Qué distinta esta imagen de heroicidad de las que estamos acostumbrados en el cine, en las series: los héroes son quienes no se cansan, quienes lo soportan todo estoicamente, quienes vencen en luchas imposibles y sufren sin pestañear. A quienes nunca les abandona el ánimo y pueden salvar a la chica, a la ciudad y reconciliarse con sus dilemas morales en apenas dos horas. Escena post-créditos incluida.
Pero esta foto nos recuerda que nuestra realidad es bien distinta. El héroe, ante todo, es aquel que trabaja, se empeña, se gasta hasta el límite de su propia fuerza y un poco más. Y el que, a la vez, acepta su limitación, su necesidad de echarse un rato a descansar, porque sabe que él solo con sus propias fuerzas no puede. Necesita compañeros, descanso, reponerse. Porque sabe que el trabajo no acaba en una épica lucha final; sabe que la victoria es cosa del día a día y tiene que llegar preparado a ella. Si te fijas bien todos los bomberos de la foto siguen con su uniforme puesto. Son conscientes de sus limitaciones, de su necesidad de descanso, pero no han tirado la toalla, ni de lejos. Seguirán gastándose y desgastándose en el servicio a su comunidad.
Estar cansado, necesitado de echar una cabezadita, un camarón, desconectar un poco antes de volver a la tempestad que azota, no es signo de debilidad. Al contrario. Se requiere una valentía especial para reconocer que hemos llegado al propio límite y dejar paso al relevo. Es una heroicidad muy distinta, sin fuegos artificiales, ni aplausos, pero que debemos aprender a reconocer y valorar. El heroísmo del que va más allá de la acción espectacular y sabe guardar fuerzas para lo que está por venir. El heroísmo de quién trabaja para el futuro, gastándose por él poco a poco, día a día.
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