Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (Aula Pablo VI, 2-27 de octubre de 2024) - 1ª Congregación General (2 de octubre de 2024)
Manoel Godoy (Teólogo Brasileño) sobre el Instrumentum laboris: “Falta coraje para dar pasos concretos”
Más de lo mismo
Desde una perspectiva crítica, Godoy ha manifestado que en el texto “se repiten una serie de ideas ya desarrolladas en diversos documentos de la Iglesia” que, si bien “son buenas”, “no se concretan en la vida de la Iglesia”.
“Tenemos la sensación de que es más de lo mismo”, continúa el teólogo brasileño, al sostener que “falta creatividad” y “falta evangelio” —parafraseando a Xabier Pikaza.
“Que el proceso de sinodalidad sea una posibilidad de avance en la Iglesia, nadie duda, pero falta coraje para dar pasos concretos”, agrega, al tiempo que pregunta: “¿por qué no ampliar la posibilidad de ordenación a hombre casados?”, lo mismo que para las mujeres y su acceso al diaconado.
Revisión del Derecho Canónico
De igual forma, Godoy cuestiona: “¿por qué no se ha hecho una revisión profunda del Código de Derecho Canónico?”, el cual considera “extremamente misógino” y “centralizador de todo en manos del clero”.
Más aún, el teólogo aboga por la implementación de una “reforma profunda en el proceso de elección de los obispos”, que continúa en manos de “nunciaturas ajenas a la vida de la Iglesia local”.
En este mismo sentido, Godoy considera urgente “tomar medidas claras contra el clericalismo”, considerado por el propio papa Francisco como un “cáncer de la Iglesia”.
Ingenuidad y desconexión de la realidad
De cara a estas interpelaciones, “las afirmaciones bonitas de una eclesiología de comunión, participación y misión, que están en el Instrumentum laboris para el sínodo, suenan como desconectadas de la realidad”, puesto que “imaginar que con este clero que tenemos caminaremos juntos, como Iglesia en sinodalidad, me parece demasiado ingenuo”, asevera el teólogo.
Con todo, Manoel Godoy confía que “el proceso de sinodalidad podrá algún día hacer germinar semillas de esperanza sembradas en estos tiempos”.
Rafael Luciani: «Ser tomados en cuenta ya es un avance en una iglesia que por lo general no escuchaba, ni hacía silencio»
La sinodalidad es una propuesta desafiante que cuestiona las maneras de tejer las relaciones, implementar las acciones y ejercer la autoridad al interior de la Iglesia. Una invitación a salir de nosotros mismos y superar el individualismo que nos extingue e impide la posibilidad de considerar el valor del otro. Es un camino que implica discernimiento, conciencia y determinación para aportar desde nuestra condición de sujetos eclesiales al anhelado paso de los ideales a la realidad.
El Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño dispuesto a seguir aportando al camino sinodal, se dispone a vivir una semana de reflexión teológica que, en esta oportunidad, se ocupará de analizar la renovación de las Iglesias locales con perspectiva sinodal. Las actividades se efectuarán del 24 al 28 de junio. Concluirán con la conmemoración pública de los 250 años del ingreso de la Teología Pastoral al currículo teológico.
Rafael Luciani, miembro del equipo de asesores teológicos del Celam y perito del sínodo, habla del evento y lo que ha significado este tiempo para la Iglesia universal que se dispone a vivir la segunda sesión de la XVI Asamblea General del Sínodo.
La sinodalidad es una propuesta desafiante que cuestiona las maneras de tejer las relaciones, implementar las acciones y ejercer la autoridad al interior de la Iglesia. Una invitación a salir de nosotros mismos y superar el individualismo que nos extingue e impide la posibilidad de considerar el valor del otro. Es un camino que implica discernimiento, conciencia y determinación para aportar desde nuestra condición de sujetos eclesiales al anhelado paso de los ideales a la realidad.
El Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño dispuesto a seguir aportando al camino sinodal, se dispone a vivir una semana de reflexión teológica que, en esta oportunidad, se ocupará de analizar la renovación de las Iglesias locales con perspectiva sinodal. Las actividades se efectuarán del 24 al 28 de junio. Concluirán con la conmemoración pública de los 250 años del ingreso de la Teología Pastoral al currículo teológico.
Rafael Luciani, miembro del equipo de asesores teológicos del Celam y perito del sínodo, habla del evento y lo que ha significado este tiempo para la Iglesia universal que se dispone a vivir la segunda sesión de la XVI Asamblea General del Sínodo.
Investigación y buenas prácticas
¿Cuáles son los objetivos de este espacio de reflexión teológica que analizará la renovación de las Iglesias locales cómo un paso necesario para que la sinodalidad llegue hasta las bases?
Uno de los aportes que queremos hacer al proceso sinodal es cómo renovar la vida diocesana a través de las relaciones, para que sean más corresponsables y con estructuras que permitan una mayor participación.
Para eso, hemos usado como ejemplo, los consejos pastorales y lo hemos hecho a través de un estudio que se adelantó en América Latina, Italia y América del Norte. Esto tratando de ver buenas prácticas, es decir, los procedimientos que se hacen cuando una diócesis tiene un consejo pastoral; entendiendo que se trata de un órgano clave para implementar la sinodalidad en la Iglesia diocesana.
HACIA UNA CONVERSACIÓN SINODAL
Mantener vivo el dinamismo eclesial es uno de los puntos que se nos ofrecen y recuerdan en el documento de la Secretaría General del Sínodo bajo el título HACIA OCTUBRE DE 2024. Necesitamos esa conversión personal e institucional para ir alumbrando esa iglesia sinodal.
¿Por qué se nos recomienda esto? Porque como sabemos hay bastantes voces críticas respecto de la sinodalidad. Hay que afirmar que no es una moda, algo inventado ahora, sino que tiene su origen en el Concilio Vaticano II y es la respuesta de Dios para el tercer milenio. Y es el Espíritu quien va guiando esta renovación en la iglesia. No se va a cambiar el fundamento de la iglesia, pero sí el modo de ser y estar, de vivir, la eclesialidad.
Podríamos definir la sinodalidad con dos vocablos: escucha y discernimiento. Y la escucha es a todo el Pueblo de Dios, porque todos hemos sido invitados a este proceso sinodal. Igualmente, el discernimiento necesita de las diversas luces, sugerencias y propuestas; y, si me abstengo de participar, estoy restando mis dones al conjunto. El Cuerpo es uno, como nos recuerda San Pablo, pero tiene muchos miembros, todos distintos y todos necesarios.
Abrir la puerta de la escucha y del discernimiento con total amplitud, sin reducir a grupos, sino a todos, creyentes y no creyentes, porque el Espíritu habla por boca de jóvenes y ancianos, de mujeres y varones, de todas las razas, lenguas y culturas; nuestra Iglesia es universal, no puede cerrar puertas y marcar fronteras, sino derribar muros y establecer puentes.
Y, en esa apertura, una invitación muy especial a los laicos y laicas a reavivar esa vocación cuya dignidad procede del bautismo. Y, desde ahí, ir creando una Iglesia de comunión, no de confrontación entre grupos o tendencias, ni de división, porque estamos llamados a construir una comunidad de comunidades cada vez más parecida a lo que el Señor sueña.
Es una ocasión muy propicia para volver los ojos al Señor, el verdadero fundamento de nuestra iglesia sinodal. No podemos separar ambas realidades: Jesús y su Iglesia. Este proceso sinodal puede y debe ser ocasión de renovar nuestra fe en el Señor y de retomar con mayor vigor el evangelio como programa de vida. Y, a esa luz, no perder de vista los signos de los tiempos, estar atentos a los cambios de hoy.
A diversos niveles se van preparando espacios y escenarios que van señalando el camino hacia octubre 2024 porque necesitamos preparar las herramientas que nos permiten aterrizar temas en esa próxima asamblea sinodal: hay nuevos consultores y consultoras para colaborar en la secretaría general del Sínodo; el Papa también va a nombrar grupos de expertos que puedan tratar los temas que están pidiendo concreciones en la vida de la Iglesia.
Hay congresos sobre la sinodalidad, la comunicación, la misión de la mujer en la Iglesia… Son iniciativas orientadas a que la próxima asamblea vaya concretando temas y situaciones que aparecen como urgentes y necesitadas de una definición.
Mientras recorremos este camino de conversión-cuaresmal-sinodal, no perdamos la confianza en el Espíritu que nos va conduciendo.
María Luisa Berzosa González FI – Roma
SIGAMOS CAMINANDO JUNTOS
En octubre de 2024 tendrá lugar la tercera y última fase de la XVI Asamblea del Sínodo de los Obispos que comenzó en 2021, en el cual han participado obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, hombres, mujeres, jóvenes y adultos de todas las edades; todo el conjunto del Pueblo de Dios.La Secretaría General del Sínodo ha ofrecido, junto con la relación de Síntesis, el texto “Hacia Octubre 2024”. Una herramienta para que en pequeños grupos de estudio, en nuestras parroquias, comunidades eclesiales de base, familias, movimientos de apostolado seglar, grupos juveniles, cofradías, equipos de Cáritas, instituciones educativas, cooperativas, sindicatos, pastorales específicas (salud, penitenciaria, de la ecología integral, de Derechos Humanos, etc) y todo el pueblo de Dios que se sienta motivado, pueda comprender el sentido profundo del kairós que significa este tiempo sinodal y, pueda hacer aportes para seguir construyendo juntos, una Iglesia en salida misionera, samaritana, sacramento de comunión, donde todos cabemos y todos tenemos una misión.
El sueño del Papa Francisco es ver a la Iglesia entera participando en la búsqueda de métodos hacia la sinodalidad, es decir, conseguir de manera real y efectiva, que todos caminemos juntos en comunión y fraternidad.
La invitación es a transitar, con la ayuda de este subsidio, la senda que nos conducirá a Octubre de 2024, pero no como meros espectadores de lo que ocurrirá en Roma, sino como discípulos misioneros que oran, disciernen, se dejan mover por el Espíritu de Dios, para aportar a la edificación de la Iglesia que está en el sueño de Dios y en el corazón del Papa Francisco
El Sínodo pide más presencia de mujeres y menos clericalizar a los laicos
El documento de síntesis de la Asamblea General del Sínodo, emanado
de los trabajos de la asamblea sinodal y presentado el pasado sábado,
constituye un análisis sobre el estado de la Iglesia traducido en una
serie de propuestas. Es el resultado de los «elementos principales
surgidos en el diálogo, la oración y el debate que han caracterizado
estos días», desde el pasado 4 de octubre cuando comenzó el encuentro
sinodal en Roma. Este resultado es el sustrato sobre el que la Iglesia
caminará durante este próximo año hasta la Asamblea General
Extraordinaria de octubre de 2024, cuando las cuestiones abiertas
tendrán que cerrarse y las ideas, concretarse.
La Iglesia está aprendiendo «el estilo de la sinodalidad y buscando las mejores formas para llevarla a cabo», reza el documento que la asamblea sinodal hizo público el 28 de octubre
pasadas las 21:30 de la noche. Los padres y madres sinodales saben «que
sinodalidad es un término desconocido para muchos miembros del pueblo
de Dios, lo que suscita confusión y preocupación en algunos». Esos
«algunos» «temen verse obligados a cambiar; otros temen que nada cambie y
que haya muy poco valor para seguir el ritmo de la Tradición viviente.
Algunas reticencias y oposiciones ocultan también el miedo a perder el
poder y los privilegios que de este se derivan».
El texto consta de 336 puntos divididos en tres partes tituladas: «El
rostro de la Iglesia sinodal»; «Todos discípulos, todos misioneros» y
«Tejer lazos, construir comunidad». En ellos se abordan cuestiones como
la liturgia, el papel de la mujer, la doctrina social de la Iglesia, la
acogida, el celibato… Un proceso que «ha renovado nuestra experiencia y
nuestro deseo de que la casa sea familia de Dios», aseguran por escrito
los 464 miembros que han participado en la asamblea sinodal. En
consecuencia, indican que el deseo es «una Iglesia más cercana a las
personas, menos burocrática y más relacional».
La mujer «como problema»
La presencia mayor de mujeres en la Asamblea General y el hecho de
que hayan podido votar se ha dejado notar en las recomendaciones. Hay
una indicación clara, que tiene que ver con el lenguaje, y que supondría
subsanar la concepción de la participación de la mujer en la Iglesia:
«La Asamblea pide evitar repetir el error de hablar de las mujeres como
una “cuestión” o un “problema”».
El Sínodo reconoce que las mujeres son mayoría en la Iglesia desde
las mismas parroquias de base y que además suelen ser las
evangelizadoras en la familia. Por ello, es necesario dar valor a esta
contribución con «mayores responsabilidades pastorales en todas los
ámbitos de la vida y la misión de la Iglesia». Y una buena forma de
empezar es pagar a las consagradas lo que les corresponde por el trabajo
que realizan, «ya que están consideradas muchas veces como mano de obra
barata», expone el documento.
El diaconado femenino
En esta articulación de la presencia mayor de las mujeres en los más
diversos ámbitos, aparece nuevamente la cuestión del diaconado femenino.
El documento deja abierta la cuestión, para la que recomienda «una
reflexión más profunda» cifrada en «una investigación teológica y
pastoral» cuyos resultados «tendrían que presentarse en la próxima
sesión de la asamblea».
«Se han expresado diferentes posiciones respecto del acceso de las
mujeres al ministerio diaconal. Algunos consideran que este paso sería
inaceptable porque va en discontinuidad con la Tradición. Para otros,
sin embargo, conceder a las mujeres el acceso al diaconado restauraría
una práctica de la Iglesia primitiva. Otros más ven en este pasaje una
respuesta adecuada y necesaria a los signos de los tiempos, fiel a la
Tradición y capaz de encontrar eco en el corazón de tantos que buscan
vitalidad y energía renovadas en la Iglesia. Algunos expresan el temor
de que esta petición sea expresión de una peligrosa confusión
antropológica», por lo que «al aceptarla la Iglesia se alinearía con el
espíritu de la época», señala el texto.
Liturgia y estilo celebrativo
El Sínodo solicita que, «si la Eucaristía da forma a la sinodalidad»,
tenga un estilo celebrativo y que, además, la liturgia se comprenda:
«Se ha señalado que el lenguaje litúrgico tiene que hacerse más
accesible a los fieles y más encarnado en la diversidad de las
culturas».
Los pobres en la Iglesia y pagar el justo salario
El Sínodo conviene que los pobres «son protagonistas en el camino de
la Iglesia». Pero advierte de que no se puede hacer una distinción entre
«ellos» y «nosotros» como si fueran «objeto» de la caridad de la
Iglesia cuando están en el centro de ella y de ellos se ha de aprender.
Un apunte interesante en este apartado es el del justo salario: «La
Iglesia tiene que ser honesta al examinar cómo respeta las exigencias de
justicia de cara a aquellos que trabajan en sus instituciones, para dar
testimonio con la propia coherencia». De ahí que el documento sentencie
que «la doctrina social de la Iglesia es un recurso poco conocido al
que se ha de volver».
Acoger y acompañar empezando por el lenguaje
«Es necesaria una renovada atención a la cuestión del lenguaje que
usamos para hablar a las mentes y corazones de las personas en una gran
variedad de contextos de modo que resulte accesible y bello», dice el
Sínodo. Acoger comienza por las palabras que se usan. Acompañar, por las
actitudes que se tienen con respecto a aquellos que «son o se sienten
heridos o maltratados por parte de la Iglesia»: «De diferentes maneras,
también las personas que se sienten marginadas o excluidas de la
Iglesia, por su situación conyugal, identidad y sexualidad, piden ser
escuchadas y acompañadas, y que se defienda su dignidad». «La asamblea
reafirma que los cristianos no pueden faltar al respeto de la dignidad
de ninguna persona», sentencia el texto.
Los laicos
Por primera vez los laicos han tenido no solo voz, sino también voto.
Sobre ellos ha reflexionado largo y tendido el Sínodo desde que
iniciara su andadura un 9 de octubre de 2021. Escribe la asamblea que
«ellos son los que contribuyen de forma vital a realizar la misión de la
Iglesia en las situaciones cotidianas». Por eso, indican que es
necesario valorar su contribución más allá de considerarlos como
sustitutos de los sacerdotes cuando estos no están, «con el riesgo de
que el carácter propiamente laical de su apostolado venga disminuido».
En otros contextos, puede suceder que los sacerdotes lo hagan todo y
los carismas y ministerios de los laicos sean ignorados o
infrautilizados. También existe el peligro, expresado por muchos en la
asamblea, de «clericalizar» a los laicos, creando una especie de élite
laica que perpetúa las desigualdades y divisiones entre el Pueblo de
Dios.
Celibato
Sobre la cuestión del celibato sacerdotal, tan comentada, el
documento se limita a asegurar que «es un tema que no es nuevo y sobre
el que se necesitará volver». Al mismo tiempo asegura que «todos
aprecian su valor lleno de profecía y de testimonio de conformidad con
Cristo; algunos se preguntan si su conveniencia teológica con el
ministerio presbiteral debe necesariamente traducirse en una obligación
disciplinaria en la Iglesia latina, especialmente donde los contextos
eclesiales y culturales lo hacen más difícil».
¿De qué va una Iglesia más sinodal?La primera sesión del Sínodo de la Sinodalidad ha terminado. Pero ¿Qué es eso de la sinodalidad? En realidad, no es nada nuevo. La Iglesia es sinodal, pero lo habíamos olvidado. En el Antiguo Testamento y en la Iglesia de los orígenes podemos ver algunas prácticas sinodales; luego, el Concilio Vaticano II las recordó y actualizó. Y ahora el papa Francisco nos anima a volver a ellas.Pero ¿Qué significa sinodalidad? La mejor imagen es la sala del Sínodo: grupos de personas sentadas en mesas redondas dialogando entre sí. No un diálogo como el que acostumbramos a ver en las tertulias o en los debates de televisión. Esta vez con la Palabra de Dios en el centro, y en un ambiente de oración, paz, libertad, alegría serena, fraternidad, con el objeto de discernir juntos cómo vivir la comunión, dar lugar a una mayor participación de todos en la Iglesia y hacer más fecunda nuestra misión.«La sinodalidad comporta reunirse en asamblea en los diversos niveles de la vida eclesial, la escucha recíproca, el diálogo, el discernimiento comunitario, la creación del consenso como expresión del hacerse presente el Cristo vivo en el Espíritu y el asumir una corresponsabilidad diferenciada.» (Documento de síntesis de la 1.ª Sesión de la Asamblea Sinodal).Por eso, es un modo de ser Iglesia, donde la autoridad no es poder sino servicio, donde la escucha de todos nos lleva a buscar el ‘sentido de la fe’ del Pueblo fiel de Dios, donde todos los bautizados tienen un lugar, y la comunión no implica cancelar las diferencias. Todo un reto. Misión imposible si pretendemos hacerlo sólo con nuestras fuerzas. De ahí la importancia de la oración y la gracia.¿Y todo esto por qué? Porque la sinodalidad es imagen de la Trinidad, esa relación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, a la que estamos invitados como hijos de Dios.La sinodalidad, por tanto, nos lleva a un discernimiento constante de la voluntad de Dios para vivir cada vez más al estilo de Jesús. Y supone unas opciones concretas personales y comunitarias: despojo de nuestro ego, humildad, ensanchar el corazón para dejar sitio a otros, promoción de los más pobres, valorar la dignidad de la mujer y su aporte en los puestos de decisión, convertir nuestros grupos cristianos en más sinodales, buscar la comunión en armonía entre verdad y amor, ocuparnos del cuidado de la casa común, etc. ¿Qué otras se te ocurren a ti?
Carta al Pueblo de Dios: La sinodalidad es el camino de la Iglesia del tercer milenio Queridas hermanas, queridos hermanos:
Cuando se acerca la conclusión de los trabajos de la primera sesión
de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos,
queremos, con todos vosotros, dar gracias a Dios por la hermosa y rica
experiencia que acabamos de vivir. Este tiempo bendecido lo hemos vivido
en profunda comunión con todos vosotros. Hemos sido sostenidos por
vuestras oraciones, llevando con nosotros vuestras expectativas,
vuestras preguntas y también vuestros miedos.
Han pasado ya dos años desde que, a petición del Papa Francisco, se
inició un largo proceso de escucha y discernimiento, abierto a todo el
pueblo de Dios, sin excluir a nadie para “caminar juntos”, bajo la guía
del Espíritu Santo, discípulos misioneros siguiendo a Jesucristo.
La sesión que nos ha reunido en Roma desde el 30 de septiembre
constituye una etapa importante en este proceso. Por muchos motivos, ha
sido una experiencia sin precedentes. Por primera vez, por invitación
del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en virtud de
su bautismo, a sentarse en la misma mesa para formar parte no solo de
las discusiones, sino también de las votaciones de esta Asamblea del
Sínodo de los Obispos. Juntos, en la complementariedad de nuestras
vocaciones, de nuestros carismas y de nuestros ministerios, hemos
escuchado intensamente la Palabra de Dios y la experiencia de los demás.
Utilizando el método de la conversación en el Espíritu, hemos
compartido con humildad las riquezas y las pobrezas de nuestras
comunidades en todos los continentes, tratando de discernir lo que el
Espíritu Santo quiere decir a la Iglesia hoy.
Así hemos experimentado también la importancia de favorecer
intercambios recíprocos entre la tradición latina y las tradiciones del
Oriente cristiano. la participación de delegados fraternos de otras
Iglesias y Comunidades eclesiales ha enriquecido profundamente nuestros
debates. Nuestra asamblea se ha llevado a cabo en el contexto de un
mundo en crisis, cuyas heridas y escandalosas desigualdades han resonado
dolorosamente en nuestros corazones y han dado a nuestros trabajos una
gravedad peculiar, más aún cuando algunos de nosotros venimos de países
en los que la guerra se intensifica.
Hemos rezado por las víctimas de la violencia homicida, sin olvidar a
todos a los que la miseria y la corrupción les han arrojado a los
peligrosos caminos de la emigración. Hemos garantizado nuestra
solidaridad y nuestro compromiso al lado de las mujeres y de los hombres
que en cualquier lugar del mundo actúan como artesanos de justicia y de
paz.
Por invitación del Santo Padre, hemos dado un espacio importante al
silencio, para favorecer entre nosotros la escucha respetuosa y el deseo
de comunión en el Espíritu. Durante la vigilia ecuménica de apertura,
experimentamos cómo la sed de unidad crece en la contemplación
silenciosa de Cristo crucificado. “La cruz es, de hecho, la única
cátedra de Aquel que, dando su vida por la salvación del mundo,
encomendó sus discípulos al Padre, para que ‘todos sean uno’ (Jn
17,21). Firmemente unidos en la esperanza que nos da Su Resurrección, Le
hemos encomendado nuestra Casa común, donde resuenan, cada vez con
mayor urgencia, el clamor de la tierra y el clamor de los pobres:
‘¡Laudate Deum!’”, recordó el Papa Francisco precisamente al inicio de
nuestros trabajos. Día tras día, hemos sentido el apremiante llamamiento
a la conversión pastoral y misionera. Porque la vocación de la Iglesia
es anunciar el Evangelio no concentrándose en sí misma, sino poniéndose
al servicio del amor infinito con el que Dios ama el mundo (cf. Jn 3,16).
Ante la pregunta de qué esperan de la Iglesia con ocasión de este
sínodo, algunas personas sin hogar que viven en los alrededores de la
Plaza de San Pedro respondieron: “¡Amor!” Este amor debe seguir siendo
siempre el corazón ardiente de la Iglesia, amor trinitario y
eucarístico, como recordó el Papa, evocando el 15 de octubre, en la
mitad del camino de nuestra asamblea, el mensaje de Santa Teresa del
Niño Jesús. “Es la confianza” lo que nos da la audacia y la libertad
interior que hemos experimentado, sin dudar en expresar nuestras
convergencias y nuestras diferencias, nuestros deseos y nuestras
preguntas, libremente y humildemente.
¿Y ahora? Esperamos que los meses que nos separan de la segunda
sesión, en octubre de 2024, permitan a cada uno participar concretamente
en el dinamismo de la comunión misionera indicada en la palabra
“sínodo”. No se trata de una ideología, sino de una experiencia
arraigada en la Tradición Apostólica. Como nos recordó el Papa al inicio
de este proceso: “Si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la
sinodalidad […] promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la
comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco
abstractos” (9 de octubre de 2021). Los desafíos son múltiples y las
preguntas numerosas: la relación de síntesis de la primera sesión
aclarará los puntos de acuerdo alcanzados, evidenciará las cuestiones
abiertas e indicará cómo continuar el trabajo”.
Para progresar en su discernimiento, la Iglesia necesita
absolutamente escuchar a todos, comenzando por los más pobres. Eso
requiere, por su parte, un camino de conversión, que es también un
camino de alabanza: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y
las has revelado a los pequeños” ( Lc 10,21). Se trata de
escuchar a aquellos que no tienen derecho a la palabra en la sociedad o
que se sienten excluidos, también de la Iglesia. Escuchar a las personas
víctimas del racismo en todas sus formas, en particular en algunas
regiones de los pueblos indígenas cuyas culturas han sido humilladas.
Sobre todo, la Iglesia de nuestro tiempo tiene el deber de escuchar, con
espíritu de conversión, a aquellos que han sido víctimas de abusos
cometidos por miembros del cuerpo eclesial, y de comprometerse
concretamente y estructuralmente para que eso no vuelva a suceder.
La Iglesia necesita también escuchar a los laicos, a las mujeres y a
los hombres, todos llamados a la santidad en virtud de su vocación
bautismal: el testimonio de los catequistas, que en muchas situaciones
son los primeros en anunciar el Evangelio; la sencillez y la vivacidad
de los niños, el entusiasmo de los jóvenes, sus preguntas y sus
peticiones; los sueños de los ancianos, su sabiduría y su memoria. La
Iglesia necesita escuchar a las familias, sus preocupaciones educativas,
el testimonio cristiano que ofrecen en el mundo de hoy. Necesita acoger
las voces de aquellos que desean ser involucrados en ministerios
laicales o en organismos participativos de discernimiento y de
decisión. La Iglesia necesita particularmente, para progresar en el
discernimiento sinodal, recoger todavía más las palabras y la
experiencia de los ministros ordenados: los sacerdotes, primeros
colaboradores de los obispos, cuyo ministerio sacramental es
indispensable en la vida de todo el cuerpo; los diáconos, que a través
de su ministerio representan la preocupación de toda la Iglesia por el
servicio a los más vulnerables. Debe también dejarse interpelar por la
voz profética de la vida consagrada, centinela vigilante de las llamadas
del Espíritu. Y debe también estar atenta a aquellos que no comparten
su fe, pero que buscan la verdad, y en los que está presente y activo el
Espíritu, Él que ofrece “a todos la posibilidad de que, en la forma de
sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (Gaudium et spes 22).
