¿Cuántas veces pensamos «lo haré más tarde» o "que fastidio" ? La pereza es como las raíces de un bambú:
se extienden a lo largo y a lo ancho, abarcan todo el terreno posible, y
cuando uno se da cuenta han adquirido tanta fuerza que son capaces de
levantar el asfalto del suelo o derribar paredes cercanas que creíamos
indestructibles.
¿Salimos perdiendo si cedemos a la pereza? Desgraciadamente sí.
Cada vez que decidimos no levantarnos a la hora prevista y ronroneamos en la cama, cada vez que dejamos para otro día la tarea de hoy, cada vez que hacemos a medio el trabajo… Nos estamos haciendo daño.
¿Por qué es perjudicial ceder a la pereza?
1. Porque las personas nos forjamos con los hábitos, día a día.
De forma que si yo renuncio a cumplir hoy con mi deber y mañana hago lo mismo, creo en mí el hábito de incumplir esa tarea. Cuesta luego arrancar los malos hábitos y hay que redoblar esfuerzos. Es como si me hubiera roto una pierna y deberé hacer rehabilitación, me costará más hacer el simple movimiento de andar.
2. Si eres perezoso, es posible que te pierdas cosas interesantes -y cosas importantes- en tu vida.
Por ejemplo, para un perezoso es difícil preparar un examen, un paseo… y todo lo que exige un trabajo constante durante un cierto tiempo u organizar algo agradable.
4. Es fácil encontrar excusas.
El
perezoso tiende a las explicaciones que justifican su acción: «es que no
me avisaron», «pensé que podría o simplemente "no quiero"…». Se trata de un proceso mental (en el
que interviene la voluntad, ojo) por el que relajamos nuestra
conciencia: el primer día que no va a clase o por tu culpa alguien lo tuvo que hacer,, el perezoso está pensando en
ello a menudo y sabe que está mal hecho, al cuarto día ya ni se
preocupa.
5. Si uno es perezoso y deja los asuntos para más tarde, luego dispone de menos tiempo para hacer lo que debe.
Eso obliga a trabajar con prisas y a hacer las cosas con menos atención de la que necesitan.
6. Si hay pereza, uno vive con el capricho de hacer primero lo que más le gusta o le apetece.
Eso hace que desdibujemos nuestras prioridades y al final queda por hacer lo más importante (porque era más duro). Son distracciones a las que uno debe poner freno para concentrarse en lo prioritario.
7. El posponer hace que se acumulen tareas.
Así, si uno pospone los trabajos de la casa, se encuentra en muy poco tiempo con una montaña de ropa por lavar o doblar o con un dedo de polvo sobre las estanterías. O correr para llegar.
8. La pereza no solo perjudica a los demás sino también a uno mismo.
Destruye
las virtudes y por lo tanto perjudica el carácter: ser perezoso hace
que una persona se vuelva irresponsable, blanda, abandonada,
inconstante, mentirosa y poco confiable y al te quedas sólo.
9. La pereza tiene muchas máscaras.
Por ejemplo, la de los sentimientos. «Ahora no me siento preparada emocionalmente para hacer este trabajo», «mejor dejamos para mañana esta conversación»… Otra máscara: la de la falsa preocupación por los demás, que nos llevaría a hacer primero lo que tiene una dimensión social mientras abandonamos deberes personales, religiosos o familiares.
Una cita para la reflexión
Hay un texto bíblico que resume los males que despliega la pereza. Está en el Libro de los Proverbios y dice:
«Yo pasé junto al campo de un holgazán y junto a la viña de un falto de entendimiento, y vi que las ortigas habían crecido por todas partes, los cardos cubrían la superficie y su cerco de piedras estaba demolido. Al ver esto, me puse a reflexionar, miré y aprendí la lección: «Dormir un poco, dormitar otro poco, y descansar otro poco de brazos cruzados: así te llegará la pobreza como un salteador y la miseria como un hombre armado.» (Pr 24, 30-34).
No hay que entender esa ‘pobreza’ solo en el sentido material sino como pobreza del ser humano en todo su conjunto. De ahí que luchar contra la pereza sea un espléndido combate que hay que tomar en serio.
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