El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es el documento ético-espiritual más importante del siglo XX. Fue escrito sobre los escombros y los cadáveres de la Segunda Guerra Mundial, con la sangre y las cenizas de los asesinados en campos de concentración y ciudades devastadas, bajo el grito ensordecedor de sus víctimas y la protesta de lo que quedaba de humanidad en el mundo. Y se ha convertido en una referencia fundamental en la afirmación de la dignidad humana y en las múltiples luchas por los derechos humanos en todo el mundo…
En su Carta Encíclica Paz en la Tierra, el Papa Juan XXIII habla de este documento como “un acto de la más alta relevancia”. “Marca un paso importante en el camino hacia la organización jurídico-política de la comunidad mundial […] reconoce la dignidad personal de todos los seres humanos; Se proclama el derecho fundamental de la persona a actuar libremente en la búsqueda de la verdad, en la realización del bien moral y de la justicia, se defiende el derecho a una vida digna, y se defienden otros derechos relacionados con estos”.
Esta Declaración jugó un papel fundamental en la construcción de un consenso básico sobre la dignidad humana y su implementación en la realización de los derechos. Desencadenó un proceso que ha sido enriquecido y ampliado por diferentes sectores y movimientos de la sociedad. La propia carta del Papa Juan XXIII amplía el horizonte de los Derechos Humanos, asociando derechos y deberes, destacando los derechos sociopolíticos, económicos y culturales e insistiendo en su fundamento natural y teológico. Y esto se ha visto amplificado aún más por las luchas y logros de los movimientos campesinos, indígenas, negros, feministas, LGBTQIA+, ecológicos, de ancianos, de personas con discapacidad, religiosos, etc.
En la afirmación o negación de los derechos humanos está en juego la dignidad fundamental del ser humano (su humanidad) y, en última instancia, la fuente misma de esta dignidad (su Creador). Como Creador de todas las cosas, Dios es fuente y fundamento permanente de nuestra dignidad y derechos. Atacar la creación es atacar al creador y su proyecto de vida plena para todos. Cuidar la creación significa honrar y servir al Creador y colaborar con el proyecto de fraternidad universal.
Ni por humanidad ni por fe religiosa podemos ser cómplices, por participación u omisión, de ningún tipo de violación de los derechos humanos. Cualquier ataque a los derechos de cualquier ser humano (por muy malo que sea...) es un ataque a toda la humanidad y a lo humano que hay en cada uno de nosotros. Y es, en definitiva, un ataque a Dios en su obra creativa. Nada, absolutamente nada, justifica la violación de los derechos humanos. Y cualquier discurso “religioso” que justifique la violación de los derechos humanos es una blasfemia contra Dios…
La lucha, la consecución y la garantía de los derechos humanos es el desafío ético fundamental de todas las sociedades en todo momento. Y es la misión religiosa fundamental de todos los creyentes y comunidades religiosas que buscan vivir según la voluntad de Dios, que es fraternidad, justicia y paz.
¡¡¡Derechos humanos para todos los humanos!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenido amig@, gracias por tu comentario