“El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir
también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento
de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el
camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del
tercer milenio” (Papa Francisco, 17 de octubre de 2015). No debemos
tener miedo de responder a esta llamada. La Virgen María, primera en el
camino, nos acompaña en nuestro peregrinaje. En las alegrías y en los
dolores Ella nos muestra a su Hijo y nos invita a la confianza. ¡Es Él,
Jesús, nuestra única esperanza!
Ciudad del Vaticano, 25 de octubre de 2023
Francisco abrió el Sínodo de obispos y rechazó las "batallas ideológicas" en la Iglesia.
El papa Francisco rechazó las "batallas ideológicas" en la Iglesia al celebrar en la Plaza San Pedro la misa de apertura del Sínodo, que durante octubre reunirá a más de 450 participantes laicos y religiosos para debatir sobre al futuro del catolicismo, y al que se oponen los sectores conservadores de la Curia.
"Queridos hermanos cardenales, hermanos obispos, hermanos y hermanas,
estamos en la apertura de la Asamblea Sinodal. Y no nos sirve tener una
mirada inmanente, hecha de estrategias humanas, cálculos políticos o
batallas ideológicas", planteó el pontífice hoy en su homilía de
apertura de los trabajos que se extenderán hasta el 29 de octubre, con la participación directa de 464 miembros de todo el mundo.
"No estamos aquí para celebrar una reunión parlamentaria o un plan de reformas",
les dijo, luego de que esta semana recibiera una carta pública de cinco
cardenales conservadores con críticas a los temas que tratará el
Sínodo.
Así, pidió que los participantes se mantengan lejos de
"algunas tentaciones peligrosas: la de ser una Iglesia rígida, que se
acoraza contra el mundo y mira hacia el pasado; la de ser una Iglesia
tibia, que se rinde ante las modas del mundo; la de ser una Iglesia
cansada, replegada en sí misma".
Luego, al participar por la tarde en la primera sesión de trabajo que se
desarrolló en el Aula Pablo VI del Vaticano, Francisco pidió a los
participantes que estén ajenos a las "presiones de la opinión pública"
sobre los temas que se tratarán durante el evento.
"Este es un
momento de escucha de la Iglesia, eso es lo que se tiene que entender,
con el trabajo tan importante de los periodistas", reflexionó.
En su mensaje a los participantes hombres y mujeres que serán parte de
la reunión destinada a debatir, entre otros temas de alto impacto
mediático, sobre la acogida de las personas homosexuales y la comunión
de personas divorciadas vueltas a casar, el Papa dio líneas del tipo de
Iglesia que imagina.
Así, Jorge Bergoglio habló de una Iglesia
que, "en medio de las olas a veces agitadas de nuestro tiempo, no se
desanima, no busca escapatorias ideológicas, no se atrinchera tras
convicciones adquiridas, no cede a soluciones cómodas, no deja que el
mundo le dicte su agenda".
"Queridos
hermanos cardenales, hermanos obispos, hermanos y hermanas, estamos en
la apertura de la Asamblea Sinodal. Y no nos sirve tener una mirada
inmanente, hecha de estrategias humanas, cálculos políticos o batallas
ideológicas"Papa Francisco
En una homilía, en la que llamó a que los participantes del Sínodo
rechacen el "espíritu de división y de conflicto", el pontífice volvió a
plantear también la apertura de la institución "a todos", como había
hecho en un vuelo al regreso de Portugal en agosto.
"Una Iglesia
que acoge. En una época compleja como la actual, surgen nuevos desafíos
culturales y pastorales, que requieren una actitud interior cordial y
amable, para poder confrontarnos sin miedo", sostuvo.
De acuerdo
con el pontífice, el Sínodo debe mostrar una Iglesia "que no impone
cargas y que repite a todos: 'vengan, todos los que están afligidos y
agobiados, vengan ustedes que han extraviado el camino o que se sienten
alejados, vengan ustedes que le han cerrado la puerta a la esperanza'". VVVVVVVVVVVVVVVVVVVVVVVVVVV
El actual proceso sinodal de la Iglesia nos presenta el desafío de
pasar de un modelo de colaboración entre laicas/os y clérigos a otro de
corresponsabilidad entre todos los bautizados, miembros de un mismo
Pueblo de Dios. Esta transición no está exenta de perplejidades, sobre
todo por parte de aquellas/os que ven el Sínodo como una
degeneración eclesial hacia el asambleísmo.
El ejercicio de la conversación espiritual puede ayudar a limar estos
prejuicios y establecer verdaderas relaciones horizontales donde cada creyente pueda aportar los carismas recibidos para realizar la misión de la Iglesia. P. Raúl Arderí, SJ
En la expresión Sínodo entran tres categorías de elementos:
1. Eclesiológicos
La común dignidad de todos los fieles, el sensus fidei
y la corresponsabilidad eclesial. Aquí hace relación a Lumen Gentium:
todos los bautizados como constituyentes del Pueblo de Dios (LG 11).
Aquí son importantes: la unión espiritual de todos los fieles, la
infalibilidad en el creer o el consensus fidelium y la
participación del pueblo de Dios en la función profética de Cristo. Por
lo tanto todos los bautizados son sujetos cualificados en la
evangelización (EG 119).
El
primer grado de sinodalidad se da en las Iglesias particulares: Consejo
de pastoral, Consejo presbiteral, Consejo de consultores. Pero se
pueden abrir otros espacios de consulta, como asambleas extraordinarias.
Segundo nivel los Concilios Particulares y las Conferencias Episcopales.
Tercer nivel: la Iglesia universal: esta se realiza en la modalidad de los Sínodos de los obispos
2. Espirituales
Se trata del discernimiento espiritual y pastoral.
Se
necesita abrir nuevos caminos y escuchar lo que el Espíritu dice a las
Iglesias. Discernir los problemas regionales. El elemento fundamental es
buscar la voluntad de Dios para su Iglesia hoy. Y esto se hace en
ambiente de oración.
3. Elementos formales: la praxis de sinodalidad
Se debe hacer amplia consulta a todo el pueblo de Dios. Es para auscultar el sensus fidei. Luego la escucha a los pastores. Y aquí está la escucha al obispo de Roma: pastor y doctor de todos los cristianos: Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I.
¿Cuál es el valor teológico de la consulta y no sólo del voto?
La forma está expresada por San Cipriano: “nihil sine episcopo…nihil sine consensu vestro”: Nada sin el obispo, nada sin vuestro consejo. Y dice: nada sin el consejo del pueblo.
KKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKK Histórica decisión del
Papa: mujeres y laicos, por primera vez, tendrán voz, y voto, en el Sínodo
Laicos y mujeres, con voz (y voto) en el Sínodo
La mayor novedad está en la decisión de
añadir "otros 70 miembros no Obispos, que representan a otros fieles
del Pueblo de Dios (sacerdotes, personas consagradas, diáconos, fieles
laicos) y que proceden de las Iglesias locales"
Con todo, los elegidos no obispos no
superarán el 25% del total. Tres cuartas partes de los votantes seguirán siendo
prelados
Reforma histórica, casi revolucionaria de
Francisco. Justo después de la finalización del primer encuentro la Santa
Sede anunciaba que, al menos 80 de los participantes, con derecho a voto, en el
próximo Sínodo de octubre, no serán obispos. Y, lo que resulta mucho más
novedoso, el Papa reclama "que el 50% de ellos sean mujeres y que
se valore también la presencia de jóvenes".
Opiniones
Y sinodalidad no tiene que ver con democracia. Tiene que ver con
“caminar juntos”. El pueblo de Dios, fieles cristianos, que peregrinamos
en la tierra todos unidos predicando la buena nueva de la venida del
salvador y su mensaje del mandamiento del amor a Dios y al prójimo como
hijo de Dios y por tanto hermano, mandamiento que resume lo que Dios
quiere y espera de nosotros. Es lo que se dio en la Iglesia desde sus
orígenes y que hoy los cristianos debemos hacer más auténtico y más
real.
Ignacio Garay
Tiempos nuevos a problemas viejos.
No hay más, Francisco lidera un cambio profundo en la Iglesia, cuyos resultados lo veremos en décadas y donde el Obispo lo permita.
Los adversarios de Francisco son muchos, pero igual o hasta menos que Jesús el Nazareno.
Del Vaticano II avanzamos
- De la Iglesia como sociedad perfecta a la Iglesia como comunidad de creyentes.
- Del mundo como enemigo del alma, junto con el demonio y la carne, al
mundo como espacio privilegiado donde vivir la fe cristiana.
- De la condena y del anatema contra la modernidad y las religiones no
cristianas, al diálogo multilateral: con el mundo moderno, la ciencia,
cultura, el ateísmo, etc., superando etapas anteriores de
enfrentamientos entre ciencia y religión y de guerras de religiones.
- De la condena de los derechos humanos como contrarios a la ley
natural, a la ley de Dios y a los derechos de la Iglesia, al
reconocimiento de la cultura de los derechos humanos proclamados en la
Declaración Universal de la ONU en 1948 y recogidos por el concilio en
la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual.
- De la condena de la secularización como contraria al cristianismo, a
la defensa de la misma entendida como autonomía de las realidades
temporales en cuyo clima es necesario vivir la experiencia religiosa
hoy. Dice el Vaticano II: «Todas las cosas están dotadas de
consistencia, verdad y bondad previas y de un propio orden regulado, que
el hombre debe respetar, con el reconocimiento de la metodología
particular de cada ciencia o arte».
- De la Iglesia “siempre la misma”, inmutable, a la Iglesia en
permanente reforma, asumiendo el principio luterano de “Ecclesia semper
reformanda”.
- Del integrismo católico al respeto a otras creencias.
- Del autoritarismo de Pío XII al conciliarismo de Juan XXIII.
- De la pertenencia a la Iglesia como condición necesaria para la salvación, al reconocimiento de la libertad religiosa como derecho humano fundamental.
Pero se mantuvieron intactas la estructura piramidal y la organización patriarcal
A pesar de los cambios, la estructura jerárquico-piramidal y la
organización patriarcal se mantuvieron intactas.
A pesar de definir a la
Iglesia como pueblo de Dios, este pueblo no es soberano, sino que está
sometido a la autoridad no democrática del Sumo Pontífice.
A pesar de
acentuar la igualdad de todos los cristianos por el bautismo, el propio
Vaticano II ratificó la «constitución jerárquica de la Iglesia y
particularmente el episcopado», y propuso «la institución, perpetuidad,
fuerza y razón de ser del sacro primado del Romano Pontífice y de su
magisterio infalible… como objeto firme de fe a todo» (Constitución “Luz de las gentes”, capítulo 3).
El papa Francisco: salir a las periferias
Francisco ha sintonizado con Juan XXIII y recuperado el Vaticano II sin
quedarse en la materialidad de sus textos –algunos ya superados–, sino
yendo más allá con la intención de responder a los nuevos desafíos de
nuestro tiempo en la esfera internacional, a los nuevos climas
interculturales, interreligiosos e interétnicos, de ser sensible a los
“signos de los tiempos” e iniciar la reforma de la Iglesia, venciendo la
resistencia de un sector de la Curia romana y de una parte no pequeña
del episcopado mundial.
Ha renunciado a la tendencia autorreferencial de la Iglesia y ha llamado
a salir a las periferias existenciales, sociales y eclesiales. Él mismo
lo ha puesto en práctica en sus viajes a lugares donde impera la
pobreza extrema, la injusticia estructural, la exclusión y la
marginación social: campos de refugiados y refugiadas, favelas,
hospitales, centros de personas con otras capacidades, prisiones,
suburbios, países en guerra, pueblos indígenas, comunidades campesinas,
países del Sur global, etc.
MATERIAL PARA LAS REUNIONES DE LA FASE
CONTINE N TAL DEL SÍNODO (NOVIEMBRE - diciembre)
Se utiliza el Documento de la Etapa Continental (DEC)
INTRODUCCIÓN Y MOTIVACIÓN
Seguimos en Sínodo. Ahora, en la fase continental, se nos pide de nuevo escucharnos, escuchar al Espíritu y hacer un discernimiento comunitario en un clima orante, como en la fase diocesana, a partir de tres preguntas. Se nos sigue invitando a una conversión misionera que nos ayude a caminar juntos para anunciar el evangelio.
El trabajo personal, imprescindible, antes de la primera reunión consistirá en tener en cuenta las tres preguntas del nº 106 del Documento de la Etapa Continental (DEC) y traer leído todo el documento con calma.
Trabajo en grupo: se recomienda dedicar 2 o 3 reuniones a esta fase y planificarlas a lo largo de noviembre y diciembre de 2022, ya que las aportaciones se entregarán antes del 23 de diciembre de 2022 al equipo sinodal diocesano. Para cualquier duda, está disponible el teléfono de la fase diocesana: 673 625 977 y el
mail: sinodo@iglesianavarra.org.
1. ABRIMOS LA MENTE Y EL CORAZÓN AL ESPÍRITU
Invocamos la ayuda que nos viene de Dios, rezando la oración de la fase continental del sínodo (nº 14 del DEC):
Señor, has reunido a todo tu Pueblo en Sínodo.
Te damos gracias por la alegría experimentada en quienes han decidido ponerse en camino a la escucha de Dios y de sus hermanos y hermanas durante este año, con una actitud de acogida, humildad, hospitalidad y fraternidad.
Ayúdanos a entrar en estas páginas (DEC) como en “tierra sagrada”.
Ven Espíritu Santo: ¡sé tú el guía de nuestro caminar juntos!
Guardamos un minuto de silencio. Intentamos descubrir mejor el contenido de lo que hemos
ido diciendo en las frases de esta oración. Quien quiera puede leer una de las frases que más
le ha impactado o podemos compartir lo que cada uno hayamos descubierto en esa oración.
Moderador/a del grupo presenta las 2 o 3 reuniones que va a dedicar el grupo a la fase
continental, para contestar a las tres preguntas del DEC (nº 106), priorizando la pregunta
tercera. Conviene traer las respuestas por escrito.
Recuerda la “metodología de la conversación espiritual”, que ya utilizamos en la fase diocesana para escucharnos y escuchar al Espíritu en un clima orante, con sus tres fases: la
toma de la palabra de cada participante, la resonancia de la escucha de los demás y el
discernimiento de los frutos por parte del grupo.
Se pueden leer algunos de los números del DEC que nos invitan a crecer en espiritualidad
sinodal mediante esta metodología, por ejemplo, los nº 86 y 87.
MATERIAL PARA LAS REUNIONES DE LA FASE
CONTINE N TAL DEL SÍNODO (NOVIEMBRE - diciembre)
Se utiliza el Documento de la Etapa Continental (DEC)
2. ESCUCHAMOS LA PALABRA DE DIOS: “ENSANCHA TU TIENDA” (Is 54, 2)
Moderador/a invita a leer a varias personas del grupo los textos nº 25 a 28:
25. Es a un pueblo que vive la experiencia del exilio a quien el profeta dirige palabras que nos
ayudan hoy a centrarnos en lo que el Señor nos llama a través de la experiencia de una sinodalidad vivida: «Ensancha el espacio de tu tienda, extiende los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, refuerza tus estacas» (Is 54,2).
26. La palabra del profeta recuerda al pueblo exiliado la experiencia del éxodo y la travesía del desierto, cuando vivían en tiendas, y anuncia la promesa del regreso a la tierra, signo de alegría y esperanza. Para prepararse, es necesario ampliar la tienda, actuando sobre los tres elementos de su estructura. El primero son los toldos, que protegen del sol, el viento y la lluvia, delineando un espacio de vida y convivencia. Deben desplegarse, para que también puedan proteger a los que todavía están fuera de este espacio, pero que se sienten llamados a entrar en él. El segundo elemento estructural de la tienda son las cuerdas, que mantienen unidos los toldos. Deben equilibrar la tensión necesaria para evitar que la tienda se derrumbe con la flexibilidad que amortigüe los movimientos provocados por el viento.
Por lo tanto, si la tienda se expande, deben alargarse para mantener la tensión adecuada.
Por último, el tercer elemento son las estacas, que anclan la estructura al suelo y garantizan
su solidez, pero que siguen siendo capaces de moverse cuando hay que montar la tienda en
otro lugar.
27. Escuchadas hoy, estas palabras de Isaías nos invitan a imaginar a la Iglesia como una
tienda, o más bien como la tienda del encuentro que acompañó al pueblo en su travesía por
el desierto. Está llamada a expandirse, pero también a moverse. En su centro está el
tabernáculo, es decir, la presencia del Señor. La firmeza de la tienda está garantizada por la
solidez de sus estacas, es decir, los cimientos de la fe que no cambian, pero sí pueden ser
trasladados y plantados en un terreno siempre nuevo, para que la tienda pueda acompañar
al pueblo en su caminar por la historia. Por último, para no hundirse, la estructura de la
tienda debe mantener el equilibrio entre las diferentes presiones y tensiones a las que está
sometida. Esta metáfora expresa la necesidad del discernimiento. Así es como muchas síntesis imaginan a la Iglesia: una morada espaciosa, pero no homogénea, capaz de cobijar a todos, pero abierta, que deja entrar y salir (cf. Jn 10,9), y que avanza hacia el abrazo con el Padre y con todos los demás miembros de la humanidad.
28. Ensanchar la tienda requiere acoger a otros en ella, dando cabida a su diversidad.
Implica, por tanto, la disposición a morir a sí mismo por amor, encontrándose en y a través
de la relación con Cristo y con el prójimo: «En verdad, en verdad os digo que, si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). La fecundidad de la Iglesia depende de la aceptación de esta muerte, que no es, sin embargo, una aniquilación, sino una experiencia de vaciamiento de uno mismo para dejarse llenar por Cristo a través del Espíritu Santo y, por tanto, un proceso a través del cual recibimos como un don las relaciones más ricas y los vínculos más profundos con Dios y con los demás. Esta es la experiencia de la gracia y la transfiguración. Por eso, el apóstol Pablo recomienda: «Tened en vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual al Dios; al contrario, se despojó de sí mismo» (Flp 2,5-7). Con esta condición, todos y cada uno/a de los miembros de la Iglesia, serán capaces de cooperar con el Espíritu Santo en el cumplimiento de la misión encomendada por Jesucristo a su Iglesia: es un acto litúrgico, eucarístico.
3. COMPARTIMOS LAS RESPUESTAS A LAS TRES PREGUNTAS (Nº 106)
Nos damos dos minutos de silencio para que la Palabra de Dios nos ilumine y oriente. Contestamos a cada una de las preguntas en las reuniones que hayamos decidido tener.
Moderador/a del grupo lee los nº 105 y 106 del DEC,PR
PREPREGUNTA 1: «Después de leer el Documento de la etapa continental en un clima de oración,
¿qué intuiciones resuenan más fuertemente con las experiencias y realidades concretas de la Iglesia en el continente? ¿Qué experiencias os parecen nuevas o iluminadoras?»
Otra forma de interpretar la pregunta 1: Partiendo siempre de la experiencia propia, ¿qué intuiciones del DEC coinciden más con nuestra experiencia de Iglesia y cuáles nos parecen más novedosas e/o iluminadoras?
PREGUNTA 2: «Después de leer el Documento de la etapa continental y haber estado en oración,
¿qué tensiones o divergencias sustanciales surgen como particularmente importantes? En
consecuencia, ¿cuáles son las cuestiones e interrogantes que deberían abordarse y considerarse en las próximas fases del proceso?»
Otra forma de interpretar la pregunta 2: Al leer el documento, ¿qué cuestiones de fondo creemos que generan especial tensión y por ello es importante tratar?
PREGUNTA 3: «Mirando lo que surge de las dos preguntas anteriores, ¿cuáles son las prioridades,
los temas recurrentes y las llamadas a la acción que pueden ser compartidas con las otras Iglesias locales de todo el mundo y discutidas durante la Primera Sesión de la Asamblea Sinodal en octubre de 2023?»
Otra forma de interpretar la pregunta 3: ¿Cuáles son los temas prioritarios que creéis deberían ser
tratados en la Primera Sesión de la Asamblea Sinodal en octubre de 2023?
4. TERmINAMOS REZANDO CON TODA LA IGLESIA
Damos gracias a Dios e invocamos su ayuda, rezando la oración del Sínodo:
“Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre. Tú que eres nuestro verdadero
consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino,
muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y
pecadoras. No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos. Concédenos el don del
discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por prejuicios y falsas
consideraciones. Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la
verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida
eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el
Hijo por los siglos de los siglos. Amén”.
5. PAUTAS PARA REDACTAR NUESTRA APORTACIÓN COMO GRUPO
El secretario/a escribirá las respuestas, con una extensión máxima de un A4 (unas 500 palabras) Las remitirá al enlace: https://forms.gle/VcVtQGTgsH7mz4HRA disponible en la web de
www.iglesianavarra.org. Si no es posible contestar por medio del enlace indicado, las respuestas en formato Word se enviarán a la dirección: sinodo@iglesianavarra.org Indicará la comunidad, parroquia o asociación y localidad, así como una dirección de correo electrónico de contacto. El plazo límite para enviarlas será el 23 de diciembre y, si es posible, antes. 14 de enero, 11 h:presentación en el salón de actos del Seminario de la síntesis de las respuestas recibidas.
ESQUEMA Y PRESENTACIÓN DEL
DOCUMENTO DE TRABAJO PARA LA ETAPA CONTINENTAL (DEC)
Introducción
• No es un documento del Magisterio de la Iglesia, ni un informe de una encuesta sociológica
• Es un precioso tesoro teológico contenido en el relato de una experiencia: “Haber escuchado la voz del Espíritu por parte del Pueblo de Dios, permitiendo que surja su sensus fidei” (Nº 8)
• Ha de ser leído “CON LOS OJOS DEL DISCÍPULO, que lo reconoce como el testimonio de un camino de conversión hacia una Iglesia sinodal que, a partir de la escucha, aprende a renovar su misión evangelizadora a la luz de los signos de los tiempos, para seguir ofreciendo a la humanidad un modo de ser y de vivir en el que todos puedan sentirse incluidos y protagonistas” (Nº 13)
1. La experiencia del proceso sinodal: Haber descubierto que todos, por el bautismo, compartimos la dignidad y la vocación común de participar en la vida de la Iglesia
1.1 «Los frutos, las semillas y las malas hierbas de la sinodalidad»
1.2 La dignidad bautismal común
2. A la escucha de las Escrituras Ensancha el espacio de tu tienda (Is 54,2)
3. HACIA UNA IGLESIA SINODAL MISIONERA (nº 29-97): Comunión,
participación, misión, tras escuchar a los fieles.
3.1 La escucha que se convierte en acogida (32-34): Formarse para la escucha con un deseo de inclusión radical
Una opción por los jóvenes, las personas con discapacidad y la defensa de la vida (35-37)
A la escucha de quien se siente abandonado y excluido (38-40)
3.2 Hermanas y hermanos para la misión (41-42) Hacer presente a Cristo en el mundo de hoy. Para
ello, Dios nos llama a caminar juntos con toda la familia humana
La misión de la Iglesia en el mundo de hoy (43-47)
Caminar juntos con todos los cristianos (48-49)
Contextos culturales (50-52)
Culturas, religiones y diálogo (53-56)
3.3 Comunión, participación y corresponsabilidad (de todos los bautizados para la misión) (57)
Más allá del clericalismo (58-59)
Repensar la participación de las mujeres (60-65)
Carismas, vocaciones y ministerios (66-70)
3.4 La sinodalidad toma forma (71-72) Dar una forma sinodal a todas las instituciones de gobierno en la Iglesia y formar a todos en la sinodalidad que acoge
Estructuras e instituciones (73-81)
Formación (82-83)
Espiritualidad (84-87)
3.5 Vida sinodal y liturgia (88) un estilo sinodal de celebración litúrgica que permita la participación
activa de todos los fieles
Un arraigo profundo (89-90)
Tensiones a gobernar: renovación y reconciliación (91-94)
Celebrar con estilo sinodal (95-97)
4. Próximos pasos
4.1 Un camino de conversión y reforma, con el deseo de ser menos una Iglesia de mantenimiento y conservación, y más una Iglesia misionera en la que nadie se sienta excluido y se anuncie de forma creíble el Evangelio
4.2 Metodología de la Etapa Continental: La pregunta básica, las tres preguntas y las etapas clave XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
La Iglesia católica mundial se ha embarcado oficialmente en el
“proceso sinodal 2021-2023”. El Papa Francisco lanzó el proyecto en el
Vaticano el 10 de octubre con una misa en la Basílica de San Pedro y los
obispos de todo el mundo (aunque no todos) inauguraron el proceso a
nivel diocesano el domingo siguiente con celebraciones en sus catedrales
locales.
El secretariado del Sínodo de los Obispos en Roma ha puesto un gran
énfasis en la escucha a Dios en el Espíritu Santo y unos a otros. Pero
en la tradición cristiana, el acto de escuchar siempre está relacionado
con la lectura: no solo la Escritura, sino también todo lo que conduzca a
escuchar la revelación de Dios en la historia y en nuestra vida para
discernir las formas en que Dios nos habla hoy.
El problema es que existen hoy nuevas formas de analfabetismo e
ignorancia que afectan a la Iglesia, y este es un elemento clave para
comprender por qué algunos católicos parecen indiferentes o
desinteresados por el “proceso sinodal”. Parte de la reticencia tiene
sus raíces en una oposición al Papa Francisco o al Concilio Vaticano II.
Pero el problema es mucho más profundo.
De la imprenta a las redes sociales
La Reforma y el Concilio de Trento (1545-63) tuvieron lugar en el
siglo XVI durante la época de la imprenta, y los libros tuvieron un
impacto importante en la cultura religiosa y los debates teológicos de
esa época.
El Concilio Vaticano I (1869-70) se celebró en el siglo XIX durante
la era de los periódicos, las revistas y el surgimiento de los
intelectuales públicos.
Cuando llegó el Vaticano II (1962-65), ya estábamos en la era de la televisión y los medios de comunicación.
Y ahora tenemos que el proceso sinodal 2021-2023, la mayor consulta
del Pueblo de Dios en la historia de la Iglesia, tiene lugar en la era
de las redes sociales y digitales, un fenómeno que ha demostrado que la
Iglesia está profundamente dividida a lo largo de líneas generacionales y
culturales.
Muchos de los que pertenecen a la gerontocracia católica son
analfabetos digitales, mientras que las personas de otras secciones de
la Iglesia son analfabetas en un sentido más tradicional de la palabra.
Incluso en las instituciones católicas de educación superior tenemos
muchas personas que están “graduadas pero no alfabetizadas”.
Hay signos inquietantes de una caída del nivel cultural entre los
católicos de hoy. En Europa y el mundo occidental, muchos periódicos,
revistas y editoriales católicos han cerrado en los últimos años.
El fin de una era
Después de alimentar el intelecto de los católicos durante
generaciones, especialmente durante el Concilio Vaticano II y las
primeras décadas posteriores al Concilio, ahora hay menos vías para la
producción cultural y el consumo de escritos que puedan ayudar a los
creyentes a dar sentido a los signos de los tiempos.
