Las personas que somos cristianas sabemos que tenemos que darnos a los demás. El servir. Pero hay veces que lo automatizamos y en muchas ocasiones se queda en la palabra. En psicología lo llamamos «habituación», cuando tenemos presente algo en nuestra vida tan repetidamente que lo integramos en nuestro día a día. Esa habituación, en términos de servicio, es peligrosa.
Dar nuestro tiempo y nuestros talentos al servicio de la casa común.
Me doy cuenta de que conforme las personas nos hacemos mayores vamos dedicando menos tiempo a esto de darnos a los demás o lo que dedicamos es el tiempo que nos sobra, porque primero van otros intereses. El servicio no debe ser «lo que nos sobra» sino algo que viene del corazón y que nos mueve como prioridad, porque así lo hizo Jesús.
Y ojo, hay veces que nos dicen esto e inmediatamente se nos viene a la cabeza el «pobre», el más vulnerable y el que necesita nuestra ayuda. Y darnos a los demás, dar limosna, también es dedicar tiempo a tomar un café con una amiga, llamar a tus abuelos, organizar una salida al monte... es, simplemente, poner como prioridad al otro.
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