En nuestra mentalidad comercial, de niño pequeño se podría decir,
estamos acostumbrados a que si algo no nos satisface, lo podemos cambiar
en la tienda por otra cosa y además está en nuestros derechos. Con las
cosas del mundo y la propia creación esperamos que sea así, pero Dios no
nos devuelve nuestro dinero, porque nadie pagó por vivir en este mundo
sino que fue un regalo.
¿Cuántas veces has pensado en cambiar el mundo? ¿te gustaría cambiarlo?
A mí me encantaría, está en mi forma de ser, supongo, querer mejorarlo todo.
Pero, acercarse así al mundo y a las grandes organizaciones: política, religión, ideologías, valores… es del todo frustrante, pues encuentras en tu mente soluciones maravillosas a los problemas del mundo, que jamás podrás aplicar.
En esta frustración y malestar continuo, me saca de mí una idea:
Cambiar el mundo, implica que el mundo está mal, lo cual implica que
Dios lo hizo mal y yo tengo un diseño mejor que el de Dios, ¡qué grande
soy!.
Este razonamiento no hace otra cosa que demostrar que estoy equivocado, mi solución no puede ser mejor que la de Dios y además el mundo no necesita ser cambiado porque si lo hizo Dios ya es perfecto por definición, lo cual es bastante duro de decir conociendo el presente y pasado de la humanidad.
¿Qué hacer llegados a este punto? ¿Qué hizo Jesús?
Caigo en la cuenta de que Jesús no cambió nada del mundo, ni dijo nunca que fuera a cambiar nada: “no he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud”
(Mt 5, 17-19) El Dios hecho hombre pasa por el mundo sin la más mínima
intención de cambiarlo, y de hecho no lo cambia, a la vista está. Sin
embargo yo me muero de agonía al ver que no soy ni seré capaz de cambiar
el mundo… ¡soy tonto! Evidentemente.
Vale, Jesús no cambió el mundo, entonces ¿qué hizo? para poder hacerlo yo también.
Entre otras cosas nos hizo un «tutorial» de cómo vivir, es decir, fue nuestro tutor por unos años. Nos enseñó a amar el mundo en lugar de cambiarlo, nos enseñó cómo vivir amando, gracias al perdón.
Si no vivimos amando, estamos perdidos en la agonía de un mundo
frustrante lleno de “imperfecciones” cuyo único horizonte es la muerte.
Por eso podemos decir que Jesús nos trajo la salvación al enseñarnos el
camino, la verdad y la vida en ese tutorial que es su persona, Dios
hecho hombre para salvar al mundo. Ahora lo entiendo mejor.
Ya no quiero cambiar el mundo, ahora siento como nunca que quiero amarlo, por fin entiendo algo más las expresiones de amar la pobreza, la debilidad, la imperfección relativa, la miseria humana… Ya no se trata sólo de palabras ideales, es que no hay nada que cambiar, a parte de mi forma de estar en el mundo. O, ¿acaso si todos amásemos a los demás, como a nosotros mismos, dejaríamos morir de hambre a alguien?. Y sin embargo la pobreza no dejaría de existir, puesto que es inherente a la libertad del hombre y también a este hombre injusto le debo mi amor o estaré siendo yo injusto con mi parte del trato. «Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor» (Rm. 13, 8)
No me queda otra salida, si quiero la felicidad, y disfrutar de la vida, es decir, si quiero la salvación en vida, lo único que puedo hacer es amar hasta incluso perdonar, es decir, dar lo mejor de mí, lo mejor que tenemos dentro cada uno, tal y como hizo Jesús como recordaremos dentro de unos días en el capítulo fundamental de ese tutorial de cómo ser persona, la Semana Santa, tutorial que pasa por la cruz, pero no termina en ella.
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