Uno de los últimos ejemplos es la impactante noticia de la quiebra y
el cierre de una de las editoriales católicas más importantes de Italia,
Edizioni Dehoniane .Con sede en Bolonia, ha producido muchos
volúmenes esenciales a lo largo de los años, incluida la edición
italiana de la aclamada Biblia de Jerusalén. El cierre de esta editorial
marca el final de una era para la cultura católica en Italia y genera
serias preocupaciones sobre cómo los creyentes continuarán comprometidos
intelectualmente en el futuro.
La Curia romana, el Vaticano y las universidades y academias
pontificias de Roma fueron una vez centros de producción y consumo
cultural, pero hoy ya no es así o al menos no en la misma medida que
antes.
He perdido la cuenta de cuántas librerías religiosas en la Ciudad
Eterna han cerrado en los últimos años y me pregunto cuántas más se
cerrarán. El problema no es solo la aparición del comercio electrónico,
las bibliotecas digitales o la pandemia. Lo que estamos presenciando es
un cambio sustancial en la cultura de los católicos en comparación con
las expectativas suscitadas por las reformas del Vaticano II.
No se espera ni se requiere que todos los católicos sean ratones de
biblioteca o posean una biblioteca, literal o figurativamente. Pero las
expectativas deben ser mayores para los líderes ordenados y laicos de la
Iglesia.
Ser una “Iglesia que escucha” no significa simplemente escucharse
unos a otros o escuchar al Espíritu Santo. También significa escuchar lo
que la cultura, religiosa y secular, tiene que decirle a la Iglesia.
El Concilio de Trento abordó el problema de la ignorancia entre el
clero. Hoy, unos 450 años después, hay indicios de que la Iglesia
católica vuelve a afrontar el mismo problema , en un momento en el que
su liderazgo está o ya no debería identificarse únicamente con el clero.
La suposición de que los líderes de la Iglesia pueden permitirse el
lujo de ser ignorantes es simplemente otra forma de clericalismo.
Asamblea Final Sinodal de la Conferencia Episcopal Española
Madrid, 11 de junio de
2022
EL SÍNODO,
TIEMPO HABITADO POR EL ESPÍRITU
Comunión, comunidad, escucha y
diálogo, corresponsabilidad, formación,
presencia pública,
misión son palabras –todas ellas conectadas entre sí– que resuenan con fuerza en
las síntesis recibidas. La comunión se vive en la comunidad, de cuya edificación y desarrollo todos somos corresponsables, bajo la
acción del Espíritu Santo; una comunidad que escucha acoge, nos
permite vivir, celebrar y crecer en la fe y nos anima a
comprometernos en el mundo para transformar la realidad y
anunciar a Jesucristo.
A) Iglesia en camino: la voz del
Espíritu dentro de la Iglesia
Como punto de partida,
destacan dos ideas fundamentales: de un lado, avanzar en el cumplimiento de la misión de la Iglesia requiere partir de una
fuerte conversión personal, comunitaria y pastoral; de
otro, no podemos ser Iglesia desde la lejanía, sino que
resulta imprescindible la apertura, la escucha, ir allí donde están quienes nos necesitan, como una forma de entender nuestra misión.
Desde la
perspectiva de la conversión, somos muy conscientes del papel de la oración, los sacramentos, la activa participación en las celebraciones y
la formación sobre los contenidos de nuestra fe;
en definitiva, de la necesidad de vivir una
espiritualidad dinámica
que nos conduzca a una renovación interior y a una transformación exterior, a madurar el sentido sobrenatural de la fe para
no quedarnos en lo puramente ritual. Renovar el encuentro con
Jesús, el Señor, es el punto de partida de cualquier
proceso de cambio para dar respuesta a las urgencias que estamos detectando. No podemos ser creíbles en el exterior si no
cuidamos el interior.
Nos preocupa la secularización de los bautizados, la pérdida
de la identidad
cristiana de los
creyentes y, por derivación, de las estructuras de las que formamos parte
–instituciones y centros de la Iglesia–. Efectivamente, la conversión no puede
quedarse solo en lo personal: debe afectar a la organización de nuestra Iglesia
para que todas las estructuras se vuelvan más misioneras.
Juega un papel muy
importante, en relación con esta cuestión, la celebración de la fe. Observamos que la liturgia –a pesar de su importancia como
instrumento privilegiado de santificación, de
conversión y de evangelización, así como de
edificación de la
comunidad– se vive de una forma fría, pasiva, ritualista, monótona, distante. Ello es así en gran medida por las carencias formativas sobre
sus contenidos, que lleva al desconocimiento de lo que es y
significa, y por la falta de participación en su desarrollo, que
conduce a la indiferencia. Todo ello tiene como consecuencia
la desconexión entre las celebraciones litúrgicas y nuestra vida, por lo que resulta imprescindible potenciar la formación en liturgia y promover
una participación viva y fructuosa, a través de la creación de
equipos de animación litúrgica. Resuena también con
fuerza la necesidad de reflexionar seriamente sobre la adaptación de los lenguajes, de los ornamentos y de parte de los
ritos que están más alejados del momento presente,
así como de repensar el papel de la homilía – en tanto que
parte integrante de la liturgia– como elemento fundamental para entender la
celebración y para la formación de los fieles laicos.
Adicionalmente, se considera que la preparación de la
liturgia debe cuidarse especialmente en aquellas celebraciones a las que
asisten personas que no participan activamente de la vida de la Iglesia. En
definitiva, hemos de lograr que las celebraciones toquen el alma de los fieles.
Más en concreto, el Espíritu nos pide profundizar en la vida de oración, sin la
cual no podemos vivificar a la Iglesia. Necesitamos sentirnos comunidad viva,
coherente,
que asume sus errores y carencias y camina hacia el futuro
con la práctica de la oración y la ayuda de la gracia del Espíritu.
Desde la perspectiva de la vivencia y celebración de la fe,
se valora mucho la parroquia como principal espacio para el ejercicio de la
vida cristiana, como lugar de comunión, de cercanía, que ayuda a superar el
individualismo, a conocerse, a quererse. También, más en particular, la
pertenencia a un grupo de referencia.
Somos Iglesia de muchos modos y, en ocasiones, muy diversos
entre sí. Pero esa pluralidad ha de ser asumida en clave de complementariedad y
hemos de ser capaces de lograr la unidad sin caer en la tentación de imponer la
uniformidad.
Percibimos, en cierto sentido, que hemos de recuperar el
valor de la comunión eclesial sobre la vivencia de lo particular o grupal, que
puede llegar a ser excluyente. Aunque apreciamos la riqueza de las distintas
realidades eclesiales, tenemos la sensación de que no nos conocemos y andamos
divididos. Junto con ello, los cristianos no podemos vivir como si fuéramos una
realidad social ajena a este mundo. Debemos caminar junto con la sociedad
actual y ello implica esforzarnos por abrirnos a todos. Una resonancia especial
posee la necesidad de mostrarnos como Iglesia que escucha y acompaña, también
que anima y llega a la vida real de las personas. Ciertamente, la palabra
escucha ha sido una de las más subrayadas por los grupos sinodales.
La escucha
del Espíritu es experiencia originaria y permanente. Hemos de ser capaces de
construir comunidades que la pongan en práctica, acogedoras, cercanas e inclusivas,
que acompañen y sepan mostrar la ternura de Dios, particularmente a aquellas
personas que son excluidas o rechazadas por la sociedad. Ello permitiría ir
rompiendo prejuicios y clichés contra la Iglesia, favoreciendo el diálogo con
la sociedad.
Desde esta perspectiva, coincidimos en la importancia del
papel de los sacerdotes en el acompañamiento espiritual y les pedimos por
ello una mayor cercanía a la comunidad. Al mismo tiempo, somos conscientes de
que recae sobre el resto de los miembros del Pueblo de Dios la responsabilidad
fundamental de colaborar activamente en la construcción de comunidades que
acojan y acompañen.
En definitiva, hemos de lograr pasar de eventos pastorales a
procesos de vida cristiana, sobre todo porque, en ocasiones, percibimos el
agotamiento y el cansancio por no ver con claridad hacia dónde vamos; de algún
modo, tenemos la sensación generalizada de que hacemos muchas cosas que no
llevan a ninguna parte.
En
particular, se pone de manifiesto la necesidad de que la acogida esté más cuidada en
el caso de las personas que necesitan de un mayor acompañamiento en sus
circunstancias personales por razón de su situación familiar –se muestra con
fuerza la preocupación por las personas divorciadas y vueltas a casar– o de su
orientación sexual. Sentimos que, como Iglesia, lejos de quedarnos en
colectivos identitarios que difuminan los rostros, hemos de mirar, acoger y
acompañar a cada persona en su situación concreta.
El paso de la vivencia interior de la fe a la presencia
pública transformadora de la sociedad tiene como puente la formación. A este
respecto, sin embargo, reconocemos graves carencias, particularmente en los
fieles laicos, pero también en los sacerdotes.
En cuanto a los sacerdotes, se pide una formación que
profundice más en la vida apostólica, en la clave de la sinodalidad y en la
corresponsabilidad, con reconocimiento del papel propio de los fieles laicos, de la
autoridad entendida no como poder, sino como servicio. En concreto, se insiste
mucho en que la formación de nuestros seminaristas esté iluminada con estas
claves.
Respecto de los laicos, se puede detectar una clara paradoja
en las aportaciones.
Al tiempo que se ve imprescindible potenciar procesos
formativos –integrales y de carácter permanente que conduzcan a un compromiso
transformador de la realidad, con una fuerte presencia de la Doctrina Social de
la Iglesia–, no se asumen como propios; no existe un compromiso firme con la
formación en el caso de la inmensa mayoría de los fieles. Ello conduce a
profesar una fe débil, llena de lagunas y carencias, e incapacita para dar
testimonio público de ella, porque se percibe inseguridad, miedo, falta de
preparación para el diálogo. A nivel más de detalle, los laicos piden a sus
pastores valentía y mayor claridad en temas complejos que generan gran debate
social.
Vemos claro que la formación nos tiene que llevar al
compromiso y afectar a nuestra propia vida. Los documentos magisteriales son
abundantes y los centros especializados de formación no faltan, pero se precisa
comprender la necesidad de articular procesos formativos y de animar a
comprometernos con ellos. En relación con esta cuestión, se valora muy
positivamente la pertenencia a un equipo de vida como marco adecuado para la
formación, entendida en sentido amplio y no como mera adquisición de saberes;
un equipo que, no obstante, no esté encerrado en sí mismo, sino abierto a la
comunidad, para no crear barreras ni hacer acepción de personas.
Dos de las cuestiones que más reflexiones ha suscitado son
la complementariedad de las tres vocaciones, todas llamadas a la santidad –la vocación
laical, la vocación a la vida consagrada y la vocación al sacerdocio– y, en relación
con ella, la corresponsabilidad de los fieles laicos.
Somos muy conscientes del papel imprescindible de los
sacerdotes en la vivencia y celebración de la fe, singularmente en la
eucaristía y el perdón, así como en la animación y edificación de la comunidad.
Por eso nos duele particularmente la falta de entusiasmo de una parte muy
relevante de los sacerdotes de las distintas comunidades locales y nuestra
falta de eficacia como comunidad a la hora de acompañarlos en la vivencia de su
vocación.
Una concreción de ello es lo que podemos llamar clericalismo
bilateral, es decir,un exceso de protagonismo de los sacerdotes y un defecto en
la responsabilidad de los laicos. Vemos que tiene una doble causa: por un lado,
los sacerdotes, por inercia, desempeñan funciones que no les son propias y no
impulsan la corresponsabilidad laical; por otro lado, los laicos no asumen su
papel en la edificación de la comunidad, por comodidad, por inseguridad, por
miedo a equivocarse o por experiencias negativas anteriores.
Se entiende
generalmente que “lo de dentro es cosa de curas
y lo de
fuera cosa de laicos” y que, desde el punto de vista institucional, la Iglesia
está más organizada sobre el sacramento del orden que sobre el sacramento del
bautismo –ambos recíprocamente imprescindibles–.
Se señala con insistencia la necesidad de ampliar los
espacios de participación, de animar a más personas a que se comprometan en
ellos, de ayudar a los bautizados a descubrir que son Iglesia y que, como
tales, todo lo que le afecta les concierne. En este sentido, el apostolado
asociado se ve y valora como un medio eficaz para descubrir y vivir la corresponsabilidad
en la vida y misión de la Iglesia.
Derivado de
lo anterior, el autoritarismo en la Iglesia (autoridad entendida como poder y
no como servicio), con sus correspondientes consecuencias –clericalismo, poca
participación en la toma de decisiones, desapego de los fieles laicos– es una
de las principales críticas que aparece en las aportaciones de los grupos
sinodales.
El papel de los laicos y de la vida consagrada en el momento
presente es imprescindible e insustituible, y hemos de ser capaces de
encontrar el modo y los espacios para que puedan desarrollarlo en toda su
plenitud.
Valoramos mucho a nuestros hermanos consagrados, si bien
somos conscientesde que no les tenemos tan presentes como deberíamos. Por ello,
resulta importante cuidar las mutuas relaciones con los miembros de la vida
consagrada, que vemos como un carisma de la Iglesia, que se vive en la Iglesia
y el Espíritu lo da al servicio de la Iglesia y de toda la humanidad. En
particular, valoramos muy positivamente que la vida contemplativa también ha
vivido este proceso sinodal desde la oración, la lectio divina y el
discernimiento comunitario tan propio de los monasterios.
B) Iglesia en salida: diálogo con el
mundo
No somos
Iglesia para nosotros mismos, sino para los demás. Desde esta perspectiva,
se insiste claramente en la necesidad de abandonar la visión de una Iglesia de
mantenimiento para avanzar hacia una auténtica Iglesia en salida, aunque
suponga asumir algunos riesgos. Transformar la pastoral de conservación en una
pastoral de conversión y de evangelización constituye una exigencia ineludible
en la actualidad. En coherencia con ello, consideramos que la comunión ha de
conducirnos a un estado permanente de misión: encontrarnos, escucharnos,
dialogar, reflexionar, discernir juntos son acciones con efectos positivos en
sí mismas, pero no se entienden si no es con el fin de impulsarnos a salir de
nosotros y de nuestras comunidades de referencia para la realización de la
misión que tenemos encomendada como Iglesia. Se percibe, sin embargo, una clara
fractura entre Iglesia y sociedad. Aquélla es vista como una institución
reaccionaria y poco propositiva, alejada del mundo de hoy. En parte,
consideramos que la responsabilidad es nuestra, porque no sabemos comunicar
bien todo lo que somos y hacemos. Esta imagen de la Iglesia nos duele – porque
la amamos– y, en cierto sentido, la sensación de que no llegamos a la sociedad
y de que los prejuicios contra la Iglesia son insalvables nos conduce a un
profundo desánimo que dificulta la presencia evangelizadora y transformadora de
la realidad.
Creemos que
la Iglesia, de la que nos sentimos miembros, debe acercarse a los hombres y
mujeres de hoy, sin renunciar a su naturaleza ni a la fidelidad al Evangelio,
estableciendo un diálogo con otros actores sociales, con el fin de mostrar su
rostro misericordioso y contribuir a la realización del bien común. Somos
Iglesia viva y alegre al servicio de la misión, pero hemos de manifestarlo a
todos. Al mismo tiempo, esa presencia en la realidad puede ayudarnos a escuchar
la voz de Dios en la vida social para atender mejor los desafíos que nos
plantea.
En
definitiva, la Iglesia sigue estando llamada a hacerse presente en la Historia.
Sin embargo, falta espíritu evangelizador en nuestras comunidades, más centradas
en sí mismas que en abrirse a todas las personas que habitan el territorio en
el que se ubican. En particular, aunque los laicos son conscientes de estar
llamados a hacerse presentes en la vida pública, cuesta atender esa tarea, en
parte porque no sienten el apoyo y el acompañamiento de la comunidad. Se
anhelan líderes cristianos en los diferentes ámbitos de la vida pública
–política, economía, educación, cultura...– y se ve imprescindible impulsar
procesos de formación de estos laicos cristianos que viven la caridad política,
así como de acompañamiento en el desarrollo de sus tareas.
En cuanto a
la Iglesia como institución social, vemos imprescindible su
participación
en la vida comunitaria, pero consideramos que hemos de ser capaces de impulsar
una Iglesia que se preocupe más de abrir procesos movida por el Espíritu que de
ocupar espacios. Más allá de la corresponsabilidad y de la participación en la
misión de la Iglesia, se insiste particularmente en tres extremos relativos a
su organización: la necesidad de una mayor profesionalización en los asuntos de
gobierno (esto es, de contar con expertos para la toma de decisiones en los
distintos sectores en los que estamos presentes); la conveniencia de extender
la transparencia a otros ámbitos diferentes del meramente económico –respecto
del cual se valora muy positivamente en términos generales–, para explicar cómo
contribuimos al bien común; y la urgencia de una mayor presencia en los medios
de comunicación generalistas, tanto en los tradicionales como en los nuevos
espacios virtuales, unida a un mejor aprovechamiento de los medios propios. En
particular, se valora mucho la acción de Cáritas como canalizadora de la acción
caritativo-social de la Iglesia.
IIl. TEMAS QUE HAN TENIDO UNA FUERTE
RESONANCIA EN EL PROCESO SINODAL
Las
cuestiones anteriormente destacadas –referidas al interior de la Iglesia y a su
papel en la sociedad– están omnipresentes en las aportaciones de los grupos
sinodales. Junto con ellas, han resonado con fuerza algunos temas específicos
que conviene destacar y sobre los que resulta necesario un mayor ejercicio de
discernimiento. Son los siguientes:
– En primer
lugar, sin duda alguna, la referencia al papel de la mujer en la
Iglesia
como inquietud, necesidad y oportunidad. Se aprecia su importancia en la
construcción y mantenimiento de nuestras comunidades y se ve imprescindible su
presencia en los órganos de responsabilidad y decisión de la Iglesia.
– Es
patente la preocupación por la escasa presencia y participación de los jóvenes en
la vida y misión de la Iglesia.
– La
familia se ve como ámbito prioritario de evangelización.
– Ha tenido
un eco importante el tema de los abusos sexuales, de poder y de
conciencia
en la Iglesia, evidenciando la necesidad de perdón, acompañamiento y reparación.
–
Mayoritario ha sido el sentir acerca de la necesidad de institucionalizar y
potenciar
los ministerios laicales.
– Atención
específica merece el tema del diálogo con las demás confesiones
cristianas
y con otras religiones. Reconocemos que tenemos escasa experiencia ecuménica en
nuestras comunidades, al tiempo que comprendemos la necesidad de establecer
este diálogo allí donde no existe y, en su caso, de potenciarlo, con espacios e
iniciativas compartidas que lleguen a todos los miembros de las comunidades.
Por último,
destacamos algunas otras cuestiones relevantes que han surgido en diálogo
sinodal, si bien con menor presencia:
– La
necesidad de potenciar una presencia cualificada de la Iglesia en el mundo
rural.
– La
religiosidad popular como cauce de evangelización en un mundo
secularizado.
– La
necesidad de fomentar la pastoral de los mayores.
– La
conveniencia de incrementar la atención de determinados colectivos tales como
presos, enfermos o inmigrantes.
Junto con
todo lo anterior, aunque se trata de cuestiones suscitadas solo en algunas
diócesis y, en ellas, por un número reducido de grupos o personas, vemos
conveniente incorporar a esta síntesis, por su relevancia en el imprescindible
diálogo eclesial y con nuestros conciudadanos, la petición que formulan acerca
de la necesidad de discernir con mayor profundidad la cuestión relativa al
celibato opcional en el caso de los presbíteros y a la ordenación de casados;
en menor medida, ha surgido igualmente el tema de la ordenación de las mujeres.
En cualquier
caso, en relación con estos temas, se detecta una clara petición de que, como
Iglesia, dialoguemos sobre ellos con el fin de permitir conocer mejor el
Magisterio respecto de los mismos y poder ofrecer una propuesta profética a
nuestra sociedad.
Por último,
debemos destacar, como particularidad de la Iglesia que peregrina en España, la
fuerte resonancia en las síntesis diocesanas del proceso abierto con motivo del
Congreso de Laicos celebrado en Madrid en febrero de 2020. Se percibe con
nitidez que ese proceso ha sido precursor de este camino sinodal y que es
asimismo la manera natural de darle continuidad.
IV. LA FUERZA DE LA SINODALIDAD Y LA
CLAVE DEL DISCERNIMIENTO
Quienes nos hemos implicado en este proceso hemos
experimentado con fuerza que la sinodalidad es el camino para seguir haciendo
Iglesia; una Iglesia no autorreferencial, sino abierta y cercana a todos los
hombres y mujeres de hoy y, por ello, queremos seguir en esta senda.
Nos hemos sabido escuchados, hemos sido libres al hablar,
hemos experimentado esperanza, alegría, ilusión, coraje para
cumplir nuestra misión, con un fuerte sentimiento comunitario de seguir en
camino y de hacerlo juntos.
Sentimos un profundo agradecimiento por haber podido ser
protagonistas del proceso. Junto con ello, realmente vemos en él algo nuevo,
que nos abre horizontes hasta ahora poco explorados. En un momento en el que
resulta patente que las cosas no pueden seguir igual y urge dar respuesta a
desafíos ineludibles, percibimos que estamos asentando las bases para un nuevo
modo de trabajar y de ser Iglesia y ello nos ilusiona y anima.
La
participación nos ayuda a renovar nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia y
fortalece la comunión (encontrarnos, rezar juntos, escucharnos, dialogar, nos
hace crecer como comunidad); reflexionar y discernir unidos sobre cómo hemos de
ser Iglesia en el momento presente nos lleva a volver a la esencia de la razón
de nuestra existencia y misión: anunciar a Jesucristo. En definitiva, nos hace
más auténticos, nos configura como discípulos-misioneros.
No obstante, esta certeza en la necesidad de seguir
avanzando en la vía de la sinodalidad y (re)descubriendo lo que significa no
impide que encontremos
dificultades y se manifiesten dudas e incertidumbres. El
ejercicio de escucha sin filtros que hemos tratado de hacer no ha estado exento
de esfuerzo; además, no son pocos quienes se preguntan si realmente servirá
para algo este proceso de escucha, sobre todo relacionándolo con experiencias
anteriores –sínodos asambleas diocesanas
celebrados en algún momento más o menos reciente, que han generado frustración
por quedar sin aplicaciones prácticas–. De algún modo, la voluntad de seguir
avanzando se condiciona a que existan signos concretos que continúen motivando
una mayor implicación y generando ilusión.
Nos
sabemos escuchados, pero no protagonistas de la vida y misión de la Iglesia.
También se considera, desde otra perspectiva, que hemos de ser capaces de no
sobrecargar la experiencia sinodal. No podemos desconocer que existen muchos
espacios sinodales; por ello, hemos de comenzar a llenarlos de contenido
auténticamente sinodal para favorecer la participación y la toma de decisiones,
sin perjuicio de que, allí donde se vea necesario, se abran nuevos caminos,
siempre desde el discernimiento. A este respecto resuena con especial fuerza la
idea de dar el paso de la consulta a la codecisión: que los órganos existentes
no se limiten a ser instrumentos consultivos, sino que en ellos se adopten
decisiones con madurez, honestidad y como fruto de un ejercicio de
corresponsabilidad guiado por el discernimiento.
También
hemos de destacar la insistencia acerca de la conveniencia de una mayor
apertura del proceso de nombramiento de obispos y párrocos a la participación
de la comunidad.
La
sinodalidad, no obstante, se percibe como inseparable del discernimiento, otro de los
extremos que resuena con fuerza en las síntesis diocesanas y que constituye el
objetivo del proceso sinodal. El discernimiento se ve como un complemento
necesario de la sinodalidad y un instrumento eficaz para evitar el
clericalismo. Más en concreto, algunos grupos destacan que los cauces para el
discernimiento son, entre otros, los espacios sinodales ya existentes, tales
como los consejos parroquiales y diocesanos y las comunidades de referencia
donde se comparte la vida y la misión.
Aunque no
tenemos experiencia suficiente de qué es el discernimiento y cómo podemos
llevarlo a cabo en nuestras comunidades, comprendemos que es camino seguro para
abrirnos al Espíritu e ir identificando los pasos que hemos de dar.
Efectivamente,
constatamos que no estamos todavía preparados para esta actitud interior y por
eso necesitamos educarnos para un discernimiento personal y comunitario. Esto
exige descubrir el plan y la voluntad de Dios para cada persona, estar atentos
a las llamadas y retos de la Iglesia y del mundo aquí y ahora, mediante la
escucha de la Palabra de Dios en un clima de oración. Y, sobre todo, entenderlo
no como una acción de mera invocación del Espíritu, sino como una actitud sincera
de escucha a su voz. El discernimiento es una clave verdadera para realizar la
necesaria conversión en la Iglesia y para transformarnos en discípulos
misioneros.
Se trata en
definitiva de reconocer el paso de Dios por nuestra vida, de interpretar
las llamadas del Espíritu y de elegir los caminos que el Señor nos señala para
una conversión pastoral y misionera.
V. UNA MIRADA ESPERANZADA
En este
tiempo de Gracia, todos cuantos hemos participado en el proceso sinodal hemos
expresado nuestros sueños, deseos y compromisos con una Iglesia que sea más
familia, más cercana a los necesitados, más valiente para afrontar los
problemas del mundo de hoy y en la que sus miembros, apoyados en la
Palabra,mostremos a todos la alegría y la belleza de seguir a Jesús.
A la luz
del trabajo sinodal realizado en toda la Iglesia en España, sentimos con fuerza
la llamada a caminar juntos y a renovar e incrementar nuestro modo de
participar en la Iglesia, desde la hondura de su misterio, en los dos aspectos
que la definen: la comunión y la misión.
Esta
llamada implica tres urgencias que abordar, claramente entrelazadas: crecer en
sinodalidad, promover la participación de los laicos y superar el clericalismo.
1.- Crecer
en sinodalidad. La Iglesia está llamada a una permanente
conversión
en el modo de ser y de hacer. Este estilo y espiritualidad –la sinodalidad– no
cambia su identidad ni su misión, que provienen del Señor, pero invita a todos
a un renovar su modo de comprometerse en el servicio eclesial y de participar
en la vida de la Iglesia. Muchos grupos manifiestan su deseo de continuar
trabajando con este espíritu sinodal en sus comunidades y que este mismo
espíritu guíe la vida diocesana y la de toda la Iglesia.
Este deseo
de cambio exige, por tanto, una formación explícita en sinodalidad, con todo lo
que implica de capacidad de acogida, de procesos de escucha activa y
respetuosa, de comprensión, de acompañamiento a los demás y de discernimiento.
Se trata de
dar cabida, con paciencia y humildad, a las preguntas y cuestiones que otros
quieran formular con el fin de conocer, a partir de la escucha abierta a las
aportaciones de todos, el plan de Dios para este tiempo y para este lugar.
