Matrimonio esclavo... y letal
Arooj y Aneesa Abbas deseaban ser libres y escapar de una boda concertada con sus primos. Las asesinaron. Al año, 12 millones de menores en el mundo son obligadas a casarse con quien no quieren, según la ONU.
Arooj y Aneesa Abbas pagaron con sangre su último deseo: vivir en libertad. Las hermanas, de 24 y 21 años, se negaron a interpretar el guion de vida que habían escrito para ellas sus seres queridos. Se hartaron de seguir las reglas impuestas por un padre estricto y controlador; y de que su inestable y violento hermano, Shehryar, vigilara cada uno de sus pasos y aplicara la voluntad paterna con puño de hierro. Dispuestas a iniciar su propio destino, rompieron el contacto con los hombres de su familia y abandonaron el piso de Terrassa (Barcelona) donde residían los Abbas. Ambas habían sido víctimas de un matrimonio forzado en su país de origen, concertado con sus primos, y las dos querían tramitar el divorcio en los juzgados catalanes. Pero un plan urdido en secreto por sus familiares las llevó de vuelta a Gujrat (en el Este de Pakistán) en mayo de este año, un viaje que terminó cuando acabaron con sus vidas.
Les dijeron que su
madre, a quien sus hermanos mantuvieron incomunicada en el país asiático
durante el complot, se moría. Tras una larga enfermedad, quería
despedirse de ellas antes de fallecer. Cuando llegaron al pueblo de
Nothia, se destapó el engaño. Solas, sin apoyos, y bajo una presión
asfixiante, Arooj y Aneesa mantuvieron hasta las últimas consecuencias
una rebelión que fue, también, un desafío al sistema patriarcal
islámico.
Se negaron a llevar a España a sus maridos -con quienes las
habían casado unos años antes, al cumplir la mayoría de edad-, que
pretendían utilizarlas (pues las jóvenes tenían permiso de residencia)
para interceder por ellos ante las autoridades españolas. También
dejaron claro que no se plegarían a las exigencias del hermano, quien
las quería viviendo en Pakistán, donde los hombres podrían controlarlas.
Lo que ellas deseaban, como habían hecho saber en Cataluña y repitieron
en su país, era divorciarse, casarse con sus novios de Barcelona. Hacer
su vida. Por ello, las manipularon para viajar a Gujrat y, una vez
allí, fueron asesinadas mientras dormían por un grupo de hombres, entre
los que se encontraban sus suegros y sus dos hermanos.
El doble
homicidio de Arooj y Aneesa ha supuesto una bofetada de realidad. Los
matrimonios forzados existen, así como el aislamiento que sufren muchas
paquistaníes en los procesos migratorios (inclusive en Europa) o la
persistencia de los llamados “crímenes de honor”. Cada año, más de medio
millar de mujeres son víctimas de ellos solo en Pakistán, aunque las
asociaciones estiman que las cifras son más elevadas. A menudo son los
familiares más cercanos quienes los cometen, cuando las mujeres no
cumplen con la conducta establecida en el país, donde el matrimonio
forzado es ilegal, pero se considera válido casarse con una mujer a
partir de que esta tenga su primera menstruación. La mayoría de las
niñas la tienen con 12 años.
“Desde pequeños, los hermanos, mayores o
pequeños, adoptan ese papel de guardianes-espías, llegando incluso al
acoso o a la violencia física contra sus hermanas, a menudo por
delegación del padre, y es la familia más directa de la chica la que
acaba cometiendo el asesinato”, cuenta Rubia Naz. Ella también llegó
desde el Gujrat a Cataluña, donde cofundó la Asociación Pakmir para
integrar a las mujeres paquistaníes en el tejido económico, social y
cultural español. Recuerda el caso de Sana Chima, de 26 años, que
conmocionó a Italia en 2018. La mujer, que tenía la nacionalidad
italiana, se negó a casarse con un familiar en Pakistán y acabó
asesinada a manos de su hermano, su padre y su tío, aunque todos ellos
fueron absueltos.
Las causas para cometer un “crimen de honor”
abarcan desde el adulterio hasta el intento de divorcio. “Son hombres
que asesinan a mujeres por sistemas morales concebidos por hombres, como
la idea del honor. El machismo presente en la sociedad pone a las
mujeres como portadoras del honor familiar y lo utilizan para culparlas
cuando su comportamiento difiere del esperado y daña el ego masculino”,
explica Naz.
Para ella, vincular estos hechos atroces a la “cultura” y
no a la misoginia es “xenófobo y discriminatorio” porque “el machismo
no solo existe en España; no puede ser que lo que ocurre aquí se llame
machismo, pero lo que pasa allí se atribuya a ‘su cultura’. El
matrimonio forzado no tiene que ver con la cultura y no es algo que se
limite al contexto paquistaní, también sucede en Burkina Faso, Mali o
Sudán”, lamenta, y remarca que “no es justo para las mujeres no tratar
igual un crimen machista aquí que en otros países, donde entonces son
una salvajada”.
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