NUESTRAS PARROQUIAS

Buscamos unas Parroquias que sean Comunidades generadoras de vida, en ella fuimos engendrados por el Bautismo, y ella acompaña a sus hijos desde que nacen hasta que mueren. Escuela en la que nos formamos y maduramos unos con otros en la fe por la evangelización y la formación, como tarea permanente de conversión personal y comunitaria, entendida como un proceso dinámico que nunca acaba, como experiencia profunda de Dios e interiorización de la vida de Cristo (Gál 2,20; Filp 1,21). Debe ser un lugar de encuentro y vínculo de comunión, casa abierta a todos, hogar de los pobres, plataforma misionera, donde aprendemos y vivimos en libertad, fermento de nueva humanidad. Atenta a los signos de los tiempos y a las necesidades de nuestra gente


Bizitza sortzen duen Parrokia baten bila gabiltza, bertan Bataioaren bidez sortu ginen, eta gure seme-alabei jaiotzetik hil arte laguntzen diena. Katekesi eta ebanjelizazioaren fedean hezten eta heltzen garen ikastetxea da, bihurtze pertsonal eta komunitarioko etengabeko zeregin bezala, inoiz bukatzen ez den prozesu dinamiko bat bezala ulertua, Jainkoaren esperientzia sakona eta Kristoren bizitzaren barnerapen bezala (Gal 2,20; Filp 1,21). Topagune eta elkarte-lotura izan behar du, denontzat irekitako etxea, behartuen etxebizitza, plataforma misiolaria, aske ikasi eta bizitu dezakegunak, gizarte berri baten hartzigarria.


sábado, febrero 01, 2025

La Sinodalidad no termina nunca

 


Ni clericalismo, ni asamblearismo


¿Cómo integrar en el proceso sinodal los distintos carismas, las diferentes vocaciones? ¿Cómo superar los peligros del clericalismo o del asamblearismo?

No hay un único camino para seguir a Cristo, ni una única vocación. El igualitarismo es un error y un empobrecimiento. En primer lugar, la igualdad básica como bautizados se concreta y desarrolla en las diferentes vocaciones: laical, vida consagrada, sacerdotal… Ninguna es mejor o peor, sino distinta. Al laico no se le “conceden” derechos, sino que debe desarrollar al máximo su propia vocación, con todo lo que significa y todo lo que conlleva. No para suplantar al presbítero o al obispo, estaríamos ante un modo de clericalismo, sino porque lo requiere la vocación a la que ha sido llamado.

En segundo lugar, la vocación se desarrolla en un mundo concreto: debemos tener en cuenta el tiempo, el lugar, la cultura. No debemos medir todo desde la mentalidad y la cultura europea, ni siquiera occidental. La Iglesia es mucho más amplia y el mundo es mucho más variado. Así, la sinodalidad nos abre al enriquecimiento mutuo desde lo que Juan Pablo II denominaba “unidad pluriforme”.

Por lo demás, la sinodalidad no sustituye a la colegialidad episcopal, sino que la incluye. Ni existe sinodalidad sin el obispo, como tampoco la hay sin los sacerdotes, los laicos o los religiosos. Cada uno vive su propia vocación y, desde ella, sirve a la Iglesia. La contraposición entre dones jerárquicos y carismáticos es falsa. Como también es falsa la solución asamblearista, la anulación de carismas por medio de los votos y las mayorías, desde una perspectiva política o sociológica. Cristo es mucho más, la Iglesia es mucho más: es comunión. Desde ella entendemos y desarrollamos la pluralidad como enriquecimiento.

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