Implica
asumir la diversidad en las comunidades en clave de complementariedad y tener
estructuras eclesiales auténticamente sinodales. Supone dar un mayor
protagonismo a quienes forman parte de ellas, desde la complementariedad de las
vocaciones, también en cuanto a la toma de decisiones.
Una
propuesta concreta para seguir experimentando la sinodalidad sería la realización
de consultas anuales, parroquiales o diocesanas, para dar la oportunidad de
expresarse y contribuir en los planes pastorales que se van a llevar a cabo. Se
trata de promover otras estructuras de participación que corresponsabilicen al
Pueblo de Dios en la acción evangelizadora y caritativa de la Iglesia. Entre
los sacerdotes sería oportuno promover e impulsar el trabajo en los
arciprestazgos y en el consejo del presbiterio, como órgano colegiado en orden
a desarrollar procesos de discernimiento concernientes a la vida pastoral de la
diócesis.
2.-
Promover la participación de los laicos. Se ha sentido especialmente la
necesidad
de subrayar la plena responsabilidad de los laicos en la vida y la misión de la
Iglesia. En el interior de la Iglesia, en orden a la comunión, es preciso una
mayor presencia en los ámbitos de decisión que permita incrementar la
corresponsabilidad y ofrecer un mejor servicio al Pueblo de Dios. Sería
oportuno, a partir de una reflexión eclesial y canónica, definir los asuntos
respecto de los cuales la participación de los cristianos laicos tuviera
carácter decisorio, especialmente en aquellos campos que son más propios de su
vocación en el mundo.
En
particular, es preciso repensar el papel de las mujeres en la Iglesia, con un
mayor protagonismo y responsabilidad; sencillamente, están desempeñando un
papel fundamental en el día a día de la comunidad eclesial y deben poder
asumirlo igualmente en los lugares y espacios en los que se toman las
decisiones.
Al mismo
tiempo, en orden a la misión, resulta imprescindible potenciar la presencia
acompañada de los laicos en el entramado social: asociaciones de vecinos,
sindicatos, partidos políticos, economía, ciencia, política, trabajo, medios de
comunicación, entre otros. Conviene superar un estilo de vivir la fe “hacia
dentro”, que se reduce a la práctica de los sacramentos y no sale al encuentro
de las personas en la vida social y hasta las periferias. Conscientes del valor
que tiene caminar junto a personas no creyentes y alejadas, es preciso trazar
un itinerario de encuentro que comience con la escucha, con la necesidad de
sanar heridas y con la apertura a horizontes de colaboración y que, al mismo
tiempo, sea plan de acogida en las parroquias para los que lleguen por primera
vez.
3.- Superar el clericalismo. La promoción del laicado
implica y exige la
superación del clericalismo como una inercia de tiempos
pasados, en los que todas las responsabilidades recaían en la figura del
sacerdote. Esa superación implica
también vencer la pasividad y la falta de implicación de muchos fieles
laicos en la edificación de la Iglesia. El ámbito propio de los sacerdotes es
el de la caridad pastoral que le encomienda encabezar, acompañar, proteger y
sanar al Pueblo de Dios para que sea fiel a la comunión y misión que le
constituyen. Algunos laicos, por su misión eclesial, participan de esa
dimensión pastoral y colaboran con ella en la catequesis, la visita a enfermos
o presos, la enseñanza, etc. En cualquier caso, fuera de esa labor pastoral, la
misión de los pastores no se extiende a las decisiones en aquellos ámbitos que
superan su preparación y su ministerio, respecto de los cuales se hace
imprescindible contar con el asesoramiento de laicos expertos y trabajar con
ellos sinodalmente.
También lo
es tener muy presente la vida consagrada y su esencia profética, voz humilde
que acerca las periferias.
A partir de
estas urgencias, la Iglesia se ofrece a la sociedad a la que sirve, de manera
especial a aquellas personas que se sienten en las periferias por su origen
étnico, por su situación familiar o económica o por su orientación sexual.
Todas y cada una de ellas, sean cuales sean sus circunstancias, tienen un sitio
en la Iglesia y es preciso ofrecerlo con claridad, sin exclusiones, para acompañar
cada situación desde el amor fraterno hasta la verdad y la promoción personal.
Esto nos exige a todos una apertura de
corazón a la comprensión del plan de Dios para cada persona.
Un servicio más verdadero y profundo a la sociedad implica
necesariamente la formación de todo el Pueblo de Dios y la celebración del
misterio cristiano que alimenta y vivifica la fe de los creyentes. Por ello,
estos dos aspectos necesitan de especial cuidado.
En relación con la formación, se hace precisa una formación
integral que atienda a la dimensión personal, espiritual, teológica, social y
práctica. Para ello, es imprescindible una comunidad de referencia, porque hay
un principio del “caminar juntos” que es el de la formación del corazón, que
trasciende los saberes concretos y abarca la vida entera. Es necesario
incorporar a la vida cristiana la formación continua y permanente para poner en
práctica la sinodalidad, madurar y crecer en la fe, participar en la vida
pública, acrecentar el amor y la participación de los fieles en la eucaristía,
asumir ministerios estables, ejercer una corresponsabilidad real en el gobierno
de la Iglesia, dialogar con las otras Iglesias y con la sociedad para acercarse
fraternalmente a los alejados.
Esa formación puede estar orientada por un plan diocesano de
formación del laicado, con especial incidencia en la Doctrina Social de la
Iglesia y que forme acompañantes cristianos para las comunidades. La formación
online puede ser un cauce oportuno a tal fin.
Con relación a la celebración, conviene una preparación
esmerada, realizada por equipos de liturgia presentes en cada parroquia. La
eucaristía, que finaliza con el envío a la sociedad, por su valor mistagógico,
nos introduce en la comunión profunda con Dios y con los hermanos, por la
alegría y esperanza que se transmiten, especialmente cuando participan los
niños y los jóvenes.
Urge renovar nuestras celebraciones, revisando y mejorando
los gestos y el lenguaje y la comprensión de las homilías, haciéndolas más
participativas y comunitarias.
Por último, planteamos una serie de
propuestas diferenciadas en función del nivel de actuación.
1.- Propuestas a nivel parroquial
– Promover
una nueva forma de estar en el territorio. El mapa parroquial actual
muestra una realidad que corresponde al pasado porque en muchos lugares la
parroquia ya no es una realidad pastoral viva, sino un territorio de misión. En
la España rural hay que organizar una nueva forma de presencia de la Iglesia
con sinergias en la vida parroquial y un mayor compromiso de los fieles laicos.
– Poner en
marcha, allí donde no existen, los consejos parroquiales y de asuntos
económicos o, en su caso, renovarlos, haciendo de ellos verdaderos espacios
sinodales. Conviene también considerar sobre qué temas los consejos
parroquiales o de economía pueden ser deliberativos, con la participación de
los laicos. Ambos consejos se consideran instrumentos fundamentales de
sinodalidad.
–Favorecer
los pequeños grupos de fe que se alimentan a diario de la Palabra y que juntos
profundizan en su vivencia cristiana. Han de cuidarse y alimentarse, ya que
constituyen un fermento que hará crecer la semilla de la fe.
2.- Propuestas a nivel diocesano
– Dar mayor protagonismo a los movimientos eclesiales, las
cofradías y hermandades, y a la vida consagrada y monástica en la
elaboración de los planes diocesanos. Su aportación puede contribuir a la
renovación de la Iglesia, sobre todo a través de los consejos diocesanos de
pastoral.
– Desarrollar y aumentar el número de ministerios
formalmente reconocidos
para los laicos: ministros de liturgia, de la Palabra, de
Caritas, de visitadores, de catequistas.
– Priorizar el trabajo en red de todas las realidades que
existen en las diócesis.
3.- Propuestas a nivel de Iglesia
universal
– Ayudar a redescubrir la vocación bautismal, la común
pertenencia al Pueblo de Dios, buscando espacios de comunión y de trabajo
en equipo, así como la implicación en un proyecto de anuncio de Jesús en este
mundo y en este tiempo.
– Estar cada vez más presente como voz profética en todas
las dificultades,conflictos y desafíos del mundo de hoy.
Nuestro proceso no concluye aquí. Las urgencias, aspectos
que precisan de un especial cuidado y propuestas concretas que se recogen en
esta síntesis, junto con todas las aportaciones que han surgido de los grupos
sinodales, necesitan de un mayor discernimiento en nuestras diferentes
comunidades.
Concluida la fase diocesana del Sínodo, es momento propicio
para llevarlo a cabo, dando así continuidad a nuestra experiencia sinodal, al
tiempo que se desarrolla la fase continental.
La Iglesia que peregrina en España se muestra agradecida al
papa Francisco por impulsar este proceso sinodal. A pesar de sus dificultades,
ha abierto caminos de esperanza. Una esperanza que se asienta en la fidelidad
de Dios, que cumple siempre sus promesas.
TEOLOGÍA DE LA SINODALIDAD
El Papa: Sínodo, es el modo de ser de la Iglesia. Escuchar al Espíritu y a los hermanos
“Estamos llamados a la unidad”
Francisco subrayó al inicio de su mensaje que “Estamos llamados a la
unidad, a la comunión y a la fraternidad (…) Por eso, caminamos juntos
en el único Pueblo de Dios, para hacer experiencia de una Iglesia que
recibe y vive el don de la unidad, y que se abre a la voz del Espíritu”.
Comunión, participación y misión
“Las palabras clave del Sínodo son tres: comunión, participación y
misión”, indicó Francisco. Comunión y misión son expresiones teológicas
que designan el misterio de la Iglesia, la naturaleza misma de la
Iglesia. Ésta “ha recibido «la misión de anunciar el reino de
Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la
tierra el germen y el principio de ese reino» (Lumen gentium, 5)”.
A través de la comunión y de la misión, la Iglesia “contempla e imita la vida de la Santísima Trinidad, misterio de comunión ad intra y fuente de misión ad extra”, insiste Francisco.
Francisco recordando a san Juan Pablo II dijo que él “quiso reafirmar que la naturaleza de la Iglesia es la koinonia;
de ella surge la misión de ser signo de la íntima unión de la familia
humana con Dios”, y para que los sínodos sean fructíferos deben estar
bien preparados y “es preciso que en las Iglesias locales se trabaje en
su preparación con la participación de todos”.
El Papa insiste en la importancia de la participación como mecanismo
para una auténtica praxis sinodal en la Iglesia: “Si no se cultiva una
praxis eclesial que exprese la sinodalidad de manera concreta a
cada paso del camino y del obrar, promoviendo la implicación real de
todos y cada uno, la comunión y la misión corren el peligro de quedarse
como términos un poco abstractos”.
El Sínodo. Riesgos y oportunidades
El papa Francisco señala que el Sínodo es una gran oportunidad “para
una conversión pastoral en clave misionera y también ecuménica”; sin
embargo, “no está exento de algunos riesgos”: el formalismo, el
intelectualismo y el inmovilismo.
El Papa subraya el peligro de reducir el sínodo a un acto formal,
pero sin “sustancia”. Necesitamos, dice, “los instrumentos y las
estructuras que favorezcan el diálogo y la interacción en el Pueblo de
Dios, sobre todo entre los sacerdotes y los laicos”.
Para hacer posible esto, se hace necesario transformar, insiste
Francisco, “ciertas visiones verticalistas, distorsionadas y parciales
de la Iglesia, del ministerio presbiteral, del papel de los laicos, de
las responsabilidades eclesiales, de los roles de gobierno”.
El segundo riesgo es el intelectualismo, que puede convertir el
Sínodo en “una especie de grupo de estudio”. Este hecho, añade el Papa,
puede alejarnos “de la realidad del Pueblo santo de Dios y de la vida
concreta de las comunidades dispersas por el mundo”.
Por último, dice Francisco, “puede surgir la tentación del inmovilismo.
Es mejor no cambiar, puesto que «siempre se ha hecho así»” y añade que
“El riesgo es que al final se adopten soluciones viejas para problemas
nuevos”.
El cristiano de a pie no tiene claro su corresponsabilidad en la
misión de su Iglesia. No se percibe como evangelizador. No se ve como
misionero. Por eso no se ve como participante activo, como
coprotagonista de un Sínodo de Obispos sobre Sinodalidad. No sabe
qué significan esas palabras además sospecha que no vale para nada lo
que él diga en tal sínodo. ¡Qué pinto yo ahí!
Si miro a mi alrededor observo que una parte muy importante del
pueblo llano es un analfabeto del cristianismo de hoy. La iglesia no ha
sabido acompañar a sus fieles en la formación permanente cristiana
generalizada. Incluso la formación continuada de algunos servidores
eclesiásticos (pastores) deja mucho que desear. Basta oír sus homilías.
Con los apuntes amarillentos del seminario donde se formaron en su
lejana juventud creen tener suficiente. Mi conclusión: La actualización
en los contenidos y métodos para la evangelización es una urgencia si
queremos revitalizar nuestra Iglesia.
Desde esta urgencia veo con ilusión, confianza y esperanza este
proceso sinodal en que el papa Francisco nos ha convocado a todo el
pueblo de Dios. Es una oportunidad de oro para recrear nuestra Iglesia:
reforma de estructuras y conversión de mentalidades. Estos son los retos
y desafíos que quiere afrontar este proceso sinodal.
La sinodalidad apunta más que nada hacia
dinámicas comunicacionales y maneras de relacionarnos como comunidad de
bautizados. Una visión sinodal nos desafía a transformar los modelos
clericales en los cuales un individuo decide sin consultar o sin
escuchar, y sin considerarse parte del Pueblo de Dios. La sinodalidad invita
a crear mecanismos de escucha atenta, pues escuchando y dialogando se
establecen relaciones vinculantes que construyen iglesia a partir del
discernimiento. Hago énfasis en la idea de una escucha
vinculante. No se trata de sondear opinión o hacer encuestas. Se trata
de abrirse a una relación vinculante al escuchar a la otra persona y a
la sociedad a partir de los signos de los tiempos.
El consenso exige que haya un proceso de consulta,
escucha, diálogo y discernimiento en conjunto. En cambio, los modelos
clericales comienzan con una decisión y luego buscan consenso. Como
tales reflejan un proceder monárquico anacrónico. En un modelo sinodal
se construye el sensus ecclesiae y no el de unos pocos.
Un ejemplo está en la eclesiología que se impulsa con
el Sínodo que se realizará desde Octubre del 2021 hasta Octubre del
2023. En la carta de invitación del Cardenal Grech, el Secretario
General del Sínodo de los Obispos, se destaca muy bien esta
eclesiología, así como toda la metodología que se seguirá, partiendo de
las Iglesias locales hasta llegar a la Asamblea sinodal celebrada en
Roma en el 2023, como un modelo de convergencia de todas las Iglesias
locales y de unidad con el primado de Roma. Esto es una novedad muy
importante y digna de estudio en la recepción del Vaticano II. La
concepción eclesiológica de este proceso es muy importante para
comprender el cambio que está aconteciendo en la relación entre Roma y
las Iglesias locales. Ya esto es una forma nueva de ser Iglesia en comparación con los últimos 40 años.
–Suele ocurrir en muchos entornos que
aparecen conceptos que se ponen de moda, y luego pierden la novedad.
Pasa con frecuencia en el mundo corporativo, pero también sucede en la
Iglesia, por ejemplo: la «Nueva Evangelización». ¿No podría pasar lo
mismo con el concepto de sinodalidad?
–La sinodalidad es ante todo una manera de
ser y de operar de la Iglesia. No es un método más de hacer cosas o un
programa. Es un modo eclesial de proceder a la luz de la eclesiología
del Pueblo de Dios descrita en el capítulo 2 de Lumen Gentium. Tampoco
es una novedad del Papa Francisco y su pontificado.
Una de las prácticas sinodales más importantes de
este primer milenio, relevantes para hoy, fue la del Obispo de Cartago,
San Cipriano, quien decía: “no hago nada sin el consejo de los
presbíteros y el consenso del pueblo”. El orden de las acciones es importante: tomar consejo de algunos y construir consenso con todos como un único pueblo de Dios. Es
decir, que aunque tuviera el consejo de los presbíteros, no tomaba una
decisión final sin lograr el consenso previo de todo el pueblo de Dios.
El reto es que sigamos haciendo lo posible para que
los procesos de escucha de todos estos acontecimientos sinodales que
estamos viviendo, puedan generar una auténtica conversión del
clericalismo aún reinante y producir reformas de estructuras eclesiales
para que pueda existir un mayor involucramiento de todos los fieles en
las elaboraciones de las decisiones en la Iglesia, pues sólo así podemos
ir construyendo la Iglesia del tercer milenio, una Iglesia de consejos,
diálogo y consensos.
–La sinodalidad nos habla de una
Iglesia que somos todos, ¿realmente todos nos sentimos Iglesia? ¿todos
actuamos y nos dejan actuar como un todo?
–Con el actual pontificado hemos recuperado la
relevancia de la eclesiología de las Iglesias locales. Por ello, el
papel de Roma no consiste en imponer un modelo eclesial. El Obispo de
Roma sigue teniendo primacía como obispo de Roma, y como tal el resto de
los obispos y de la comunidad católica están llamados a estar en
comunión con él. La Iglesia es una Iglesia de Iglesias.
Sin embargo, en este proceso de reformas
eclesiales en clave sinodal, el laico debe ser considerado como sujeto
de la acción eclesial y no puede ser oyente pasivo o mero recipiente de
las decisiones clericales. Hay estructuras que podemos rescatar
para avanzar en esta práctica de inclusión de laicado, como son los
consejos diocesanos pastorales pedidos por el Vaticano II, pero
tristemente menos no llegamos al 50% de las diócesis del mundo que lo
hayan implementado.
El camino sinodal, por ende, no busca eliminar el
poder de decisión del Papa o de los obispos. Todo lo contrario, lo
afirma y lo fortalece eclesialmente exigiendo que ese poder se ejerza de
manera consultada y consensuada porque la autoridad en la Iglesia está
al servicio de todo el Pueblo de Dios, como decía Mons. De Schmedt
durante el Concilio Vaticano II. Se trata de potenciar al laico
afirmando que por ser bautizados ya tenemos voz, y crear los espacios en
donde tanto todos en la Iglesia, los laicos, religiosos, presbíteros y
obispos sean escuchados y representados. Al hablar de
representatividad no me refiero simplemente a números. Representatividad
tiene que ver con inclusión de experiencias eclesiales tomando en
cuenta a la diversidad de culturas que deben estar representadas en el
proceder de la Iglesia. También a la diversidad de carismas, dones y
ministerios.
Creo que hay que preparar a los futuros líderes
pastorales, en seminarios y otros centros de formación, para que
aprendan lo que significa esta nueva cultura eclesial sinodal donde se
privilegie la escucha, el diálogo y el discernimiento en conjunto. Es
una nueva cultura del consenso en la Iglesia.
El Papa Francisco ha llamado a la participación de todo el Pueblo de Dios
para caminar, discernir, gobernar y evangelizar juntos y así hacer fructífero
el Sínodo sobre sinodalidad que pronto comenzará a nivel local este otoño.
Esperamos que todas las diócesis del mundo celebren un sínodo (reunión de
obispos para escuchar las voces de los laicos) entre octubre de 2021 y abril de
2022.
La iglesia primitiva era una comunidad de iguales, gobernada por el
"nuevo mandamiento" de Cristo de que nos amemos unos a otros. La
comunidad se reunía en "iglesias domésticas" dirigidas por hombres y
mujeres que celebraban la Eucaristía y mantenían viva la fe. La actual Iglesia
patriarcal y jerárquica estandarizada en la monarquía no es lo que Cristo
imaginó, porque todos somos uno en Cristo (Gal.3:28).
Nosotros, los abajo firmantes, pedimos a los obispos y pastores de
la Iglesia Católica que nos involucren plenamente, al Pueblo de Dios, en
el próximo proceso de sínodos convocado por el Papa Francisco.
Comenzando a nivel diocesano, queremos que nuestras voces sean escuchadas e
incluidas en todas las discusiones, continuando a nivel nacional y finalmente
el Sínodo Universal en Roma en 2023.
Estamos entusiasmados por los comentarios del Papa Francisco a los obispos
italianos (24 de mayo) sobre que el Sínodo debería tener un enfoque "de
abajo hacia arriba", con el proceso comenzando en pequeñas comunidades
locales y parroquias. Pidió paciencia, permitiendo que todos hablen libremente,
dando paso a la "sabiduría del Pueblo de Dios".
Esperamos unirnos a otros en nuestra comunidad local para hablar en apoyo de
los cambios que queremos y necesitamos en nuestra Iglesia. Aunque algunos de
nosotros hemos dejado la Iglesia por frustración o decepción, reconocemos que
ahora es el momento de decirles a los líderes de nuestra iglesia lo que nos ha
alejado.
Además, nos comprometemos a enviar una carta a nuestro
obispo o pastor para asegurarnos de que las
opiniones de los laicos estén bien representadas.
Para que el Espíritu sea escuchado, los laicos de Dios deben estar bien
representados en estos sínodos. Creemos que es esencial incluir los siguientes
temas (1) en el cuestionario que se publicará pronto, y (2) en todas las
discusiones a todos los niveles.
- Cómo la Iglesia puede ser
más acogedora, indulgente, amorosa e inclusiva
- El papel de la mujer en el
ministerio de la Iglesia
- Un camino de regreso a los
Sacramentos para divorciados y vueltos a casar
- Lugar de la comunidad LGBTQ
en la Iglesia
- Papel de las pequeñas
comunidades cristianas (SCCs) en la estructura oficial de la Iglesia
- Laicos capacitados para
administrar parroquias y pequeñas comunidades cristianas, donde no
se espera que haya sacerdote disponible
- El celibato para los
sacerdotes debe ser opcional
- Transparencia y rendición
de cuentas en el abuso sexual clerical, los delitos financieros y su uso
del poder en la Iglesia.
TE INVITAMOS A PARTICIPAR
El contexto en el que se desarrolla este Sínodo: una
pandemia mundial, conflictos locales e internacionales, el creciente impacto
del cambio climático, las migraciones, las distintas formas de injusticia, el
racismo, la violencia, la persecución y el aumento de las desigualdades en la
humanidad, sólo por nombrar algunos factores. En la Iglesia, el contexto
también está marcado por el sufrimiento que experimentan los menores de edad y
las personas vulnerables a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia
cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas. Dicho esto,
nos encontramos en un momento crucial en la vida de la Iglesia y del mundo.
Dentro de este contexto, la sinodalidad representa el camino a través del cual
la Iglesia puede renovarse por la acción del Espíritu Santo, escuchando
juntos lo que Dios tiene que decir a su pueblo. Todos
estamos llamados, en virtud de nuestro Bautismo, a participar activamente en la
vida de la Iglesia. Por esto queremos ofrecerte estas preguntas para que puedas
darnos tu opinión desde tu experiencia vivida.
PREGUNTAS PROPUESTAS
1. COMPAÑEROS DE VIAJE
En la Iglesia y en la
sociedad estamos codo con codo en el mismo camino. En nuestra
Iglesia local, ¿quiénes
son los que
“caminan juntos”? ¿Quiénes son los que parecen más alejados?
¿Cómo estamos llamados a crecer como compañeros? ¿Qué grupos o personas quedan
al margen, gay, mujeres, migrantes, divorciados?
2. ESCUCHA
Escuchar es
el primer paso,
pero requiere una
mente y un
corazón abiertos, sin prejuicios.
¿Cómo nos habla Dios a través de voces que a veces ignoramos? ¿Cómo
se escucha a
los laicos, especialmente
a las mujeres
y a los
jóvenes? ¿Qué facilita
o inhibe nuestra
escucha? ¿En qué
medida escuchamos a los que están
en las periferias, gay, migrantes, divorciados?¿Cuáles son algunas de las
limitaciones de nuestra capacidad de escucha, especialmente hacia aquellos que
tienen puntos de vista diferentes a los nuestros? ¿Qué espacio damos a la voz
de las minorías, especialmente de las personas que sufren pobreza, marginación
o exclusión social?
3. HABLAR CLARO
Todos están invitados a
hablar con valentía y decir todo, es decir, con libertad, verdad y caridad.
¿Qué es lo que permite o impide hablar con valentía, franqueza y
responsabilidad en nuestra Iglesia local y en la sociedad? ¿Cuándo y cómo
conseguimos decir lo
que es importante
para nosotros? ¿Dónde se puede
sugerir para discernir temas como el sacerdocio, diaconado de las mujeres o el
matrimonio de los sacerdotes? ¿Cómo
funciona la relación con los medios de comunicación
locales (no sólo los católicos)? ¿Quién habla en nombre de la comunidad cristiana
y cómo se lo elige?
4. CELEBRACIÓN
“Caminar juntos”
sólo es posible
si se basa
en la escucha
comunitaria de la
Palabra y la
celebración de la
Eucaristía. ¿De qué
manera la oración
y las celebraciones litúrgicas inspiran y guían
realmente nuestra vida común y misión en nuestra comunidad o por qué no voy a
misa? ¿De qué manera inspiran las decisiones más importantes? ¿Cómo se
promueve la participación
activa de todos
los fieles en
la liturgia? ¿Crees que la liturgia,
misas sacramentos se deben actualizar y hacerlos mas participativos?¿Qué espacio se da a la
participación en los ministerios de lector y acólito?¿Crees importante en la
iglesia que se asuma el diaconado en hombre y mujeres, ministros de la eucaristía,
de la celebración?
5. COMPARTIR LA
RESPONSABILIDAD DE NUESTRA MISIÓN COMÚN
La sinodalidad está al
servicio de la misión de la Iglesia, a la cual todos los miembros están llamados a
participar. Puesto que todos somos discípulos misioneros, ¿cómo está llamado
cada bautizado a participar en la misión de la Iglesia? ¿Qué impide a los
bautizados poder ser activos en la misión, muchas veces criticamos pero poco
participamos? ¿Qué áreas de la misión estamos descuidando? ¿Cómo apoya la
comunidad a sus miembros que sirven a la sociedad de distintas maneras
(compromiso social y político, investigación científica, educación, promoción
de la justicia social, protección
de los derechos
humanos, cuidado del
medio ambiente, etc.)? ¿De qué
manera la Iglesia
ayuda a estos
miembros a vivir
su servicio a
la sociedad de forma misionera?
¿Cómo se realiza el discernimiento sobre las opciones misioneras y quién lo
hace?
6. EL DIÁLOGO EN LA IGLESIA Y
LA SOCIEDAD
El diálogo requiere
perseverancia y paciencia, pero también permite la comprensión recíproca.
¿En qué medida
los distintos pueblos
que forman nuestra
comunidad se reúnen
para dialogar? ¿Cuáles
son los lugares
y las herramientas de diálogo dentro de nuestra
Iglesia local? ¿Cómo promovemos la
colaboración con las
diócesis vecinas, las
comunidades religiosas de la zona,
las asociaciones y los movimientos
laicales, etc.? ¿Cómo
se abordan las divergencias de puntos de vista, los
conflictos y las dificultades? ¿A qué problemáticas específicas
de la Iglesia
y de la
sociedad debemos prestar
más atención? ¿Qué
experiencias de diálogo
y colaboración tenemos
con creyentes de otras religiones
y con los que no tienen pertenencia religiosa? ¿Cómo dialoga y aprende la
Iglesia con otros sectores de la sociedad: con la política, la economía, la
cultura, la sociedad civil y las personas que viven en la pobreza?
