La
Navidad de este año nos remite a esta humanidad ofendida y a todos los niños
invisibles, asesinados en el vientre y en las calles, en las guerras y en las
fronteras, cuyos padecimientos son como los del niño Jesús, que ciertamente en
el invierno de los campos de Belén temblaba en el pesebre.
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Vale la pena recordar el significado religioso de la Navidad: Dios no es un viejo barbudo con ojos penetrantes, ni un juez severo que juzga todas nuestras acciones. Es un niño. Y como niño no juzga a nadie. Sólo quiere vivir y ser querido. Del pesebre viene esta voz: «¡Oh, criatura humana, no temas a Dios! ¿No ves que su madre ha envuelto sus pequeños brazos? Él no amenaza a nadie. Más que ayuda, necesita ser ayudado y llevado en brazos».
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