“Suicidio aistido y eutanasia: ¿muertes
dignas?”
Cada vez con mayor frecuencia, oímos hablar en los medios de
comunicación sobre suicidio asistido, eutanasia, muerte digna…; y no pocas
veces se advierte una notable confusión en quienes utilizan esos términos. Esa
confusión “contamina” después necesariamente las encuestas que se hacen sobre
estas cuestiones. Puede tener cierto interés, por tanto, empezar clarificando
algunos conceptos.
La
Asociación Médica Mundial, en 1987 definió la eutanasia como “acto deliberado
de dar fin a la vida de un paciente”. Más explícita y completa me parece la
definición que dio la Sociedad Alemana de Cuidados Paliativos en el año 2002:
“conducta (acción u omisión) intencionalmente dirigida a terminar con la vida
de una persona que tiene una enfermedad grave e irreversible, por razones
compasivas y en un contexto médico.” ¿Cuál es la diferencia entre la
eutanasia y el suicidio asistido? En la eutanasia, es el médico -u otro
sanitario dirigido por él- quien administra la inyección letal que provoca la
muerte del enfermo. En cambio, en el suicidio asistido el paciente se causa a
sí mismo la muerte, con la ayuda de alguien que le proporciona los medios; si
quien le ayuda es un médico, se habla de “suicidio médicamente asistido”. Es
preferible evitar el término “eutanasia pasiva” pues sólo crea confusión.
Interesa aclarar que no son conductas eutanásicas las
siguientes: 1. El respeto por parte del médico al posible rechazo del paciente
a unos tratamientos que éste considera desproporcionados para su situación. 2.
La conducta del médico que evita aquellos tratamientos o pruebas diagnósticas
que no considera indicados en un paciente, y que le ocasionarían más molestias
que beneficios: es lo que se llama “limitación del esfuerzo terapéutico” (lo
contrario sería caer en la obstinación terapéutica o diagnóstica). 3. La
administración –cuando sea necesaria para el control del dolor o de otro síntoma
molesto- de dosis elevadas de fármacos, aunque pudieran acortar secundariamente
la vida del paciente. Una variante de esta actuación es la llamada “sedación
paliativa”.
Un documento de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos
definía la “sedación paliativa” como la administración deliberada de fármacos,
en las dosis y combinaciones requeridas, para reducir la consciencia de un
paciente con enfermedad avanzada o terminal, tanto como sea preciso para
aliviar adecuadamente uno o más síntomas refractarios y con su consentimiento
explícito, implícito o delegado. Evidentemente no hay que confundir la
sedación, éticamente aplicada, con la eutanasia. Como se explica en ese
documento, ambas difieren en el objetivo, la indicación, el procedimiento, el
resultado y el respeto a las garantías éticas. En la sedación, la intención es
aliviar el sufrimiento del paciente, el procedimiento es la administración de
un fármaco sedante y el resultado el alivio de ese sufrimiento; en cambio, en
la eutanasia la intención es provocar la muerte del paciente, el procedimiento
es la administración de un fármaco letal y el resultado la muerte.
No supone ningún problema ético –sino que es un deber para el
médico- proceder a la sedación de un enfermo, con su consentimiento
previo, cuando se llega a la conclusión de que es el único recurso para
controlar algún síntoma físico o psíquico de entidad (p. ej., disnea, dolor,
delirium o distrés emocional), que no responda a otros tratamientos. Además de
ponderar la dosis y el fármaco adecuados, conviene que el médico reseñe en la
historia clínica el motivo de la sedación, el modo en que se ha explicado al
enfermo y la manera en la que ha prestado su consentimiento.
El concepto de “muerte digna” está ya tan manoseado que no dice
casi nada. En cualquier caso, para la mayoría de las personas seguramente
incluye las siguientes condiciones: morir sin dolor u otros síntomas mal
controlados, morir a su tiempo natural sin que se acorte ni se prolongue de
forma artificial el proceso de la muerte, morir rodeado del cariño de la
familia y los amigos, morir con la posibilidad de haber sido informado
adecuadamente, eligiendo -si se puede- el lugar (domicilio u hospital) y
participando en todas las decisiones importantes que le afecten.
Una vez aclarados esos conceptos, podemos ya adentrarnos en lo
que supondría la posible legalización de la eutanasia. En mi opinión, dicha
medida sería una solución innecesaria y peligrosa para un problema que
todavía está pendiente de resolver en muchos lugares: el de las personas que
mueren en malas condiciones sin una atención médica adecuada y en un ambiente
deshumanizado. Me parece un dramático error plantearnos la posibilidad de
despenalizar la eutanasia cuando todavía hay muchos enfermos en nuestro país
que no tienen acceso real a unos Cuidados Paliativos de calidad. Sugiero que
–en este terreno- sigamos el ejemplo de Canadá: hace unos años, una enferma de
ELA pidió la eutanasia a la Corte Suprema; se estudió el asunto a fondo en el
Senado y la conclusión fue que no se debía debatir sobre la eutanasia hasta que
todos los canadienses tuvieran acceso a unos buenos Cuidados Paliativos.