7. ECUMENISMO
El diálogo entre cristianos
de diferentes confesiones, unidos por un mismo bautismo, ocupa
un lugar especial
en el camino
sinodal. ¿Qué relaciones
mantiene nuestra comunidad
eclesial con miembros
de otras tradiciones
y confesiones cristianas? ¿Qué
compartimos y cómo caminamos juntos? ¿Qué frutos ha
generado el caminar
juntos? ¿Cuáles son
las dificultades? ¿Cómo
podemos dar el siguiente paso para caminar juntos?
8. AUTORIDAD Y PARTICIPACIÓN
Una Iglesia sinodal es una
Iglesia participativa y corresponsable. ¿Cómo puede identificar nuestra
comunidad eclesial los objetivos a perseguir, el modo de alcanzarlos y los
pasos a dar? ¿Cómo se ejerce la autoridad o el gobierno dentro de
nuestra Iglesia local?
¿Cómo se ponen
en práctica el
trabajo en equipo y la corresponsabilidad? ¿Cómo se realizan
las evaluaciones y quién las realiza? ¿Cómo se promueven los ministerios
laicales y la responsabilidad de los laicos? ¿Hemos tenido experiencias
fructíferas de sinodalidad a nivel local?
¿Cómo funcionan los
órganos sinodales a
nivel de la Iglesia local
(Consejos Pastorales en las parroquias y diócesis, Consejo Presbiteral,
etc.)? ¿Cómo podemos favorecer un enfoque más sinodal en nuestra participación
y liderazgo?
9. DISCERNIR Y DECIDIR
En un
estilo sinodal tomamos
decisiones a través
del discernimiento de aquello
que el Espíritu
Santo dice a
través de toda
nuestra comunidad. ¿Qué
métodos y procedimientos utilizamos
en la toma
de decisiones? ¿Cómo
se pueden mejorar?
¿Cómo promovemos la
participación en el
proceso decisorio dentro de las estructuras jerárquicas? ¿Nuestros
métodos de toma de
decisiones nos ayudan
a escuchar a
todo el Pueblo
de Dios? ¿Cuál
es la relación
entre la consulta
y el proceso
decisorio, y cómo
los ponemos en práctica? ¿Qué
herramientas y procedimientos utilizamos para promover la transparencia y la responsabilidad?
¿Cómo podemos crecer en el discernimiento espiritual comunitario?
10. FORMARNOS EN LA
SINODALIDAD
La sinodalidad
implica receptividad al
cambio, formación y
aprendizaje continuo. ¿Cómo forma nuestra
comunidad eclesial a las personas para que sepan cada vez más “caminar
juntos”, escucharse unos a otros, participar en la misión y dialogar? ¿Qué
formación se ofrece para promover el discernimiento y el ejercicio de la
autoridad de forma sinodal? ¿Hemos sido formados para una iglesia clerical? El
sacerdote manda y los laicos obedecen.¿La formación de los sacerdotes, crees
que es conveniente revisar, los planes y estilos de formación para que sean
sacerdotes sinodales?
Tenemos hasta finales de Enero para recibir vuestra aportación. Las puedes enviar a parroquiaochagavia@hotmail.com
Que el Dios de Jesús nos guíe en nuestro
caminar.
Cualquier información podemos buscarlas en:
https://www.synod.va/es.html ésta es la página oficial del sínodo en el
vaticano.
Muchas gracias
Ha comenzado la reunión informativa con secretarios y moderadores de los grupos de consulta del Sínodo. Unos 200 asistentes. Se ha presentado la comisión diocesana y a continuación se han dado a conocer las fechas, objetivos y otros aspectos así como la función de moderadores y secretarios.De nuestras parroquias asistieron 8 personas, pedimos que el Espíritu Santo nos llene con el don de Sabiduría, ánimo amigos
EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD
Amigas y amigos: Ya estamos en estado de Sinodo, el sínodo de la Sinodalidad. Como
nos explica Gonzalo Haya en su artículo, nos jugamos mucho como
iglesia. La Sinodalidad no es algo para el Papa y los obispos, sino que
debe tener en cuenta la expresión de todo el pueblo de Dios. “El
Espíritu Santo no está reservado para el clero. El Espíritu inspiró a
los profetas, no a los sacerdotes ni a los reyes”. El Papa ha hecho una
apuesta arriesgada. En mayo expresó su intención de que el Sínodo
comience en las comunidades y parroquias locales “de abajo hacia
arriba”.
Se trata de que los obispos escuchen al pueblo. ¿Qué vamos a
hacer para que nos escuchen? Tenemos por delante unos meses para dar un
paso al frente concreto, cada uno desde nuestro sitio.
El Espíritu Santo no está reservado para el clero; el Espíritu
inspiró a los profetas, no a los sacerdotes ni a los reyes. La
sinodalidad eclesial se apoya más en lo carismático que en lo
institucional.
“Vosotros sois cuerpo de Cristo y miembros singulares suyos. Dios
lo dispuso en la Iglesia: primero apóstoles, segundo profetas, tercero
maestros, después milagros, después carismas de curaciones, de
asistencia, de gobierno, de lenguas diversas” (1 Cor 12, 27-28).
Notemos que los profetas figuran antes que los maestros (los teólogos) y
mucho antes que los carismas de gobierno (jerarquía).
Y estos profetas no eran seres extraordinarios como los del Antiguo
Testamento; eran gente sencilla y tan frecuentes que Pablo los agrupa en
un estamento. Pedro recuerda las palabras del profeta Joel: “En los
últimos días, dice Dios, concederé mi Espíritu a todo mortal: vuestros
hijos y vuestras hijas hablarán inspirados por mí…” (Hechos 2,16-18).
El Papa en su reunión con los obispos italianos el 24 de mayo expresó su intención de que el Sínodo proceda “de abajo hacia arriba”
y que comience en las comunidades y parroquias locales pequeñas. No se
trata de escuchar a los obispos, sino de que los obispos escuchen al
pueblo y trasladen esa voz al Papa y al conjunto de los obispos.
Este Sínodo se extenderá hasta mediados de 2022, pero los seis
primeros meses constituyen la fase de escuchar al pueblo, para
sintetizar sus aportaciones y presentarlas ante la universalidad de los
obispos.
Estos primeros seis meses son el tiempo adecuado para expresar nuestra visión y nuestros deseos para adaptar a la Iglesia con “los signos de los tiempos”. No los gastemos en titubeos, ni esperemos a que nos pregunten. No esperemos a ver qué nos dicen en la misa del domingo.
La organización diocesana española ha expresado su deseo, y su
necesidad, de escuchar también a los cristianos que han abandonado la
misa dominical y los sacramentos porque se sienten defraudados por el
desfase entre la institución y el evangelio.
“Es tarde, pero es nuestro tiempo” (Pedro Casaldáliga).
Animémonos a expresar en la parroquia, en las revistas, en los blogs, en
las redes sociales... nuestros anhelos de una Iglesia más fiel al
evangelio de Jesús.
Gonzalo Haya Prats
¿Cuáles son los objetivos de este espacio de reflexión teológica que analizará la renovación de las Iglesias locales cómo un paso necesario para que la sinodalidad llegue hasta las bases?
Uno de los aportes que queremos hacer al proceso sinodal es cómo renovar la vida diocesana a través de las relaciones, para que sean más corresponsables y con estructuras que permitan una mayor participación.
Para eso, hemos usado como ejemplo, los consejos pastorales y lo hemos hecho a través de un estudio que se adelantó en América Latina, Italia y América del Norte. Esto tratando de ver buenas prácticas, es decir, los procedimientos que se hacen cuando una diócesis tiene un consejo pastoral; entendiendo que se trata de un órgano clave para implementar la sinodalidad en la Iglesia diocesana.
HACIA UNA CONVERSACIÓN SINODAL
Mantener vivo el dinamismo eclesial es uno de los puntos que se nos ofrecen y recuerdan en el documento de la Secretaría General del Sínodo bajo el título HACIA OCTUBRE DE 2024. Necesitamos esa conversión personal e institucional para ir alumbrando esa iglesia sinodal.
¿Por qué se nos recomienda esto? Porque como sabemos hay bastantes voces críticas respecto de la sinodalidad. Hay que afirmar que no es una moda, algo inventado ahora, sino que tiene su origen en el Concilio Vaticano II y es la respuesta de Dios para el tercer milenio. Y es el Espíritu quien va guiando esta renovación en la iglesia. No se va a cambiar el fundamento de la iglesia, pero sí el modo de ser y estar, de vivir, la eclesialidad.
Podríamos definir la sinodalidad con dos vocablos: escucha y discernimiento. Y la escucha es a todo el Pueblo de Dios, porque todos hemos sido invitados a este proceso sinodal. Igualmente, el discernimiento necesita de las diversas luces, sugerencias y propuestas; y, si me abstengo de participar, estoy restando mis dones al conjunto. El Cuerpo es uno, como nos recuerda San Pablo, pero tiene muchos miembros, todos distintos y todos necesarios.
Abrir la puerta de la escucha y del discernimiento con total amplitud, sin reducir a grupos, sino a todos, creyentes y no creyentes, porque el Espíritu habla por boca de jóvenes y ancianos, de mujeres y varones, de todas las razas, lenguas y culturas; nuestra Iglesia es universal, no puede cerrar puertas y marcar fronteras, sino derribar muros y establecer puentes.
Y, en esa apertura, una invitación muy especial a los laicos y laicas a reavivar esa vocación cuya dignidad procede del bautismo. Y, desde ahí, ir creando una Iglesia de comunión, no de confrontación entre grupos o tendencias, ni de división, porque estamos llamados a construir una comunidad de comunidades cada vez más parecida a lo que el Señor sueña.
Es una ocasión muy propicia para volver los ojos al Señor, el verdadero fundamento de nuestra iglesia sinodal. No podemos separar ambas realidades: Jesús y su Iglesia. Este proceso sinodal puede y debe ser ocasión de renovar nuestra fe en el Señor y de retomar con mayor vigor el evangelio como programa de vida. Y, a esa luz, no perder de vista los signos de los tiempos, estar atentos a los cambios de hoy.
A diversos niveles se van preparando espacios y escenarios que van señalando el camino hacia octubre 2024 porque necesitamos preparar las herramientas que nos permiten aterrizar temas en esa próxima asamblea sinodal: hay nuevos consultores y consultoras para colaborar en la secretaría general del Sínodo; el Papa también va a nombrar grupos de expertos que puedan tratar los temas que están pidiendo concreciones en la vida de la Iglesia.
Hay congresos sobre la sinodalidad, la comunicación, la misión de la mujer en la Iglesia… Son iniciativas orientadas a que la próxima asamblea vaya concretando temas y situaciones que aparecen como urgentes y necesitadas de una definición.
Mientras recorremos este camino de conversión-cuaresmal-sinodal, no perdamos la confianza en el Espíritu que nos va conduciendo.
María Luisa Berzosa González FI – Roma
La Secretaría General del Sínodo ha ofrecido, junto con la relación de Síntesis, el texto “Hacia Octubre 2024”. Una herramienta para que en pequeños grupos de estudio, en nuestras parroquias, comunidades eclesiales de base, familias, movimientos de apostolado seglar, grupos juveniles, cofradías, equipos de Cáritas, instituciones educativas, cooperativas, sindicatos, pastorales específicas (salud, penitenciaria, de la ecología integral, de Derechos Humanos, etc) y todo el pueblo de Dios que se sienta motivado, pueda comprender el sentido profundo del kairós que significa este tiempo sinodal y, pueda hacer aportes para seguir construyendo juntos, una Iglesia en salida misionera, samaritana, sacramento de comunión, donde todos cabemos y todos tenemos una misión.
El sueño del Papa Francisco es ver a la Iglesia entera participando en la búsqueda de métodos hacia la sinodalidad, es decir, conseguir de manera real y efectiva, que todos caminemos juntos en comunión y fraternidad.
La invitación es a transitar, con la ayuda de este subsidio, la senda que nos conducirá a Octubre de 2024, pero no como meros espectadores de lo que ocurrirá en Roma, sino como discípulos misioneros que oran, disciernen, se dejan mover por el Espíritu de Dios, para aportar a la edificación de la Iglesia que está en el sueño de Dios y en el corazón del Papa Francisco
El Sínodo pide más presencia de mujeres y menos clericalizar a los laicos
El documento de síntesis de la Asamblea General del Sínodo, emanado de los trabajos de la asamblea sinodal y presentado el pasado sábado, constituye un análisis sobre el estado de la Iglesia traducido en una serie de propuestas. Es el resultado de los «elementos principales surgidos en el diálogo, la oración y el debate que han caracterizado estos días», desde el pasado 4 de octubre cuando comenzó el encuentro sinodal en Roma. Este resultado es el sustrato sobre el que la Iglesia caminará durante este próximo año hasta la Asamblea General Extraordinaria de octubre de 2024, cuando las cuestiones abiertas tendrán que cerrarse y las ideas, concretarse.
La Iglesia está aprendiendo «el estilo de la sinodalidad y buscando las mejores formas para llevarla a cabo», reza el documento que la asamblea sinodal hizo público el 28 de octubre pasadas las 21:30 de la noche. Los padres y madres sinodales saben «que sinodalidad es un término desconocido para muchos miembros del pueblo de Dios, lo que suscita confusión y preocupación en algunos». Esos «algunos» «temen verse obligados a cambiar; otros temen que nada cambie y que haya muy poco valor para seguir el ritmo de la Tradición viviente. Algunas reticencias y oposiciones ocultan también el miedo a perder el poder y los privilegios que de este se derivan».
El texto consta de 336 puntos divididos en tres partes tituladas: «El rostro de la Iglesia sinodal»; «Todos discípulos, todos misioneros» y «Tejer lazos, construir comunidad». En ellos se abordan cuestiones como la liturgia, el papel de la mujer, la doctrina social de la Iglesia, la acogida, el celibato… Un proceso que «ha renovado nuestra experiencia y nuestro deseo de que la casa sea familia de Dios», aseguran por escrito los 464 miembros que han participado en la asamblea sinodal. En consecuencia, indican que el deseo es «una Iglesia más cercana a las personas, menos burocrática y más relacional».
La mujer «como problema»
La presencia mayor de mujeres en la Asamblea General y el hecho de que hayan podido votar se ha dejado notar en las recomendaciones. Hay una indicación clara, que tiene que ver con el lenguaje, y que supondría subsanar la concepción de la participación de la mujer en la Iglesia: «La Asamblea pide evitar repetir el error de hablar de las mujeres como una “cuestión” o un “problema”».
El Sínodo reconoce que las mujeres son mayoría en la Iglesia desde las mismas parroquias de base y que además suelen ser las evangelizadoras en la familia. Por ello, es necesario dar valor a esta contribución con «mayores responsabilidades pastorales en todas los ámbitos de la vida y la misión de la Iglesia». Y una buena forma de empezar es pagar a las consagradas lo que les corresponde por el trabajo que realizan, «ya que están consideradas muchas veces como mano de obra barata», expone el documento.
El diaconado femenino
En esta articulación de la presencia mayor de las mujeres en los más diversos ámbitos, aparece nuevamente la cuestión del diaconado femenino. El documento deja abierta la cuestión, para la que recomienda «una reflexión más profunda» cifrada en «una investigación teológica y pastoral» cuyos resultados «tendrían que presentarse en la próxima sesión de la asamblea».
«Se han expresado diferentes posiciones respecto del acceso de las mujeres al ministerio diaconal. Algunos consideran que este paso sería inaceptable porque va en discontinuidad con la Tradición. Para otros, sin embargo, conceder a las mujeres el acceso al diaconado restauraría una práctica de la Iglesia primitiva. Otros más ven en este pasaje una respuesta adecuada y necesaria a los signos de los tiempos, fiel a la Tradición y capaz de encontrar eco en el corazón de tantos que buscan vitalidad y energía renovadas en la Iglesia. Algunos expresan el temor de que esta petición sea expresión de una peligrosa confusión antropológica», por lo que «al aceptarla la Iglesia se alinearía con el espíritu de la época», señala el texto.
Liturgia y estilo celebrativo
El Sínodo solicita que, «si la Eucaristía da forma a la sinodalidad», tenga un estilo celebrativo y que, además, la liturgia se comprenda: «Se ha señalado que el lenguaje litúrgico tiene que hacerse más accesible a los fieles y más encarnado en la diversidad de las culturas».
Los pobres en la Iglesia y pagar el justo salario
El Sínodo conviene que los pobres «son protagonistas en el camino de la Iglesia». Pero advierte de que no se puede hacer una distinción entre «ellos» y «nosotros» como si fueran «objeto» de la caridad de la Iglesia cuando están en el centro de ella y de ellos se ha de aprender. Un apunte interesante en este apartado es el del justo salario: «La Iglesia tiene que ser honesta al examinar cómo respeta las exigencias de justicia de cara a aquellos que trabajan en sus instituciones, para dar testimonio con la propia coherencia». De ahí que el documento sentencie que «la doctrina social de la Iglesia es un recurso poco conocido al que se ha de volver».
Acoger y acompañar empezando por el lenguaje
«Es necesaria una renovada atención a la cuestión del lenguaje que usamos para hablar a las mentes y corazones de las personas en una gran variedad de contextos de modo que resulte accesible y bello», dice el Sínodo. Acoger comienza por las palabras que se usan. Acompañar, por las actitudes que se tienen con respecto a aquellos que «son o se sienten heridos o maltratados por parte de la Iglesia»: «De diferentes maneras, también las personas que se sienten marginadas o excluidas de la Iglesia, por su situación conyugal, identidad y sexualidad, piden ser escuchadas y acompañadas, y que se defienda su dignidad». «La asamblea reafirma que los cristianos no pueden faltar al respeto de la dignidad de ninguna persona», sentencia el texto.
Los laicos
Por primera vez los laicos han tenido no solo voz, sino también voto. Sobre ellos ha reflexionado largo y tendido el Sínodo desde que iniciara su andadura un 9 de octubre de 2021. Escribe la asamblea que «ellos son los que contribuyen de forma vital a realizar la misión de la Iglesia en las situaciones cotidianas». Por eso, indican que es necesario valorar su contribución más allá de considerarlos como sustitutos de los sacerdotes cuando estos no están, «con el riesgo de que el carácter propiamente laical de su apostolado venga disminuido».
En otros contextos, puede suceder que los sacerdotes lo hagan todo y los carismas y ministerios de los laicos sean ignorados o infrautilizados. También existe el peligro, expresado por muchos en la asamblea, de «clericalizar» a los laicos, creando una especie de élite laica que perpetúa las desigualdades y divisiones entre el Pueblo de Dios.
Celibato
Sobre la cuestión del celibato sacerdotal, tan comentada, el documento se limita a asegurar que «es un tema que no es nuevo y sobre el que se necesitará volver». Al mismo tiempo asegura que «todos aprecian su valor lleno de profecía y de testimonio de conformidad con Cristo; algunos se preguntan si su conveniencia teológica con el ministerio presbiteral debe necesariamente traducirse en una obligación disciplinaria en la Iglesia latina, especialmente donde los contextos eclesiales y culturales lo hacen más difícil».
Queridas hermanas, queridos hermanos:
Cuando se acerca la conclusión de los trabajos de la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, queremos, con todos vosotros, dar gracias a Dios por la hermosa y rica experiencia que acabamos de vivir. Este tiempo bendecido lo hemos vivido en profunda comunión con todos vosotros. Hemos sido sostenidos por vuestras oraciones, llevando con nosotros vuestras expectativas, vuestras preguntas y también vuestros miedos.
Han pasado ya dos años desde que, a petición del Papa Francisco, se inició un largo proceso de escucha y discernimiento, abierto a todo el pueblo de Dios, sin excluir a nadie para “caminar juntos”, bajo la guía del Espíritu Santo, discípulos misioneros siguiendo a Jesucristo.
La sesión que nos ha reunido en Roma desde el 30 de septiembre constituye una etapa importante en este proceso. Por muchos motivos, ha sido una experiencia sin precedentes. Por primera vez, por invitación del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en virtud de su bautismo, a sentarse en la misma mesa para formar parte no solo de las discusiones, sino también de las votaciones de esta Asamblea del Sínodo de los Obispos. Juntos, en la complementariedad de nuestras vocaciones, de nuestros carismas y de nuestros ministerios, hemos escuchado intensamente la Palabra de Dios y la experiencia de los demás. Utilizando el método de la conversación en el Espíritu, hemos compartido con humildad las riquezas y las pobrezas de nuestras comunidades en todos los continentes, tratando de discernir lo que el Espíritu Santo quiere decir a la Iglesia hoy.
Así hemos experimentado también la importancia de favorecer intercambios recíprocos entre la tradición latina y las tradiciones del Oriente cristiano. la participación de delegados fraternos de otras Iglesias y Comunidades eclesiales ha enriquecido profundamente nuestros debates. Nuestra asamblea se ha llevado a cabo en el contexto de un mundo en crisis, cuyas heridas y escandalosas desigualdades han resonado dolorosamente en nuestros corazones y han dado a nuestros trabajos una gravedad peculiar, más aún cuando algunos de nosotros venimos de países en los que la guerra se intensifica.
Hemos rezado por las víctimas de la violencia homicida, sin olvidar a todos a los que la miseria y la corrupción les han arrojado a los peligrosos caminos de la emigración. Hemos garantizado nuestra solidaridad y nuestro compromiso al lado de las mujeres y de los hombres que en cualquier lugar del mundo actúan como artesanos de justicia y de paz.
Por invitación del Santo Padre, hemos dado un espacio importante al silencio, para favorecer entre nosotros la escucha respetuosa y el deseo de comunión en el Espíritu. Durante la vigilia ecuménica de apertura, experimentamos cómo la sed de unidad crece en la contemplación silenciosa de Cristo crucificado. “La cruz es, de hecho, la única cátedra de Aquel que, dando su vida por la salvación del mundo, encomendó sus discípulos al Padre, para que ‘todos sean uno’ (Jn 17,21). Firmemente unidos en la esperanza que nos da Su Resurrección, Le hemos encomendado nuestra Casa común, donde resuenan, cada vez con mayor urgencia, el clamor de la tierra y el clamor de los pobres: ‘¡Laudate Deum!’”, recordó el Papa Francisco precisamente al inicio de nuestros trabajos. Día tras día, hemos sentido el apremiante llamamiento a la conversión pastoral y misionera. Porque la vocación de la Iglesia es anunciar el Evangelio no concentrándose en sí misma, sino poniéndose al servicio del amor infinito con el que Dios ama el mundo (cf. Jn 3,16).
Ante la pregunta de qué esperan de la Iglesia con ocasión de este sínodo, algunas personas sin hogar que viven en los alrededores de la Plaza de San Pedro respondieron: “¡Amor!” Este amor debe seguir siendo siempre el corazón ardiente de la Iglesia, amor trinitario y eucarístico, como recordó el Papa, evocando el 15 de octubre, en la mitad del camino de nuestra asamblea, el mensaje de Santa Teresa del Niño Jesús. “Es la confianza” lo que nos da la audacia y la libertad interior que hemos experimentado, sin dudar en expresar nuestras convergencias y nuestras diferencias, nuestros deseos y nuestras preguntas, libremente y humildemente.
¿Y ahora? Esperamos que los meses que nos separan de la segunda sesión, en octubre de 2024, permitan a cada uno participar concretamente en el dinamismo de la comunión misionera indicada en la palabra “sínodo”. No se trata de una ideología, sino de una experiencia arraigada en la Tradición Apostólica. Como nos recordó el Papa al inicio de este proceso: “Si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la sinodalidad […] promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco abstractos” (9 de octubre de 2021). Los desafíos son múltiples y las preguntas numerosas: la relación de síntesis de la primera sesión aclarará los puntos de acuerdo alcanzados, evidenciará las cuestiones abiertas e indicará cómo continuar el trabajo”.
Para progresar en su discernimiento, la Iglesia necesita absolutamente escuchar a todos, comenzando por los más pobres. Eso requiere, por su parte, un camino de conversión, que es también un camino de alabanza: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños” ( Lc 10,21). Se trata de escuchar a aquellos que no tienen derecho a la palabra en la sociedad o que se sienten excluidos, también de la Iglesia. Escuchar a las personas víctimas del racismo en todas sus formas, en particular en algunas regiones de los pueblos indígenas cuyas culturas han sido humilladas. Sobre todo, la Iglesia de nuestro tiempo tiene el deber de escuchar, con espíritu de conversión, a aquellos que han sido víctimas de abusos cometidos por miembros del cuerpo eclesial, y de comprometerse concretamente y estructuralmente para que eso no vuelva a suceder.
La Iglesia necesita también escuchar a los laicos, a las mujeres y a los hombres, todos llamados a la santidad en virtud de su vocación bautismal: el testimonio de los catequistas, que en muchas situaciones son los primeros en anunciar el Evangelio; la sencillez y la vivacidad de los niños, el entusiasmo de los jóvenes, sus preguntas y sus peticiones; los sueños de los ancianos, su sabiduría y su memoria. La Iglesia necesita escuchar a las familias, sus preocupaciones educativas, el testimonio cristiano que ofrecen en el mundo de hoy. Necesita acoger las voces de aquellos que desean ser involucrados en ministerios laicales o en organismos participativos de discernimiento y de decisión. La Iglesia necesita particularmente, para progresar en el discernimiento sinodal, recoger todavía más las palabras y la experiencia de los ministros ordenados: los sacerdotes, primeros colaboradores de los obispos, cuyo ministerio sacramental es indispensable en la vida de todo el cuerpo; los diáconos, que a través de su ministerio representan la preocupación de toda la Iglesia por el servicio a los más vulnerables. Debe también dejarse interpelar por la voz profética de la vida consagrada, centinela vigilante de las llamadas del Espíritu. Y debe también estar atenta a aquellos que no comparten su fe, pero que buscan la verdad, y en los que está presente y activo el Espíritu, Él que ofrece “a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (Gaudium et spes 22).
“El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio” (Papa Francisco, 17 de octubre de 2015). No debemos tener miedo de responder a esta llamada. La Virgen María, primera en el camino, nos acompaña en nuestro peregrinaje. En las alegrías y en los dolores Ella nos muestra a su Hijo y nos invita a la confianza. ¡Es Él, Jesús, nuestra única esperanza!
Ciudad del Vaticano, 25 de octubre de 2023
Francisco abrió el Sínodo de obispos y rechazó las "batallas ideológicas" en la Iglesia.
El papa Francisco rechazó las "batallas ideológicas" en la Iglesia al celebrar en la Plaza San Pedro la misa de apertura del Sínodo, que durante octubre reunirá a más de 450 participantes laicos y religiosos para debatir sobre al futuro del catolicismo, y al que se oponen los sectores conservadores de la Curia.
