NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


viernes, agosto 16, 2024

 EL CLAMOR DE UN PUEBLO




Es la situación en Venezuela, pero también en Tierra Santa, en Ucrania, en Sudán, México y en otras tantas zonas calientes de nuestro mundo. Lugares donde reinan la injusticia, la represión o la guerra, donde la democracia se tiñe de violencia, la verdad se mancilla entre tanta ideología y el número de víctimas no cesa de aumentar. Son los lugares donde emergen las tensiones de un mundo enfrentado, y donde sangra la humanidad mientras pregunta al cielo qué sentido tiene la guerra y el porqué de tanto dolor.

A veces, nuestra mirada «ideologizante» se queda en la crueldad del tirano de turno o en aquello que nos interesa, pero conviene no olvidar que asesinos corruptos ha habido siempre, los hay y los habrá, porque es algo inherente a la naturaleza del poder que busca perpetuarse sin control. Sin embargo, la mirada de Dios, por otra parte, está puesta en el dolor de un pueblo que sufre en silencio. Que ve cómo sus niños mueren entre el hambre, las bombas o la pura desolación. Que contempla cómo el anhelo más profundo pasa por la huida. Que ven que la esperanza les ha dado la espalda y que el mundo mira para otro lado mientras finge una cínica consternación. Que la tragedia persigue a cada familia y que su sangre es derramada sin mucha explicación.

El conocido por todos «he escuchado el clamor de mi pueblo» del Éxodo sigue estando vigente hoy. Y es que Dios no es arbitrario ni se acomoda en una estéril equidistancia como acostumbramos a hacer nosotros. Dios toma partido por su pueblo –no se aprovecha de él–, y nos invita a mirar con misericordia al débil, al que sufre, al que no encuentra consuelo entre tanta incomprensión. Es la mirada del que se compadece y se pregunta en el silencio de la oración, y también con obras y con palabras, ¿


qué puedo hacer, Señor, por este mundo tan roto? ¿Y qué podemos hacer, con nuestra vida, para calmar tanto dolor?

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