Ni clericalismo, ni asamblearismo
¿Cómo integrar en el proceso sinodal los distintos carismas, las diferentes vocaciones? ¿Cómo superar los peligros del clericalismo o del asamblearismo?
No hay un único camino para seguir a Cristo, ni una única vocación. El igualitarismo es un error y un empobrecimiento. En primer lugar, la igualdad básica como bautizados se concreta y desarrolla en las diferentes vocaciones: laical, vida consagrada, sacerdotal… Ninguna es mejor o peor, sino distinta. Al laico no se le “conceden” derechos, sino que debe desarrollar al máximo su propia vocación, con todo lo que significa y todo lo que conlleva. No para suplantar al presbítero o al obispo, estaríamos ante un modo de clericalismo, sino porque lo requiere la vocación a la que ha sido llamado.
En segundo lugar, la vocación se desarrolla en un mundo concreto: debemos tener en cuenta el tiempo, el lugar, la cultura. No debemos medir todo desde la mentalidad y la cultura europea, ni siquiera occidental. La Iglesia es mucho más amplia y el mundo es mucho más variado. Así, la sinodalidad nos abre al enriquecimiento mutuo desde lo que Juan Pablo II denominaba “unidad pluriforme”.
Por lo demás, la sinodalidad no sustituye a la colegialidad episcopal, sino que la incluye. Ni existe sinodalidad sin el obispo, como tampoco la hay sin los sacerdotes, los laicos o los religiosos. Cada uno vive su propia vocación y, desde ella, sirve a la Iglesia. La contraposición entre dones jerárquicos y carismáticos es falsa. Como también es falsa la solución asamblearista, la anulación de carismas por medio de los votos y las mayorías, desde una perspectiva política o sociológica. Cristo es mucho más, la Iglesia es mucho más: es comunión. Desde ella entendemos y desarrollamos la pluralidad como enriquecimiento.
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