"Queridos hermanos cardenales, hermanos obispos, hermanos y hermanas,
estamos en la apertura de la Asamblea Sinodal. Y no nos sirve tener una
mirada inmanente, hecha de estrategias humanas, cálculos políticos o
batallas ideológicas", planteó el pontífice hoy en su homilía de
apertura de los trabajos que se extenderán hasta el 29 de octubre, con la participación directa de 464 miembros de todo el mundo.
"No estamos aquí para celebrar una reunión parlamentaria o un plan de reformas",
les dijo, luego de que esta semana recibiera una carta pública de cinco
cardenales conservadores con críticas a los temas que tratará el
Sínodo.
Así, pidió que los participantes se mantengan lejos de
"algunas tentaciones peligrosas: la de ser una Iglesia rígida, que se
acoraza contra el mundo y mira hacia el pasado; la de ser una Iglesia
tibia, que se rinde ante las modas del mundo; la de ser una Iglesia
cansada, replegada en sí misma".
Luego, al participar por la tarde en la primera sesión de trabajo que se
desarrolló en el Aula Pablo VI del Vaticano, Francisco pidió a los
participantes que estén ajenos a las "presiones de la opinión pública"
sobre los temas que se tratarán durante el evento.
"Este es un
momento de escucha de la Iglesia, eso es lo que se tiene que entender,
con el trabajo tan importante de los periodistas", reflexionó.
En su mensaje a los participantes hombres y mujeres que serán parte de
la reunión destinada a debatir, entre otros temas de alto impacto
mediático, sobre la acogida de las personas homosexuales y la comunión
de personas divorciadas vueltas a casar, el Papa dio líneas del tipo de
Iglesia que imagina.
Así, Jorge Bergoglio habló de una Iglesia
que, "en medio de las olas a veces agitadas de nuestro tiempo, no se
desanima, no busca escapatorias ideológicas, no se atrinchera tras
convicciones adquiridas, no cede a soluciones cómodas, no deja que el
mundo le dicte su agenda".
"Queridos hermanos cardenales, hermanos obispos, hermanos y hermanas, estamos en la apertura de la Asamblea Sinodal. Y no nos sirve tener una mirada inmanente, hecha de estrategias humanas, cálculos políticos o batallas ideológicas"Papa Francisco
En una homilía, en la que llamó a que los participantes del Sínodo rechacen el "espíritu de división y de conflicto", el pontífice volvió a plantear también la apertura de la institución "a todos", como había hecho en un vuelo al regreso de Portugal en agosto.
"Una Iglesia que acoge. En una época compleja como la actual, surgen nuevos desafíos culturales y pastorales, que requieren una actitud interior cordial y amable, para poder confrontarnos sin miedo", sostuvo.
De acuerdo con el pontífice, el Sínodo debe mostrar una Iglesia "que no impone cargas y que repite a todos: 'vengan, todos los que están afligidos y agobiados, vengan ustedes que han extraviado el camino o que se sienten alejados, vengan ustedes que le han cerrado la puerta a la esperanza'".
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El actual proceso sinodal de la Iglesia nos presenta el desafío de
pasar de un modelo de colaboración entre laicas/os y clérigos a otro de
corresponsabilidad entre todos los bautizados, miembros de un mismo
Pueblo de Dios. Esta transición no está exenta de perplejidades, sobre
todo por parte de aquellas/os que ven el Sínodo como una
degeneración eclesial hacia el asambleísmo.
El ejercicio de la conversación espiritual puede ayudar a limar estos
prejuicios y establecer verdaderas relaciones horizontales donde cada creyente pueda aportar los carismas recibidos para realizar la misión de la Iglesia. P. Raúl Arderí, SJ
En la expresión Sínodo entran tres categorías de elementos:
1. Eclesiológicos
La común dignidad de todos los fieles, el sensus fidei y la corresponsabilidad eclesial. Aquí hace relación a Lumen Gentium: todos los bautizados como constituyentes del Pueblo de Dios (LG 11). Aquí son importantes: la unión espiritual de todos los fieles, la infalibilidad en el creer o el consensus fidelium y la participación del pueblo de Dios en la función profética de Cristo. Por lo tanto todos los bautizados son sujetos cualificados en la evangelización (EG 119).
El primer grado de sinodalidad se da en las Iglesias particulares: Consejo de pastoral, Consejo presbiteral, Consejo de consultores. Pero se pueden abrir otros espacios de consulta, como asambleas extraordinarias.
Segundo nivel los Concilios Particulares y las Conferencias Episcopales.
Tercer nivel: la Iglesia universal: esta se realiza en la modalidad de los Sínodos de los obispos
2. Espirituales
Se trata del discernimiento espiritual y pastoral.
Se necesita abrir nuevos caminos y escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Discernir los problemas regionales. El elemento fundamental es buscar la voluntad de Dios para su Iglesia hoy. Y esto se hace en ambiente de oración.
3. Elementos formales: la praxis de sinodalidad
Se debe hacer amplia consulta a todo el pueblo de Dios. Es para auscultar el sensus fidei. Luego la escucha a los pastores. Y aquí está la escucha al obispo de Roma: pastor y doctor de todos los cristianos: Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I.
¿Cuál es el valor teológico de la consulta y no sólo del voto?
La forma está expresada por San Cipriano: “nihil sine episcopo…nihil sine consensu vestro”: Nada sin el obispo, nada sin vuestro consejo. Y dice: nada sin el consejo del pueblo.
Laicos y mujeres, con voz (y voto) en el Sínodo
La mayor novedad está en la decisión de
añadir "otros 70 miembros no Obispos, que representan a otros fieles
del Pueblo de Dios (sacerdotes, personas consagradas, diáconos, fieles
laicos) y que proceden de las Iglesias locales"
Con todo, los elegidos no obispos no
superarán el 25% del total. Tres cuartas partes de los votantes seguirán siendo
prelados
Reforma histórica, casi revolucionaria de
Francisco. Justo después de la finalización del primer encuentro la Santa
Sede anunciaba que, al menos 80 de los participantes, con derecho a voto, en el
próximo Sínodo de octubre, no serán obispos. Y, lo que resulta mucho más
novedoso, el Papa reclama "que el 50% de ellos sean mujeres y que
se valore también la presencia de jóvenes".
Y sinodalidad no tiene que ver con democracia. Tiene que ver con “caminar juntos”. El pueblo de Dios, fieles cristianos, que peregrinamos en la tierra todos unidos predicando la buena nueva de la venida del salvador y su mensaje del mandamiento del amor a Dios y al prójimo como hijo de Dios y por tanto hermano, mandamiento que resume lo que Dios quiere y espera de nosotros. Es lo que se dio en la Iglesia desde sus orígenes y que hoy los cristianos debemos hacer más auténtico y más real.
Ignacio Garay
Tiempos nuevos a problemas viejos.No hay más, Francisco lidera un cambio profundo en la Iglesia, cuyos resultados lo veremos en décadas y donde el Obispo lo permita.
Los adversarios de Francisco son muchos, pero igual o hasta menos que Jesús el Nazareno.
- De la Iglesia como sociedad perfecta a la Iglesia como comunidad de creyentes.
- Del mundo como enemigo del alma, junto con el demonio y la carne, al mundo como espacio privilegiado donde vivir la fe cristiana.
- De la condena y del anatema contra la modernidad y las religiones no cristianas, al diálogo multilateral: con el mundo moderno, la ciencia, cultura, el ateísmo, etc., superando etapas anteriores de enfrentamientos entre ciencia y religión y de guerras de religiones.
- De la condena de los derechos humanos como contrarios a la ley natural, a la ley de Dios y a los derechos de la Iglesia, al reconocimiento de la cultura de los derechos humanos proclamados en la Declaración Universal de la ONU en 1948 y recogidos por el concilio en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual.
- De la condena de la secularización como contraria al cristianismo, a la defensa de la misma entendida como autonomía de las realidades temporales en cuyo clima es necesario vivir la experiencia religiosa hoy. Dice el Vaticano II: «Todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad previas y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar, con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte».
- De la Iglesia “siempre la misma”, inmutable, a la Iglesia en permanente reforma, asumiendo el principio luterano de “Ecclesia semper reformanda”.
- Del integrismo católico al respeto a otras creencias.
- Del autoritarismo de Pío XII al conciliarismo de Juan XXIII.
- De la pertenencia a la Iglesia como condición necesaria para la salvación, al reconocimiento de la libertad religiosa como derecho humano fundamental.
Pero se mantuvieron intactas la estructura piramidal y la organización patriarcal
A pesar de los cambios, la estructura jerárquico-piramidal y la organización patriarcal se mantuvieron intactas.
A pesar de definir a la Iglesia como pueblo de Dios, este pueblo no es soberano, sino que está sometido a la autoridad no democrática del Sumo Pontífice.
A pesar de acentuar la igualdad de todos los cristianos por el bautismo, el propio Vaticano II ratificó la «constitución jerárquica de la Iglesia y particularmente el episcopado», y propuso «la institución, perpetuidad, fuerza y razón de ser del sacro primado del Romano Pontífice y de su magisterio infalible… como objeto firme de fe a todo» (Constitución “Luz de las gentes”, capítulo 3).
El papa Francisco: salir a las periferias
Francisco ha sintonizado con Juan XXIII y recuperado el Vaticano II sin quedarse en la materialidad de sus textos –algunos ya superados–, sino yendo más allá con la intención de responder a los nuevos desafíos de nuestro tiempo en la esfera internacional, a los nuevos climas interculturales, interreligiosos e interétnicos, de ser sensible a los “signos de los tiempos” e iniciar la reforma de la Iglesia, venciendo la resistencia de un sector de la Curia romana y de una parte no pequeña del episcopado mundial.
Ha renunciado a la tendencia autorreferencial de la Iglesia y ha llamado a salir a las periferias existenciales, sociales y eclesiales. Él mismo lo ha puesto en práctica en sus viajes a lugares donde impera la pobreza extrema, la injusticia estructural, la exclusión y la marginación social: campos de refugiados y refugiadas, favelas, hospitales, centros de personas con otras capacidades, prisiones, suburbios, países en guerra, pueblos indígenas, comunidades campesinas, países del Sur global, etc.
CONTINE N TAL DEL SÍNODO (NOVIEMBRE - diciembre)
Se utiliza el Documento de la Etapa Continental (DEC)
El trabajo personal, imprescindible, antes de la primera reunión consistirá en tener en cuenta las tres preguntas del nº 106 del Documento de la Etapa Continental (DEC) y traer leído todo el documento con calma.
Trabajo en grupo: se recomienda dedicar 2 o 3 reuniones a esta fase y planificarlas a lo largo de noviembre y diciembre de 2022, ya que las aportaciones se entregarán antes del 23 de diciembre de 2022 al equipo sinodal diocesano. Para cualquier duda, está disponible el teléfono de la fase diocesana: 673 625 977 y el
mail: sinodo@iglesianavarra.org.
Señor, has reunido a todo tu Pueblo en Sínodo.
Te damos gracias por la alegría experimentada en quienes han decidido ponerse en camino a la escucha de Dios y de sus hermanos y hermanas durante este año, con una actitud de acogida, humildad, hospitalidad y fraternidad.
Ayúdanos a entrar en estas páginas (DEC) como en “tierra sagrada”.
Ven Espíritu Santo: ¡sé tú el guía de nuestro caminar juntos!
Guardamos un minuto de silencio. Intentamos descubrir mejor el contenido de lo que hemos
ido diciendo en las frases de esta oración. Quien quiera puede leer una de las frases que más
le ha impactado o podemos compartir lo que cada uno hayamos descubierto en esa oración.
Moderador/a del grupo presenta las 2 o 3 reuniones que va a dedicar el grupo a la fase
continental, para contestar a las tres preguntas del DEC (nº 106), priorizando la pregunta
tercera. Conviene traer las respuestas por escrito.
Recuerda la “metodología de la conversación espiritual”, que ya utilizamos en la fase diocesana para escucharnos y escuchar al Espíritu en un clima orante, con sus tres fases: la
toma de la palabra de cada participante, la resonancia de la escucha de los demás y el
discernimiento de los frutos por parte del grupo.
Se pueden leer algunos de los números del DEC que nos invitan a crecer en espiritualidad
sinodal mediante esta metodología, por ejemplo, los nº 86 y 87.
CONTINE N TAL DEL SÍNODO (NOVIEMBRE - diciembre)
Se utiliza el Documento de la Etapa Continental (DEC)
2. ESCUCHAMOS LA PALABRA DE DIOS: “ENSANCHA TU TIENDA” (Is 54, 2)
Moderador/a invita a leer a varias personas del grupo los textos nº 25 a 28:
ayudan hoy a centrarnos en lo que el Señor nos llama a través de la experiencia de una sinodalidad vivida: «Ensancha el espacio de tu tienda, extiende los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, refuerza tus estacas» (Is 54,2).
26. La palabra del profeta recuerda al pueblo exiliado la experiencia del éxodo y la travesía del desierto, cuando vivían en tiendas, y anuncia la promesa del regreso a la tierra, signo de alegría y esperanza. Para prepararse, es necesario ampliar la tienda, actuando sobre los tres elementos de su estructura. El primero son los toldos, que protegen del sol, el viento y la lluvia, delineando un espacio de vida y convivencia. Deben desplegarse, para que también puedan proteger a los que todavía están fuera de este espacio, pero que se sienten llamados a entrar en él. El segundo elemento estructural de la tienda son las cuerdas, que mantienen unidos los toldos. Deben equilibrar la tensión necesaria para evitar que la tienda se derrumbe con la flexibilidad que amortigüe los movimientos provocados por el viento.
Por lo tanto, si la tienda se expande, deben alargarse para mantener la tensión adecuada.
Por último, el tercer elemento son las estacas, que anclan la estructura al suelo y garantizan
su solidez, pero que siguen siendo capaces de moverse cuando hay que montar la tienda en
otro lugar.
27. Escuchadas hoy, estas palabras de Isaías nos invitan a imaginar a la Iglesia como una
tienda, o más bien como la tienda del encuentro que acompañó al pueblo en su travesía por
el desierto. Está llamada a expandirse, pero también a moverse. En su centro está el
tabernáculo, es decir, la presencia del Señor. La firmeza de la tienda está garantizada por la
solidez de sus estacas, es decir, los cimientos de la fe que no cambian, pero sí pueden ser
trasladados y plantados en un terreno siempre nuevo, para que la tienda pueda acompañar
al pueblo en su caminar por la historia. Por último, para no hundirse, la estructura de la
tienda debe mantener el equilibrio entre las diferentes presiones y tensiones a las que está
sometida. Esta metáfora expresa la necesidad del discernimiento. Así es como muchas síntesis imaginan a la Iglesia: una morada espaciosa, pero no homogénea, capaz de cobijar a todos, pero abierta, que deja entrar y salir (cf. Jn 10,9), y que avanza hacia el abrazo con el Padre y con todos los demás miembros de la humanidad.
28. Ensanchar la tienda requiere acoger a otros en ella, dando cabida a su diversidad.
Implica, por tanto, la disposición a morir a sí mismo por amor, encontrándose en y a través
de la relación con Cristo y con el prójimo: «En verdad, en verdad os digo que, si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). La fecundidad de la Iglesia depende de la aceptación de esta muerte, que no es, sin embargo, una aniquilación, sino una experiencia de vaciamiento de uno mismo para dejarse llenar por Cristo a través del Espíritu Santo y, por tanto, un proceso a través del cual recibimos como un don las relaciones más ricas y los vínculos más profundos con Dios y con los demás. Esta es la experiencia de la gracia y la transfiguración. Por eso, el apóstol Pablo recomienda: «Tened en vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual al Dios; al contrario, se despojó de sí mismo» (Flp 2,5-7). Con esta condición, todos y cada uno/a de los miembros de la Iglesia, serán capaces de cooperar con el Espíritu Santo en el cumplimiento de la misión encomendada por Jesucristo a su Iglesia: es un acto litúrgico, eucarístico.
Moderador/a del grupo lee los nº 105 y 106 del DEC,PR
Otra forma de interpretar la pregunta 1: Partiendo siempre de la experiencia propia, ¿qué intuiciones del DEC coinciden más con nuestra experiencia de Iglesia y cuáles nos parecen más novedosas e/o iluminadoras?
¿qué tensiones o divergencias sustanciales surgen como particularmente importantes? En
consecuencia, ¿cuáles son las cuestiones e interrogantes que deberían abordarse y considerarse en las próximas fases del proceso?»
los temas recurrentes y las llamadas a la acción que pueden ser compartidas con las otras Iglesias locales de todo el mundo y discutidas durante la Primera Sesión de la Asamblea Sinodal en octubre de 2023?»
Otra forma de interpretar la pregunta 3: ¿Cuáles son los temas prioritarios que creéis deberían ser
tratados en la Primera Sesión de la Asamblea Sinodal en octubre de 2023?
Damos gracias a Dios e invocamos su ayuda, rezando la oración del Sínodo:
“Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre. Tú que eres nuestro verdadero
consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino,
muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y
pecadoras. No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos. Concédenos el don del
discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por prejuicios y falsas
consideraciones. Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la
verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida
eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el
Hijo por los siglos de los siglos. Amén”.
El secretario/a escribirá las respuestas, con una extensión máxima de un A4 (unas 500 palabras) Las remitirá al enlace: https://forms.gle/VcVtQGTgsH7mz4HRA disponible en la web de
www.iglesianavarra.org. Si no es posible contestar por medio del enlace indicado, las respuestas en formato Word se enviarán a la dirección: sinodo@iglesianavarra.org Indicará la comunidad, parroquia o asociación y localidad, así como una dirección de correo electrónico de contacto. El plazo límite para enviarlas será el 23 de diciembre y, si es posible, antes. 14 de enero, 11 h:presentación en el salón de actos del Seminario de la síntesis de las respuestas recibidas.
DOCUMENTO DE TRABAJO PARA LA ETAPA CONTINENTAL (DEC)
Introducción
• Es un precioso tesoro teológico contenido en el relato de una experiencia: “Haber escuchado la voz del Espíritu por parte del Pueblo de Dios, permitiendo que surja su sensus fidei” (Nº 8)
• Ha de ser leído “CON LOS OJOS DEL DISCÍPULO, que lo reconoce como el testimonio de un camino de conversión hacia una Iglesia sinodal que, a partir de la escucha, aprende a renovar su misión evangelizadora a la luz de los signos de los tiempos, para seguir ofreciendo a la humanidad un modo de ser y de vivir en el que todos puedan sentirse incluidos y protagonistas” (Nº 13)
1. La experiencia del proceso sinodal: Haber descubierto que todos, por el bautismo, compartimos la dignidad y la vocación común de participar en la vida de la Iglesia
1.1 «Los frutos, las semillas y las malas hierbas de la sinodalidad»
1.2 La dignidad bautismal común
2. A la escucha de las Escrituras Ensancha el espacio de tu tienda (Is 54,2)
3. HACIA UNA IGLESIA SINODAL MISIONERA (nº 29-97): Comunión,
participación, misión, tras escuchar a los fieles.
3.1 La escucha que se convierte en acogida (32-34): Formarse para la escucha con un deseo de inclusión radical
Una opción por los jóvenes, las personas con discapacidad y la defensa de la vida (35-37)
A la escucha de quien se siente abandonado y excluido (38-40)
3.2 Hermanas y hermanos para la misión (41-42) Hacer presente a Cristo en el mundo de hoy. Para
ello, Dios nos llama a caminar juntos con toda la familia humana
La misión de la Iglesia en el mundo de hoy (43-47)
Caminar juntos con todos los cristianos (48-49)
Contextos culturales (50-52)
Culturas, religiones y diálogo (53-56)
3.3 Comunión, participación y corresponsabilidad (de todos los bautizados para la misión) (57)
Más allá del clericalismo (58-59)
Repensar la participación de las mujeres (60-65)
Carismas, vocaciones y ministerios (66-70)
3.4 La sinodalidad toma forma (71-72) Dar una forma sinodal a todas las instituciones de gobierno en la Iglesia y formar a todos en la sinodalidad que acoge
Estructuras e instituciones (73-81)
Formación (82-83)
Espiritualidad (84-87)
3.5 Vida sinodal y liturgia (88) un estilo sinodal de celebración litúrgica que permita la participación
activa de todos los fieles
Un arraigo profundo (89-90)
Tensiones a gobernar: renovación y reconciliación (91-94)
Celebrar con estilo sinodal (95-97)
4. Próximos pasos
4.1 Un camino de conversión y reforma, con el deseo de ser menos una Iglesia de mantenimiento y conservación, y más una Iglesia misionera en la que nadie se sienta excluido y se anuncie de forma creíble el Evangelio
4.2 Metodología de la Etapa Continental: La pregunta básica, las tres preguntas y las etapas clave
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La Iglesia católica mundial se ha embarcado oficialmente en el “proceso sinodal 2021-2023”. El Papa Francisco lanzó el proyecto en el Vaticano el 10 de octubre con una misa en la Basílica de San Pedro y los obispos de todo el mundo (aunque no todos) inauguraron el proceso a nivel diocesano el domingo siguiente con celebraciones en sus catedrales locales.
El secretariado del Sínodo de los Obispos en Roma ha puesto un gran énfasis en la escucha a Dios en el Espíritu Santo y unos a otros. Pero en la tradición cristiana, el acto de escuchar siempre está relacionado con la lectura: no solo la Escritura, sino también todo lo que conduzca a escuchar la revelación de Dios en la historia y en nuestra vida para discernir las formas en que Dios nos habla hoy.
El problema es que existen hoy nuevas formas de analfabetismo e ignorancia que afectan a la Iglesia, y este es un elemento clave para comprender por qué algunos católicos parecen indiferentes o desinteresados por el “proceso sinodal”. Parte de la reticencia tiene sus raíces en una oposición al Papa Francisco o al Concilio Vaticano II. Pero el problema es mucho más profundo.
De la imprenta a las redes sociales
La Reforma y el Concilio de Trento (1545-63) tuvieron lugar en el siglo XVI durante la época de la imprenta, y los libros tuvieron un impacto importante en la cultura religiosa y los debates teológicos de esa época.
El Concilio Vaticano I (1869-70) se celebró en el siglo XIX durante la era de los periódicos, las revistas y el surgimiento de los intelectuales públicos.
Cuando llegó el Vaticano II (1962-65), ya estábamos en la era de la televisión y los medios de comunicación.
Y ahora tenemos que el proceso sinodal 2021-2023, la mayor consulta del Pueblo de Dios en la historia de la Iglesia, tiene lugar en la era de las redes sociales y digitales, un fenómeno que ha demostrado que la Iglesia está profundamente dividida a lo largo de líneas generacionales y culturales.
Muchos de los que pertenecen a la gerontocracia católica son analfabetos digitales, mientras que las personas de otras secciones de la Iglesia son analfabetas en un sentido más tradicional de la palabra. Incluso en las instituciones católicas de educación superior tenemos muchas personas que están “graduadas pero no alfabetizadas”.
Hay signos inquietantes de una caída del nivel cultural entre los católicos de hoy. En Europa y el mundo occidental, muchos periódicos, revistas y editoriales católicos han cerrado en los últimos años.
El fin de una era
Después de alimentar el intelecto de los católicos durante generaciones, especialmente durante el Concilio Vaticano II y las primeras décadas posteriores al Concilio, ahora hay menos vías para la producción cultural y el consumo de escritos que puedan ayudar a los creyentes a dar sentido a los signos de los tiempos.
Uno de los últimos ejemplos es la impactante noticia de la quiebra y el cierre de una de las editoriales católicas más importantes de Italia, Edizioni Dehoniane .Con sede en Bolonia, ha producido muchos volúmenes esenciales a lo largo de los años, incluida la edición italiana de la aclamada Biblia de Jerusalén. El cierre de esta editorial marca el final de una era para la cultura católica en Italia y genera serias preocupaciones sobre cómo los creyentes continuarán comprometidos intelectualmente en el futuro.
La Curia romana, el Vaticano y las universidades y academias pontificias de Roma fueron una vez centros de producción y consumo cultural, pero hoy ya no es así o al menos no en la misma medida que antes.
He perdido la cuenta de cuántas librerías religiosas en la Ciudad Eterna han cerrado en los últimos años y me pregunto cuántas más se cerrarán. El problema no es solo la aparición del comercio electrónico, las bibliotecas digitales o la pandemia. Lo que estamos presenciando es un cambio sustancial en la cultura de los católicos en comparación con las expectativas suscitadas por las reformas del Vaticano II.
No se espera ni se requiere que todos los católicos sean ratones de biblioteca o posean una biblioteca, literal o figurativamente. Pero las expectativas deben ser mayores para los líderes ordenados y laicos de la Iglesia.
Ser una “Iglesia que escucha” no significa simplemente escucharse unos a otros o escuchar al Espíritu Santo. También significa escuchar lo que la cultura, religiosa y secular, tiene que decirle a la Iglesia.
El Concilio de Trento abordó el problema de la ignorancia entre el clero. Hoy, unos 450 años después, hay indicios de que la Iglesia católica vuelve a afrontar el mismo problema , en un momento en el que su liderazgo está o ya no debería identificarse únicamente con el clero.
La suposición de que los líderes de la Iglesia pueden permitirse el lujo de ser ignorantes es simplemente otra forma de clericalismo.
Asamblea Final Sinodal de la Conferencia Episcopal Española
Madrid, 11 de junio de
2022
EL SÍNODO,
TIEMPO HABITADO POR EL ESPÍRITU
Comunión, comunidad, escucha y
diálogo, corresponsabilidad, formación,
presencia pública,
misión son palabras –todas ellas conectadas entre sí– que resuenan con fuerza en
las síntesis recibidas. La comunión se vive en la comunidad, de cuya edificación y desarrollo todos somos corresponsables, bajo la
acción del Espíritu Santo; una comunidad que escucha acoge, nos
permite vivir, celebrar y crecer en la fe y nos anima a
comprometernos en el mundo para transformar la realidad y
anunciar a Jesucristo.
A) Iglesia en camino: la voz del
Espíritu dentro de la Iglesia
Como punto de partida,
destacan dos ideas fundamentales: de un lado, avanzar en el cumplimiento de la misión de la Iglesia requiere partir de una
fuerte conversión personal, comunitaria y pastoral; de
otro, no podemos ser Iglesia desde la lejanía, sino que
resulta imprescindible la apertura, la escucha, ir allí donde están quienes nos necesitan, como una forma de entender nuestra misión.
Desde la
perspectiva de la conversión, somos muy conscientes del papel de la oración, los sacramentos, la activa participación en las celebraciones y
la formación sobre los contenidos de nuestra fe;
en definitiva, de la necesidad de vivir una
espiritualidad dinámica
que nos conduzca a una renovación interior y a una transformación exterior, a madurar el sentido sobrenatural de la fe para
no quedarnos en lo puramente ritual. Renovar el encuentro con
Jesús, el Señor, es el punto de partida de cualquier
proceso de cambio para dar respuesta a las urgencias que estamos detectando. No podemos ser creíbles en el exterior si no
cuidamos el interior.
