Jóvenes. por r
Jubileo de la esperanza
En la actualidad, los jóvenes tenemos la tendencia de vivir sumidos en la nostalgia. Buscamos la autenticidad fijándonos en referentes de un pasado que nunca hemos visto, totalmente idealizados. Y aunque con la moda puede funcionar, quizás pasamos demasiado tiempo mirando hacia atrás con la convicción de que eran tiempos mejores. El 2025 va a ser el año santo de la esperanza, donde la Iglesia nos invita a mirar a un futuro en que cada vez se dilucidan más sombras que luces.
Y, en mi opinión, no nos faltan motivos para pensar así. Es cierto que nuestros mayores nacieron en una época de escasez y sacrificio, pero han vivido los períodos de prosperidad económica y social donde se han fraguado las libertades y derechos de las que hoy gozamos. Son nuestros abuelos quienes han visto el nacimiento de la democracia, el aperturismo económico, la Caída del Muro de Berlín o la erradicación del terrorismo, mientras la población ganaba en derechos y en riqueza.
Por el contrario, los jóvenes estamos viendo cómo esos valores por que tanto se ha luchado se desmoronan en una sociedad que ha decidido fijar su brújula y condena a los que no la siguen. Una sociedad que se ha creído el mito de la posverdad y donde percibir cualquier manifestación no material es extremadamente difícil. Un mundo cada vez más tensionado, aquejado por las guerras y los conflictos, por el cambio climático y por las dificultades a que los jóvenes nos tenemos que enfrentar en el mercado laboral y para conseguir una vivienda.
Ante este panorama, el mal espíritu hace que muchos de nosotros veamos remotamente posible sentir esperanza. No obstante, con más razón debemos ser optimistas. La esperanza no trata del autoengaño y de la ingenuidad de aguardar a un mundo ideal, sino que trata de buscar un sentido a nuestras actuaciones para incidir positivamente a nuestro alrededor, viendo el futuro por lo que puede ser con la mirada del Dios. Fruto del Amor, el Señor se hizo carne porque sentía esperanza por nosotros. En consecuencia, estamos exhortados a hacer más, a transformar nuestro mundo poco a poco con acciones cotidianas y a elegir un futuro digno para las generaciones que vienen.
Que nuestro propósito de este año jubilar sea abandonar el
pasado por una esperanza que mire al futuro con compasión.
Pes non confundit (La esperanza no defrauda) nos invita a reflexionar profundamente sobre la virtud de la esperanza en nuestra vida y en nuestra sociedad. En un momento donde persisten incertidumbres, divisiones y crisis globales, este Jubileo es una llamada urgente a renovar nuestra confianza en el amor de Dios.
La esperanza cristiana no es una ilusión ingenua ni un refugio ante la adversidad. Es una fuerza interior que se arraiga en la certeza de que el Evangelio es testimonio actual. Como señala el Papa Francisco, “la esperanza nos pone en movimiento” y nos anima a ser protagonistas de la historia, incluso en las situaciones más desafiantes. Este Jubileo nos obliga a cuestionarnos qué significa esta palabra para nosotros… San Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías, dice que la esperanza viene a ser “como el pie para caminar, porque allí donde faltan los pies no hay posibilidad alguna de andar”.
El Papa nos recuerda que la esperanza no puede quedarse en palabras o sentimientos. Debe traducirse en acciones concretas que iluminen el presente y abran caminos hacia un futuro mejor, lo cual requiere valentía. La esperanza también nos interpela como comunidad. No podemos vivirla de manera aislada, sino que nos llama a construir juntos una sociedad más justa y solidaria. Este Jubileo es el momento oportuno para ser testigos de esperanza para quienes han perdido la suya; ser espacios de reconciliación, perdón y paz en nuestros entornos.
En 2025 cruzar la Puerta Santa no debe ser un simple gesto, sino un símbolo del paso hacia una vida renovada por la esperanza. La verdadera novedad de este Jubileo radica en su capacidad para sacudirnos, para transformar nuestra mirada hacia el mundo y hacia Dios.
Hoy, más que nunca, necesitamos la esperanza que no defrauda y transforma. La cuestión es: ¿Nos atreveremos?
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