Cuando se plantea la posibilidad de legalizar la eutanasia, se
insiste en que será sólo para casos extremos y tomando medidas para evitar posibles
abusos. La experiencia, sin embargo, demuestra que si se admite la eutanasia
para casos excepcionales, poco a poco se va aplicando también en casos no tan
extremos. Así en Holanda la justicia se ha ido haciendo cada vez más permisiva
con casos que no cumplen los requisitos legales. Veamos sólo algunos ejemplos:
en 1994 el Tribunal Supremo no penalizó al Dr. Chabot, que ayudó a suicidarse a
una mujer sana pero desesperada porque sus dos únicos hijos acababan de
fallecer; en 1996 una médico facilitó la bebida letal a un paciente de 71 años
sin ninguna enfermedad importante, y el fiscal no consideró necesario
procesarla; en el año 2002 el Tribunal Supremo holandés no puso ninguna pena al
médico que practicó la eutanasia a Edward Brongersma, que
–con 86 años pero físicamente sano- la solicitó alegando "no tener ganas
de vivir"… Aunque la ley holandesa no permitía inicialmente la eutanasia
de menores de 12 años, en noviembre de 2005 se aprobó la eutanasia para niños
de cualquier edad.
En los cuatro estudios oficiales que se han ido publicando sobre
la práctica de la eutanasia en Holanda, se cuentan cada año por centenares los
casos de eutanasias efectuadas por los médicos sin que hubieran sido
solicitadas por los enfermos. Los médicos las justifican con razones como “baja
calidad de vida”, “facilitar la situación a la familia”, “acortar los
sufrimientos del paciente” o “poner fin a un espectáculo insoportable para
médicos y enfermeras”. En 2007 una prestigiosa revista médica (JAMA) publicó el
caso de una paciente holandesa con cáncer de mama a la que su médico aplicó la
eutanasia sin su consentimiento, alegando que todavía podría haber vivido una
semana más y él necesitaba esa cama libre…
En una carta de un grupo de minusválidos holandeses de Amersfoort se
decía: “sentimos que nuestras vidas están amenazadas… Nos damos cuenta de que
suponemos un gasto muy grande para la comunidad… Mucha gente piensa que somos
inútiles… Nos damos cuenta a menudo de que se nos intenta convencer para que
deseemos la muerte”. A este peligro se refirió el 18.V.01 en el parlamento
alemán el entonces Presidente Federal Johannes Rau: “cuando el seguir viviendo
sólo es una de dos opciones legales, todo aquel que imponga a otros la carga de
su supervivencia estará obligado a rendir cuentas, a justificarse.” Por otra
parte, numerosos estudios demuestran que en estos pacientes graves hay una alta
incidencia de depresión, que en la mayoría de los casos no es diagnosticada ni
tratada adecuadamente.
También nos puede hacer reflexionar lo que escribía hace unos
años un enfermo de Esclerosis Múltiple en el National Post de Toronto: “si una
persona sana presenta tendencias suicidas, recibe ayuda e incluso se la
somete a un tratamiento psiquiátrico hasta que pase la crisis. (…) Pero si es
un enfermo incurable o un discapacitado, la discusión gira automáticamente en
torno a expresiones como ‘muerte digna’, ‘libertad de elegir la propia muerte’
o ‘acto de autonomía y autodeterminación’. ¿Por qué esa diferencia?” Aunque
parezca lo contrario, en la eutanasia la decisión definitiva no la toma el
paciente sino el médico, que es quien juzga sobre la calidad de vida del
enfermo y, por tanto, sobre si su petición es “razonable” o no.
Algunos argumentan que la eutanasia es un derecho de la
autonomía individual, que no afecta a otras personas. En mi opinión, pierden de
vista su incidencia en la protección del bien común. A diferencia del suicidio,
en la eutanasia interviene necesariamente una tercera persona, que además
es un médico. Legalizar la eutanasia significa reconocer a una persona (el
médico) el derecho a disponer de la vida de otra persona (el enfermo que se la
pide). Esto tiene unas consecuencias evidentes: una sociedad en la que los
médicos no sólo curan y alivian sino que también matan, es una sociedad menos
humana (y, desde luego, menos segura para muchos enfermos). Sería un cambio de
unas consecuencias incalculables pues modificaría la regla más básica de una
sociedad civilizada: no matarnos unos a otros.
Quienes tenemos larga experiencia en la atención de
enfermos con cáncer sabemos que muchas peticiones de eutanasia son un gesto,
una llamada, una petición de ayuda por la soledad, el miedo, la desatención, el
dolor mal controlado, la falta de cariño o de compañía… Por eso suelo repetir
que cuando un paciente dice “Doctor, no quiero vivir…”, se trata de una frase
inacabada cuya versión completa es: “Doctor, no quiero vivir… así”. Ahí, en
cambiar ese “así” es donde tienen su papel fundamental los Cuidados Paliativos.Y
ahí es donde una sociedad verdaderamente solidaria debe centrar sus esfuerzos
para ayudar a morir con dignidad a quien está llegando al final de su vida:
cuidándolo de tal manera que no le quepa la menor duda de que, aunque esté muy
deteriorado por la enfermedad que padece, no ha perdido ni un ápice de su
dignidad.
A ese empeño dedicó su vida Cicely Saunders –la pionera de los
Cuidados Paliativos- y con unas palabras suyas quiero acabar este artículo: “Tú
importas porque eres tú, y tú importas hasta el último momento de tu vida.
Nosotros haremos todo lo que podamos, no sólo para ayudarte a morir
apaciblemente, sino también para ayudarte a vivir hasta que mueras”. Esto es
mucho más digno para todos.
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