Nos preocupa la secularización de los bautizados, la pérdida
de la identidad
cristiana de los
creyentes y, por derivación, de las estructuras de las que formamos parte
–instituciones y centros de la Iglesia–. Efectivamente, la conversión no puede
quedarse solo en lo personal: debe afectar a la organización de nuestra Iglesia
para que todas las estructuras se vuelvan más misioneras.
Juega un papel muy
importante, en relación con esta cuestión, la celebración de la fe. Observamos que la liturgia –a pesar de su importancia como
instrumento privilegiado de santificación, de
conversión y de evangelización, así como de
edificación de la
comunidad– se vive de una forma fría, pasiva, ritualista, monótona, distante. Ello es así en gran medida por las carencias formativas sobre
sus contenidos, que lleva al desconocimiento de lo que es y
significa, y por la falta de participación en su desarrollo, que
conduce a la indiferencia. Todo ello tiene como consecuencia
la desconexión entre las celebraciones litúrgicas y nuestra vida, por lo que resulta imprescindible potenciar la formación en liturgia y promover
una participación viva y fructuosa, a través de la creación de
equipos de animación litúrgica. Resuena también con
fuerza la necesidad de reflexionar seriamente sobre la adaptación de los lenguajes, de los ornamentos y de parte de los
ritos que están más alejados del momento presente,
así como de repensar el papel de la homilía – en tanto que
parte integrante de la liturgia– como elemento fundamental para entender la
celebración y para la formación de los fieles laicos.
Adicionalmente, se considera que la preparación de la liturgia debe cuidarse especialmente en aquellas celebraciones a las que asisten personas que no participan activamente de la vida de la Iglesia. En definitiva, hemos de lograr que las celebraciones toquen el alma de los fieles. Más en concreto, el Espíritu nos pide profundizar en la vida de oración, sin la cual no podemos vivificar a la Iglesia. Necesitamos sentirnos comunidad viva, coherente,
que asume sus errores y carencias y camina hacia el futuro con la práctica de la oración y la ayuda de la gracia del Espíritu.
Desde la perspectiva de la vivencia y celebración de la fe, se valora mucho la parroquia como principal espacio para el ejercicio de la vida cristiana, como lugar de comunión, de cercanía, que ayuda a superar el individualismo, a conocerse, a quererse. También, más en particular, la pertenencia a un grupo de referencia.
Somos Iglesia de muchos modos y, en ocasiones, muy diversos entre sí. Pero esa pluralidad ha de ser asumida en clave de complementariedad y hemos de ser capaces de lograr la unidad sin caer en la tentación de imponer la uniformidad.
Percibimos, en cierto sentido, que hemos de recuperar el valor de la comunión eclesial sobre la vivencia de lo particular o grupal, que puede llegar a ser excluyente. Aunque apreciamos la riqueza de las distintas realidades eclesiales, tenemos la sensación de que no nos conocemos y andamos divididos. Junto con ello, los cristianos no podemos vivir como si fuéramos una realidad social ajena a este mundo. Debemos caminar junto con la sociedad actual y ello implica esforzarnos por abrirnos a todos. Una resonancia especial posee la necesidad de mostrarnos como Iglesia que escucha y acompaña, también que anima y llega a la vida real de las personas. Ciertamente, la palabra escucha ha sido una de las más subrayadas por los grupos sinodales.
La escucha del Espíritu es experiencia originaria y permanente. Hemos de ser capaces de construir comunidades que la pongan en práctica, acogedoras, cercanas e inclusivas, que acompañen y sepan mostrar la ternura de Dios, particularmente a aquellas personas que son excluidas o rechazadas por la sociedad. Ello permitiría ir rompiendo prejuicios y clichés contra la Iglesia, favoreciendo el diálogo con la sociedad.
Desde esta perspectiva, coincidimos en la importancia del papel de los sacerdotes en el acompañamiento espiritual y les pedimos por ello una mayor cercanía a la comunidad. Al mismo tiempo, somos conscientes de que recae sobre el resto de los miembros del Pueblo de Dios la responsabilidad fundamental de colaborar activamente en la construcción de comunidades que acojan y acompañen.
En definitiva, hemos de lograr pasar de eventos pastorales a procesos de vida cristiana, sobre todo porque, en ocasiones, percibimos el agotamiento y el cansancio por no ver con claridad hacia dónde vamos; de algún modo, tenemos la sensación generalizada de que hacemos muchas cosas que no llevan a ninguna parte.
En particular, se pone de manifiesto la necesidad de que la acogida esté más cuidada en el caso de las personas que necesitan de un mayor acompañamiento en sus circunstancias personales por razón de su situación familiar –se muestra con fuerza la preocupación por las personas divorciadas y vueltas a casar– o de su orientación sexual. Sentimos que, como Iglesia, lejos de quedarnos en colectivos identitarios que difuminan los rostros, hemos de mirar, acoger y acompañar a cada persona en su situación concreta.
El paso de la vivencia interior de la fe a la presencia pública transformadora de la sociedad tiene como puente la formación. A este respecto, sin embargo, reconocemos graves carencias, particularmente en los fieles laicos, pero también en los sacerdotes.
En cuanto a los sacerdotes, se pide una formación que profundice más en la vida apostólica, en la clave de la sinodalidad y en la corresponsabilidad, con reconocimiento del papel propio de los fieles laicos, de la autoridad entendida no como poder, sino como servicio. En concreto, se insiste mucho en que la formación de nuestros seminaristas esté iluminada con estas claves.
Respecto de los laicos, se puede detectar una clara paradoja en las aportaciones.
Al tiempo que se ve imprescindible potenciar procesos formativos –integrales y de carácter permanente que conduzcan a un compromiso transformador de la realidad, con una fuerte presencia de la Doctrina Social de la Iglesia–, no se asumen como propios; no existe un compromiso firme con la formación en el caso de la inmensa mayoría de los fieles. Ello conduce a profesar una fe débil, llena de lagunas y carencias, e incapacita para dar testimonio público de ella, porque se percibe inseguridad, miedo, falta de preparación para el diálogo. A nivel más de detalle, los laicos piden a sus pastores valentía y mayor claridad en temas complejos que generan gran debate social.
Vemos claro que la formación nos tiene que llevar al compromiso y afectar a nuestra propia vida. Los documentos magisteriales son abundantes y los centros especializados de formación no faltan, pero se precisa comprender la necesidad de articular procesos formativos y de animar a comprometernos con ellos. En relación con esta cuestión, se valora muy positivamente la pertenencia a un equipo de vida como marco adecuado para la formación, entendida en sentido amplio y no como mera adquisición de saberes; un equipo que, no obstante, no esté encerrado en sí mismo, sino abierto a la comunidad, para no crear barreras ni hacer acepción de personas.
Dos de las cuestiones que más reflexiones ha suscitado son la complementariedad de las tres vocaciones, todas llamadas a la santidad –la vocación laical, la vocación a la vida consagrada y la vocación al sacerdocio– y, en relación con ella, la corresponsabilidad de los fieles laicos.
Somos muy conscientes del papel imprescindible de los sacerdotes en la vivencia y celebración de la fe, singularmente en la eucaristía y el perdón, así como en la animación y edificación de la comunidad. Por eso nos duele particularmente la falta de entusiasmo de una parte muy relevante de los sacerdotes de las distintas comunidades locales y nuestra falta de eficacia como comunidad a la hora de acompañarlos en la vivencia de su vocación.
Una concreción de ello es lo que podemos llamar clericalismo bilateral, es decir,un exceso de protagonismo de los sacerdotes y un defecto en la responsabilidad de los laicos. Vemos que tiene una doble causa: por un lado, los sacerdotes, por inercia, desempeñan funciones que no les son propias y no impulsan la corresponsabilidad laical; por otro lado, los laicos no asumen su papel en la edificación de la comunidad, por comodidad, por inseguridad, por miedo a equivocarse o por experiencias negativas anteriores.
Se entiende generalmente que “lo de dentro es cosa de curas
y lo de fuera cosa de laicos” y que, desde el punto de vista institucional, la Iglesia está más organizada sobre el sacramento del orden que sobre el sacramento del bautismo –ambos recíprocamente imprescindibles–.
Se señala con insistencia la necesidad de ampliar los espacios de participación, de animar a más personas a que se comprometan en ellos, de ayudar a los bautizados a descubrir que son Iglesia y que, como tales, todo lo que le afecta les concierne. En este sentido, el apostolado asociado se ve y valora como un medio eficaz para descubrir y vivir la corresponsabilidad en la vida y misión de la Iglesia.
Derivado de lo anterior, el autoritarismo en la Iglesia (autoridad entendida como poder y no como servicio), con sus correspondientes consecuencias –clericalismo, poca participación en la toma de decisiones, desapego de los fieles laicos– es una de las principales críticas que aparece en las aportaciones de los grupos sinodales.
El papel de los laicos y de la vida consagrada en el momento presente es imprescindible e insustituible, y hemos de ser capaces de encontrar el modo y los espacios para que puedan desarrollarlo en toda su plenitud.
Valoramos mucho a nuestros hermanos consagrados, si bien somos conscientesde que no les tenemos tan presentes como deberíamos. Por ello, resulta importante cuidar las mutuas relaciones con los miembros de la vida consagrada, que vemos como un carisma de la Iglesia, que se vive en la Iglesia y el Espíritu lo da al servicio de la Iglesia y de toda la humanidad. En particular, valoramos muy positivamente que la vida contemplativa también ha vivido este proceso sinodal desde la oración, la lectio divina y el discernimiento comunitario tan propio de los monasterios.
B) Iglesia en salida: diálogo con el mundo
No somos Iglesia para nosotros mismos, sino para los demás. Desde esta perspectiva, se insiste claramente en la necesidad de abandonar la visión de una Iglesia de mantenimiento para avanzar hacia una auténtica Iglesia en salida, aunque suponga asumir algunos riesgos. Transformar la pastoral de conservación en una pastoral de conversión y de evangelización constituye una exigencia ineludible en la actualidad. En coherencia con ello, consideramos que la comunión ha de conducirnos a un estado permanente de misión: encontrarnos, escucharnos, dialogar, reflexionar, discernir juntos son acciones con efectos positivos en sí mismas, pero no se entienden si no es con el fin de impulsarnos a salir de nosotros y de nuestras comunidades de referencia para la realización de la misión que tenemos encomendada como Iglesia. Se percibe, sin embargo, una clara fractura entre Iglesia y sociedad. Aquélla es vista como una institución reaccionaria y poco propositiva, alejada del mundo de hoy. En parte, consideramos que la responsabilidad es nuestra, porque no sabemos comunicar bien todo lo que somos y hacemos. Esta imagen de la Iglesia nos duele – porque la amamos– y, en cierto sentido, la sensación de que no llegamos a la sociedad y de que los prejuicios contra la Iglesia son insalvables nos conduce a un profundo desánimo que dificulta la presencia evangelizadora y transformadora de la realidad.
Creemos que la Iglesia, de la que nos sentimos miembros, debe acercarse a los hombres y mujeres de hoy, sin renunciar a su naturaleza ni a la fidelidad al Evangelio, estableciendo un diálogo con otros actores sociales, con el fin de mostrar su rostro misericordioso y contribuir a la realización del bien común. Somos Iglesia viva y alegre al servicio de la misión, pero hemos de manifestarlo a todos. Al mismo tiempo, esa presencia en la realidad puede ayudarnos a escuchar la voz de Dios en la vida social para atender mejor los desafíos que nos plantea.
En definitiva, la Iglesia sigue estando llamada a hacerse presente en la Historia. Sin embargo, falta espíritu evangelizador en nuestras comunidades, más centradas en sí mismas que en abrirse a todas las personas que habitan el territorio en el que se ubican. En particular, aunque los laicos son conscientes de estar llamados a hacerse presentes en la vida pública, cuesta atender esa tarea, en parte porque no sienten el apoyo y el acompañamiento de la comunidad. Se anhelan líderes cristianos en los diferentes ámbitos de la vida pública –política, economía, educación, cultura...– y se ve imprescindible impulsar procesos de formación de estos laicos cristianos que viven la caridad política, así como de acompañamiento en el desarrollo de sus tareas.
En cuanto a la Iglesia como institución social, vemos imprescindible su
participación en la vida comunitaria, pero consideramos que hemos de ser capaces de impulsar una Iglesia que se preocupe más de abrir procesos movida por el Espíritu que de ocupar espacios. Más allá de la corresponsabilidad y de la participación en la misión de la Iglesia, se insiste particularmente en tres extremos relativos a su organización: la necesidad de una mayor profesionalización en los asuntos de gobierno (esto es, de contar con expertos para la toma de decisiones en los distintos sectores en los que estamos presentes); la conveniencia de extender la transparencia a otros ámbitos diferentes del meramente económico –respecto del cual se valora muy positivamente en términos generales–, para explicar cómo contribuimos al bien común; y la urgencia de una mayor presencia en los medios de comunicación generalistas, tanto en los tradicionales como en los nuevos espacios virtuales, unida a un mejor aprovechamiento de los medios propios. En particular, se valora mucho la acción de Cáritas como canalizadora de la acción caritativo-social de la Iglesia.
IIl. TEMAS QUE HAN TENIDO UNA FUERTE RESONANCIA EN EL PROCESO SINODAL
Las cuestiones anteriormente destacadas –referidas al interior de la Iglesia y a su papel en la sociedad– están omnipresentes en las aportaciones de los grupos sinodales. Junto con ellas, han resonado con fuerza algunos temas específicos que conviene destacar y sobre los que resulta necesario un mayor ejercicio de discernimiento. Son los siguientes:
– En primer lugar, sin duda alguna, la referencia al papel de la mujer en la
Iglesia como inquietud, necesidad y oportunidad. Se aprecia su importancia en la construcción y mantenimiento de nuestras comunidades y se ve imprescindible su presencia en los órganos de responsabilidad y decisión de la Iglesia.
– Es patente la preocupación por la escasa presencia y participación de los jóvenes en la vida y misión de la Iglesia.
– La familia se ve como ámbito prioritario de evangelización.
– Ha tenido un eco importante el tema de los abusos sexuales, de poder y de
conciencia en la Iglesia, evidenciando la necesidad de perdón, acompañamiento y reparación.
– Mayoritario ha sido el sentir acerca de la necesidad de institucionalizar y
potenciar los ministerios laicales.
– Atención específica merece el tema del diálogo con las demás confesiones
cristianas y con otras religiones. Reconocemos que tenemos escasa experiencia ecuménica en nuestras comunidades, al tiempo que comprendemos la necesidad de establecer este diálogo allí donde no existe y, en su caso, de potenciarlo, con espacios e iniciativas compartidas que lleguen a todos los miembros de las comunidades.
Por último, destacamos algunas otras cuestiones relevantes que han surgido en diálogo sinodal, si bien con menor presencia:
– La necesidad de potenciar una presencia cualificada de la Iglesia en el mundo rural.
– La religiosidad popular como cauce de evangelización en un mundo
secularizado.
– La necesidad de fomentar la pastoral de los mayores.
– La conveniencia de incrementar la atención de determinados colectivos tales como presos, enfermos o inmigrantes.
Junto con todo lo anterior, aunque se trata de cuestiones suscitadas solo en algunas diócesis y, en ellas, por un número reducido de grupos o personas, vemos conveniente incorporar a esta síntesis, por su relevancia en el imprescindible diálogo eclesial y con nuestros conciudadanos, la petición que formulan acerca de la necesidad de discernir con mayor profundidad la cuestión relativa al celibato opcional en el caso de los presbíteros y a la ordenación de casados; en menor medida, ha surgido igualmente el tema de la ordenación de las mujeres.
En cualquier caso, en relación con estos temas, se detecta una clara petición de que, como Iglesia, dialoguemos sobre ellos con el fin de permitir conocer mejor el Magisterio respecto de los mismos y poder ofrecer una propuesta profética a nuestra sociedad.
Por último, debemos destacar, como particularidad de la Iglesia que peregrina en España, la fuerte resonancia en las síntesis diocesanas del proceso abierto con motivo del Congreso de Laicos celebrado en Madrid en febrero de 2020. Se percibe con nitidez que ese proceso ha sido precursor de este camino sinodal y que es asimismo la manera natural de darle continuidad.
IV. LA FUERZA DE LA SINODALIDAD Y LA CLAVE DEL DISCERNIMIENTO
Quienes nos hemos implicado en este proceso hemos experimentado con fuerza que la sinodalidad es el camino para seguir haciendo Iglesia; una Iglesia no autorreferencial, sino abierta y cercana a todos los hombres y mujeres de hoy y, por ello, queremos seguir en esta senda.
Nos hemos sabido escuchados, hemos sido libres al hablar, hemos experimentado esperanza, alegría, ilusión, coraje para cumplir nuestra misión, con un fuerte sentimiento comunitario de seguir en camino y de hacerlo juntos.
Sentimos un profundo agradecimiento por haber podido ser protagonistas del proceso. Junto con ello, realmente vemos en él algo nuevo, que nos abre horizontes hasta ahora poco explorados. En un momento en el que resulta patente que las cosas no pueden seguir igual y urge dar respuesta a desafíos ineludibles, percibimos que estamos asentando las bases para un nuevo modo de trabajar y de ser Iglesia y ello nos ilusiona y anima.
La participación nos ayuda a renovar nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia y fortalece la comunión (encontrarnos, rezar juntos, escucharnos, dialogar, nos hace crecer como comunidad); reflexionar y discernir unidos sobre cómo hemos de ser Iglesia en el momento presente nos lleva a volver a la esencia de la razón de nuestra existencia y misión: anunciar a Jesucristo. En definitiva, nos hace más auténticos, nos configura como discípulos-misioneros.
No obstante, esta certeza en la necesidad de seguir avanzando en la vía de la sinodalidad y (re)descubriendo lo que significa no impide que encontremos
dificultades y se manifiesten dudas e incertidumbres. El ejercicio de escucha sin filtros que hemos tratado de hacer no ha estado exento de esfuerzo; además, no son pocos quienes se preguntan si realmente servirá para algo este proceso de escucha, sobre todo relacionándolo con experiencias anteriores –sínodos asambleas diocesanas celebrados en algún momento más o menos reciente, que han generado frustración por quedar sin aplicaciones prácticas–. De algún modo, la voluntad de seguir avanzando se condiciona a que existan signos concretos que continúen motivando una mayor implicación y generando ilusión.
Nos sabemos escuchados, pero no protagonistas de la vida y misión de la Iglesia. También se considera, desde otra perspectiva, que hemos de ser capaces de no sobrecargar la experiencia sinodal. No podemos desconocer que existen muchos espacios sinodales; por ello, hemos de comenzar a llenarlos de contenido auténticamente sinodal para favorecer la participación y la toma de decisiones, sin perjuicio de que, allí donde se vea necesario, se abran nuevos caminos, siempre desde el discernimiento. A este respecto resuena con especial fuerza la idea de dar el paso de la consulta a la codecisión: que los órganos existentes no se limiten a ser instrumentos consultivos, sino que en ellos se adopten decisiones con madurez, honestidad y como fruto de un ejercicio de corresponsabilidad guiado por el discernimiento.
También hemos de destacar la insistencia acerca de la conveniencia de una mayor apertura del proceso de nombramiento de obispos y párrocos a la participación de la comunidad.
La sinodalidad, no obstante, se percibe como inseparable del discernimiento, otro de los extremos que resuena con fuerza en las síntesis diocesanas y que constituye el objetivo del proceso sinodal. El discernimiento se ve como un complemento necesario de la sinodalidad y un instrumento eficaz para evitar el clericalismo. Más en concreto, algunos grupos destacan que los cauces para el discernimiento son, entre otros, los espacios sinodales ya existentes, tales como los consejos parroquiales y diocesanos y las comunidades de referencia donde se comparte la vida y la misión.
Aunque no tenemos experiencia suficiente de qué es el discernimiento y cómo podemos llevarlo a cabo en nuestras comunidades, comprendemos que es camino seguro para abrirnos al Espíritu e ir identificando los pasos que hemos de dar.
Efectivamente, constatamos que no estamos todavía preparados para esta actitud interior y por eso necesitamos educarnos para un discernimiento personal y comunitario. Esto exige descubrir el plan y la voluntad de Dios para cada persona, estar atentos a las llamadas y retos de la Iglesia y del mundo aquí y ahora, mediante la escucha de la Palabra de Dios en un clima de oración. Y, sobre todo, entenderlo no como una acción de mera invocación del Espíritu, sino como una actitud sincera de escucha a su voz. El discernimiento es una clave verdadera para realizar la necesaria conversión en la Iglesia y para transformarnos en discípulos misioneros.
Se trata en definitiva de reconocer el paso de Dios por nuestra vida, de interpretar las llamadas del Espíritu y de elegir los caminos que el Señor nos señala para una conversión pastoral y misionera.
V. UNA MIRADA ESPERANZADA
En este tiempo de Gracia, todos cuantos hemos participado en el proceso sinodal hemos expresado nuestros sueños, deseos y compromisos con una Iglesia que sea más familia, más cercana a los necesitados, más valiente para afrontar los problemas del mundo de hoy y en la que sus miembros, apoyados en la Palabra,mostremos a todos la alegría y la belleza de seguir a Jesús.
A la luz del trabajo sinodal realizado en toda la Iglesia en España, sentimos con fuerza la llamada a caminar juntos y a renovar e incrementar nuestro modo de participar en la Iglesia, desde la hondura de su misterio, en los dos aspectos que la definen: la comunión y la misión.
Esta llamada implica tres urgencias que abordar, claramente entrelazadas: crecer en sinodalidad, promover la participación de los laicos y superar el clericalismo.
1.- Crecer en sinodalidad. La Iglesia está llamada a una permanente
conversión en el modo de ser y de hacer. Este estilo y espiritualidad –la sinodalidad– no cambia su identidad ni su misión, que provienen del Señor, pero invita a todos a un renovar su modo de comprometerse en el servicio eclesial y de participar en la vida de la Iglesia. Muchos grupos manifiestan su deseo de continuar trabajando con este espíritu sinodal en sus comunidades y que este mismo espíritu guíe la vida diocesana y la de toda la Iglesia.
Este deseo de cambio exige, por tanto, una formación explícita en sinodalidad, con todo lo que implica de capacidad de acogida, de procesos de escucha activa y respetuosa, de comprensión, de acompañamiento a los demás y de discernimiento.
Se trata de dar cabida, con paciencia y humildad, a las preguntas y cuestiones que otros quieran formular con el fin de conocer, a partir de la escucha abierta a las aportaciones de todos, el plan de Dios para este tiempo y para este lugar.
Implica asumir la diversidad en las comunidades en clave de complementariedad y tener estructuras eclesiales auténticamente sinodales. Supone dar un mayor protagonismo a quienes forman parte de ellas, desde la complementariedad de las vocaciones, también en cuanto a la toma de decisiones.
Una propuesta concreta para seguir experimentando la sinodalidad sería la realización de consultas anuales, parroquiales o diocesanas, para dar la oportunidad de expresarse y contribuir en los planes pastorales que se van a llevar a cabo. Se trata de promover otras estructuras de participación que corresponsabilicen al Pueblo de Dios en la acción evangelizadora y caritativa de la Iglesia. Entre los sacerdotes sería oportuno promover e impulsar el trabajo en los arciprestazgos y en el consejo del presbiterio, como órgano colegiado en orden a desarrollar procesos de discernimiento concernientes a la vida pastoral de la diócesis.
2.- Promover la participación de los laicos. Se ha sentido especialmente la
necesidad de subrayar la plena responsabilidad de los laicos en la vida y la misión de la Iglesia. En el interior de la Iglesia, en orden a la comunión, es preciso una mayor presencia en los ámbitos de decisión que permita incrementar la corresponsabilidad y ofrecer un mejor servicio al Pueblo de Dios. Sería oportuno, a partir de una reflexión eclesial y canónica, definir los asuntos respecto de los cuales la participación de los cristianos laicos tuviera carácter decisorio, especialmente en aquellos campos que son más propios de su vocación en el mundo.
En particular, es preciso repensar el papel de las mujeres en la Iglesia, con un mayor protagonismo y responsabilidad; sencillamente, están desempeñando un papel fundamental en el día a día de la comunidad eclesial y deben poder asumirlo igualmente en los lugares y espacios en los que se toman las decisiones.
Al mismo tiempo, en orden a la misión, resulta imprescindible potenciar la presencia acompañada de los laicos en el entramado social: asociaciones de vecinos, sindicatos, partidos políticos, economía, ciencia, política, trabajo, medios de comunicación, entre otros. Conviene superar un estilo de vivir la fe “hacia dentro”, que se reduce a la práctica de los sacramentos y no sale al encuentro de las personas en la vida social y hasta las periferias. Conscientes del valor que tiene caminar junto a personas no creyentes y alejadas, es preciso trazar un itinerario de encuentro que comience con la escucha, con la necesidad de sanar heridas y con la apertura a horizontes de colaboración y que, al mismo tiempo, sea plan de acogida en las parroquias para los que lleguen por primera vez.
3.- Superar el clericalismo. La promoción del laicado implica y exige la
superación del clericalismo como una inercia de tiempos pasados, en los que todas las responsabilidades recaían en la figura del sacerdote. Esa superación implica también vencer la pasividad y la falta de implicación de muchos fieles laicos en la edificación de la Iglesia. El ámbito propio de los sacerdotes es el de la caridad pastoral que le encomienda encabezar, acompañar, proteger y sanar al Pueblo de Dios para que sea fiel a la comunión y misión que le constituyen. Algunos laicos, por su misión eclesial, participan de esa dimensión pastoral y colaboran con ella en la catequesis, la visita a enfermos o presos, la enseñanza, etc. En cualquier caso, fuera de esa labor pastoral, la misión de los pastores no se extiende a las decisiones en aquellos ámbitos que superan su preparación y su ministerio, respecto de los cuales se hace imprescindible contar con el asesoramiento de laicos expertos y trabajar con ellos sinodalmente.
También lo es tener muy presente la vida consagrada y su esencia profética, voz humilde que acerca las periferias.
A partir de estas urgencias, la Iglesia se ofrece a la sociedad a la que sirve, de manera especial a aquellas personas que se sienten en las periferias por su origen étnico, por su situación familiar o económica o por su orientación sexual. Todas y cada una de ellas, sean cuales sean sus circunstancias, tienen un sitio en la Iglesia y es preciso ofrecerlo con claridad, sin exclusiones, para acompañar cada situación desde el amor fraterno hasta la verdad y la promoción personal. Esto nos exige a todos una apertura de corazón a la comprensión del plan de Dios para cada persona.
Un servicio más verdadero y profundo a la sociedad implica necesariamente la formación de todo el Pueblo de Dios y la celebración del misterio cristiano que alimenta y vivifica la fe de los creyentes. Por ello, estos dos aspectos necesitan de especial cuidado.
