos como servicio a su comunidad es, pues, tarea fundamental de la pastoral presente y futura. Un compromiso abierto siempre al resto de la humanidad, como recordó el Papa en Madrid al invitar a los jóvenes a construir “una Europa decidida a aunar sus esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad entre los pueblos”.
“Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional de la policía, de los cuarteles: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante la orden de matar que de un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios que cese la represión”.
San Monseñor Romero
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COMENTARIOS SOBRE EL FO0NDO MONETARIO INTERNACIONAL
LA REALIDAD QUE NO SE VE
Miriam Feu.
El informe nos anima a quitarnos las gafas que no nos permiten ver la realidad tal y como es: caminando por una calle podemos ver personas desahuciadas o con dificultades para acceder a una vivienda digna, personas que tienen un trabajo precario que no les permite llegar a fin de mes, mujeres de origen migrante que deben trabajar dos horas más al día para cobrar lo mismo que un hombre, o personas que no votan porque piensan que la política les da la espalda. Y es que hay una parte de nuestra sociedad que se está quedando atrás y que no puede participar con normalidad. La exclusión social se produce cuando las personas están separadas, se quedan al margen o son expulsadas de la sociedad por una falta de derechos, de recursos o de capacidades básicas.
En cuanto a las principales problemáticas sociales, la exclusión residencial y la precariedad laboral son los dos motores principales de la exclusión en nuestra diócesis que afectan a prácticamente la mitad de las personas en esta situación. Cabe destacar también la importancia del eje relacional, y cómo las problemáticas del aislamiento social o del conflicto social afectan al 15% de la población. Una problemática que hay que mencionar también es la exclusión política, que afecta al 19% de la población. Aquí se considera, por un lado, la exclusión política extrema, es decir, de las personas que no tienen derecho a voto (en torno a 408.000 en la Diócesis de Barcelona), y por otro, las personas que no participan en las elecciones por falta de interés o que no participan en ninguna entidad ciudadana (127.000).
En palabras de Teresa Montagut, las incertezas que generan la situación actual de precariedad y de falta de futuro hacen perder las seguridades. Porque las certezas que teníamos hasta ahora que si uno trabajaba tenía ingresos suficientes para sostener a la familia, que si uno estudiaba tenía garantizado el ascensor social, que la familia era una red de seguridad…, se han perdido: hoy las familias, los diferentes modelos familiares que tenemos son modelos familiares más libres, sí, pero más inseguros, más inestables, más frágiles, que tampoco pueden hacer la función para la que la institución familiar había estado funcionando durante muchos años.
Y la transición social hacia ese futuro, que no sabemos cuál es, está llevando una trayectoria que es muy preocupante. Tenemos todavía unas políticas, viejas políticas, para tratar viejos problemas que no son los problemas que hoy han aparecido. Y aquí nos encontramos ante un desfase importante.
Ante esto hay que recuperar un estado del bienestar que se adapte a la sociedad actual. Hay que apostar por un sistema redistributivo fuerte. Hay que recuperar también la revinculación y el papel fundamental de todo lo comunitario. Y tenemos que hacerlo con la dosis justa de indignación que no nos deje pasar las injusticias, unida a la esperanza que nos haga actuar y responsabilizarnos.
ESPERANZADOS EN UN PRESENTE COMPLEJO, Pedro Pierre
En todas partes las situaciones se presentan como complicadas. Es que estamos en un cambio de civilización, en la construcción de una nueva cultura, una nueva convivencia, una nueva ciudadanía global. De ahí la confusión general, diría... "normal".Creo que debemos aprender a pensar y actuar de manera más sencilla y, con mucha humildad y tranquilidad, ir a lo esencial. Es momento de esperanza. La vida y el amor que habitan el universo no se detienen y avanzan con nuevos rostros, con nosotros si así lo queremos o sin nosotros si caminamos equivocadamente. Todo eso es una invitación a mirar el mundo y las religiones con ojos esperanzados.
En la sociedad, crece la violencia de las grandes potencias dominadoras que se sienten acorraladas como nunca antes. Quieren seguir controlando tanto el saqueo indiscriminado de las materias primas como las protestas de los pueblos que las poseen y no se la quieren dejar quitar sin más. La violencia de las multinacionales y de sus Estados es tanto mayor a medida que la conciencia, la resistencia y las alternativas de los pueblos avanzan y sacuden todos estos imperios. En el pasado, los conflictos eran localizados. Ahora son globales y tienen repercusiones en todas partes. De ahí las migraciones masivas, la organización de la miseria, la destrucción de países, el creciente robo de materias primas, la pasividad cómplice de los países que vienen cómodamente, la angustia de las generaciones más jóvenes...
En las Iglesias y las religiones la crisis también es grande. Tal vez las que mejor resisten son las religiones ancestrales. En la Iglesia católica, la crisis es particularmente catastrófica. Hace 55 años, un Concilio, o sea, una reunión de obispos de todos los países católicos, fue convocado en Roma para actualizar la Iglesia católica, siendo dicha reunión su máxima autoridad. Se abrió puertas y ventanas para desempolvar las conciencias dormidas y las estructuras obsoletas. Esto no fue el gusto de una mayoría de obispos y cardenales, como también de los papas Juan Pablo 2° y Benedicto 16, que buscaron volver al ‘pasado maravilloso de la Edad Media’. Frente a las grandes tensiones internas, el papa Benedicto ‘botó la toalla’. Se eligió al papa Francisco para reformar la Curia romana y encausar la Iglesia según la vida y el testimonio de Jesús: volver a lo único absoluto, tal como lo fue confirmando el papa Pablo 6°, es decir, trabajar a la implantación, por una parte, de la fraternidad y de la justicia en el planeta y, por la otra, el respeto a la naturaleza: Jesús llamó esta tarea ‘el Reino’. A eso se está empeñando el papa Francisco a pesar de las muchas resistencias y oposiciones tanto internas de los grupos tradicionalistas como externas de los gobiernos neoliberales y sus transnacionales. Aunque se h quedado en hablar y...na
Es tiempo de discernir todas las iniciativas que nacen por todas partes, en particular desde los pobres organizados que defienden la vida, la naturaleza, la fraternidad y la justicia, con un horizonte de trascendencia. En América Latina, los Pueblos indígenas con su cosmovisión y la Iglesia de los pobres con su teología de la liberación van por este camino.
Individualmente debemos integrar grupos humanos, asociaciones, organizaciones sociales, movimientos políticos que se enrumban por estos objetivos. O nos perderemos en el individualismo mortífero, el consumismo deshumanizador y la complicidad perversa con el neoliberalismo capitalista y socialista.
Estamos en un momento de opciones decisivas y esperanzadoras si avanzamos hacia una 'nueva Tierra' y una Humanidad reconciliada. Esto no se hace sin sufrimiento: es, según san Pablo, “el parto de la humanidad que gime de dolor”. Es el camino que nos enseñan la “paciente impaciencia” de los humildes y el coraje de las y los que quieren vivir en plenitud, pero todos ‘en comunidad’.
PAGAR LOS PLATOS ROTOS
HACIA DÓNDE VA LA DEMOCRACIA
nnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn
Dimensión pública de la fe cristiana
¿ES POLÍTICA O ANTIPOLÍTICA?
Temas muy interesantes para poder debatirlos en una charla.
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