¿A quién votan los cristianos?
Por si alguien no se había dado cuenta en España estamos en año electoral, la meta de muchos de nuestros políticos que determinará, con mayor o menor acierto, el devenir de nuestros pueblos y ciudades en los años venideros. Y ante este intenso panorama, los cristianos nos enfrentamos al dilema de las urnas, porque no sólo no somos ajenos a la realidad, sino que estamos llamados a comprometernos con ella y a colaborar con el Reino de Dios, insertos en medio del mundo. Por ello, vamos a proponer alguna consideración que no debemos olvidar a la hora de ir a votar.
En primer lugar, que no hay ningún partido político que se ajuste al Evangelio al 100%. Si revisamos programas, trayectorias, decisiones, logros, discursos, palabras y obras, podemos comprobar que ninguno se ciñe totalmente –ni mucho menos– a lo que propone la Iglesia a través de la Doctrina Social de la Iglesia ni respeta una antropología cristiana de forma clara y coherente. El Evangelio es muchísimo más valioso que un programa electoral y que un partido político. Y no todo vale.
En segundo lugar, que ningún partido es perfecto, y tampoco satisfará todas nuestras necesidades, ni las del vecino, ni las de los más pobres. La política es un arte tan necesario como imperfecto. Ninguna institución es perfecta porque son estructuras humanas. Esto conviene no olvidarlo, porque la lógica del mundo nos lleva a un constante juego de buenos y malos, blanco y negro, vencedores y vencidos. No, no existe el partido perfecto, por mucho que ellos lo puedan vender así y el marketing electoral nos haga pensar de esta forma. Y si es así, mejor ponernos bajo sospecha.
Y por último y más importante: los cristianos debemos votar en conciencia. Y esto es probablemente lo más revolucionario con respecto a las ideologías –que no les gusta que pensemos por nosotros mismos–. Frente a un mundo y a muchos mensajes que te dicen lo que tienes que hacer, opinar y por supuesto votar, la Iglesia nos propone que lo hagamos a través de la libertad de nuestra conciencia. No es hacer lo que te da la gana ni votar de cualquier manera, es decidir de forma personal a través de la experiencia, la razón y el sentir de cada uno, contrastando el bien y el mal y reconociendo la verdad y la mentira a la luz de Dios.
No es fácil, pero la Iglesia, aunque algunos no lo crean, nos trata como adultos maduros, mucho más de lo que alguna gente se piensa.
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