En relación con la formación, se hace precisa una formación integral que atienda a la dimensión personal, espiritual, teológica, social y práctica. Para ello, es imprescindible una comunidad de referencia, porque hay un principio del “caminar juntos” que es el de la formación del corazón, que trasciende los saberes concretos y abarca la vida entera. Es necesario incorporar a la vida cristiana la formación continua y permanente para poner en práctica la sinodalidad, madurar y crecer en la fe, participar en la vida pública, acrecentar el amor y la participación de los fieles en la eucaristía, asumir ministerios estables, ejercer una corresponsabilidad real en el gobierno de la Iglesia, dialogar con las otras Iglesias y con la sociedad para acercarse fraternalmente a los alejados.
Esa formación puede estar orientada por un plan diocesano de formación del laicado, con especial incidencia en la Doctrina Social de la Iglesia y que forme acompañantes cristianos para las comunidades. La formación online puede ser un cauce oportuno a tal fin.
Con relación a la celebración, conviene una preparación esmerada, realizada por equipos de liturgia presentes en cada parroquia. La eucaristía, que finaliza con el envío a la sociedad, por su valor mistagógico, nos introduce en la comunión profunda con Dios y con los hermanos, por la alegría y esperanza que se transmiten, especialmente cuando participan los niños y los jóvenes.
Urge renovar nuestras celebraciones, revisando y mejorando los gestos y el lenguaje y la comprensión de las homilías, haciéndolas más participativas y comunitarias.
Por último, planteamos una serie de propuestas diferenciadas en función del nivel de actuación.
1.- Propuestas a nivel parroquial
– Promover una nueva forma de estar en el territorio. El mapa parroquial actual muestra una realidad que corresponde al pasado porque en muchos lugares la parroquia ya no es una realidad pastoral viva, sino un territorio de misión. En la España rural hay que organizar una nueva forma de presencia de la Iglesia con sinergias en la vida parroquial y un mayor compromiso de los fieles laicos.
– Poner en marcha, allí donde no existen, los consejos parroquiales y de asuntos económicos o, en su caso, renovarlos, haciendo de ellos verdaderos espacios sinodales. Conviene también considerar sobre qué temas los consejos parroquiales o de economía pueden ser deliberativos, con la participación de los laicos. Ambos consejos se consideran instrumentos fundamentales de sinodalidad.
–Favorecer los pequeños grupos de fe que se alimentan a diario de la Palabra y que juntos profundizan en su vivencia cristiana. Han de cuidarse y alimentarse, ya que constituyen un fermento que hará crecer la semilla de la fe.
2.- Propuestas a nivel diocesano
– Dar mayor protagonismo a los movimientos eclesiales, las cofradías y hermandades, y a la vida consagrada y monástica en la elaboración de los planes diocesanos. Su aportación puede contribuir a la renovación de la Iglesia, sobre todo a través de los consejos diocesanos de pastoral.
– Desarrollar y aumentar el número de ministerios formalmente reconocidos
para los laicos: ministros de liturgia, de la Palabra, de Caritas, de visitadores, de catequistas.
– Priorizar el trabajo en red de todas las realidades que existen en las diócesis.
3.- Propuestas a nivel de Iglesia universal
– Ayudar a redescubrir la vocación bautismal, la común pertenencia al Pueblo de Dios, buscando espacios de comunión y de trabajo en equipo, así como la implicación en un proyecto de anuncio de Jesús en este mundo y en este tiempo.
– Estar cada vez más presente como voz profética en todas las dificultades,conflictos y desafíos del mundo de hoy.
Nuestro proceso no concluye aquí. Las urgencias, aspectos que precisan de un especial cuidado y propuestas concretas que se recogen en esta síntesis, junto con todas las aportaciones que han surgido de los grupos sinodales, necesitan de un mayor discernimiento en nuestras diferentes comunidades.
Concluida la fase diocesana del Sínodo, es momento propicio para llevarlo a cabo, dando así continuidad a nuestra experiencia sinodal, al tiempo que se desarrolla la fase continental.
La Iglesia que peregrina en España se muestra agradecida al papa Francisco por impulsar este proceso sinodal. A pesar de sus dificultades, ha abierto caminos de esperanza. Una esperanza que se asienta en la fidelidad de Dios, que cumple siempre sus promesas.
El Papa: Sínodo, es el modo de ser de la Iglesia. Escuchar al Espíritu y a los hermanos
Francisco subrayó al inicio de su mensaje que “Estamos llamados a la unidad, a la comunión y a la fraternidad (…) Por eso, caminamos juntos en el único Pueblo de Dios, para hacer experiencia de una Iglesia que recibe y vive el don de la unidad, y que se abre a la voz del Espíritu”.
Comunión, participación y misión
“Las palabras clave del Sínodo son tres: comunión, participación y misión”, indicó Francisco. Comunión y misión son expresiones teológicas que designan el misterio de la Iglesia, la naturaleza misma de la Iglesia. Ésta “ha recibido «la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino» (Lumen gentium, 5)”.
A través de la comunión y de la misión, la Iglesia “contempla e imita la vida de la Santísima Trinidad, misterio de comunión ad intra y fuente de misión ad extra”, insiste Francisco.
Francisco recordando a san Juan Pablo II dijo que él “quiso reafirmar que la naturaleza de la Iglesia es la koinonia; de ella surge la misión de ser signo de la íntima unión de la familia humana con Dios”, y para que los sínodos sean fructíferos deben estar bien preparados y “es preciso que en las Iglesias locales se trabaje en su preparación con la participación de todos”.
El Papa insiste en la importancia de la participación como mecanismo para una auténtica praxis sinodal en la Iglesia: “Si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la sinodalidad de manera concreta a cada paso del camino y del obrar, promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco abstractos”.
El Sínodo. Riesgos y oportunidades
El papa Francisco señala que el Sínodo es una gran oportunidad “para una conversión pastoral en clave misionera y también ecuménica”; sin embargo, “no está exento de algunos riesgos”: el formalismo, el intelectualismo y el inmovilismo.
El Papa subraya el peligro de reducir el sínodo a un acto formal, pero sin “sustancia”. Necesitamos, dice, “los instrumentos y las estructuras que favorezcan el diálogo y la interacción en el Pueblo de Dios, sobre todo entre los sacerdotes y los laicos”.
Para hacer posible esto, se hace necesario transformar, insiste Francisco, “ciertas visiones verticalistas, distorsionadas y parciales de la Iglesia, del ministerio presbiteral, del papel de los laicos, de las responsabilidades eclesiales, de los roles de gobierno”.
El segundo riesgo es el intelectualismo, que puede convertir el Sínodo en “una especie de grupo de estudio”. Este hecho, añade el Papa, puede alejarnos “de la realidad del Pueblo santo de Dios y de la vida concreta de las comunidades dispersas por el mundo”.
Por último, dice Francisco, “puede surgir la tentación del inmovilismo. Es mejor no cambiar, puesto que «siempre se ha hecho así»” y añade que “El riesgo es que al final se adopten soluciones viejas para problemas nuevos”.
Si miro a mi alrededor observo que una parte muy importante del pueblo llano es un analfabeto del cristianismo de hoy. La iglesia no ha sabido acompañar a sus fieles en la formación permanente cristiana generalizada. Incluso la formación continuada de algunos servidores eclesiásticos (pastores) deja mucho que desear. Basta oír sus homilías. Con los apuntes amarillentos del seminario donde se formaron en su lejana juventud creen tener suficiente. Mi conclusión: La actualización en los contenidos y métodos para la evangelización es una urgencia si queremos revitalizar nuestra Iglesia.
Desde esta urgencia veo con ilusión, confianza y esperanza este proceso sinodal en que el papa Francisco nos ha convocado a todo el pueblo de Dios. Es una oportunidad de oro para recrear nuestra Iglesia: reforma de estructuras y conversión de mentalidades. Estos son los retos y desafíos que quiere afrontar este proceso sinodal.
El consenso exige que haya un proceso de consulta, escucha, diálogo y discernimiento en conjunto. En cambio, los modelos clericales comienzan con una decisión y luego buscan consenso. Como tales reflejan un proceder monárquico anacrónico. En un modelo sinodal se construye el sensus ecclesiae y no el de unos pocos.
Un ejemplo está en la eclesiología que se impulsa con el Sínodo que se realizará desde Octubre del 2021 hasta Octubre del 2023. En la carta de invitación del Cardenal Grech, el Secretario General del Sínodo de los Obispos, se destaca muy bien esta eclesiología, así como toda la metodología que se seguirá, partiendo de las Iglesias locales hasta llegar a la Asamblea sinodal celebrada en Roma en el 2023, como un modelo de convergencia de todas las Iglesias locales y de unidad con el primado de Roma. Esto es una novedad muy importante y digna de estudio en la recepción del Vaticano II. La concepción eclesiológica de este proceso es muy importante para comprender el cambio que está aconteciendo en la relación entre Roma y las Iglesias locales. Ya esto es una forma nueva de ser Iglesia en comparación con los últimos 40 años.
–Suele ocurrir en muchos entornos que aparecen conceptos que se ponen de moda, y luego pierden la novedad. Pasa con frecuencia en el mundo corporativo, pero también sucede en la Iglesia, por ejemplo: la «Nueva Evangelización». ¿No podría pasar lo mismo con el concepto de sinodalidad?
–La sinodalidad es ante todo una manera de ser y de operar de la Iglesia. No es un método más de hacer cosas o un programa. Es un modo eclesial de proceder a la luz de la eclesiología del Pueblo de Dios descrita en el capítulo 2 de Lumen Gentium. Tampoco es una novedad del Papa Francisco y su pontificado.
Una de las prácticas sinodales más importantes de este primer milenio, relevantes para hoy, fue la del Obispo de Cartago, San Cipriano, quien decía: “no hago nada sin el consejo de los presbíteros y el consenso del pueblo”. El orden de las acciones es importante: tomar consejo de algunos y construir consenso con todos como un único pueblo de Dios. Es decir, que aunque tuviera el consejo de los presbíteros, no tomaba una decisión final sin lograr el consenso previo de todo el pueblo de Dios.
El reto es que sigamos haciendo lo posible para que los procesos de escucha de todos estos acontecimientos sinodales que estamos viviendo, puedan generar una auténtica conversión del clericalismo aún reinante y producir reformas de estructuras eclesiales para que pueda existir un mayor involucramiento de todos los fieles en las elaboraciones de las decisiones en la Iglesia, pues sólo así podemos ir construyendo la Iglesia del tercer milenio, una Iglesia de consejos, diálogo y consensos.
–La sinodalidad nos habla de una Iglesia que somos todos, ¿realmente todos nos sentimos Iglesia? ¿todos actuamos y nos dejan actuar como un todo?
–Con el actual pontificado hemos recuperado la relevancia de la eclesiología de las Iglesias locales. Por ello, el papel de Roma no consiste en imponer un modelo eclesial. El Obispo de Roma sigue teniendo primacía como obispo de Roma, y como tal el resto de los obispos y de la comunidad católica están llamados a estar en comunión con él. La Iglesia es una Iglesia de Iglesias.
Sin embargo, en este proceso de reformas eclesiales en clave sinodal, el laico debe ser considerado como sujeto de la acción eclesial y no puede ser oyente pasivo o mero recipiente de las decisiones clericales. Hay estructuras que podemos rescatar para avanzar en esta práctica de inclusión de laicado, como son los consejos diocesanos pastorales pedidos por el Vaticano II, pero tristemente menos no llegamos al 50% de las diócesis del mundo que lo hayan implementado.
El camino sinodal, por ende, no busca eliminar el poder de decisión del Papa o de los obispos. Todo lo contrario, lo afirma y lo fortalece eclesialmente exigiendo que ese poder se ejerza de manera consultada y consensuada porque la autoridad en la Iglesia está al servicio de todo el Pueblo de Dios, como decía Mons. De Schmedt durante el Concilio Vaticano II. Se trata de potenciar al laico afirmando que por ser bautizados ya tenemos voz, y crear los espacios en donde tanto todos en la Iglesia, los laicos, religiosos, presbíteros y obispos sean escuchados y representados. Al hablar de representatividad no me refiero simplemente a números. Representatividad tiene que ver con inclusión de experiencias eclesiales tomando en cuenta a la diversidad de culturas que deben estar representadas en el proceder de la Iglesia. También a la diversidad de carismas, dones y ministerios.
Creo que hay que preparar a los futuros líderes pastorales, en seminarios y otros centros de formación, para que aprendan lo que significa esta nueva cultura eclesial sinodal donde se privilegie la escucha, el diálogo y el discernimiento en conjunto. Es una nueva cultura del consenso en la Iglesia.
El Papa Francisco ha llamado a la participación de todo el Pueblo de Dios para caminar, discernir, gobernar y evangelizar juntos y así hacer fructífero el Sínodo sobre sinodalidad que pronto comenzará a nivel local este otoño. Esperamos que todas las diócesis del mundo celebren un sínodo (reunión de obispos para escuchar las voces de los laicos) entre octubre de 2021 y abril de 2022.
La iglesia primitiva era una comunidad de iguales, gobernada por el "nuevo mandamiento" de Cristo de que nos amemos unos a otros. La comunidad se reunía en "iglesias domésticas" dirigidas por hombres y mujeres que celebraban la Eucaristía y mantenían viva la fe. La actual Iglesia patriarcal y jerárquica estandarizada en la monarquía no es lo que Cristo imaginó, porque todos somos uno en Cristo (Gal.3:28).
Nosotros, los abajo firmantes, pedimos a los obispos y pastores de la Iglesia Católica que nos involucren plenamente, al Pueblo de Dios, en el próximo proceso de sínodos convocado por el Papa Francisco. Comenzando a nivel diocesano, queremos que nuestras voces sean escuchadas e incluidas en todas las discusiones, continuando a nivel nacional y finalmente el Sínodo Universal en Roma en 2023.
Estamos entusiasmados por los comentarios del Papa Francisco a los obispos italianos (24 de mayo) sobre que el Sínodo debería tener un enfoque "de abajo hacia arriba", con el proceso comenzando en pequeñas comunidades locales y parroquias. Pidió paciencia, permitiendo que todos hablen libremente, dando paso a la "sabiduría del Pueblo de Dios".
Esperamos unirnos a otros en nuestra comunidad local para hablar en apoyo de los cambios que queremos y necesitamos en nuestra Iglesia. Aunque algunos de nosotros hemos dejado la Iglesia por frustración o decepción, reconocemos que ahora es el momento de decirles a los líderes de nuestra iglesia lo que nos ha alejado.
Además, nos comprometemos a enviar una carta a nuestro obispo o pastor para asegurarnos de que las opiniones de los laicos estén bien representadas.
Para que el Espíritu sea escuchado, los laicos de Dios deben estar bien representados en estos sínodos. Creemos que es esencial incluir los siguientes temas (1) en el cuestionario que se publicará pronto, y (2) en todas las discusiones a todos los niveles.
- Cómo la Iglesia puede ser más acogedora, indulgente, amorosa e inclusiva
- El papel de la mujer en el ministerio de la Iglesia
- Un camino de regreso a los Sacramentos para divorciados y vueltos a casar
- Lugar de la comunidad LGBTQ en la Iglesia
- Papel de las pequeñas comunidades cristianas (SCCs) en la estructura oficial de la Iglesia
- Laicos capacitados para administrar parroquias y pequeñas comunidades cristianas, donde no se espera que haya sacerdote disponible
- El celibato para los sacerdotes debe ser opcional
- Transparencia y rendición de cuentas en el abuso sexual clerical, los delitos financieros y su uso del poder en la Iglesia.
El contexto en el que se desarrolla este Sínodo: una
pandemia mundial, conflictos locales e internacionales, el creciente impacto
del cambio climático, las migraciones, las distintas formas de injusticia, el
racismo, la violencia, la persecución y el aumento de las desigualdades en la
humanidad, sólo por nombrar algunos factores. En la Iglesia, el contexto
también está marcado por el sufrimiento que experimentan los menores de edad y
las personas vulnerables a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia
cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas. Dicho esto,
nos encontramos en un momento crucial en la vida de la Iglesia y del mundo.
Dentro de este contexto, la sinodalidad representa el camino a través del cual
la Iglesia puede renovarse por la acción del Espíritu Santo, escuchando
juntos lo que Dios tiene que decir a su pueblo. Todos
estamos llamados, en virtud de nuestro Bautismo, a participar activamente en la
vida de la Iglesia. Por esto queremos ofrecerte estas preguntas para que puedas
darnos tu opinión desde tu experiencia vivida.
PREGUNTAS PROPUESTAS
1. COMPAÑEROS DE VIAJE
En la Iglesia y en la sociedad estamos codo con codo en el mismo camino. En nuestra Iglesia local, ¿quiénes son los que “caminan juntos”? ¿Quiénes son los que parecen más alejados? ¿Cómo estamos llamados a crecer como compañeros? ¿Qué grupos o personas quedan al margen, gay, mujeres, migrantes, divorciados?
2. ESCUCHA
Escuchar es el primer paso, pero requiere una mente y un corazón abiertos, sin prejuicios. ¿Cómo nos habla Dios a través de voces que a veces ignoramos? ¿Cómo se escucha a los laicos, especialmente a las mujeres y a los jóvenes? ¿Qué facilita o inhibe nuestra escucha? ¿En qué medida escuchamos a los que están en las periferias, gay, migrantes, divorciados?¿Cuáles son algunas de las limitaciones de nuestra capacidad de escucha, especialmente hacia aquellos que tienen puntos de vista diferentes a los nuestros? ¿Qué espacio damos a la voz de las minorías, especialmente de las personas que sufren pobreza, marginación o exclusión social?
3. HABLAR CLARO
Todos están invitados a hablar con valentía y decir todo, es decir, con libertad, verdad y caridad. ¿Qué es lo que permite o impide hablar con valentía, franqueza y responsabilidad en nuestra Iglesia local y en la sociedad? ¿Cuándo y cómo conseguimos decir lo que es importante para nosotros? ¿Dónde se puede sugerir para discernir temas como el sacerdocio, diaconado de las mujeres o el matrimonio de los sacerdotes? ¿Cómo funciona la relación con los medios de comunicación locales (no sólo los católicos)? ¿Quién habla en nombre de la comunidad cristiana y cómo se lo elige?
4. CELEBRACIÓN
“Caminar juntos” sólo es posible si se basa en la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de la Eucaristía. ¿De qué manera la oración y las celebraciones litúrgicas inspiran y guían realmente nuestra vida común y misión en nuestra comunidad o por qué no voy a misa? ¿De qué manera inspiran las decisiones más importantes? ¿Cómo se promueve la participación activa de todos los fieles en la liturgia? ¿Crees que la liturgia, misas sacramentos se deben actualizar y hacerlos mas participativos?¿Qué espacio se da a la participación en los ministerios de lector y acólito?¿Crees importante en la iglesia que se asuma el diaconado en hombre y mujeres, ministros de la eucaristía, de la celebración?
5. COMPARTIR LA RESPONSABILIDAD DE NUESTRA MISIÓN COMÚN
La sinodalidad está al servicio de la misión de la Iglesia, a la cual todos los miembros están llamados a participar. Puesto que todos somos discípulos misioneros, ¿cómo está llamado cada bautizado a participar en la misión de la Iglesia? ¿Qué impide a los bautizados poder ser activos en la misión, muchas veces criticamos pero poco participamos? ¿Qué áreas de la misión estamos descuidando? ¿Cómo apoya la comunidad a sus miembros que sirven a la sociedad de distintas maneras (compromiso social y político, investigación científica, educación, promoción de la justicia social, protección de los derechos humanos, cuidado del medio ambiente, etc.)? ¿De qué manera la Iglesia ayuda a estos miembros a vivir su servicio a la sociedad de forma misionera? ¿Cómo se realiza el discernimiento sobre las opciones misioneras y quién lo hace?
6. EL DIÁLOGO EN LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD
El diálogo requiere perseverancia y paciencia, pero también permite la comprensión recíproca. ¿En qué medida los distintos pueblos que forman nuestra comunidad se reúnen para dialogar? ¿Cuáles son los lugares y las herramientas de diálogo dentro de nuestra Iglesia local? ¿Cómo promovemos la colaboración con las diócesis vecinas, las comunidades religiosas de la zona, las asociaciones y los movimientos laicales, etc.? ¿Cómo se abordan las divergencias de puntos de vista, los conflictos y las dificultades? ¿A qué problemáticas específicas de la Iglesia y de la sociedad debemos prestar más atención? ¿Qué experiencias de diálogo y colaboración tenemos con creyentes de otras religiones y con los que no tienen pertenencia religiosa? ¿Cómo dialoga y aprende la Iglesia con otros sectores de la sociedad: con la política, la economía, la cultura, la sociedad civil y las personas que viven en la pobreza?
7. ECUMENISMO
El diálogo entre cristianos de diferentes confesiones, unidos por un mismo bautismo, ocupa un lugar especial en el camino sinodal. ¿Qué relaciones mantiene nuestra comunidad eclesial con miembros de otras tradiciones y confesiones cristianas? ¿Qué compartimos y cómo caminamos juntos? ¿Qué frutos ha generado el caminar juntos? ¿Cuáles son las dificultades? ¿Cómo podemos dar el siguiente paso para caminar juntos?
8. AUTORIDAD Y PARTICIPACIÓN
Una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable. ¿Cómo puede identificar nuestra comunidad eclesial los objetivos a perseguir, el modo de alcanzarlos y los pasos a dar? ¿Cómo se ejerce la autoridad o el gobierno dentro de nuestra Iglesia local? ¿Cómo se ponen en práctica el trabajo en equipo y la corresponsabilidad? ¿Cómo se realizan las evaluaciones y quién las realiza? ¿Cómo se promueven los ministerios laicales y la responsabilidad de los laicos? ¿Hemos tenido experiencias fructíferas de sinodalidad a nivel local? ¿Cómo funcionan los órganos sinodales a nivel de la Iglesia local (Consejos Pastorales en las parroquias y diócesis, Consejo Presbiteral, etc.)? ¿Cómo podemos favorecer un enfoque más sinodal en nuestra participación y liderazgo?
9. DISCERNIR Y DECIDIR
En un estilo sinodal tomamos decisiones a través del discernimiento de aquello que el Espíritu Santo dice a través de toda nuestra comunidad. ¿Qué métodos y procedimientos utilizamos en la toma de decisiones? ¿Cómo se pueden mejorar? ¿Cómo promovemos la participación en el proceso decisorio dentro de las estructuras jerárquicas? ¿Nuestros métodos de toma de decisiones nos ayudan a escuchar a todo el Pueblo de Dios? ¿Cuál es la relación entre la consulta y el proceso decisorio, y cómo los ponemos en práctica? ¿Qué herramientas y procedimientos utilizamos para promover la transparencia y la responsabilidad? ¿Cómo podemos crecer en el discernimiento espiritual comunitario?
10. FORMARNOS EN LA SINODALIDAD
La sinodalidad implica receptividad al cambio, formación y aprendizaje continuo. ¿Cómo forma nuestra comunidad eclesial a las personas para que sepan cada vez más “caminar juntos”, escucharse unos a otros, participar en la misión y dialogar? ¿Qué formación se ofrece para promover el discernimiento y el ejercicio de la autoridad de forma sinodal? ¿Hemos sido formados para una iglesia clerical? El sacerdote manda y los laicos obedecen.¿La formación de los sacerdotes, crees que es conveniente revisar, los planes y estilos de formación para que sean sacerdotes sinodales?
Tenemos hasta finales de Enero para recibir vuestra aportación. Las puedes enviar a parroquiaochagavia@hotmail.com
Que el Dios de Jesús nos guíe en nuestro caminar.
Cualquier información podemos buscarlas en:
https://www.synod.va/es.html ésta es la página oficial del sínodo en el vaticano.
Muchas gracias
EL SÍNODO DE LA SINODALIDAD
El Papa ha hecho una apuesta arriesgada. En mayo expresó su intención de que el Sínodo comience en las comunidades y parroquias locales “de abajo hacia arriba”.
Se trata de que los obispos escuchen al pueblo. ¿Qué vamos a hacer para que nos escuchen? Tenemos por delante unos meses para dar un paso al frente concreto, cada uno desde nuestro sitio.
El Espíritu Santo no está reservado para el clero; el Espíritu inspiró a los profetas, no a los sacerdotes ni a los reyes. La sinodalidad eclesial se apoya más en lo carismático que en lo institucional.
“Vosotros sois cuerpo de Cristo y miembros singulares suyos. Dios lo dispuso en la Iglesia: primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros, después milagros, después carismas de curaciones, de asistencia, de gobierno, de lenguas diversas” (1 Cor 12, 27-28). Notemos que los profetas figuran antes que los maestros (los teólogos) y mucho antes que los carismas de gobierno (jerarquía).
Y estos profetas no eran seres extraordinarios como los del Antiguo Testamento; eran gente sencilla y tan frecuentes que Pablo los agrupa en un estamento. Pedro recuerda las palabras del profeta Joel: “En los últimos días, dice Dios, concederé mi Espíritu a todo mortal: vuestros hijos y vuestras hijas hablarán inspirados por mí…” (Hechos 2,16-18).
El Papa en su reunión con los obispos italianos el 24 de mayo expresó su intención de que el Sínodo proceda “de abajo hacia arriba” y que comience en las comunidades y parroquias locales pequeñas. No se trata de escuchar a los obispos, sino de que los obispos escuchen al pueblo y trasladen esa voz al Papa y al conjunto de los obispos.
Este Sínodo se extenderá hasta mediados de 2022, pero los seis primeros meses constituyen la fase de escuchar al pueblo, para sintetizar sus aportaciones y presentarlas ante la universalidad de los obispos.
Estos primeros seis meses son el tiempo adecuado para expresar nuestra visión y nuestros deseos para adaptar a la Iglesia con “los signos de los tiempos”. No los gastemos en titubeos, ni esperemos a que nos pregunten. No esperemos a ver qué nos dicen en la misa del domingo.
La organización diocesana española ha expresado su deseo, y su necesidad, de escuchar también a los cristianos que han abandonado la misa dominical y los sacramentos porque se sienten defraudados por el desfase entre la institución y el evangelio.
“Es tarde, pero es nuestro tiempo” (Pedro Casaldáliga). Animémonos a expresar en la parroquia, en las revistas, en los blogs, en las redes sociales... nuestros anhelos de una Iglesia más fiel al evangelio de Jesús.
Gonzalo Haya Prats
Sugerencias para el Sínodo, "desde abajo", para renovar la iglesia según el estilo de Jesús en los tiempos actuales. Aquí las mías:
ResponderEliminarRenovación de la liturgia. Más participativa, menos ritualista, menos monótona.
El celibato opcional. Que no sea una condición ´´sine qua non´´ para la ordenación.
Aceptar los sacerdotes casados. Antes o después de la ordenación.
Simplificar y actualizar las vestiduras, desde el papa hasta los acólitos. Todo sencillo. Lo contrario es un gasto innecesario. Que se vistan como las personas en el tiempo en que se vive.
Muchas gracias,