El levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo. El asienta a la estéril en su casa, madre de hijos jubilosa.
La sociedad en que vivimos, invadida de publicidad, nos lanza constantemente imperativos, sugerencias e invitaciones. Hace lo posible para que pongamos los ojos en objetos de consumo, o llama nuestra atención hacia los triunfadores del mundo: los que detentan el poder, la riqueza, la belleza...Pero este Salmo nos llama a algo absolutamente diverso: «¡Alabad!» y su invitación nos despega de las mil ataduras que nos mantienen a ras de suelo para entrar en otro universo: el de la gratuidad, el gozo, la libertad, la admiración...Nuestra mirada se dirige hacia arriba, hacia esos cielos donde «tradicionalmente» se nos ha dicho que Dios tiene su morada: allí reina Él, allí tiene su trono, desde allí contempla su mundo... La exclamación brota entusiasmada y gloriosa, unida a la de los ángeles: «¿Quién como el Señor nuestro Dios?».
Y ahí nos quedaríamos instalados si no fuera porque la estrofa siguiente nos obliga a apartar los ojos del cielo para dirigirlos hacia la tierra, y dentro de ella, a los lugares más bajos: allí donde no hay tronos ni resplandor de gloria, sino polvo y basura y gente desvalida y doliente por su pobreza o por el fracaso de su vida estéril. Pero es precisamente ahí donde se revela el Dios de la bendición, y ahí tenemos que aprender a mirar su gloria y a contemplar la acción de sus manos.
Para los cristianos, el acceso a Dios es imposible si no «simpatizamos» con lo que es su inclinación fundamental; si de alguna manera, no hacemos nuestra su pasión por alzar y levantar a nuestros hermanos de situaciones inhumanas. Si no nos vamos contagiando de esta pasión de Dios por los pequeños y los débiles y no vamos intentando pequeñas acciones en esa dirección, nuestra oración es un engaño y, en vez de relacionarnos con el Dios de Jesús, lo estamos haciendo con un ídolo.
En los «basureros» y «cunetas» de nuestro mundo sigue habiendo gente «por los suelos», gente abatida, postrada, humillada, empobrecida y, ante cada uno de esos lugares, unimos nuestro deseo al deseo de Dios de alzar y levantar a esos que son sus hijos y nuestros hermanos.
Dolores Aleixandre RSCJ*
*Religiosa y Teóloga
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