SANTOS Y SANTAS
El día 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos, se lee
en todas las iglesias del orbe católico el pasaje de las Bienaventuranzas, que
aparece en el evangelio de Mateo.
Porque lo que nos recuerda Jesús en este pasaje es que su
proyecto no es cuestión de algunos arreglos, de un cambio de imagen, o de unos
retoques dando una mano de barniz. Para constatar que es así, sólo hace falta
entrar dentro del Evangelio y ver lo que allí aparece sobre lo que dijo e hizo
durante su vida pública entre la gente de su tiempo. Cuando estás dentro, te
das cuenta, de manera evidente y palpable, que no se trata de una
reestructuración o de un cambio, por aquello de "conviene cambiarlo todo
para que todo siga igual". Nos encontramos ante un proyecto de vida
totalmente nuevo y radical. Se me ocurre una imagen que, para mí, me resulta
más que sugerente: es como si metiéramos la mano en el fondo del calcetín, lo
cogiésemos por la punta y lo diéramos la vuelta.
Para comenzar, estoy plenamente convencido de que cualquier
persona, en su sano juicio, calificaría hoy día como "disparates" las
recomendaciones que ofrece Jesús para conseguir ser felices de verdad y de
manera duradera.
Por ejemplo, miremos por donde lo miremos, en una sociedad
de la violencia y del sobresalir sobre todos y aparentar por encima de todo,
hablar de la pobreza como camino para conseguir la paz interior y la harmonía
con todo y con todos es, hablando en términos clínicos, un diagnóstico de
psiquiatría grave que se explica en primero de carrera. Y lo mismo podríamos
decir de todas y cada una de las recomendaciones restantes: vivir de manera
humilde, practicar la misericordia, mirar con ojos limpios, trabajar sin
descanso por la paz y la justicia. Vamos, que hasta el psicólogo y psiquiatra
más vulgar lo tendría fácil a la hora de diagnosticarlo como locura,
esquizofrenia o delírium tremens. Pero no solo los profesionales de las
enfermedades mentales. Cualquier persona del pueblo sencillo animaría a dejarlo
de lado, cuanto antes, porque el mundo y la sociedad en que vivimos no están
para semejantes puñetas.
La razón, hay que buscarla al final del texto
"Bienaventurados vosotros, cuando os insulten, os persigan y os calumnien
de cualquier modo por mi causa".
No vale, por tanto, para conseguir la verdadera felicidad y
harmonía interior, asegurada por Jesús, que la persecución llegue por cualquier
razón o motivo. Solamente la garantía está asegurada en los casos en los que la
animadversión sea provocada por haber apostado o seguir apostando por las
causas de Él. No sea que alguien se lo quiera apropiar, confundiendo
persecución por la justicia con llamadas al orden o prohibiciones por predicar
o difundir pensamientos religiosos que no tienen nada que ver con el mensaje de
paz y de justicia que aparece en el Evangelio.
Si esto es así, la pregunta inmediata es más que evidente:
¿cuáles son estas causas? Por si nos puede ayudar, yo comenzaría advirtiendo
que, en tiempos de Jesús, no fueron las que se referían al Templo ni al
Imperio, por ser, precisamente, ambas causas las que abrumaban a los pobres y
excluidos, por quienes Jesús había mostrado preferencia y había apostado de
manera rotunda, desde el principio. Causas de carne y hueso y con nombres
propios: el ciego Bartimeo, la viuda de Naim, el pobre Lázaro, etc. También causas
con nombres comunes, pero igualmente hambrientos de la dignidad que la religión
y el poder del momento les negaban: el ciego de nacimiento y el tullido de la
piscina, entre otros.
En este día 1 de noviembre celebramos la fiesta de quienes,
con nombre propio o común, por ser anónimos, apostaron y siguen apostando por
las "causas de Jesús", que son, precisamente, las de los
"últimos". Causas, también hoy, con nombres propios, como Palestina y
tantísimas guerras e injusticias que asolan el mundo (cuyos nombres no menciono
para no dejar a ninguna de ellas en el olvido). Pero, causas, a la vez, con
nombres "comunes", aunque no, por ello, menos graves y virulentas. Se
trataría, entre otras, de las y los "masacrados" física y
psíquicamente por el hambre material que los acaba convirtiendo, en muchos
casos, en verdaderos espectros vivientes; por la negación de la cultura, por la
violencia estructural que quiebra y destruye las relaciones cotidianas de sus
vidas, y, por desgracia, por todo un largo etc., que resultaría casi
inacabable. Son ellas y ellos que claman, con urgencia inaplazable, la
transformación necesaria del entorno físico y espiritual en el que viven.
Son las "causas del Evangelio", que, todo hay que
decirlo, también hoy como antaño, no coinciden, a veces, o están muy distantes
de las "causas de la religión del momento".

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenido amig@, gracias por tu comentario