DIOS CON NOSOTROS
No es Dios sobre nosotros. No frente a nosotros. Ni contra nosotros. Es Dios-con-nosotros. Así se define Dios en la encarnación. Se hace uno de los nuestros. En nuestra carne. A nuestro modo. En nuestra historia. En nuestro tiempo. Quizás ese sea el mayor milagro de todos. Que Dios, para mostrarnos quién es, lo haga haciéndose humano. Y así, salvando abismos, desde la eternidad a nuestro tiempo, desde lo infinito a nuestra limitación, desde lo trascendente al aquí y el ahora, nos hace fácil entender quién es.
El corazón del cristianismo es justo ese. Dios no es un Dios lejano, distinto, inabarcable. O, si de algún modo lo es, también es un Dios cercano, familiar, al que podemos mirar en el espejo que es Jesús. Sí, es bonita esa imagen. Dios nos ofrece, en Jesús, un espejo en el que mirarnos. Porque, en su paso por esta tierra y por esta historia, nos va a mostrar las posibilidades del ser humano. Hemos sido creados a imagen de Dios, pero demasiadas veces nos resignamos a ser una imagen incompleta o distorsionada. Y pensamos que es inevitable. Al fin y al cabo, nosotros no somos dioses… Pero lo que Jesús nos va a mostrar es que en el ser humano está plantada la semilla de lo divino. Lo más noble, lo más bello, lo más profundo, lo más auténtico puede encontrar su expresión en cada persona, si dejamos de verdad que el espíritu nos habite, que la Palabra ilumine nuestras palabras y nuestros silencios, que el amor a su modo inspire nuestra forma de amar y ser amados.
La Navidad nos recuerda que Dios, haciéndose uno de los
nuestros, nos devuelve la capacidad, la belleza y la vocación de ser de los
suyos, plenamente suyos.
Dios-con-nosotros, y nosotros con Dios.

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